Dirigida por Ventura Pons con guión propio basado en la obra teatral de Lluïsa Cunillé "Barcelona, mapa dŽombres".
Producida por el propio Ventura Pons para Els Films de la Rambla, Mario Montero firma la fotografía en HD, compone la música Carles Cases y Maite Fontanet es la directora de producción.
Barcelona, un mapa muy especial
Llevo leyendo y siguiendo en el teatro, siempre que me es posible, la prolífica obra de Lluïsa Cunillé desde que la dio a conocer hace más de quince años el Teatro Fronterizo con su primer texto representado, que creo fue Rodeo, en la temporada 92-93 en el Mercat de les Flors de Barcelona. Siempre me pareció una autora interesantísima, inquietante, muchas veces hermética, pero muy cercana y con un mundo poético interior de los más fascinantes de los autores contemporáneos europeos.
Hace tres años estrenó - deslumbrando la Sala Becket, para mí la cuna, el santa sanctorum, el máximo referente creacional de la nueva dramaturgia catalana: ¡bravo, bravo por el trabajo de Sanchís Sinisterra y de Toni Casares! - un gran texto, Barcelona, mapa dombres, que, medio escondido en una programación de miradas sobre nuestra ciudad, me dejó conmovido, emocionado, con ganas de no levantarme de la butaca, dispuesto a asistir de nuevo al rito de su representación. Un mundo poderoso, una historia llena de recovecos, unos personajes tremendamente construidos. Luego el texto, gracias al buen olfato de Josep Maria Pou, saltó al CDN en Madrid y
los grandes textos siempre tendrán largo recorrido.
Seis personajes - arquetipos contemporáneos de la soledad urbana - se encuentran en un viejo piso del Ensanche barcelonés. Un matrimonio anciano, el hermano de ella, y tres realquilados: una solitaria mujer rubia, que da clases de francés y sólo sale de noche; un joven vigilante de seguridad, ex futbolista a quien su mujer ha abandonado; y una muchacha sudamericana, embarazada. El anciano, antiguo portero del Liceu, la ópera de la ciudad, a quien le gusta travestirse, visita a las dos mujeres para pedirles que se marchen, ya que va a morir y quiere estar solo en el tramo final de su vida. Lo mismo hace su esposa con el vigilante a la vez que recibe la visita de su hermano, médico y homosexual, a quien no se atreve a pedir un falso certificado de defunción. Al final de la trama descubriremos las intenciones del matrimonio en un tour-de-force, absolutamente emotivo y genial, casi rozando el grand guignol, en medio de la poética más delicada. Así es ese microcosmos, paradigma de una sociedad antaño vencedora pero ahora en descomposición, donde el incesto, la homosexualidad y el adulterio se entrecruzan en la vida de los personajes... mientras asistimos al paso del tiempo en la ciudad mediterránea.
Estoy muy de acuerdo con Marcos Ordóñez cuando escribe: No falta ni sobra nada en este texto. Todo es importante, nada es "simbólico" o "significativo". No hay costumbrismo. No hay opacidad. Porque su tono es inusual. No es una autora difícil, como se ha dicho. Es una autora clara: lo que sucede es que hay demasiado ruido, demasiado tintineo a su alrededor. Y es una autora mayor, que quedará, cuando caigan las etiquetas y la pereza receptiva.
Ese mundo terminal de una sociedad que se acaba, que miente y se descompone, me permite mirar nuevamente a unos personajes que se me aparecen parientes de otros desesperados perdedores solitarios que he tenido la oportunidad de presentar en trabajos previos. Supongo que una de las cosas que más me atrajo para llevar el texto de la Cunillé al cine fue precisamente la gran riqueza dramática de los protagonistas, y del difícil momento que viven, y la ternura que me provocan. Sentía como si fueran viejos conocidos míos, como si salieran de Carícies o de La Rossa del bar o de Amor Idiota
Siempre he sentido un gran cariño por la gente sola, desesperanzada, a la que no le queda fuerza para luchar por un mundo mejor, ya que no lo ven posible en sus vidas.
