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Las vidas de Celia y Hana en San Sebastián

En Zabaltegi nuevos directores se presento 53 días de invierno

28/09/2006 CET

Ayer se presentaron en la Sección Oficial del Festival de San Sebastián Las vidas de Celia y Hana, mientras que en Zabaltegi nuevos directores, la protagonista fue 53 días de invierno.

Las vidas de Celia
Chavarrías: "Me interesa la violencia que generan los secretos al hacerse públicos"

Una amplia representación del equipo de Las vidas de Celia arropó ayer el estreno en la Sección Oficial de esta historia de tintes negros con la que el catalán Antonio Chavarrías profundiza en un género en el que, como reconoció, se siente muy cómodo. Realizado en régimen de coproducción con México, este nuevo trabajo de su productora Oberón Cinematografía arranca con un intento de suicidio y un asesinato, puntos de partida de una trama policíaca que, en realidad, juega con los problemas que nos causa la parte oculta que cada uno de nosotros escondemos. "Habla de cómo los secretos, al convivir con ellos en el tiempo, generan violencia cuando se hacen públicos, y no por el hecho mismo de que estén ocultos. La confrontación entre la realidad y la vida oculta de los personajes hace que terminen dinamitando su vida", como apuntó el realizador.

Con un estilo muy naturalista, sin artificios, Las vidas de Celia es "una película construida a partir de la cotidianeidad" y sobre personajes con vidas y trabajos "normales", pero que ocultan secretos dramáticos. Localizada en una barriada del extrarradio de Barcelona, la flexibilidad en su factura ha sido una de las características de la realización de este filme: el guión se adaptó a las características del barrio del Prat, donde se rodó –con sonido directo, lo que se nota especialmente–, y el trabajo con los actores está en la improvisación, lo que creó algunos problemas a intérpretes como Daniel Giménez Cacho, quien hace desaparecer totalmente su acento mexicano para interpretar a Agustín, el marido de Celia (Najwa Nimri), uno de los desencadenantes de la trama. Una Najwa Nimri que, en la rueda de prensa, dejó traslucir cierto hartazgo por su encasillamiento en personajes ambiguos, como el de Celia, porque "aunque el hecho de que te elijan para estas películas es un privilegio, no me importaría hacer algo 'más ligerito'. Pero parece que los directores no me ven en ese registro". Una queja a la que se unió el gallego Luis Tosar, quien interpreta al policía que desenrolla el ovillo de la trama. Tosar pidió, entre bromas, que si había algún realizador en la sala, le ofreciera por favor un "papelito en una comedia". A la presentación acudieron también Álex Casanovas –actor fetiche de Chavarrías–, las actrices Aida Folch y Mentxu Romero, así como el director de fotografía mexicano Guillermo Granillo. En este nuevo trabajo, el realizador de títulos como Volverás (2002) ha optado por la vía de la coproducción con capital mexicano. Y dio las razones: "Una, porque evidentemente supone un refuerzo financiero; dos, porque se amplía el mercado; y por una tercera razón, y la más importante, porque así tenía acceso a talentos y profesionales con otras formas de trabajar".


Hana
Malos tiempos para las katanas

El realizador japonés Hirokazu Kore-eda, que ya había participado en la Sección Oficial en 1998 con el filme After Life, nos transporta en su última película, Hana, al Japón de principios del siglo XVIII, a un período de entreguerras en el que la figura de los samuráis "no tiene nada que ver con el estereotipo que se tiene de ellos en Occidente", indicó el director.

En esta película, sin embargo, "no hay ningún héroe. El protagonista no se parece en nada a un guerrero: es pobre, inexperto en el manejo de la espada. En definitiva, un hombre corriente implicado en la comunidad que lo ha acogido".

"Tras los atentados del 11-S el sentimiento de 'venganza' se extendió por todo el mundo y Japón no fue una excepción, y el hecho de que el código de honor samurái, el Bushido, tenga tanta popularidad en el Japón contemporánero podría deberse a ésta corriente de influencia. Hana es mi mensaje sobre esta situacion –añadió–, aunque mi intención no ha sido hacer ningún alegato político".

La historia de este atípico samurái se mezcla con una comedia humana plena en emociones que Kore-eda ha perfilado en su guión, "que nada tiene que ver con las películas de Kurosawa, excepto en una cuestión, ya que ha sido su hija, Kazuko Kurosawa, la responsable del vestuario de la película".


53 días de invierno
Supervivientes cotidianos

La segunda película de Judith Colell tras Nosotras, esta dura pero en cierto modo a la vez optimista 53 días de invierno, cuenta tres historias de supervivientes, de gentes que, cada uno por su lado, se enfrentan diariamente a la soledad, al miedo, a la miseria o al desamor.
Son tres náufragos urbanos con las almas heladas en medio de una sociedad que pasa de ellos y de cualquiera que intente ir por libre: una profesora aterrada por sus alumnos pero capaz de ayudar a los que todavía son más débiles que ella, un guarda de seguridad con serios problemas para llegar a fin de mes y una concertista enamorada de su profesor que vive con una madre que no levanta cabeza tras ser abandonada por su marido.

Una de las principales bazas de 53 días de invierno es la de su reparto, encabezado por Mercedes Sampietro, a la que acompañan rostros muy conocidos desde hace años, como Silvia Munt y Joaquim De Almeida, o descubiertos más recientemente, como Alex Brendemühl. Hay quien sostiene que uno de los principales problemas del cine hecho en la Península es la escasa credibilidad de sus intérpretes, pero desde luego éste no es el caso de esta película, en la que absolutamente todos los actores, desde los más célebres a los más desconocidos, transmiten de una forma admirable las emociones y los sentimientos de sus personajes.

Habría que destacar un rasgo común a los tres personajes principales, la identificación con los que todavía lo pasan peor que ellos y el probable temor a llegar a ser como ellos, a caer todavía más abajo. Es lo que le pasa a la profesora con la vecina que se dedica a recoger perros abandonados ante la ira del resto de la comunidad, al guarda de seguridad con el vagabundo que duerme en la puerta de los grandes almacenes o a la violonchelista con su madre.

Pero los inviernos terminan, hasta en el círculo polar, y llega un cierto resurgimiento, quizá no muy prolongado porque el frío siempre vuelve, y es ahí, en uno de esos momentos de calma en los que parece que las cosas pueden volver a ser como antes del desastre, cuando Judith Colell decide poner fin a estas tres historias y aliviar un poco el desasosiego. El espectador sabe, sin embargo, que en cuanto salga a la calle y eche un vistazo va a encontrar numerosas personas como las que acaba de dejar en la pantalla, o quizá sólo tiene que mirarse en un espejo, porque lo más terrible de las historias de precariedad económica, afectiva y sentimental que nos cuenta 53 días de invierno es su cotidianeidad.

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