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  No estoy hecho para ser amado  (Je ne suis pas là pour être aimé)
  Dirigida por Stéphane Brizé
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Notas del director
Punto de partida
Esta película partió del simple deseo de observar a un hombre absolutamente incapaz de expresar o de recibir la menor emoción en un momento de fragilidad de su vida.

A los cincuenta años, Jean-Claude percibe de forma inconsciente que tiene la última oportunidad de construir afectivamente alguna cosa. Él, como otros personajes de la película, se encuentra ante una elección, una elección que va a comprometer su vida a partir de ese momento y que va a ocasionar felicidad o bien amargura y arrepentimiento. Al situar a mis personajes ante ese dilema, observo las razones invisibles que les llevan a actuar de una manera o de otra, mostrando lo paradójico de algunas de sus decisiones, que en ocasiones entran en contradicción con sus propios deseos. Unos personajes, tanto los jóvenes como los menos jóvenes, a los que no se les ha enseñado a amar o a ser amados... y a menudo esto va unido. Como resultado de todas estas carencias o traumas, personas que fracasan, que sufren, personas agobiadas por los remordimientos al final de sus días, personas que querrían abrir su corazón pero que o no pueden o no saben cómo hacerlo. Y, sin embargo, a veces hace falta muy poco para liberar todo eso: una palabra, un gesto, una pequeña dosis de valor... Lo que pasa es que cuando no se ha aprendido cómo hacerlo, puede parecer la ascensión de la montaña más alta del mundo. Las preguntas de mis personajes, sus anhelos, sus deseos, sus entusiasmos, sus penas, sus bloqueos, son universales y se inscriben en una realidad y una cotidianidad que podríamos calificar de normales, pero me sorprende y me maravilla constatar que de la observación de lo cotidiano siempre surge —al mismo tiempo que la violencia de ciertas situaciones— humor y poesía...

Los personajes principales
Jean-Claude Delsart, agente judicial, es un hombre de cincuenta años, muy solitario, muy rígido, cansado, con un trabajo difícil en el que no hay el menor espacio para la ternura, las relaciones que mantiene con su hijo son educadas pero distantes y las que mantiene con su padre, dolorosas. Pero, en el momento que he elegido para interesarme en Jean-Claude, en su caparazón se está abriendo una fisura imperceptible... En medio de su quehacer cotidiano, en conjunto bastante triste, Jean-Claude abre la ventana de su oficina, mira y oye las clases de tango que se desarrollan en el edificio de enfrente. Seguramente, cinco años antes no habría pasado nada, ni siquiera hubiera permitido que la música lo emocionara, pero está en un momento de fragilidad de su vida en que todo es posible. Jean-Claude baja la guardia y se encuentra ante sensaciones y emociones que no está acostumbrado a manejar. Y precisamente a partir de ese punto puede surgir la comedia, porque enfrento a mi personaje con una situación que le resulta extraña, para la que no está hecho.

En cuanto a Françoise, siempre la vi como alguien mucho más capaz de ayudar a los demás que a sí misma. Un rasgo de su carácter que ilustra, por una parte, su trabajo como orientadora y, por otra, su relación con su pareja, Thierry, al que se pasa todo el tiempo dando ánimos. Los deseos personales de Françoise siempre pasan a un segundo plano, esto es lo que la caracteriza. Al mismo tiempo, y eso es lo que la hace compleja e interesante, muestra una personalidad afirmada. Pero entre lo que ella hace y lo que siente profundamente está el fruto de una educación, y así se encuentra atrapada entre la razón (su boda, el deseo de su madre, los consejos de su hermana) y la súbita y brutal emoción que siente ante Jean-Claude.

El tango
En primer lugar, elegí el tango porque quería que mi personaje principal tuviera que enfrentarse a un elemento que lo desestabilizara, que lo emocionara, sin que comprendiera realmente por qué. Es muy sensual y, a la vez, desde mi punto de vista, no es demasiado temible para alguien que no se siente bien ni con su cuerpo ni con sus emociones. El tango también lleva consigo una melancolía que es un eco de la personalidad del personaje principal y que se inscribe con claridad en mi propio universo.

Una vez hecha tal elección, tenía que sumergirme en un mundo del que en realidad no conocía nada. En primer lugar, tenía que encontrar toda la música que se oye en las clases de tango, así que pasé horas y horas escuchando discos guiado por algunas personas que conocen bien el tango. Necesitaba a la vez un estilo de tango que me gustara y que pudiera transmitir una emoción precisa acerca de cada una de las escenas de las clases de baile. Y poco a poco, uno por uno, fui encontrando cada fragmento: la mayoría interpretados por Carlos Di Sarli y uno por Horacio Salgan.

La segunda tarea era encontrar al compositor de la música de la película propiamente dicha. Lo que tenía muy claro es que también tenía que ser tango. En este caso, como sucede a menudo, el azar hizo bien las cosas. Mucho tiempo antes del rodaje yo había coincidido con Eduardo Makaroff y Christoph H. Müller, así que les pasé el guión, les gustó y enseguida estuvimos de acuerdo en que no se inspirarían en su trabajo personal (remix de tangos con ritmos electrónicos) porque lo que más me interesaba de ellos era su sentido de la melodía. A partir de ahí, llegaron a lo que nos proponíamos lograr: un tema musical fácilmente memorizable que apareciera en distintos momentos de la película con distintas orquestaciones. En suma, hacer una cosa sencilla, hermosa y eficaz..., es decir, ¡lo más complicado que hay!