Todo ello me llevó a plantearme la película como una apertura de los actos del texto, máxime cuando se basaba en una pieza tan cerrada de contenido y de acción. Pero en lugar de hacer una fácil apertura de exteriores, he buscado la apertura en el propio interior de los personajes. Tramé un guión que, al margen de unas pequeñas secuencias presentativas de los personajes, que precedieran cada uno de los cinco actos, estuviera lleno de flashes que tuvieran más que ver con el subconsciente, con el estado anímico que viven esas criaturas desvalidas, que con su realidad cotidiana. Una vez terminado el montaje, cuando el guión ya no es blanco sobre negro sino que finalmente se ha convertido en tu propia visualización de la historia, el resultado me recuerda un poco el concepto narrativo de mi primera película, Ocaña, retrat intermitent, rodada precisamente hace treinta años, donde también buscaba la verdad del personaje en base a unas intermitencias, a modo de provocaciones de la memoria que completan/configuran el retrato del personaje. En la puesta en escena de Barcelona (un mapa) he intentado separar los dos mundos contrapuestos, el real rodado de una manera limpia y serena y el más onírico, el de los flashes, que visualizo para explicar ese más allá de los límites aparentes de cada uno de los habitantes del piso del Ensanche.
Para terminar, algo con lo que debiera haber empezado. Sin la complicidad de los grandísimos actores que han aceptado crear estos personajes, esta película no se hubiera podido realizar. Mi más sincero agradecimiento a todos ellos, en particular al duo protagonista, Núria Espert y Josep Maria Pou, que son los que aguantan el armazón de toda la estructura narrativa. Con los dos sólo había trabajado una vez, con Núria en Actrius y con Pou en Amic/Amat y hemos tenido la suerte de encontrar nuevamente unos personajes que nos han permitido reunirnos y gozar de y con el trabajo. Tanto los ensayos como, sobretodo, el rodaje, serán unos días difíciles de olvidar, por ese goce especial, intenso, que percibes cuando intuyes que asistes a la creación de algo único que podrás compartir luego con el espectador. Ojalá la suerte que tuvimos en esas dos películas vuelva a aparecer en esta ocasión. A su lado, mi estimadísima y vieja cómplice, Rosa Maria Sardà, y los magníficos Jordi Bosch, María Botto y Pablo Derqui.
Los directores siempre damos la cara por los proyectos, pero la verdad es que el cine es un arte colectivo donde las responsabilidades, canalizadas por el director, son varias. Ha sido un placer repetir con mi equipo: Mario Montero en la fotografía, Carles Cases en la música, Pere Abadal como montador, Bel·lo Torras en la dirección artística, Maite Fontanet que ha organizando una producción mía por primera vez... A todos ellos mil gracias por su amistad y dedicación. Nos conocemos de muchas batallas que siempre hemos planteado buscando la máxima coherencia.
Ventura Pons
Mapa de sombras
Ventura Pons no sólo es un director de cine catalán. Es un director de cine catalán con una obra que gira con mucha consistencia alrededor del paisaje de Barcelona. Su arquitectura, su gente, sus historias, su paisaje alimentan y dan forma a la totalidad de su obra. Su geografía está presente en los relatos a los que el director da la vuelta y a la vez en los personajes y en las aventuras y desventuras que forman el corazón de sus películas. Ventura Pons no cae nunca en la trampa de presentar una ciudad pintoresca para satisfacer los estereotipos de los turistas. Conoce Barcelona demasiado bien para eso. Al contrario, nos ofrece fragmentos de una ciudad con una historia compleja que a menudo es una metáfora de los viajes que emprenden sus personajes.
Barcelona, un mapa, su decimonovena película, destaca entre los títulos de su obra más reciente por varios motivos. Igual que Actrius (1996), Carícies (1997), Amic/Amat (1998), y Morir (o No) (1999) está basada en una obra teatral, pero así como sus primeras películas fueron adaptaciones de textos de Sergi Belbel y de Josep Maria Benet i Jornet, en esta ocasión se sumerge en un texto de la dramaturga Lluïsa Cunillé: Barcelona, mapa dŽombres, que forma parte de una serie de obras ubicadas explícitamente en la capital catalana y que fueron presentadas en 2004 en el local más emblemático de Barcelona con respecto a la nueva escritura teatral: la Sala Beckett. Pons basó esas películas precedentes en un paisaje urbano no siempre evidente en la elíptica escritura de Belbel o de Benet. Barcelona, mapa dŽombres es una obra firmemente arraigada en la memoria colectiva de una ciudad marcada por la ocupación franquista y por la denigración y marginación que sufrió la lengua y la cultura catalana. De forma significativa el tratamiento cinematográfico de Pons arranca con el General Juan Bautista Sánchez dirigiéndose a los habitantes de Barcelona en 1939, tras la caída de la ciudad en manos nacionales al final de la Guerra Civil. El legado de esta guerra atormenta a los personajes de más edad del film; les amenaza y les marca la psique de una manera no del todo perceptible pero siempre presente.
