El segundo largometraje de la aclamada directora argentina Lucrecia Martel profundiza las marcas de estilo que ya había exhibido en La ciénaga: una compleja visión de la decadencia argentina a través de un film coral pleno de sutilezas de actuación, diálogos y puesta en escena que funden religión, fatalidad y erotismo.
En el reparto cuenta con mercedes Morán (La luna de avellneda, Diarios de motocicleta, La ciénaga), Carlos Belloso, Alejandro Urdapilleta (Adiós querida luna).
Seleccionada para competir en la sección principal del festival de Cannes 2004.
Entrevista a Lucrecia Martel
Hablo de religión, la católica que es la mía, porque es donde aprendí una forma de pensar. Un sistema de pensamiento que define una "naturaleza" para las cosas, y un sentido a la existencia. Un sistema que confía en que Dios ha dispuesto todo en forma de plan, ha organizado las cosas hacia un fin. Pero cuando, por distintos caminos, alguien llega a la conclusión que tal Arquitecto no existe, al menos en esos términos de "voluntad divina", el mundo se revela en su misterio, en su injustificada existencia. Es inevitable sentir cierto desamparo, que de ninguna manera es triste ni paralizante, sino inmenso y maravilloso. Y es el desamparo divino, el abandono de las criaturas a su suerte, sobre lo que he preferido construir mi propio pensamiento. La Ciénaga, La Niña Santa, giran en torno a eso. Lo religioso es una cuestión extremadamente actual para mí. Nos obliga a pensar en nosotros, abandonados en esta tierra a nuestras propias guerras, a nuestras propias cárceles, sin embargo, capaces de ser inmensamente libres.
Hay algo entre la medicina y la santidad que me interesa. Los cuerpos enfermos y los cuerpos sanos. Las lepras de Job, donde se esconden Dios y el Demonio. Los santos enfermos de santidad y sus milagros de sanación. Las llagas de los estigmas y la idea de pasión. El médico del alma. Los enfermos tan enfermos que parecen monstruos. Me gusta pensar en los monstruos. En la antigüedad la aparición de un monstruo, alguien físicamente contrahecho, era una señal divina. Un gran cataclismo se acerca, algo va a suceder, ha nacido un niño con cola de rana. El Monstruo, el que señala, el que devela los designios divinos. Los monstruos mutaron con el tiempo y aparecieron otros monstruos, los degenerados, las medidas arias, los asesinos seriales vestidos en cuero humano, ¿las ligas de cuero?, el petizo orejudo, los pobres en general, que amenazan con su monstruosas carencias. Desde Aristóteles, pasando por Plinio, los fisionomistas, el libro de Lavater (con prólogo de Goethe), los frenólogos, la antropología antropométrica, la antropometría forense, el alma y el cuerpo, tantas veces separados para ser santos, volvieron a reunirse en el mal.
Se de la existencia de un libro que estudia las similitudes morfológicas en los pies de las prostitutas. ¿Habría una huella de prostitutas? ¿No sería bueno que en la playa analizáramos las huellas de nuestras madres, nuestra propia huella? ¿Serán los tacos pequeñas prótesis para pies de prostitutas? ¿Será por eso que en el colegio no nos dejaban usar tacos?. A fines del siglo XIX, la preocupación por descubrir el alma de las personas en la carne no tenía límites. Y en esta película todo eso está de manera subyacente, todo el tiempo, tengo que decirlo. Hay un capitulo de los comentarios de Francisco de Veyga al código civil argentino, creo que de 1901, dedicado a la responsabilidad jurídica de los monstruos, donde analiza con mucho esmero el caso de los siameses, un cuerpo con dos cabezas, una cabeza con dos cuerpos, ¿cuántos responsables?. Me gusta pensar a la humanidad como una familia de fenómenos que traicionan toda previsibilidad.
Lo religioso es una cuestión extremadamente actual, que inunda toda cultura y se derrama fuera de todos los templos, y nos obliga a pensar en nosotros, los hombres, aquí, abandonados en esta tierra, a nuestras propias guerras, a nuestras propias cárceles, ¿no deberíamos intentar establecer un pacto entre nosotros, para organizar este mundo del modo que nos parezca mejor para la felicidad de todos, sin intentar hacernos iguales? En el fondo me parece un mejor camino que el "no hemos venido a liberar a los esclavos, sino a hacerlos buenos" dice San Pablo. Yo creo que es hora de liberar a los esclavos.