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  La vida en juego  (Gridiron Gang)
  Dirigida por Phil Joanou
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Comienza con una idea que surge de la frustración. Perplejo y consternado por la alarmante tasa de reincidencia (el 75 por ciento) de los jóvenes con problemas de los que se encarga en Camp Kilpatrick, el oficial de la condicional Sean Porter (Dwayne “La Roca” Johnson) y su colega Malcolm Moore (Xzibit), buscan desesperadamente la forma de alejar a estos jóvenes de las circunstancias terribles que les llevaron a los barracones juveniles de máxima seguridad.

La mayoría han sido condenados por crímenes en su comunidad en Los Ángeles o en sus alrededores, y ahora están obligados a vivir juntos en una atmósfera de desconfianza mutua y odio total. Las treguas forzadas entre grupos raciales a menudo estallan en violencia. El sistema judicial ve Camp Kilpatrick como la última oportunidad de estos jóvenes antes de ser encarcelados en la California Youth Authority, donde experimentarán los horrores de la vida adulta en prisión. Estas tutelas del condado para cuidar de ellos mismos y de sus vidas ha sido una tarea ingrata incluso para los orientadores más dedicados como Porter y Moore. Demasiados jóvenes a su cargo han vuelto al mundo sólo para terminar en prisión o, demasiado a menudo, encontrar una muerte violenta antes de llegar a ser adultos.

Cuando era adolescente, Porter superó sus propios problemas personales y se convirtió en jugador de fútbol de instituto de primer nivel. Se pregunta si las lecciones que aprendió de la disciplina y el espíritu de equipo se podrían aplicar a estos jóvenes para ayudarlos a superar la desesperanza que sienten. Él y Moore improvisan juntos un equipo, los Camp Kilpatrick Mustangs, de entre los residentes del complejo, algunos de los cuales están ansiosos por jugar y otros no.

El plan de Porter se encuentra con el escepticismo inmediato del director del campo, Paul Higa (Leon Rippy) y su asistente, Dexter (Kevin Dunn), además de los entrenadores de fútbol de los institutos de los alrededores que se oponen a acoger a delincuentes convictos en sus terrenos de juego.

Los posibles miembros del equipo comparten una educación penosamente parecida, marcada por el abuso, la pobreza crónica y las guerras entre bandas. Willie (Jade Yorker), afro-americano, perdió recientemente a un miembro de su familia por la violencia entre bandas. Kenny (Trever O’Brien), caucásico, proviene de un hogar roto. Junior (Setu Taase), un joven samoano de 17 años, ya es padre de un niño de dos años.

Inmediatamente, Porter y Moore se esfuerzan por ganar la confianza de los miembros del equipo. Poco a poco, gracias a su dedicación sin límites, los jóvenes empiezan a superar sus insignificantes diferencias y a comprometerse con la práctica habitual del fútbol, a pesar de miles de factores, como el hecho de que el terreno de juego del campo sea poco más que un pastizal plagado de rocas, que no hay dinero para la equipación, y que los entrenamientos a menudo entran en conflicto con las clases de la escuela, lo que provoca la animadversión de los otros internos que no son parte del equipo, y genera peleas violentas que llevan a los jugadores al confinamiento en solitario durante días.

Sin embargo, algunos de los miembros del equipo empiezan a demostrar habilidades especiales. Willie tiene un don para correr en el fútbol. Calvin (David Thomas) tiene la habilidad de placar a cualquier corredor —especialmente a Willie, ya que vienen de bandas en guerra de South Central LA. Madlock (James Earl III) es un lineman nato, y Kenny tiene buenas manos de receptor. Otros como Bug (Brandon Mychal Smith) y Evans (Jamal Mixon) prestarán su apoyo como gerentes del equipo.

A medida que los entrenamientos del equipo progresan en el campo provisional caluroso y polvoriento, se producen numerosos contratiempos. Junior se lesiona y la pérdida de su liderazgo se nota profundamente. Willie y Calvin siguen peleándose y acaban en la celda de aislamiento. Incluso el entrenador Porter tiene una pérdida seria ya que la salud de su madre sufre una recaída irreversible.

Sin embargo, Porter y Moore finalmente se abren camino y se las arreglan para convencer a un entrenador de instituto tras otro para que jueguen contra ellos. Cuando los Camp Kilpatrick Mustangs se demuestran a si mismos que son unos adversarios a tener en cuenta, consiguen las confianza suficiente para que les permitan viajar más allá de las puertas cerradas de su prisión de las montañas de Santa Mónica. En una temporada que pone a prueba sus mentes y sus cuerpos, los jugadores aprenden a respetarse a si mismos y a los demás. A partir de ahí se dan cuenta de que sus vidas no son incorregibles ni desesperadas, de que si pueden alcanzar la final del campeonato regional, puede ser sólo el primero de los muchos logros con los que pueden atreverse a soñar.