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  Su majestad Minor  (Sa majesté Minor)
  Dirigida por Jean-Jacques Annaud
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Jean-Jacques Annaud (director)

Biofilmografía
Aventurero, encantador, curioso, todo le fascina. Jean-Jacques Annaud ocupa un lugar propio en el paisaje cinematográfico internacional.

Para escalar una montaña, ir a la cumbre y plantar su bandera con los colores del séptimo arte, registra, se informa, lee. Nada le asusta, todo le apasiona.

Está al acecho de los latidos del corazón para descubrir allí una emoción. Obsesionado por la desaparición de las diferencias culturales, vive al ritmo de sus impulsos, de sus pasiones. Se pregunta acerca del hombre salvaje, de las fieras, entrecruza sus destinos. La uniformización le exaspera, la repetición le aterroriza. El oscurantismo le hace ser pesimista. Lleno de fuego y de pasión, este habitante de los suburbios orgulloso de serlo picotea en El Bosco y Brueghel para El nombre de la rosa, en los holandeses Ruysdael y Van Goyen para El amante. Jean-Jacques Annaud tiene los ojos abiertos permanentemente y los oídos siempre a la escucha. Táctil, sensual, goloso, gourmet, ha confesado que le aterroriza la idea de repetirse.

Diplomado en la escuela de cine de la calle Vaugirard y del Institut des Hautes Études Cinématographiques (IDHEC), en París, dedicado a la publicidad desde 1968 a 1974, Jean-Jacques Annaud dice haber aprendido a manejar la risa, a cosquillear el sentido de la comedia en su trabajo para distintas marcas. Cansado de este medio, decide hacer cine.

Filmografía como director
1976 - La Victoire en chantant (después titulada Noirs et Blancs en couleurs)
1979 - Coup de tête (El cabezazo)
1981 - La guerre du feu (En busca del fuego)
1986 - Der Name der Rose (El nombre de la rosa)
1988 - L’Ours (El oso)
1992 - L’Amant (El amante)
1995 - Wings of Courage (Las alas del coraje)
1997 - Seven Years in Tibet (Siete años en el Tibet)
2001 - Enemy at the Gates (Enemigo a las puertas)
2004 - Two brothers (Dos hermanos)
2008 - Sa majesté Minor (Su majestad Minor)


La génesis de la película
En 2004, precisamente antes de Navidad, apareció en mi buzón un sobre castaño amarillento con unos folios en su interior y una nota de Gérard (Gérard Brach, el genial ermitaño que ha escrito para mí En busca del fuego, El nombre de la rosa, El oso y El amante). Gérard me hablaba de un fulgor después de un interminable periodo en barbecho: había pasado una larga estancia en el hospital. Cuando salió, preso de una repentina euforia, se lanzó a la escritura de esas páginas, en las que soñaba hacía mucho tiempo y que había titulado El gran Pan, por el nombre del dios griego de los pastores, de los bosques y de la potencia sexual.

"Inspirándome en la inmensa riqueza de la mitología griega, he concebido este texto insolente, iconoclasta, manipulador. He desviado algunos mitos, he retomado otros, revolviendo tabúes, explorando complejos. Salvando los impedimentos, la historia se presenta en forma de leyenda antigua, barroca, insolente, grotesca, divertida y dramática. Se desarrolla en el siglo XVII antes de Cristo, en una isla imaginaria de las Cícladas".

Al día siguiente, le contesté: "Acabo de leer treinta y cinco páginas brillantes. Eres tú, de lo mejor de ti, en tu locura, en tu ternura iconoclasta, en tu violencia iluminada. Como tú sugieres en tu nota manuscrita, este texto es un rayo de luz. No se parece a nada, excepto a ti, mucho. Tiene una originalidad demencial, está desfasado, está al lado, en otro lugar, por todas partes. Encanta, emociona, hace reír, da miedo".

Yo llevaba unos años lamentando el silencio de este compañero de las hermosas aventuras que fueron cuatro de mis películas preferidas. Él había tenido un problema de garganta. Hablar se le había hecho cada vez más doloroso y, progresivamente, se había ido refugiando en el mutismo. Y, como si la garganta hubiera contaminado la mano, a la afasia le había seguido la agrafía. Gérard, desde hacía unos años, no había escrito nada. Y, de repente, resucitaba. Esta película, que en buena parte todavía había que escribir, reunía todos los ingredientes de la felicidad: una época intacta, virgen para el cine; una película alegre, pagana y libre. Una comedia, en fin, un género al que yo ansiaba volver. Un tema mediterráneo, lleno de sol, mar esmeralda y garriga con aroma a romero. Una extravagancia fuera de toda convención, de cualquier moda, de cualquier razón. Una forma de narrar insolente, impresionista, barroca, imprudente. Una mezcla asombrosa de todos los temas que habían sido nuestros durante nuestras colaboraciones anteriores. Una incursión en la mitología, un mundo mágico, ¡que me hizo soñar con el pequeño habitante de los suburbios que yo había sido! ¡Y además la Grecia antigua! ¡"Preantigua", mejor aún, para mí, un helenista amante de Hesíodo, poeta de los tiempos arcaicos! Bien, la decisión ya estaba tomada, ésa sería mi próxima película...

Yo había tomado esa decisión mientras caminaba por el jardín trasero de mi casa. Ante mí se erguía un manzano fatigado que yo conocía bien. En la primavera, después de largos años de esterilidad y maderas secas, yo lo había visto transformarse en fuegos artificiales de flores rosadas. El otoño había sido su momento triunfal: se había cubierto de miles de manzanas. La cosecha había sido asombrosa. Yo presentía que iba a ser la última. A menudo, los árboles frutales, al igual que los cisnes, mueren al final de un canto, con el fulgor de una última ofrenda.

Gérard Brach murió en septiembre de 2006, cuatro días después del comienzo del rodaje.