Tras su reciente separación, Irene viaja a Antist, un diminuto pueblo de la Vall Fosca, donde tiene una casa heredada de sus padres. El viaje ha sido fruto de un impulso, es la primera vez que se separa varios días de su hija de cuatro años y ha necesitado escapar de la sensación de falta de control que tiene sobre una nueva vida que la abruma. En Antist busca encontrar el anhelado sentimiento de seguridad que tenía de pequeña, cuando pasaba los veranos allí y nada era tan complicado.
Sin embargo, la soledad que brinda el pueblo hace que también aflore con fuerza en ella la sensación de fracaso que arrastra desde que se separó.