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  Tara Road  Dirigida por Gillies MacKinnon
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Comentario de la novelista Maeve Binchy
Dicen que entregar tu historia a los directores de cine es como enviar a tu primer hijo a la escuela. El libro, como el niño, todavía te pertenece de cierta forma, pero ya no es lo mismo. Ahora, hay una vida diferente, con mucha más gente involucrada en ella.

Pero un niño no puede quedarse en casa para siempre, y un libro mejora cuando consigue una vida extra; por tanto, estoy encantada cuando alguien piensa que una de mis historias es lo suficientemente Sé, por supuesto, que no cabrá todo en la película. Tara Road es una larga historia, con una gran cantidad de personajes; por eso, algunos de ellos tendrán que desaparecer, si queremos que tenga sentido en el cine durante una hora y media. Yo no escribo los guiones; lo he intentado, pero no soy nada buena. Prefiero contar una historia con muchos detalles, hacer una pausa en la narración para explicarle al lector qué piensa alguien, qué le preocupa, qué espera. Eso no es posible en un guión de cine. Es algo muy breve, con muchas frases cortas y varios espacios blancos en una página. No es mi terreno en absoluto.

En un guión hay que sugerir cosas, para que el director y los actores puedan apropiárselo y darle un sentido. Me parece mucho más fácil el decir las cosas. Por esto, siento mucho respeto por aquellos pueden escribir un guión y también por los que pueden transformar un guión de unas cien páginas en una película entera.

El autor no interfiere a la hora de seleccionar el reparto, localizar los lugares o elegir la música. Esperamos con impaciencia lo que van a hacer. Resulta igual de sorprendente para el escritor como para la audiencia.

En ocasiones, la gente pasa malos ratos cuando ven que su querido libro se convierte en una película, pero yo disfruté tanto y pasé tan buenos momentos durante el rodaje que pensé en compartirlo con vosotros.

En el pasado ya fui muy afortunada. Me encantó el rodaje de Círculo de amigos, con Minnie Driver y Chris O’Donnell, la versión televisiva de Echoes, con Geraldine James y la extraordinaria película para la televisión The Lilac Bus. Pero Tara Road ha sido durante mucho tiempo una de mis historias favoritas. Habla de dos mujeres que intercambian sus casas y que, al hacerlo, encuentran algo más que un lugar en el que pasar un par de meses y lamer sus heridas – descubren su propia liberación.

Hace muchos años intercambiamos nuestra propiedad de Londres por una casa en Sydney, Australia, y fue una grata experiencia. Tara Road no es nuestra historia, ya que no habría existido nada más aburrido que leer sobre dos parejas felizmente casadas y establecidas, que es lo que éramos tanto ellos como nosotros. Aun así, fue fascinante vivir en su casa, conocer sus secretos y darnos cuenta de que ellos conocían los nuestros. Ellos no tenían sacacorchos, nosotros no teníamos cuencos para los cereales. Cuando dejamos su casa, con sus fantásticos árboles y pájaros exóticos sobre la valla del jardín, sentí que les conocía más que a mis vecinos de hace 20 años. Fue entonces cuando escribí la historia.

Ahora no recuerdo cómo imaginé que serían Ria y Marylin, porque lo único que veo ahora son las hermosas, fuertes y sensibles caras de Olivia Williams y Andie MacDowell, mostrando esperanza y dolor, y triunfo cuando es necesario. Tampoco creo que tuviera definidos en mi mente al resto de los personajes; sólo tenía un ligero sentimiento hacia ellos y ahora les han dado vida para mí: la decidida Mona, interpretada por Brenda Fricker; la elegante e infiel Rosemary, interpretada por la actriz Maria Doyle Kennedy; el sexy e irreflexivo Danny, interpretado por Iain Glenn; el atractivo Stephen Rea, que interpreta a Colm, el dueño del restaurante; y los niños, que se comportan exactamente como lo habrían hecho los hijos de Ria. Nunca podré ver a ninguno de ellos de cualquier otra forma.

Con respecto a la casa, tenía en mi mente una calle de Dublín, para la que inventé el nombre de Tara Road. Los productores me preguntaron en qué lugar había pensado y se lo dije.

Según ellos, no podía funcionar, ya que la calle les parecía demasiado estrecha. Habrían bloqueado el tráfico con sus enormes generadores y todo el equipo técnico. Entonces, el equipo de localizaciones buscó y encontró esta casa para rodar en ella, y resultó perfecta. Es como si se hubiera construido para ello, exactamente el mismo tipo de calle que me había imaginado, con esas habitaciones de techo tan alto donde Ria había sido una vez tan feliz, y ahora se sentía tan sola; dónde Marylin intentaba encontrar la paz y se encontró a la mitad de Dublín pasando por delante para interrumpirla.

Entonces me acerqué al rodaje con mucho optimismo. Siempre he sabido que los directores odian que el autor esté cerca. Siempre temen que él o ella diga que no era así en absoluto. Nos miran con miedo y desconfianza. De todas formas, no es humano esperar que nosotros mantengamos las distancias, sobretodo cuando se está rodando justo al lado de mi casa. Entonces pregunté de forma educada si podíamos ir a mirar. Silenciosamente. Y acentué la palabra.

Y eso es lo que hicimos. Echamos un vistazo a la enorme casa de Tara Road, el piso dónde Bernadette vivía, asistimos estupefactos a la transformación de nuestra maravillosa pescadería local en una tienda americana, durante un fin de semana de puente. Fuimos muy educados con Gilles MacKinnon, el director, con el cámara y el director de sonido, admiramos a todos los actores y les dijimos que eran justamente los adecuados para sus respectivos papeles.

Finalmente, se dieron cuenta de que actuábamos como fans algo envejecidos, encantados con todo y sin dar ningún problema. Presintieron que mi marido Gordon y yo nos moríamos por un pequeño papel. Entonces decidieron que interpretaríamos a dos clientes tomando un martini en el restaurante de Colm.

Desearía poder explicar lo nerviosos que estábamos. La noche anterior nos fuimos a dormir temprano, ya que la limusina venía a recogernos las 7 de la mañana. Luego fuimos a Maquillaje. No tuvimos que ir a Vestuario, ya que nos habían pedido que vistiéramos alguna prenda nuestra que no fuera ni negro ni azul marino. Por alguna razón que no recuerdo, escogí el lila. Entonces, llegó el momento de nuestra escena. Estaríamos sentados en sillas altas en la barra del restaurante de Colm, Stephen Rea nos serviría dos copas de martini triangulares, ambas con una aceituna. No teníamos que decir nada en voz alta sino dar las gracias a Stephen de boquilla.

Justo antes de que dijeran "Luces, cámara, acción", le dije a Gordon que podría matar a ese martini. Tenía la sensación de que estábamos en pie hacía horas. Me dijo que no pondría la mano en el fuego por que fuera un verdadero martini, pero yo soy una eterna optimista. Le dije que mirara la condensación que había en la copa; no se hubieran molestado tanto en refrescar un vaso de agua.

"Son las nueve y veinte de la mañana", dijo Gordon.

Tenía razón, era agua.

Me comí la aceituna con disgusto, en cada una de las tres tomas. Y entonces, la cámara se mueve de forma inexplicable desde nosotros hasta las verdaderas estrellas. Pero ahí estamos.

En el último corte que vi de la película aún estábamos allí, bebiendo con delicadeza y aparentando dar las gracias y, en mi caso, preguntándome por qué demonios había escogido el lila, el color que más engorda de todo el espectro. No te haría falta más que pestañear o mirar hacia abajo para elegir un caramelo y te perderías nuestra escena, pero aún así, fuimos parte de ello....