Dirigida por Nicolás López (Promedio Rojo).
Santos está protagonizada por un elenco internacional compuesto por: Javier Gutiérrez (Un franco, 14 pesetas), Elsa Pataky (Ninette), Guillermo Toledo (Crimen Ferpecto) y Leonardo Sbaraglia (Intacto). Participan, además, los actores chilenos Jenny Cavallo, Felipe Braun, Teresita Reyes, quien repite de la escuela Promedio Rojo, junto a Nicolás Martínez (Condoro) y Sebastián Berta Muñiz (Papitas). Con cameos de Paz Bascuñan, Néstor Cantillana, Boris Quercia y María José Prieto.
Notas del director
Notas de producción de una mega-producción artesanal desde el fin del mundo. Por Nicolás López.
La semilla del mal. Las influencias de Santos
NO ES MI CULPA. O sea
no tanto, la culpa -realmente- la tiene el contexto histórico. Claro, si hubiera nacido en París a mediados de los sesenta, seguramente hubiera soñado ser el nuevo Godard (y me vestiría bien y pesaría 20 kilos menos). Pero no. Nací en 1983 en Santiago de Chile. Literalmente, el culo del mundo. Culo, eso sí, pero limpio. Un país bajo una dictadura de la que nunca me di cuenta gracias a mi imberbe edad y a una tonelada de películas masivas-comerciales-norteamericanas, realizadas para olvidarnos del mundo real. Mi educación cinematográfica comenzó con Regreso al futuro 2, Cazafantasmas 2, Gremlins 2 y Terminator 2. Tiempo después, descubriría sus "precuelas". Entonces, claro, es difícil ser un director-latino-serio-ganador-de-San-Sebastián cuando te criaste con un menú audiovisual tan particular. Quizá por mi condición de sudaca (ilegal, más encima) debería hacer películas sociales, con niños pobres con pistolas o Marías llenas de gracia o cocaína, lo que venga primero
pero el destino quiso otra cosa. El destino quiso que hiciera una película de ciencia ficción, con dimensiones paralelas y superhéroes.
¿De dónde sacaste la estúpida idea de hacer cine de género en español?
Nunca conecté mucho con el sub-mundo superheroico yankee
hasta que apareció Batman, de Tim Burton. Gracias a eso consumí todos los cómics posibles donde hubiera un tipo con capa. Paralelamente, comencé a ver VHS mal grabados con películas piratas que no tenían distribución en mi tercermundista patria. Así, ingresé en el cine de Peter Jackson y Sam Raimi
antes de que ambos fueran directores de franquicias millonarias.
Yo hablaba de esto con mis compañeros de curso y nadie entendía nada. Me sentía solo. Y cuando estaba a punto de asumir que si quería tener una vida social debería aprender a jugar al fútbol (y dejar de ser la pelota)
ocurrió un milagro. En 1996 apareció Internet y gente con mis peculiares gustos estaban a un doble-click de distancia. Fue impresionante darse cuenta que ya no existían países pequeños, solo países con poco ancho de banda.
Una librería en el inmortal Portal Lyon (una especie de centro comercial dedicado al frikismo chilensis) comenzó a importar mangas traducidos al español desde España. Ahí, mi cabeza explotó. Akira de Katsuhiro Otomo, Dragon Ball Z de Akira Toriyama y Video Girl Ai de Masakazu Katsura me educaron. También aparecieron las primeras "novelas graficas", ya no eran cómics, sino, novelas. Me tragué todo Watchmen en un día. En el cine, además de Spielberg y Zemeckis, aparecieron John Waters, Kevin Smith, Robert Rodríguez y Quentin Tarantino. Lo tenia claro, eso quería hacer yo. Ser director de cine. Hacer cine de entretenimiento, masivo, divertido, freak
pero con corazón. Ahora, claro, ser director de cine en Chile, a mediados de los noventa, era como querer ser astronauta en Zimbaue. Además, todo el cine que se hacía en Latinoamérica nada tenía que ver con mis intereses.
Cuando estaba a punto de desertar y transformarme en autor de cómics
apareció una generación de directores en España que hacían el tipo de cine que a mí me gustaba
y en mi idioma. No era un sueño imposible. Álex de la Iglesia, Santiago Segura y Alejandro Amenábar me hicieron pensar que sí se podían hacer películas en español sin golpes de estado y niños salidos de favelas.
