Ignacio y Pablo son padre e hijo. El primero tiene cincuenta y cinco años, y el segundo está cerca de la treintena. En los últimos meses ninguno de ellos ha vivido en la casa familiar en la que los dos fueron los únicos ocupantes, Ignacio porque emigró a otra ciudad en busca de empleo; su hijo, porque ingresó en un centro de desintoxicación.
La casualidad quiere que padre e hijo regresen al pueblo el mismo día. A Ignacio, en su nueva empresa, le han jubilado anticipadamente y se ha quedado sin excusa para prolongar su ausencia del pueblo y de lo que fue su casa familiar. A Pablo, por su lado, le han dado el alta en el centro y, a partir de ahora, podrá seguir su tratamiento en el ambulatorio del propio pueblo.
El primero en llegar a la casa es Ignacio. Nada más hacerlo descubre con rabia y estupor que su vieja motocicleta vieja en el tiempo, pero que él siempre ha conservado reluciente y en perfecto estado se halla convertida en un caricaturesco esqueleto. Le faltan las ruedas, los faros, el carburador, el asiento... Ignacio siempre se ha sentido orgulloso de su moto, en ella fue a los bailes populares con su mujer cuando eran novios, en ella llevó a Pablo a la playa cuando era crío, en ella fue al trabajo... y verla ahora en ese estado le llena de desconsuelo. Para Ignacio, el aspecto que presenta la moto no es sino un símbolo de la ruina en que se ha convertido su vida.
Cuando Pablo llega a la casa, Ignacio que ignora que su hijo viene de un centro de rehabilitación lo primero que hace es reprocharle que haya vendido las piezas que le faltan a la moto para conseguir droga. Pablo no niega la acusación de su padre; es cierto aquello de lo que le imputa y comprende su enfado. A pesar de la tirantez con él, Pablo le promete que buscará las piezas que vendió. Ignacio recibe las palabras de su hijo con todo el escepticismo del mundo.
Y como las desgracias nunca vienen solas, Ignacio se va a encontrar con otra enojosa novedad. Él fue uno de los fundadores, junto a su mujer, de un coro, que ahora cumple sus bodas de plata. El coro ha sido media vida para Ignacio y la única alegría que esperaba en su regreso al pueblo era reintegrarse en él.
Pero ha habido novedades. El director ha cambiado y, para esta temporada, el coro está completo y con el nuevo repertorio que aquél ha impuesto ya ensayado. En lo que Ignacio considera una miserable degradación del rango que antes tenía, lo único que le ofrecen es encargarse del coro infantil, algo que toma como una verdadera afrenta. En este sentido, la presencia de su amigo Gerardo en el coro en el auténtico, en el de los adultos no hace más que recordarle a Ignacio lo que ha perdido. Gerardo no se cansa de pasarle por las narices su condición de solista que interpretará la "Salve" el día de la patrona del pueblo y eso provoca no sólo los celos de Ignacio sino que no pueda olvidar lo bajo que ha caído.
Pablo también encuentra novedades a su vuelta Su ex mujer (Maribel) se ha casado con Juan. Sandra, la hija de Maribel y Pablo, vive con la pareja.
Viendo el trío feliz que forman Maribel, Juan y Sandra, Pablo siente envidia. Envidia, pero no resentimiento. Comprende que la boda de aquellos dos es lo mejor para Sandra y que Maribel tiene derecho a la felicidad de la que no disfrutó cuando estuvo casada con un drogadicto como él. Pero a pesar de todo, Maribel, que le recibe con la misma frialdad que Ignacio, todavía sigue contando en el corazón de Pablo.
Padre e hijo no tienen otro sitio a donde ir que su vieja casa familiar y allí se instalan, dispuestos a afrontar una difícil convivencia.
Pero comparten una ilusión. Cada uno por su lado, y luego, juntos, los dos se aplicarán para reunir las piezas que le faltan a la moto. La tarea no es fácil, ya que el modelo es antiguo y no se fabrica en la actualidad, y de ahí que la consecución de cada una de las piezas suponga un triunfo que ayuda a que la relación entre ellos se vuelva menos tirante.
Y así, la reconstrucción de la moto se convertirá en la imagen y representación de la lucha de los protagonistas por tratar de rehacer sus vidas y conseguir que, a pesar de las dificultades, todo vuelva a estar de nuevo en orden.