¿Una niña de 11 años, audaz superviviente de la jungla de asfalto, fascinada por Mozart en medio de un acto delictivo? Imposible, o al menos improbable. El alimento cotidiano de Maroa son telenovelas cursis, changas y raps que interpretan al barrio, y por las noches, el chasquido de las balas, los disparos reflejados en las encuestas que cuantifican 130 muertos, cada fin de semana, en las barriadas de Caracas. Brígida, su abuela, adivinadora, tramposa y vendedora de lotería, la maltrata y le exige rendición exacta de las cuentas, pero es su única familia. Impetuosa y decidida, la vida de Maroa no tiene futuro hasta el momento que escucha un clarinete. La conexión es mágica y profunda. Los días de Maroa giran en torno a las clases de música que imparte el músico Joaquín, tímido e incondicional, quien se interesa de inmediato por esta niña talentosa, carente de la más elemental disciplina. Joaquín, el único que siembra esperanza en su abandono, descubre que, a través de Maroa, su mundo cambia para siempre.