La silla de Fernando es una la película-conversación con Fernando Fernán-Gómez, dirigida por David Trueba y Luis Alegre.
Presentada en el Festival Internacional de Cine de San Sebastián 2006 dentro de la sección "Zabaltegi".
Se trata de una producción de Buenavida S.L en asociación con el canal TCM y distribuida por Alta Films.
Notas de los directores
"La silla de Fernando" es nuestra aportación al cine espectáculo. Porque no conocemos espectáculo más brillante que el de Fernando Fernán-Gomez sentado en una silla, charlando. Posee el humor, la brillantez y la falta de previsibilidad más anonadante. Por eso quisimos retratar en una película-conversación su magnetismo, para dejar constancia de su visión vitriólica y poco común de la vida. Creíamos ser unos privilegiados conociendo a Fernando en la intimidad, compartiendo con él sobremesas o tardes de conversación y fijar en una película algunas ráfagas de ese milagro nos parecía una misión fundamental.
Empezamos a tratarlo la Nochevieja de 1990. Hacia las tres de la madrugada, Juan Diego nos dijo: "Y, ahora, vamos a casa de Fernán-Gómez". Nunca habíamos estado en casa de Fernando Fernán-Gómez pero a menudo habíamos oído hablar de una de sus excelentes costumbres: convocar a sus amigos dos veces al año, la noche de fin de año y el día de su cumpleaños, y ofrecerles una fiesta. Cuando llegamos al piso de Fernando en el Paseo de la Castellana, Juan nos presentó como dos cantantes de Zaragoza que se había encontrado en la calle. Cantamos a dúo de voz y explicación emocional la copla "Te lo juro yo", luego pasamos la gorra y Juan Diego se quedó con el 75% asegurando que era lo habitual en los representantes. Enseguida, nos incorporamos a la reunión y nos colocamos en el hueco más discreto que encontramos. Esa fue la primera vez que compartimos tertulia con Fernando Fernán-Gómez. Esa madrugada nació "La silla de Fernando".
Por fortuna, a lo largo de toda la década de los 90, volvimos a disfrutar de muchos ratos de charla con Fernando. En Portugal, en el verano del 92, durante las pausas y días libres en el rodaje de Belle Époque componíamos según Fernando una especie de Cafe Gijón portátil. Y luego aquellas cenas que organizábamos, más que nada, como un pretexto para estar con él y que nadie se quería perder. Y, en su casa, en Nochevieja o en el día de su cumpleaños, el 28 de agosto, en la fiesta que cerraba los veranos.
Tal vez convenga advertir que nosotros ya éramos fans de Fernando. Nos parecía uno de los más grandes actores, si no el más grande, de la historia del cine español. Y, además, sentíamos debilidad por obras suyas como La vida por delante, El mundo sigue, El extraño viaje, El viaje a ninguna parte, El tiempo amarillo o Las bicicletas son para el verano. Álex de la Iglesia lo definió una vez mejor que nosotros: "Fernando Fernán-Gómez es el puto amo".
Truman Capote sostenía que las observaciones no eran literatura pero sí que podían ser arte. En eso, en arrojar observaciones, Fernando también es un artista consumado. Parece en estado de gracia constante. Existe una coincidencia abrumadora entre todos los que lo han tratado: es el mejor conversador que hemos conocido. El más arrebatador, excitante, explosivo, lúcido y desprejuiciado, el menos pedante, previsible y políticamente correcto, el más irónico, gracioso, desconcertante, seductor, irresistible y definitivamente genial.
Un día comenzamos a rumiar la idea: qué lástima que sólo los amigos de Fernando pudiéramos disfrutar de ese arte, de ese formidable don para la charla. Sus libros y películas estaban al alcance de cualquiera pero sólo unos pocos privilegiados podían apreciar uno de sus lados más luminosos. Y pensamos que no era ninguna estupidez tratar de sacar adelante una película que persiguiera, esencialmente, un objetivo: retratar a Fernando y su manera de ver la vida y estar en el mundo a través de las cosas que cuenta y cómo las cuenta.
