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  La vida abismal  Dirigida por Ventura Pons
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Ventura Pons (El director)
Después de una década como director teatral, en la que dirigió una veintena de espectáculos, rodó su primera película en 1977, Ocaña, retrat intermitent (Ocaña, retrato intermitente), por la que fue seleccionado oficialmente por el Festival de Cannes de 1978. Tras dieciocho largometrajes, dieciséis de ellos producidos con su compañía Els Films de la Rambla, S.A. fundada en 1985, se ha convertido en uno de los directores más conocidos de Cataluña. Su obra se programa continuamente en los mejores Festivales Internacionales, destacando la Berlinale, donde ha conseguido su presencia consecutiva durante cinco años, y a la vez ha sido estrenada en numerosos países. Ha sido homenajeado en los Festivales de Bogotá, Tesalónica, Belgrado, Dijon y Luxemburgo y han presentado retrospectivas de su filmografía, entre otros, el ICA (Institute of Contemporary Arts) de Londres, el Lincoln Center de Nueva York, los Festivales de Cine de Buenos Aires, Varsovia, Valdivia y Estambul, la American Cinematheque de Los Ángeles y las tres Cinematecas de Israel; Jerusalén, Haifa y Tel-Aviv. Ha sido Vice-Presidente de la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de España y actualmente es consejero de la SGAE y patrono de la Fundación Autor. Ha recibido el Premio Nacional de Cine de la Generalitat de Catalunya, un Premio Ondas, el Premio Ciudad de Huesca y la Medalla de Oro al Mérito en las Bellas Artes.

Notas del director
Aprovecho LA VIDA ABISMAL para hurgar y destapar parte de la memoria de una generación, la mía, que vivió en unas circunstancias muy distintas de las de ahora. Creo que vale la pena el esfuerzo de presentar y ofrecer como narración cinematográfica la historia que nos brinda, de forma novelada pero casi autobiográfica, Ferran Torrent en su último y espléndido libro situado a inicios de los setenta. Por lo menos para mí tiene un gran significado. Con esta película pretendo mirar, con cierto sentido del humor y sin nostalgia, los años adolescentes de nuestra deficiente formación como personas, con todas las frustraciones y también las esperanzas que se vivían en la última década del franquismo. Años oscuros, larguísimos, que no había manera de que acabasen, en los que el código de valores de los que mandaban se había podrido por lo antiguo que era pero que aún se manifestaba fuertemente en el día a día, y nos lo teníamos que tragar, fuera cual fuera nuestra opinión. Son los años de nuestra lucha, quizás ilusoria en parte pero muy entusiasta, buscando la liberación social y personal contra los estamentos represores más significativos: caciques, militares, gente del orden y curas, intransigentes obstinados, obsesionados en poner obstáculos y frenos en la evolución del país. Un país atrasado que iba viendo con estupefacción y envidia cómo fuera, muy cerca, tanto en las islas británicas a principio de los sesenta con la generación angry, como en Francia en mayo del 68 e incluso en Portugal, que se anticipó con la revolución de los claveles en el 74, iban cayendo los viejos regímenes, defensores de toda clase de tabúes de la pequeña e inolvidable historia que querían hacer perdurar. Y nosotros, entretanto, esperando. Esperando y aguantando.

Aunque, ciertamente, observando el escenario del inicio de los setenta, que es cuando pasa la mayor parte de la acción, producen risa – reírse siempre es muy sano- muchos de esos personajes de la dictablanda ibérica, esperpentos de otro planeta, pero la verdad es que los tuvimos que soportar. Y si alguien lo duda que pregunte a la gente que dejó la piel en la prisión por tonterías de los tribunales, o a los últimos fusilados del régimen que, no lo olvidemos, se fue apagando sin dejar de aplicar la pena de muerta hasta el último suspiro. Unos años después, con la llegada de la democracia, las cosas fueron cambiando y mucho. Las libertades democráticas conseguidas en esas décadas son tan indiscutibles como la falta de memoria que se ha instalado entre nosotros. Este país parece otro pero me temo que mucha gente, sobretodo los jóvenes, piensan como si la libertad de la que disfrutamos nos hubiera llegado por gracia divina, como si se tratara de la cosa más natural del mundo, precisamente ahora que la fiera feroz ibérica vuelve a enseñar las garras de su rancio discurso y nos quiere obligar a volver atrás. El caudillo nos dijo adiós desde la cama pero sus herederos se han quedado entre nosotros para tomar el relevo como eternos testigos. Y no son pocos. ¡Qué miedo!

La historia que se explica en LA VIDA ABISMAL, en este contexto de páginas vividas, me sirve en primer lugar para presentar el viaje iniciático de un adolescente, rebelde que no sabe qué quiere hacer con su vida, y a quien el conocer a un personaje que vive al límite, en el borde del abismo, le servirá para ir descubriendo una vida muy alejada de la rutina de aquellos años tristes. De alguna manera este tema, el del despertar de la vida, el de ver cómo el mundo puede tener otro significado, ya lo había abordado en Food of love (Manjar de amor) con la relación que el alumno pasapáginas establece con el pianista, pero el relato de Ferran Torrent me ofrece mayor proximidad. No hay en el relato, ni en su más pequeña anécdota, nada que no me suene a experiencia vivida, que no me resulte familiar. Todos los episodios sobre la policía, el sexo, la iglesia… son muy identificables. También me permite el hecho de ahondar en los límites de la pasión, en cuál es el punto en el que el delirio de una obsesión se convierte en una actitud enfermiza. Un tema que me fascina, como creo que debería pasarle a cualquier persona que tenga un altro grado de implicación en un trabajo de creación. Me gustaría que se entendiera que, para mí, el juego (cualquier clase de juego) que presentamos es una excusa para hablar del sentido de la pasión por la vida, como una suerte de parábola de nuestras capacidades. Y finalmente el gran tema, la amistad. La relación con quien escogemos para formar un nuevo núcleo casi familiar.

Estos tres temas principales – la amistad, el descubrimiento de la vida y el sentido de la locura por vivirla – tienen mucho juego, tanto dramático como estético. En la puesta en escena, a pesar de una cierta articulación estructural no cronológica del guión, busco presentar los dos primeros de una manera limpia, llana y próxima para el público y el tercero con unas puntas visuales que sirvan para explicar la locura que nos puede dominar a todos en la búsqueda de ese ir más allá de los límites, de ese vivir cerca del abismo. En este sentido, el rodaje por primera vez en HD (alta definición) me ayudará a conseguir la visualización definitiva, sobretodo gracias a las oportunidades que me ofrece el montaje digital.

Sin la complicidad de unos actores y de un equipo tocados por la gracia de algún Dios de los buenos, que alguno hay, del Olimpo, esto no se podría conseguir. No tengo palabras para expresar mi agradecimiento al magnífico e inquietante Óscar Jaenada, a la serenidad del debutante Jose Sospedra, a Antoni Valero, Juli Mira, Pepa Lòpez, en fin, al larguísimo reparto de actores valencianos que hacen honor a su buenísima reputación. Vuelvo a trabajar con mis (cada vez más) cómplices habituales: Mario Montero en la fotografía, Carles Cases en la música, Pere Abadal como montador, Bel·lo Torras en la dirección artística, Aintza Serra organizando la producción... Nos conocemos de trabajar juntos en muchas y muy variadas historias que me ha apetecido contar durante estos últimos años y que sin su concurso no habrían sido posibles.