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  El tigre y la nieve  (La tigre e la neve)
  Dirigida por Roberto Benigni
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Attilio es un poeta y profesor universitario de poesía en la Universidad para Extranjeros de Roma. Estamos en el año 2003; la guerra de Irak no ha empezado todavía, aunque se palpa en el ambiente su próximo comienzo. Attilio parece vivir completamente en su mundo, encerrado en su torre de marfil, donde sólo se oyen las sublimes voces de los poetas que más le gustan. Tiene cierta reputación literaria; ha publicado recientemente su última colección de poemas, El tigre y la nieve, que ha tenido una buena acogida tanto de la crítica como por parte de los lectores de poesía.

Los acontecimientos cotidianos apenas hacen mella en él: de noche sólo sueña con una mujer con la que se desea casar. El nombre de la mujer es Vittoria y, en la vida real, ella, qué pena, no quiere saber nada de él. De hecho, ella se exaspera con las constantes atenciones de este hombre incurablemente alegre que nunca cesa de declarar su imperecedero amor por ella. Attilio la sigue a todas partes, la vigila, le promete amor eterno y se lanza a sus pies. Pero cuanto más le presiona, ella más se resiste. Vittoria también forma parte del mundillo literario: en este momento se encuentra escribiendo la biografía del poeta iraquí más importante de la actualidad, que ha vivido durante años en París y que está preparando su regreso a su hogar en Bagdad. Si estalla la guerra, a él le gustaría estar entre su gente. Vittoria y Attilio le conocen brevemente en Roma.

El atolondrado y despreocupado carácter de Attilio hace que el día a día en su vida sea un tanto difícil; siempre se está metiendo en problemas, de los que un amigo abogado pasa la mayor parte de su tiempo tratando de liberarle. Día y noche el abogado está al teléfono móvil, haciendo todo lo que puede para poner un poco de cordura en su cliente.

Un día, Attilio recibe una llamada del poeta iraquí, ahora de regreso en Bagdag: Tiene terribles noticias. Vittoria, que viajó a Irak con él para completar su biografía, ha sufrido heridas graves en una de las incursiones aéreas anglo-americanas y se encuentra a las puertas de la muerte.

Attilio no lo duda ni un segundo. Removiendo cielo y tierra, logra llegar hasta Irak ese mismo día, formando parte de una delegación de la Cruz Roja. A través de una mezcla de suerte y cabezonería e inspirado por su apasionado amor hacia Vittoria, logra entrar en contacto con el poeta iraquí y averiguar el hospital al que ha sido llevada Vittoria: Inconsciente, más muerta que viva, la mujer de sus sueños está abandonada en un lóbrego rincón de un hospital que no cuenta con las comodidades básicas necesarias ni medicinas o víveres de ningún tipo. La situación es desesperada; para tener una posibilidad de sobrevivir, Vittoria necesita una medicina que reducirá la presión del edema cerebral que está poniendo en peligro su vida. Dado que no hay nada disponible allí mismo, Attilio se sumerge en la ciudad en busca de la medicina, encontrando únicamente farmacias abandonadas y ruinas. Sin embargo, rehúsa abandonar toda esperanza: si la medicina no se puede encontrar, habrá que fabricarla. Localiza a un viejo químico iraquí - un alquimista, dicen - y con mucho apremio, el viejo le da una tosca receta casera para el ansiado remedio.

Finalmente – tras correr de aquí para allá entre edificios que se caen y bombas que explotan, habiendo plantado cara a todo tipo de horrores y desastres de la guerra, tiene que vérselas con controles de carretera, campos de minas y saqueadores. Attilio logra alcanzar su objetivo y salvar la vida de Vittoria. La coloca en el hueco que queda bajo una de las escaleras del hospital; no sólo ha conseguido la medicina que ésta precisa, sino también oxígeno y goteros nutricionales. Cuando no está corriendo a la búsqueda de suministros, pasa todo el tiempo, día y noche, cuidando de su amada, la cual es incapaz de darse cuenta de lo que está haciendo por ella, pues sigue inconsciente.

Y mientras tanto, el abogado de Roma sigue llamando a Attilio a su teléfono móvil, creyendo que su cliente sigue tranquilo y feliz en la Ciudad Eterna. El poeta iraquí es ahora el compañero de fatigas de Attilio en sus andanzas; se da cuenta de que para su amigo y colega, una única vida es tan importante como la vida de todo un país. Cuando Vittoria al final abre los ojos de nuevo, Attilio ya no está a su lado; ha sido capturado por las tropas americanas, pues su presencia ha sido revelada por el incesante sonar de su teléfono móvil.

Una vez recuperada, Vittoria regresa a Italia; mientras Attilio – quien ha sido tomado por un soldado enemigo – termina en prisión. Pero al final logra volver a casa, más o menos sano y salvo. Se encuentra con Vittoria, quien no tiene ni idea de que fue salvada por su estrafalario pretendiente pergeñador de poesías. Y hay algo seguro: Attilio nunca se lo dirá