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  El viaje del emperador  (La Marche de l'empereur)
  Dirigida por Luc Jacquet
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Sobre la idea de El viaje del emperador el director Luc Jacquet comenta: "La historia empezó con una oferta de trabajo que decía básicamente: 'biólogo investigador sin miedo a nada, listo para embarcarse catorce meses hasta el fin del mundo'... Yo había cursado estudios de biología y etología y quería ser investigador. Como me gustan tanto la naturaleza y la aventura como la emoción y las condiciones extremas, la propuesta me pareció interesantísima. Además, ya entonces se trataba de captar imágenes de pingüinos emperador... el único problema era que yo no nunca había cogido una cámara. Así que empezamos con un periodo de formación en 35 milímetros durante diez días. Después vino mi primera estancia en la base Dumont d'Urville, con dos misiones por delante: anillar los pingüinos y elaborar una lista detallada de planos para rodar. Tenía veinticuatro años".

Entre la fantasía y la realidad
La historia de los pingüinos emperador y su ciclo de reproducción es única en el mundo. En ella se mezclan amor, drama, valor y aventura en el corazón de la Antártida, la región más aislada e inhóspita del mundo.

El guión lo pone la naturaleza, que se perpetúa desde hace milenios y que los hombres no descubrieron hasta principios del siglo XX.

EL VIAJE DEL EMPERADOR narra esta historia extraordinaria...

La historia de un pueblo dispuesto a cualquier sacrificio por dar la vida
En febrero termina el verano en la Antártida y el mar está libre.

Una gigantesca bandada de pingüinos emperador se desliza grácilmente por un agua azul oscura para unirse a la luz que irradia la superficie. Por aquí y por allá, colosales icebergs se hunden muy adentro hacia las profundidades y difunden una luz opalescente.

Los pingüinos emperador están en su reino, un medio rico en calamares y peces, un mundo liso y templado.

En marzo, los pingüinos emperador surgen del agua gris y viscosa como torpedos entre los bloques de hielo y caen pesadamente sobre la nieve blanda de las placas de banquisa que cubren el mar hasta un horizonte indefinido.

Para evitar perderse rápidamente en una tormenta en este universo blanco, los pingüinos forman pequeños grupos oscuros y dispersos. Desde el extremo mismo de la banquisa, concentrados en una fila india interminable y dando pasitos como si de una procesión de devotos hacia una lugar santo se tratara, miles de individuos se disponen a soportar las temperaturas más extremas.

Las manchas naranjas de sus cabezas parecen fluorescentes a la lúgubre luz. Los copos de nieve les caen encima y no se derriten.

El océano se congela en torno a la Antártida...

Como una inmensa caravana por un desierto blanco, cientos de pingüinos emperador avanzan paso a paso, en silencio. En el lugar al que van, sólo ellos pueden vivir en esta época del año, ningún otro ser vivo puede disputarles este terrible privilegio. Pero a ellos no les queda otra opción, tienen unas semanas para cumplir con sus ritos nupciales y unos meses para criar a su progenie. Los tres breves meses de verano no bastarán. Todos los años, para reproducirse, esta procesión tiene una cita con uno de los peores inviernos del planeta.

A comienzos de abril, tras muchos días de marcha, decenas de kilómetros recorridos y multitud de obstáculos a cual más peligroso, la procesión ha encontrado su camino, como cada año.

En el archipiélago de Pointe Géologie, es la hora de los amores y los cantos de seducción para los pingüinos reunidos en el oamok, el lugar más seguro de la banquisa para reproducirse.