¿Así que quiéres hacer peliculitas?
Con la cámara de video de mis padres totalmente inspirado por el libro Rebelde Sin Pasta de Robert Rodríguez- y mi mejor amigo (Nicolás Martínez, mi actor fetiche, a quien verán en Santos), grabamos durante eternos fines de semana todas las idioteces que se nos ocurrían. Pasó el tiempo y debuté con cortometrajes de nombres tan refinados como Pajero (el título lo dice todo) y Florofilia (la mítica historia de amor entre un hombre y una planta). Comencé a publicar a una edad demasiado temprana para darme cuenta de lo que estaba haciendo, en el periódico El Mercurio, donde tuve una columna en la que contaba en vivo y en directo lo que me pasaba en el colegio. Resultado: me expulsaron por excesiva sinceridad con tiernos 14 años. Terminé el instituto asistiendo sólo a los exámenes. Ahí, decidí dejar de perder tiempo y me concentré en intentar hacer pelis.
Gracias a mi verborrea infinita logré convencer a unos cuantos auspiciadores -que me conocían por mis escritos en el periódico- y logré co-producir una pequeñísima película de terror (¡la primera en Chile!) y gracias a un sorprendente éxito de taquilla (45,000 espectadores con solo 8 copias), armamos una empresa que nació como portal en Internet (Sobras.com, que ya cumple 10 años) la que se dedicaría a producir y hacer marketing de películas, producir cortometrajes, sacar discos de grupos nuevos, distribuir películas raras, hacer programas de televisión y, en un futuro cercano
producir mi primer largometraje. Lo intentamos todo, fracasamos en todo
menos en levantar la financiación para mi ópera prima.
La primera vez duele
Con 20 años grité "Acción" (claro, lo hice, pero nadie había dicho "Sonido", ni "Cámara"
así que fue un poco triste. Después aprendería que me toca gritar el último). Estaba en el set de mi primera peli: Promedio Rojo (un chilenismo que se podría traducir como Suspenso). Promedio era una absurda comedia adolescente autobiográfica, basada en mi columna del periódico, rodada con 500.000 euros, co-producida por mi ídolo de infancia Santiago Segura, que fue un éxito de taquilla en mi país (150.000 espectadores con 29 copias) y que en España fue vista como por 16 personas. ¿Lo bueno? En Hollywood gustó bastante y fue calificada por Quentin Tarantino como "una de las películas más divertidas del 2005". Pero ésa es otra historia. Esta historia, la historia de Santos, es casi tan (o más) patéticamente épica que la película misma. Santos es el compilado de mis 25 años de vida consumiendo mangas, cómics norteamericanos, tebeos ibéricos, novelas gráficas inglesas y viendo dvds zona 1, zona 2, zona 3 y zona 4. Una película sobre el fin del mundo, rodada en el fin del mundo. Un director chileno, un equipo español-argentino-peruano-norteamericano-chileno (sí, parece chiste malo), un rodaje entre Santiago y Tokio, una postproducción del terror entre España y USA
una mega-producción artesanal que casi me mata. Pero antes
déjenme contarles cómo nos metimos en este problema.
Santos: Episodio 1, una nueva esperanza
TODO COMENZÓ EN UN ASCENSOR. Miguel Asensio, mi socio y productor de mi primer largo estaba en shock al igual que yo. Veníamos de la primera función de Oldboy en el festival de Sitges, donde Promedio era exhibida en un horario triste (fueron 2 o 3 personas
incluyéndonos). Pero eso daba lo mismo. El cine koreano nos había dado un batatazo en la nuca y comentábamos la facilidad con la que mixeaban géneros, sin ninguna vergüenza. Tal como en los mangas (de hecho, Oldboy era la adaptación de un cómic japo), donde una comedia romántica podía pasarse al western y sin ningún asco caer en ciencia ficción retro-futurista con zombies y mutantes lésbicas. A mí, siempre me interesó jugar con los géneros con los que fui criado. Promedio fue mi versión de una comedia adolescente, donde intentamos romper la mayoría de las reglas tópicas de ese genero. Y hace tiempo que tenía ganas de contar una historia de superhéroes
pero a mi manera (mezclando desde la comedia romántica hasta el musical). Llegamos al primer piso y Miguel me dijo que deberíamos hacer una peli de superhéroes distinta a las demás (además, todas las franquicias buenas ya estaban tomadas) e intentar hacer algo distinto con un género ya sobresaturado en esa época (imagínense ahora).
