Lee, fotógrafa de guerra, está sentada en un parking abandonado y, mientras retumban sonidos de disparos, reflexiona sobre su vida con pesar. «Cuando cubría un conflicto, me lo tomaba como si estuviera mandando una advertencia: no caigáis en esto», le comenta a Sammy, un reportero veterano, en una de las primeras escenas de Civil War. «Pero ya ves, aquí estamos».
Dos generaciones de periodistas que observan desde la distancia cómo su país se ha convertido en una zona de guerra. A pesar de todos sus esfuerzos, lo impensable ha acabado haciéndose realidad. El concepto se fue fraguando poco a poco, cuando Alex Garland, el guionista y director londinense de Civil War, empezó a desarrollar la idea de un conflicto despiadado que arrasa un país, pillando a la población desprevenida.
Garland muestra su mirada imparcial a través de Lee, que observa cómo se suceden unos hechos que van a cambiar radicalmente la configuración del país. Así, el director ha abierto un nuevo camino para el cine bélico estadounidense con este thriller de acción arrollador. Sus lúcidas reflexiones sobre los conflictos armados y violentos sirven tanto de crítica hacia el estado de la nación como de premonición incendiaria.
El filme se desarrolla en un futuro cercano en el que Estados Unidos se ha dividido en múltiples facciones envueltas en una guerra civil. Western Forces, una alianza armada de estados que se rebelan contra el gobierno federal, está a pocos días de lograr la rendición del capitolio. Lee (Kirsten Dunst), una experimentada reportera gráfica que ha retratado atrocidades y conflictos en todo el mundo, viaja a la Casa Blanca con la esperanza de captar una última instantánea del presidente (Nick Offerman). En la caravana de periodistas coincide con una joven aspirante a fotógrafa llamada Jessie (Cailee Spaeny), con quien acaba compartiendo sus conocimientos, si bien de primeras lo hace a regañadientes.
Según van atravesando el país, el filme —tan road movie como película bélica— va mostrando una realidad alternativa que, de forma cada vez más angustiosa, se convierte en esa especie de advertencia de la que hablaba Lee. «Para mí esta película es como una fábula, una fábula con moraleja sobre lo que pasa cuando la gente no consigue comunicarse», explica Dunst. «Esto es lo que ocurre cuando nadie se escucha, cuando se silencia a los periodistas, cuando desaparece esa verdad compartida».
Con una intimidad conmovedora y a una escala en ocasiones aterradora, la película de Garland imagina las consecuencias tan humanas de perder esa idea compartida de nación. En estos Estados Unidos, el tejido social se ha desgarrado y solo queda un instinto de supervivencia individual y primitivo.
«La gente habla con ligereza de los daños colaterales de la guerra. Es decir, saben que si los combates se producen en zonas desarrolladas, habrá víctimas civiles», dice Garland con naturalidad. «Los generales a menudo hablan en esos términos, sin mostrar un ápice de sentimiento. Y es que objetivamente es así. Pero también es cierto que se actúa con una brutalidad salvaje».
La de Garland es una producción oscura y provocadora que le da un giro a las imágenes, herramientas y eufemismos de la guerra moderna en suelo estadounidense, mostrando ataques aéreos, objetivos civiles y daños colaterales. «Esto es lo que sufre cualquier país que está en conflicto, ya sea una guerra civil o un enfrentamiento con una nación vecina», apunta.