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  Horas de luz  Dirigida por Manolo Matjí
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Notas del director
Contra la fatalidad.

Decidimos hacer la película como es y de ninguna de las otras maneras que nos tentaron como sirenas cautivadoras. La fuga se produce dentro de la cabeza del personaje, algo sutil y emocionante; la evidencia se cuela en la mente de rondón y cambia el sentido entero de tu vida, a veces basta una sola palabra. Queríamos atrapar el relámpago, ese instante concreto, el milagro de la lucha del hombre contra su propia fatalidad.

Sin la aparición de Maria del Mar, la vida de Juan José Garfia en los últimos años habría sido distinta. Como algunos de los otros FIES tal vez hubiera muerto en un intento de fuga o en un arrebato de desesperación. Tres personas murieron a sus manos en una noche de violencia. Él no sabe por qué los mató; es probable que nadie lo sepa nunca. Pero es un hecho y Juan José Garfia lo sabe, sabe que tendrá que vivir ese drama toda la vida; en la cárcel y fuera de ella.

Marimar le ha enseñado a enfrentarse al destino de otra manera. No le ha prometido un futuro, pero le ha dado el porvenir; la fuerza para que cada día sea distinto, leer, pintar, escribir una carta, esperar la noticia. La vida que sigue aunque hayas sido un asesino. Y hay algo conmovedor en esto, la emoción que pone a prueba lo que pensamos y lo que sentimos. Lo que es y lo que debería ser. La tensión que hace que el mundo se mueva.

Emma Suárez, por quien siento debilidad hace muchos años, quiso estar en la película al instante de leer el guión y se entregó al proyecto con la pasión de las actrices que empiezan. Admiro el coraje de Emma y la inteligencia con la que aborda el trabajo. Se fue a Granada y estuvo unos días con Marimar y sus hijos. Pienso que nunca lo olvidará. Se puede confiar en la energía de Emma: nunca engaña, siempre dice lo que siente. Igual que su personaje: apariencia débil e indomables convicciones.

Prisionero, preso, recluso, interno, cualquiera de estos términos alude a una verdad de la condición humana: todos vivimos cárceles interiores.

Cuando visitamos el pabellón de los FIES en la penitenciaría de El Dueso me sorprendió que las celdas fueran tan parecidas, si no idénticas, a las del presidio de Guantánamo cuyos planos había visto en la prensa. Se han globalizado las técnicas penitenciarias para quienes infringen la ley y desafían el orden, cualquier orden, aunque sea injusto. Luis Ramírez, el director de arte, reprodujo el pabellón FIES. Las celdas de la película tienen las mismas medidas que las de El Dueso, pero Luis quiso que los acabados fueran más expresivos y se inventó ese foso que las separa del exterior y que aísla a los internos de la ficción hasta extremos angustiosos: un regalo.

Aunque en los nuevos centros penitenciarios los colores son alegres y la apariencia normalizada, la luz es la de siempre, cruda y plana. Buscábamos una luz distinta y tengo que agradecer a José Luis López Linares la delicadeza con la que entendió las necesidades dramáticas y su maestría para explicar a través de la luz los propósitos más secretos de la película. Y diré aquí que trabajar el montaje con José María Biurrun ha sido el mismo gozo de siempre: Biurrun se atreve a todo, le gusta probar, buscar. Como bien sabemos, quien busca encuentra.

Quizás la mayor dificultad de Horas de Luz haya sido elegir el actor para que interpretase a Juan José Garfia. Hicimos interminables pruebas de reparto a lo largo de un año. Creo que hemos visto a cualquier actor que por edad y físico pudiera hacerlo. Y en este trabajo Luis San Narciso es irreemplazable. Buscó a cada uno de los actores con tanto cuidado como si fueran los protagonistas. Y cuando habíamos completado el reparto aún no teníamos el personaje principal.