La premisa básica era... ¿qué pasaría si ninguno de los personajes quiere cumplir su función? O sea, ¿qué pasaría si el héroe no quiere ser el héroe, si el mentor no quiere entrenar al héroe porque le parece un subnormal y si el villano no quiere ser el villano y sufre por eso? La representación visual más clara era
¿qué hubiera pasado si en Star Wars, Yoda no hubiera querido entrenar a Luke
y más encima se riera de su pinta?
Escribiéndoles a los Santos
Miguel me encerró en su casa en A Coruña durante dos meses para que sacara el puto guión. Fue un proceso de tortura sicológica (y sexual) espantoso. Mi agente en Hollywood llevaba pidiéndome un guión nuevo desde que vieron el primer pase de Promedio en Los Angeles y, de pronto, un chiste estúpido en un ascensor de Sitges se transformó en lo que sería mi próxima película. Yo encontraba imposible financiar el proyecto, no era una comedia adolescente con 50 planos con efectos digitales hablada en español-chilensis. Era una saga épica ambientada en tres épocas con efectos digitales hasta en la sopa. Miguel me decía que de eso nos encargaríamos después, que lo más importante era tener una historia.
El primer borrador tuvo cerca de 200 paginas y no se entendía nada. Así que le pedimos a Nelson Daniel, el director de arte de mi primera película, que hiciera bocetos, los que después se transformaron en un cómic que acompañaba al guión. Sin saberlo
habíamos comenzado la pre-producción.
Financiando Santos
Con guión en mano viajamos con Miguel a Los Angeles, California. Nos quedamos en un hotel de mierda donde se escuchaban los desaliñados gemidos de prostitutas latinas en las habitaciones contiguas (viva el glamour de Hollywood) y, como vendedores puerta a puerta, nos lanzamos a la aventura. Visitamos todos los estudios (Warner, Fox, Universal, Lions Gate, etc.). Los executives miraban con duda el proyecto y los que se entusiasmaban quedaban paralizados frente a mi idea de rodar en Santiago de Chile (para mí, eso era fundamental, intentar crear una Nueva Nueva Zelandia. Seguir el modelo Peter Jackson). Pero claro, para ellos el Chile es un condimento que se le pone a los tacos
no el nombre de un país. Difícil que me tomaran en serio.
En una de esas reuniones, la gente de DreamWorks milagrosamente se interesó. "No entendí nada" me dijo uno de los vice-presidentes "pero hace años no entendí nada de un proyecto que venía igual de bien presentado, y hasta el día de hoy me arrepiento. Se llamaba Matrix". Mis agentes descorchaban champaña. En DreamWorks veían el proyecto como una película grande y con un protagonista tipo Jack Black. No sonaba nada mal
especialmente para un director sudaca de 22 años. Comenzaron las negociaciones para comprar el guión. Que se demoraron siglos. Mientras esperábamos, Miguel insistió en que fuéramos a buscar suerte en España
que no era mala idea tener una segunda opción (aunque en realidad, él siempre odió la idea de rodarla en ingles).
La primera reunión en Madrid fue con Eduardo Campoy, en lo que era Drive Cine. De la nada, apareció en esa oficina José Manuel Lorenzo a saludar y nos quedamos pegados hablando estupideces (de lo fan que era yo de Guillermo Del Toro, de lo surrealista que era Los Angeles y de nuestra estúpida pasión por los musicales). Se podría decir que fue amor heterosexual a primera vista. Yo conocía a José por su carrera de actor, especialmente por El Espinazo del Diablo
pero no tenía idea que era una leyenda del audiovisual ibérico. José pidió leerse el guión. Al poco tiempo, me diría que no entendió mucho (las dimensiones paralelas y seres que esnifan mierda no eran muy digeribles), pero sus hijos habían flipado con el cómic y si lo entendían ellos según él- había que hacer la peli. Lorenzo, sin cortarse y en menos de una semana, decidió financiar el proyecto. Nada de tiempos-de-espera Jolivudenses. Y además
me dejaba filmar en Chile. Claro, en Drive no tenían 40 millones de dólares ni a Jack Black
pero sí toda la libertad creativa del mundo. Que se joda Los Angeles
¿dónde firmo?
