Invierno de 1977. Club "La Noche". Silvia Conde una folclórica de renombre, con más de treinta años, y un poderío sexual innegable, hace retumbar las paredes con su voz de trueno, sostenida por un conjunto eléctrico, medio gitano, medio ye ye. Más allá del diminuto escenario, iluminado por luces de colores, el local, abarrotado de público, esta sumido en una penumbra que apenas deja ver el ennegrecido terciopelo rojo que cubre asientos y paredes. Un camarero sirve copas frenéticamente, algunas parejas aprovechan las sombras para explorarse mutuamente, otros jalean a la cantante sin todo el respeto que merece su arte. Entre el público, agobiado por el humo, el ruido y el calor, aunque sin quitarse su pelliza, Federico Solá (prestigioso hombre de teatro y antifranquista destacado) mira con distancia el espectáculo que se desarrolla en el escenario y en el resto del club. Junto a él, Manolo, compañero del grupo de teatro, atiende encantado al show. Manolo ha sido quien ha llevado a Federico a ver el espectáculo, la idea es transmitirle a Federico que para poder llevar a cabo la película que quiere dirigir: Encerrados en la mina, un duro drama social sobre los trabajadores del sector minero, necesita una estrella que le ayude a poner en pie el proyecto y esta podría ser Silvia Conde.
Silvia Conde no solo está por la labor de participar en el largometraje, que para ella sería volver al candelero tras unos años aciagos en su carrera, sino que incluso ya ha buscado un productor amigo suyo para que saque adelante el proyecto. El productor no es otro que José María Culebras, productor de escasa reputación, ludópata, mujeriego, un hombre capaz de vender a su hermano a cambio de poco, muy poco, no parece ni mucho menos el mejor productor para la película de Federico. Silvia, a la que Culebras descubrió cuando la niña apenas tenía ocho años convirtiéndola en un auténtico fenómeno de masas (aunque ahora esos años de gloria quedan ya bastante lejos), ve en el guión de Federico el papel dramático que lleva tanto tiempo esperando y que le permitirá volver al estrellato cinematográfico, por lo que a Culebras no le quedará más remedio que lanzarse a producirla (más que nada porque su única fuente de financiación proviene de un constructor de aún mas escasa reputación que él mismo cuyo último capricho es acostarse con la gran Silvia).
Comienza así un rodaje en el que todos tiran para su lado sin ponerse nunca de acuerdo, en el que, como todos los rodajes, surgen amores y buenas amistades, y en el que, sobre todo, aparecerán personajes más que peculiares, desde un censor con ínfulas de artista, admirador por igual de Alfredo Mayo que de Juanita Reina, hasta Benito Magallanes, actor medio tartamudo que ha heredado un dinero y quiere invertirlo en su carrera cinematográfica.
Todos verán en la película su última oportunidad para engancharse al tren de la fama, para cumplir sus sueños de gloria. Poco o nada les importarán las ideas de los demás: Culebras intentará hacer una película erótica, Federico un drama social, Silvia un musical y Benito una de aventuras, convirtiéndose el rodaje en un caos que se parecerá más al camarote de los Hermanos Marx que a cualquier otra cosa.