Sonia se acaba de mudar con su gato a un nuevo estudio en el centro. Es interior, con gotelé, sin calefacción, y bastante ruidoso porque se halla junto a los contenedores de basura; pero por lo demás se trata del pisito ideal. Por fin se ha independizado del todo antes de los cuarenta, qué suerte.
Sonia es responsable, ordenada, e incapaz de saltarse las normas. Digamos que se trata de una controladora de manual, totalmente negada para improvisar. Lleva cinco años prácticamente aislada del mundo, pero no a causa de la pandemia, sino debido a algo mucho peor: su tesis doctoral.
Sí, todavía hay gente que se dedica a escribir tesis. Sonia es una de ellas. Tras realizar varios másters, trabajos de investigación y cientos de artículos, por fin ha llegado el día de defender su tesis. Convertirse en doctora significaría dejar de ser profesora ayudante, optar a una plaza de titular con sueldo fijo, y además, quién sabe, si decir adiós a su triste y precaria vida.
La noche antes del gran día, su mejor amiga, Luci, insiste en que le acompañe a un concierto de electrónica para despejar la mente, y que le dé el aire. Sonia prefiere quedarse en casa tal y como tenía planeado. A las ocho de la mañana del día siguiente, un tribunal, su familia entera, y media Segovia, serán testigos del día más importante de su vida. Todo tiene que salir perfecto.
Unos minutos más tarde, mientras baja la basura orgullosa de sí misma, se encuentra en la calle con María, una amiga que le propone tomar cañas en un bar cercano. Sonia trata de excusarse como puede, pero cuando María rompe a llorar porque acaba de cortar con su novio, se ve obligada a consolarla. Sonia ha bajado sin cartera y sin móvil, pero María insiste en que se despreocupe, invita a ella. Lo que iba a ser una corta velada aguantando el chorreo de su amiga, se convertirá en una noche inolvidable en el peor de los sentidos. Y es que un mal día, y una mala noche, los puede tener cualquiera.