Budapest, en plena ocupación nazi, durante la Segunda Guerra Mundial. Los judíos son buscados, detenidos y enviados a campos de concentración o de exterminio.
Esta es la situación con que se encuentra Giorgio Perlasca, un ciudadano italiano, empleado en negocios de importación y exportación de carnes, antiguo excombatiente en la Guerra Civil Española, a las órdenes del General Franco, del que recibe al licenciarse un salvoconducto de gratitud, que le ha de servir de presentación en cualquier Legación española del mundo. Al comprobar la manera en que son tratados los judíos, Perlasca, que ya dejó la contienda española por no estar de acuerdo con los sistemas empleados por los llamados "nacionales", decide ayudarlas. Se presenta ante el Sr. Sanz Briz, Embajador español en Hungría y comienza a colaborar con él. A los pocos días, el Embajador, recibe la orden de Madrid de cerrar la Embajada y trasladarse a Suiza. Eso puede representar que las casas de acogida que tiene la Embajada, como territorio español, dejen de gozar de inmunidad y, consecuentemente, que los judíos allí acogidos por iniciativa de Perlasca se queden sin protección. Para evitar que esto pueda suceder, Perlasca, valiéndose del documento que le extendió Franco, se hace pasar por Cónsul español, consiguiendo que la Embajada siga abierta y, lo más importante, que también sus casas queden protegidas.
Los alemanes van perdiendo la guerra y esto les convierte todavía más peligrosos. Su acoso a los judíos se hace cada vez más agobiante. Perlasca se juega la vida repetidas veces para mantener la situación, que ya se hace insostenible. La humanidad de aquellas pobres gentes, sin otra protección que la que les brinda Perlasca hacen que éste se reafirme casa vez más en su decisión de no abandonarles y luchar por ellos cuanto le sea posible, jugándose la vida y renunciando a regresar a su casa, junto a su familia.
Así es como consiguió salvar de la muerte a miles de judíos y evitar la destrucción total del Ghetto, en la retirada del Ejército alemán, en el que se hacinaban miles de judíos de todas las nacionalidades.
La llegada del Ejército Rojo terminó con aquella situación, de la que Perlasca sólo se llevó la gratitud de los que sobrevivieron y el dolor por la suerte de aquellos a los que conoció y no pudo ayudar.