Beba (59) supo ser una dama de clase acomodada. Fue dueña de su propia casa de cosméticos, pero hoy se ve forzada a trabajar como vendedora puerta a puerta de productos de belleza. Sus gruesos aros de oro y Dora, son los últimos bastiones de un estatus que no se resigna a perder. Dora (51) llegó a los diecisiete años desde la provincia del Chaco para trabajar "cama adentro" en la casa de la señora Beba. Desde entonces, con el dinero de su sueldo ha ido construyendo una casita en un asentamiento de la periferia de Buenos Aires. Sin embargo, Dora no puede terminar su casa porque Beba le adeuda seis meses de sueldo.
Cansada de escuchar las falsas promesas de pago de su patrona y dispuesta a enfrentar el desafío de vivir su propia vida tiempo completo, Dora decide renunciar. Beba le promete conseguir el dinero adeudado y le pide un plazo para reunir la suma. Durante ese tiempo, Beba intenta persuadir a Dora para que no la deje y salen a relucir las aristas más filosas de una relación signada por los prejuicios de clase y códigos de poder, pero también marcada por un mutuo afecto, cimentado durante más de tres décadas de convivencia.
Al ver fallidos sus intentos por retenerla, Beba finalmente salda la deuda con Dora y esta parte a su casa de la periferia para vivir con Miguel, su albañil y pareja de fin de semana.
En el departamento de Beba cortan la luz y el teléfono por falta de pago. Dora intenta llevar adelante su relación con Miguel, pero fracasa.
Tiempo después, Beba debe alquilar el departamento para poder afrontar sus deudas. Viaja en un flete hacia la casa de Dora con el propósito de regalarle sus muebles. Beba no tiene adonde ir. Dora le ofrece quedarse en su casa y volver a vivir juntas.