Encontrando a los Santos
Como sé que es la que mas les interesa, vamos con ella primero:
ELSA PATAKY es LAURA LUNA.
Caminaba por la Gran Vía cuando me encontré con un póster gigante que anunciaba Ninette. ¿Quién demonios era esa chica?, me pregunté. Claro, la respuesta la tenía todo el mundo: Elsa Pataky. Dios mío. Elsa estaba en todos lados. Me compraba un helado y Elsa me sonreía, encendía la tele y ella me miraba. Elsa era un personaje de animación japonesa, en tres dimensiones. Elsa, más que una mujer, era una fuerza de la naturaleza. De ojos gigantes sacados del mejor manga japonés y unas curvas imposibles, que además de transformarla en el sueño erótico de toda una nación, la hacían ideal para interpretar a una superheroina. Le conté a Lorenzo sobre Elsa. Ella, me conto José, estaba buscándose la vida en la industria americana
así que tener una reunión con ella sin atravesar el Atlántico parecía difícil, pero gracias a las coincidencias del destino, Elsa estaba en Madrid esa semana. Cenamos, le conté todos mis desvaríos sobre dimensiones paralelas, el universo, el Dobleverso, los híbridos, los Santos, el cometa Aleph y antes de hacerle vomitar, quedé en enviarle el guión. Lo mejor de Elsa fue esa cercanía y el sentido del humor. Ese aire de no-soy-inalcanzable-y-podría-ser-tu-vecina. Al poco tiempo, recibí un SMS de ella: "Me encanta Laura Luna. Hablemos en Los Angeles". Obviamente
estuve dos semanas mostrando ese SMS a todos mis amigos y fingiendo cada dos minutos que me llegaba el mismo mensaje de Elsa. Triste, pero impresionaba a las chicas.
Volví a Ele A (donde me estaban ofreciendo dirigir películas tan finas como el remake de La Venganza de los Novatos) y salimos a conversar sobre el personaje. A esas alturas, yo había visto todas las pelis de Elsa, incluyendo capítulos de Al Salir de Clase y me había transformado en un fan. Nos emborrachamos (en realidad, yo me emborraché, Elsa me miraba) y fuimos a una fiesta de mi manager. Terminamos bailando y Elsa soportó con su mejor sonrisa mis patéticos pasos de baile y mis tristes chistes. Elsa era una buena chica. Podríamos soportarnos mutuamente durante dos meses. Elsa era mi Laura Luna.
LEONARDO SBARAGLIA
Vi con detención a Leo en Intacto, la película de culto de Fresnadillo. Y ahí me quedo todo claro. A pesar de su código genético, claramente superior, Leo no jugaba tanto la carta del chico guapo y encantador a-lo-Tom-Cruise. Leo tenía un lado oscuro, animal y sicópata a flor de piel
lo que le hacía perfecto para Arturo Antares.
Leonardo es un icono del cine en latinoamérica. Nunca pensé que alguien con una carrera como Sbaraglia, decidiría arruinarla trabajando en una película mía. Aunque, claro, cosas mas raras han sucedido en la historia del cine.
José Manuel Lorenzo estuvo detrás de esta idea de casting. Yo dudaba que él se llegara a interesar por este tipo de material
además, me atemorizaba pensar en que me podría escupir en la cara al saber que le arruinaríamos su look de galán al ponerle una peluca blanca sacada de un villano de animación japonesa. Pero no fue así. Le mandamos el guión y una copia de mi primera peli y él, sin saber cómo, hizo un acto de fe y aceptó
a menos de dos semanas del inicio del rodaje.
GUILLERMO TOLEDO y JAVIER GUTIÉRREZ.
Guillermo "Willy" Toledo y Javier "Javi" Gutiérrez son para mí los Owen Wilson y Ben Stiller del cine español. Por separado, son pequeñas bombas, pero juntos son una explosión nuclear de estupidez y talento. Además, tienen una versatilidad que los hace pasar de la comedia mas pura y absurda, al drama
sin siquiera arrugarse. La relación entre Salvador Santos y el Antropomosco hubiera sido imposible sin ellos. Nunca había visto tanta química entre dos actores y si no los conociera bien, juraría que tienen un affaire homosexual. Aunque pensándolo bien
no los conozco tanto.