Alberto San Juan luchó por el papel desde que el guión cayó en sus manos de una manera fortuita. Llamó y dijo que quería hacer la prueba. Y la hicimos; mejor dicho, las hicimos, porque fueron muchas. Trabajábamos con escenas que se habían desechado en el guión pero Alberto lo ignoraba y las preparaba a conciencia. Y luego, en el rodaje, se lamentaba. O preguntaba por ellas, las echaba de menos; Alberto siempre tiene a punto otra pregunta, en él las preguntas son tan naturales como la respiración. Alberto conoció a Juan José Garfia en la prisión de Córdoba adonde fuimos a visitarle. Ambos sintieron al instante simpatía, calor y proximidad. Más tarde observé que a Alberto le aparecían gestos e inflexiones capturados en aquellos dos encuentros. Cuando Marimar vino al rodaje se quedó muda al ver cuánto se parecían Alberto y su marido.

Manolo Matjí.
Director y Guionista


Notas de producción
Una historia de amor en el infierno

Imaginábamos una película de fugas, la aventura de unos presos sin remedio que se la juegan a una sola carta en el furgón de traslados, en un ferry, en el juzgado, en el hospital penitenciario. Una película sobre el castigo y la humillación, sobre la capacidad de resistencia. Nos parecía una película difícil, trepidante, irresistible. Un experimento: sólo fugas, sólo esperanza, sólo actividad. Una película de hombres duros.

No llegamos a escribir una línea.

Conocimos a Marimar en la Explanada de Alicante. Esperábamos a la mujer de un preso condenado casi de por vida y apareció ella: el vestido corto, las uñas naranjas, la sonrisa, la rotunda e incuestionable vitalidad. Por ella supimos que esta era una historia de lucha, compromiso y reivindicación, pero también de culpa, de emoción, de amor. El preso más peligroso aprende a querer. La enfermera incansable se juega el puesto por defenderle. Y sólo se tienen el uno al otro.
Poco después entramos en la cárcel de Picassent y los vimos juntos, en una sala de vis a vis, el único lugar en el que se pueden mirar, oler y tocar, siempre encerrados. Hace años, escribiendo otra película, un juez nos definió afinadamente en que consistía su oficio: administrar el dolor. La cárcel es el escenario del dolor, pero para ellos también es el territorio del amor. Una historia de amor en el infierno. La relación de Juan José Garfia y Marimar ha superado tantos frentes de batalla que teníamos que contarla.

En los dos años siguientes visitamos cárceles antiguas y modernas, cárceles grandes, pequeñas, rebosantes o vacías, a pleno funcionamiento o recién clausuradas. Tuvimos que superar numerosos filtros políticos y de seguridad. A pocos les gustaba que contáramos la historia de un asesino, de un desobediente. No era un ejemplo, decían que no les parecía cinematográfico.
Para nosotros esa era precisamente la cuestión. Queríamos dejar claro desde el primer minuto que esta era la historia de un culpable que empieza a redimirse cuando descubre sus propios sentimientos. En el cesto quedaron páginas de peripecias, atracos y persecuciones y nos lanzamos a contar la fuga más audaz, la que sucede dentro de los personajes.

La cárcel ha sido en muy pocas ocasiones el paisaje central de una película española. Finalmente rodamos la mayor parte en decorados -rodar en una prisión es complicado para los de dentro y para los de fuera- y las jornadas de rodaje en El Dueso y en Picassent ofrecieron curiosos trasvases entre lo real y lo ficticio. En Picassent los funcionarios tomaban a los figurantes por uno de ellos, se acercaban a Emma para susurrarle algún supuesto secreto sobre Juanjo. En el Dueso, después de una mañana intentando reproducir con los actores el traslado de un preso, el equipo tuvo que paralizarse para asistir a un traslado real, en el que tres detenidos bajaron de un furgón policial y se encontraron ante un circo de focos y sticos, actores maquillados y un montón de miradas escrutadoras. Y en el pabellón de aislamiento, Alberto y Emma ensayaron la escena del masaje a escasos metros del lugar en el que Juanjo y Marimar se conocieron.

José Ángel Esteban y Carlos López
Guionistas y productores ejecutivos