En las alegrías y en las penas
A vista de pájaro, la colonia de pingüinos emperador parece un ovillo arrebujado en un pequeño enclave y rodeado de una inmensa vacuidad blanca. Este enclave está protegido al norte por un archipiélago de pequeños islotes oscuros, al sur por los acantilados del continente, y al este por una larga lengua glaciar que se extiende en forma de abanico sobre la banquisa antártica. Al final del glaciar, cientos de icebergs a penas separados forman un largo dique de hielo. Esta gigantesca barrera de varias decenas de metros de altura protege la colonia de los vientos dominantes del sureste, que azotan continuamente la región. Más lejos, todo es completamente liso y blanco en todas direcciones hasta donde la vista alcanza.
Por la mañana, la banquisa ha vuelto a formarse. Cubre el mar a lo largo de casi doscientos metros hacia el norte, rodeando literalmente la Antártida durante todo el invierno.

Un pingüino se pasea entre la multitud. De vez en cuando se detiene, dobla suavemente el cuello y lanza un violento y agudo canto. Vuelve a levantar la cabeza, emite una especie de gruñido y sigue su camino hasta que uno de su especie decide responderle.

A continuación sigue una serie de danzas a dúo. Las líneas bien definidas que delimitan la altura de sus cuerpos se doblan y estiran sin cesar. Después de los cantos, los pingüinos adoptan una postura extática, sin importarles lo más mínimo el guirigay que los rodea, y permanecen inmóviles varios minutos, como fascinados ante la vista de su nueva pareja.

Si suele decirse que la puntualidad es una virtud de los reyes, en el caso de los emperadores es algo fundamental.

La reproducción del pingüino emperador es una auténtica carrera contra reloj donde cada minuto cuenta. Si algo interfiere en el buen desarrollo del proceso se habrá perdido el año y los amores deberán dejarse para el invierno siguiente.

En seguida, formidables dúos empiezan a resonar en toda la colonia, ensordecedores. Gracias a estas exhibiciones, la pareja establece unos lazos muy fuertes.

Por un lado, hay que identificar bien a la pareja (a falta de territorio y en semejante barullo sólo faltaría que se te pierda el compañero con la que esa misma mañana has decidido formar una familia), y, por otro, hay que sincronizarse, es decir, poner el reloj biológico a la misma hora para estar perfectamente compenetrados durante los meses siguientes.
A pesar de la imprevisible barahúnda de cantos de apareamiento entremezclados, cada pingüino registra con precisión la "firma vocal" de su pareja y es capaz de identificarla entre miles de voces distintas. Al cantar, el pingüino da a conocer no sólo su "código" de identidad personal, sino también su sexo y, cómo no, su predisposición a reproducirse. Para colmo del refinamiento, el ave que canta reprime el canto de sus congéneres a metros a la redonda. Esta fórmula de cortesía por la que cada uno habla a su tiempo evita que se produzca un griterío indescifrable en un radio de varios metros.

Tras el baile de seducción, al que sigue el apareamiento, varios grupos reducidos abandonan el lugar y vuelven a partir hacia el horizonte.

Las hembras que no han encontrado un compañero abandonan la colonia y vuelven al mar antes de que el invierno entre de lleno.

La lucha más bella
Abril y mayo serán cualquier cosa menos una luna de miel.

Durante esta época en que las noches duran casi catorce horas y no hay nada que comer, la joven pareja vive de amor y nieve fresca, y sobrevive gracias a las reservas de grasa acumuladas desde diciembre.

A finales del mes de mayo, la hembra, delgada hasta el punto de haber perdido un tercio de su peso, pone un huevo, uno solo. Comienza la puesta. Se trata de un acontecimiento tremendamente delicado. El huevo no debe rodar sobre el hielo bajo ningún concepto. En pocos segundos se congelaría. La hembra lo desliza enseguida sobre sus patas y lo esconde en un pliegue de su vientre, la bolsa incubadora.

El macho, un poco menos delgado que su compañera, va a tomar el relevo e incubar el fruto de su unión. Este compromiso es en sí mismo una prueba de coraje y resistencia, pues el macho deberá mantenerse casi inmóvil y sin comer durante más de sesenta días, expuesto a las peores condiciones climáticas....