Miguel Asensio, mi socio y uber productor, estaba obsesionado con Javier Gutierrez. Lo había visto muchas veces en teatro y le parecía que sería ideal para interpretar a nuestro protagonista. Yo lo conocí en la menospreciada El asombroso mundo de Borjamari y Pocholo y me impresioné. Javi es un freak. Y a la vez, un actor de carácter. Si Javi podía humanizar la estupidez de un personaje como Pocholo, perfectamente podría encargarse de mi alter-ego, Salvador Santos.
Javi, sin problemas, subió de peso para alcanzar una figura similar a mi redonda contextura, y sin problemas aceptó ponerse las gafas-de-pasta que adornan mi cabeza y que hacían imposible ver sus ojos en cada plano (lo siento, Javi).
Javi le mostró el guión a Willy. Le contó que tendría que ser un personaje que viene de otra dimensión, que seguramente usaría una mascara absurda de latex y, además, sería adicto a la mierda. Sí, a la mierda. Y tendría que esnifarla. Willy, confundido, habló conmigo. Y creo que todo le quedo MUCHÍSIMO MENOS CLARO. Pero aún así, decidió embarcarse en esta aventura. Total, emborracharse en Latinoamérica no sonaba a un mal plan. Y, hasta el día de hoy, les estoy profundamente agradecido a los dos por tomarse en serio las dimensiones paralelas y, a la vez, reírse de ellas al encontrar la verdad en personajes mitad-humano, mitad-mosca y darle credibilidad a una burbuja-campo-de-fuerza que, en otras manos, seguramente, hubiera terminado siendo un desastre absoluto.
Rodando en Chile
Estuvimos cerca de un año afinando la pre-producción de la película. Miles (okay, decenas) de storyboards, animatics, pruebas de prostéticos y de efectos físicos y mecánicos. Cumplí el sueño de infancia de tener un animatronic (el Antropomosco del cómic), que operaba un técnico desde un mando a distancia. Me sentía rodando Gremlins. Logramos mezclar efectos de vieja escuela con toda la tecnología actual, lo que nos permitió hacer que los absurdos mega-sets pintados de verde se transformaran en un universo de cómic, gracias a la exagerada cirugía digital que sufrió este largometraje.
SANTOS fue rodada completamente en Santiago de Chile, siguiendo mi malvado plan de transformar mi pequeña nación en un lugar de rodaje internacional. Santiago es una ciudad sin mucha identidad; de hecho, es bastante similar a Los Angeles y debido a una exagerada actividad telúrica, cada 30 años un terremotoarrasa con todo. Como consecuencia, gran parte de la ciudad es prácticamente nueva. El barrio histórico puede tener casas de
1930, con suerte. Lo bueno es que la arquitectura chilena es de avanzada vanguardia, así que dando ciertos retoques digitales y otras veces físicos, pude crear una urbe futurista como es la ficticia Ciudad Capital.
Para los actores fue como volver a los inicios del teatro. La épica y exagerada secuencia final-climática de la película se veía muy triste con Leo vistiendo un traje copiado de la Pantera Rosa (completamente ajustado y rosa, lo que seria reemplazado por fuego después) y Javi creando un campo de fuerza inexistente para proteger a Elsa, quien gritaba por un fuego que sería agregado cerca de un año después en post-producción. Ver SANTOS en verde, sin nada de post, es una experiencia terrorífica, si no, pregúntenselo a Lorenzo y Campoy, quienes, después de lograr levantar el dinero para producir esta película, se encontraron con 100 minutos de actores corriendo y reaccionando contra un fondo verde. Menos mal que confiaron en mí. Si no, estaría en la carcel.
El rodaje se terminó tras 45 feroces días soportando un invierno nuclear (a veces hacía 25 grados, otras 5). Tuvimos un lapsus de pocos días, en los que Javi tomo un avión con el tiempo justo para ir al baño de su casa en Madrid y volver, ya que lo esperábamos en
Tokio.