La película, cómo no, era otra excusa para estar con él. Pero, también, podía servir para arrojar alguna luz sobre Fernando, para descubrir aspectos de su personalidad inéditos para la inmensa mayoría de la gente. Desde luego, la película estaba destinada a los que, venerándolo, no lo conocían personalmente. Pero también, para aquellos que tal vez tuvieran de él una imagen un tanto distorsionada.
Por otro lado, la película podía adquirir un valor testimonial extraordinario, sobre todo para las generaciones futuras. Al fin y al cabo, antes que un conversador único, Fernán-Gómez era un personaje fundamental de siglo XX español. Y, para adquirir un poco de perspectiva, era bueno pensar en el tesoro que hoy sería una película donde, durante hora y media, pudiéramos ver y oír a Cervantes, Quevedo, Goya o Valle Inclán charlando sobre las cosas de la vida.
Por diferentes razones, el proyecto tardó varios años en concretarse. A Fernando le pareció bien el "experimento". Así lo llamó él- y, en varias sesiones, a lo largo de 2001 y 2002, rodamos la película. El equipo fue mínimo y era fundamental que estuviera compuesto por gente que deseara escuchar a Fernando para generar una atmósfera relajada y amable. Nosotros nos encargamos de provocar la charla con Fernando, tratando de ponernos en el lugar del espectador, formulándole las preguntas que seguramente a cualquiera le gustaría hacerle. Algunos días las sesiones eran de 11 a 14 horas y otros de 17 a 20. Emma Cohen siempre andaba por allí, como una cómplice perfecta.
Durante más de 20 horas grabamos a Fernando en su casa sentado en una silla. Nuestra obsesión era que el espectador tuviera la impresión de asistir a una conversación con Fernando y que Fernando le hablara a él, "personalmente". Y que el resultado tuviera algo de la libertad, el capricho e, incluso, dentro de un orden, el caos y la arbitrariedad de las conversaciones.
El montaje final dura 85 minutos. Arranca con fragmentos de un un espectáculo muy particular, compuesto de poemas y lecturas, que Fernán-Gómez protagonizó en el verano de 1992 y grabadas por un aficionado. Esa fue la última vez que Fernán Gómez actuó en un teatro.
De la música se ha encargado una pareja de lujo: Enrique Morente y Bebo Valdés. Especialmente, se puede escuchar, mientras desfilan los títulos de crédito, una preciosa versión del tango "Caminito".
En "La silla de Fernando" Fernán-Gómez habla alrededor de su infancia, sus padres, la guerra civil, Francisco Franco, la posguerra, la bohemia del Madrid de los 50 y 60, del cine español, de Marlene Dietrich, Ava Gardner o Frank Sinatra, de su relación con las mujeres -incluidas las de alterne-, la amistad, la timidez, la religión, la fama, la noche, el alcohol, el éxito y el fracaso, el lujo, la ideología, la mala conciencia, los libros, el futuro, la vejez, la muerte o la patria.
Parece lógico pensar que el destino natural de una película como "La silla de Fernando" es el DVD o la televisión. Pero, desde el principio, nosotros la hemos soñado en un cine, con el público atrapado por las palabras de Fernán-Gómez y envuelto en el encanto y el rumor que sólo se producen en la oscuridad de una sala compartida. En realidad, verla en compañía en una sala es la mejor manera de reproducir el ambiente de las muchas cenas y tertulias que hemos vivido con Fernando, con él hablando y sus amigos embobados o riendo a su alrededor.
"La silla de Fernando" no es, contra lo que pueda parecer, un homenaje que nosotros le rendimos a Fernán Gómez. En realidad, es un homenaje que él nos brinda a todos. Especialmente, a todos aquellos admiradores que no han tenido el privilegio de ser sus amigos.