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  Una mujer invisible  Dirigida por Gerardo Herrero
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Notas del director
Le propuse el guión a Belén Gopegui, después de varias entrevistas con amigas que habían vivido o estaban viviendo una situación de invisibilidad parecida al punto de partida de nuestra historia.

Esta película sigue la estela de Las razones de mis amigos y de El principio de Arquímedes. Buscaremos decorados naturales, darle verdad a localizaciones y vestuario, con una luz realista que matice y no acentúe los sentimientos de los personajes. La cámara siempre al servicio de los actores, con una puesta en escena elaborada, pero que no lo parezca, para que el actor sienta libertad en sus movimientos y acciones.

Escribimos el guión con María Bouzas en la cabeza. Durante el rodaje de Heroína, descubrí lo buena que es como actriz, la fuerza de su presencia, sus cambios de registros, su mirada, da muy bien como mujer común, puede resultar atractiva si se lo propone y además me entiendo muy bien con ella.

También quiero seguir trabajando con Carlos Blanco, y otros muchos actores y actrices gallegos que hemos ido conociendo y descubriendo en estos años de trabajo común con la industria gallega.

En el rodaje de la última película de Felipe Vega, Mujeres en el parque, donde Adolfo Fernández hace un excelente trabajo, vi en él al personaje de Jorge. De Nuria Gago me gustó la frescura y espontaneidad que necesita el personaje de Marina.

La película tiene que dejar la sensación en los espectadores de que conocen y se reconocen en esos personajes, de que esas vidas son también un poco las suyas. Hacer sentir al espectador que lo que está pasando ante sus ojos forma parte, en mayor o menor medida, de su propia historia.



Notas de la guionista
El proyecto de este guión surge después de constatar una realidad de nuestro tiempo, la sensación de invisibilidad ante los hombres que aqueja a muchas mujeres a partir de su ingreso en la cuarentena. Charo López fue quizá la primera que lo formuló en estos términos, si bien la idea surgió a partir de habérselo oído decir a una amiga común de la guionista y el director y se reforzó cuando, al comentarlo, nuevas mujeres dijeran compartir esa sensación. En la novela de Tom Wolfe Todo un hombre hay un capítulo titulado “Una mujer superflua” que proporcionó también algunas claves al proyecto.

La historia empieza a partir de la conciencia de una mujer, Luisa, de su propia invisibilidad ante los hombres y de su idea de que esta invisibilidad es de alguna manera injusta, fruto de una sociedad que aún mantiene principios machistas. Un hombre de cuarenta y cinco años mantiene su atractivo mientras que a una mujer de esa misma edad ese atractivo no se le suele reconocer.

Luisa decide dejar de ser víctima de las circunstancias e intervenir activamente en ellas.

Decide seducir a Jorge, un hombre bien parecido de su empresa, que ocupa un cargo directivo similar al suyo y que ha mantenido con respecto a ella varios comportamientos de menosprecio hacia el físico de Luisa e incluso hacia sus aptitudes profesionales. Como Luisa sabe que parte de una situación de desigualdad, se propone suplir esa desigualdad mediante la inteligencia y la planificación deliberada de sus acciones.

Mediante el uso de tácticas y estrategias, Luisa consigue en efecto seducir a Jorge. No obstante, alguien se cruza en su camino. Se trata de Marina, una chica joven y guapa, novia de Jorge, que trabaja en la empresa de Luisa pero no en absoluto en un puesto directivo sino en el lugar más bajo de todos, como teleoperadora en el call-center que Luisa dirige.

Cuando Marina descubre que Jorge la engaña y logra averiguar quién es la persona con quien la engaña, en un acto de valor decide hablar con ella. Luisa afrontará el encuentro y comenzará la conversación sintiéndose plenamente justificada, considerando que Marina posee el atractivo físico de su juventud y el atractivo particular de su físico agraciado. Frente a Marina, Luisa se considera la parte débil y por tanto con derecho a usar procedimientos engañosos para conseguir lo que quiere. Marina, sin embargo, le hace ver a Luisa que ella no es, por así decirlo, “la mujer invisible” sino “una” mujer invisible.

Hay otras clases de invisibilidades, y ni siquiera hace falta llegar a los extremos de la inmigración y la exclusión. Marina se siente invisible en el mundo de Luisa y de Jorge por carecer de la educación, la formación y el dinero que se sigue de ambas. Marina es una chica de barrio que tiene un trabajo basura y lo cierto es que hasta ese momento Luisa, en el trabajo, jamás había reparado en ella.

“Hacer daño seca el corazón”, le ha dicho Marina y ahora Luisa inicia un proceso de redención, trata de reparar el daño que haya podido hacer y comprende que no basta con dejar de hacerlo. Tiene que procurar devolver las cosas, en la medida de sus posibilidades, al punto en que estaban cuando ella intervino.

Por eso no se limita a dejar a Jorge, sabe que por la ley del deseo (“deseo lo que no tengo”) si ahora le dejara sólo conseguiría que Jorge la deseara más, olvidando por completo a Marina. De manera que Luisa se propone quitarse la máscara, devolver a Jorge, quitarle el anzuelo que ella misma le puso y depositarlo como un pez libre de nuevo en el mar. Y así como utilizó la estrategia para seducirle, ahora la utilizará para “deseducirle”, para lograr que Jorge se desenganche de ella.

El proceso de “deseducción” no ha sido apenas tratado en el cine y creemos puede tener especial interés. Luisa hará todo aquello que los psicólogos o los amigos desaconsejan cuando se quiere conservar una relación afectiva: tratará de controlarlo todo, pondrá sus celos en evidencia, querrá dar lástima, se humillará ante Jorge montándole escenas. De este modo, Jorge perderá el interés por Luisa y por la relación. Es importante señalar que Luisa no está renunciando a algo que no le importa. El comportamiento de Luisa no está exento de algo que podríamos llamar heroísmo afectivo, pues Luisa ha llegado realmente a apreciar a Jorge, a disfrutar de su compañía y, desde luego, a disfrutar del hecho de sentirse deseada. Sin embargo, sabe que debe dejarle porque le sedujo con un exceso de artificio, porque no quiso imaginar las consecuencias de ese acto y porque, en última instancia, Jorge no es la persona que Luisa habría buscado para compartir su vida sino sólo alguien que mitiga su soledad, alguien por quien la halaga sentirse deseada y con quien se encuentra a gusto.

A medida que Luisa va deseduciendo a Jorge aumenta su percepción de otras invisibilidades, mujeres cansadas, explotadas, personas en quien normalmente nunca se repara. Luisa empieza a fijarse también en el call-center que ella dirige, no lo ve como un simple instrumento profesional sino que empieza a mirar a las personas que trabajan ahí y las condiciones en que lo hacen. Su actual capacidad de percepción, unida a la soledad en que se va sumiendo al separarse de Jorge, la conducen a una crisis vital, si bien es una crisis de crecimiento puesto que Luisa ya ha incorporado a su vida algunas de las enseñanzas válidas del proceso de seducción —desde detalles en el modo de andar y comportarse hasta la adquisición de una nueva conciencia de su valor personal— y al mismo tiempo ha madurado, comprendiendo hasta qué punto es responsable de las consecuencias de sus actos tanto en lo afectivo como en lo profesional.