Sin ningún permiso y rodando en la ilegalidad absoluta, capturamos (¿robamos?) un par de planos que, gracias a la magia digital, tendrían coherencia con lo rodado en Santiago y nos podrían dar la escala de un mega-set Blade-Runnerístico, pero sin construirlo desde la nada. Dios bendiga a Akihabara y Shibuya.
La post-producción del terror
Terminada la fotografia principal nos embarcamos hacia un territorio horrorosamente Fitzcarraldesco. Hasta ahora, a pesar de pequeños contratiempos, habíamos logrado todos nuestros objetivos en tiempo
pero no sabíamos que la post sería una réplica digital de Apocalipsis Ahora.
Primero, una de las empresas co-productoras de la peli y la que estaba a cargo de la mayoría de los efectos visuales, quebró en la mitad del proceso. Por lo tanto, Santos se quedó sin terminar durante un tiempo, con sólo un veinte por ciento de sus planos resueltos y claro
una suma nada despreciable de dinero que se tragó la empresa que desapareció del mapa.
Y, de la noche a la mañana, quedamos sin presupuesto para hacer los efectos visuales. Pasamos por todas las etapas: ira, negación, aceptación y cuando pensábamos que no sería tan mala idea estrenar la película con los fondos verdes y dando folletos explicativos en la entrada
apareció ayuda en el camino.
Yo estaba en Los Angeles y decidí mostrarle la película a Elizabeth Avellán, la productora jefe de todo Troublemaker Studios (empresa perteneciente a ella y Robert Rodríguez). José Manuel Lorenzo viajó a Austin, donde Troublemaker tiene sus cuarteles generales
un lugar similar a la tierra santa para mí. Elizabeth disfrutó de la película y decidió incorporarse como co-productora. Maravilloso. Ahora tendríamos al equipo de Sin City realizando los efectos visuales para mi tercermundista largometraje (lo que quedaría muy bonito en los posters)
pero claro, ellos no se podían hacer cargo de los más de 1400 planos. Eran co-productores
no una ONG. Ahí entró al juego Evasión Digital, en Madrid, y comenzamos a tres bandas: U.S.A, España y Chile, todos corriendo con una pistola en la cabeza por terminar la película de una puta vez.
Fueron meses duros, de mucho render, de mucha prueba y error y de muchas horas al skype, al móvil, al baño
mails con odio y mails de amor
y cuando sentíamos que terminaríamos
un terremoto. Afortunadamente, fue emocional.
José Manuel Lorenzo se alejaba de Drive Cine y la película quedaba en un limbo hasta que se solucionara qué iba a pasar con todos los activos de la empresa. Lo mejor es que me enteré de esto en un avión a Cancún, invitado por el Variety, que premiaba a los directores mas prometedores latinos (quien sabe cómo, caí en esa selección). Abrí un periódico mexicano a 10,000 metros de altura, donde contaban la absurda historia que Nacho Cano no había podido entrar a su propio musical y que José y su ex-socio habían decidido separar caminos (por decirlo de una forma elegante). Aterricé y me contaron todo de primera fuente. Drive tenía que solucionar su situación legal para poder terminar la peli. Por unos meses, las cosas se detuvieron, hasta que hubo luz verde de nuevo. Eduardo Campoy y José Manuel Lorenzo ahora estaban en una nueva empresa llamada Boomerang y se harían cargo de que termináramos la película. Santos volvía donde sus padres, y yo volvía a respirar. Yupi.
El fin... del mundo
Hoy es 19 de Agosto y seguramente terminaré en pocas horas la mezcla final en los estudios Filmosonido de Chile. Miguel acaba de volver de España con el master de la película en Alta Definición y la veremos en pocos días en pantalla grande. Terminada. Finalmente.
Santos ha sido un viaje sicopático, bipolar y a la vez maravilloso y épico. Ahora, después de cuatro años desde que escribí la primera letra del guión, la peli está lista para que sea vista por el público...el que, en el mejor de los casos, no saldrá vomitando después de estar 97 minutos encerrados en mi cabeza.
Así que los invito a que nos veamos cara a cara este 10 de Octubre en España en las mejores (y peores) salas del país. Y si no nos vemos
vamos al oculista (lo siento, necesitaba hacer ese chiste malo.)
Que la fuerza los acompañe. Siempre.