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  Machuca  Dirigida por Andrés Wood
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Dirigida por Andrés Wood (La fiebre del loco, Historias del fútbol).

Con melancolía y entusiasmo
El 11 de septiembre de 1973 yo tenía 8 años y, de cuarenta compañeros de curso, al menos quince vivían en los poblados chabolistas de la ribera del río Mapocho, a la salida de mi colegio. Estos niños habían entrado en el establecimiento educacional por la iniciativa del director, un sacerdote norteamericano de ideas progresistas. Fue una experiencia enriquecedora, a veces tormentosa y cruel pero también maravillosa; llena de contradicciones, como las que se vivían en el país. Fue un corto período de tiempo que nos marcó profundamente a todos (alumnos integrados y no integrados), ya que reunió a dos mundos que estuvieron y han estado completamente separados en la historia de Chile.

Me parecía que hacer esta película era algo absolutamente necesario, por un lado, porque nadie ha tocado la pérdida de la democracia en Chile bajo esta perspectiva. Aquí son los niños quienes miran, no juzgan ni emiten juicios. Son testigos de los hechos que sucedieron. Eso le da mucha libertad y verdad al relato. Y en ese sentido, la narración no está centrada en la filiación política y ni siquiera social. Son todos seres humanos, con sus grandezas y sus miserias. Por otro lado, es la primera película acerca de ese período hecha por un director que vivió la dictadura en Chile y, además, el primer director chileno de esta generación (entre treinta y cuarenta años) que tocaría este tema. Esto no tiene en sí mismo mayor valor, pero creo que abre la posibilidad de una nueva mirada a esos intensos años.

En MACHUCA he retomado ese período desde la melancolía, pero no lánguida sino llena de entusiasmo, como el de dos niños de once años que descubren mundos externos e internos en los que por fin pueden sentirse a sus anchas.

Todo se vive literalmente desde sus ojos. A través de ellos recibimos la información fragmentada del experimento educacional, de sus familias y del país.

Indudablemente, era un proyecto ambicioso, pero no por todo lo que quería abordar sino porque tenía que tener muy claros los límites de esta historia: el peor pecado hubiera sido intentar decirlo todo. Por eso, en MACHUCA, nos hemos limitado a lo que los niños han querido mostrarnos.