Pons ha mantenido la forma y la estructura de la obra de Cunillé, que discurre en el interior de un piso en decadencia de la ciudad. La pareja de jubilados propietarios del inmueble alquilan habitaciones a una profesora de francés de mediana edad, a un joven guarda jurado y a una suramericana embarazada. Pons da identidad a los anónimos personajes de Cunillé, y aunque mantiene gran parte de la acción entre las paredes de un piso que revela cruelmente la destrucción que provoca el paso del tiempo, también se asegura de que la ciudad, que da forma a las conversaciones y a los movimientos de los personajes, siempre esté presente en el relato. Al hacer la transición del teatro al cine, Pons yuxtapone hábilmente las pobres vidas de los personajes en el anticuado piso (recreado con precisión exquisita) con frenéticas imágenes exteriores de la vida que palpita en la ciudad del siglo XXI. A través de esos paisajes nocturnos vemos deambular a David, el guarda jurado (Pablo Derqui); detrás de la inacabada Sagrada Familia de Gaudí vemos a Lola, la profesora de francés (Rosa Maria Sardà) y a su hijo, gritando; en el simbólico Liceo vemos como Ramón (Josep Maria Pou), el marido, tuvo un empleo como portero; o vemos la Torre Agbar y el Teatre Nacional de Catalunya, edificios que su cuñado, Santi (Jordi Bosch) querría quemar. Ésta es la historia de una ciudad que ha dejado de ser una capital modernista e industrial para convertirse en una metrópoli postmoderna, un cambio que contrasta con un relato más personal que surge de los intentos de la pareja protagonista para echar a sus inquilinos. Sus razones para querer algo así, igual que la indefinida naturaleza de la enfermedad de Ramon, nunca quedan claras. Verdaderamente, la estructura y la realidad de la ficción radican en el hecho de que nunca estamos seguros de los motivos que mueven a los personajes. Todos son sombras el título del texto teatral de Cunillé hace clara alusión a esta circunstancia- que viven sus vidas contra el más amplio y vigoroso telón de fondo de la ciudad.
Como gran parte de su obra precedente, esta película de Ventura Pons también habla del disfraz. El hecho de disfrazarse ofrece una escapatoria y una posibilidad de habitar otras realidades. A Ramon le encanta disfrazarse de mujer, pero nunca sabemos porqué. Su esposa tiene sus propios secretos: un pasado reescrito con tal de encajar dentro de las expectativas sociales y de la propiedad burguesa. Violeta tiene un pasado marcado por la violencia, pero sólo lo comenta por encima. Santi enmascara su condición sexual a Rosa. El pasado parece existir en un espacio indeterminado entre la imaginación y la evocación. Un espacio muy frágil donde la geografía física se funde con los recuerdos íntimos.
Como se puede esperar de un director del prestigio de Ventura Pons, con una destacada trayectoria en el teatro, el trabajo de los actores es excepcional. Núria Espert, la grande dame de la escena española, nos brinda momentos de vulnerabilidad y de dureza interpretando a la esposa, con un rostro que, por él mismo, es un complejo mapa de sombras. Ocurre lo mismo con el moribundo Ramon, Josep Maria Pou (un actor a menudo considerado el Michael Gambon de España), que poseído por el dolor provocado por la muerte de su hija se arrastra por las habitaciones del piso como si fuera una sombra de alguien que sólo puede entreverse en las fotografías que hay esparcidas por la sala de estar. Otra habitual de Pons, Rosa Maria Sardà, es a la vez astuta y despreocupada, una profesora con una misteriosa historia que siempre es un enigma. El guarda jurado, Pablo Derqui, soporta como puede la pesada marca de un empleo nada gratificante y de un matrimonio fallido. La Violeta representada por María Botto baila entre el optimismo y el miedo por lo que le depara el futuro a una madre soltera en una ciudad extranjera. La guía de la ciudad que Ramon repasó señalando las calles con sombra es, por sí misma, un rastro de vidas vividas perpetuamente en un espacio a media luz. El diseño de producción también camina en esa dirección: habitaciones oscuras con papel de pared amarillento y luces ocres. El vestuario, raído y apagado, apunta a una analogía entre el espacio interior y el exterior, entre la persona y el entorno. Barcelona, un mapa es verdaderamente un tratamiento cinematográfico de la obra de Cunillé, pero por encima de todo es el homenaje poético de un director de cine catalán a la historia, los recuerdos y la resistencia de la ciudad donde ha vivido y trabajado durante los últimos sesenta y dos años.
Maria M. Delgado
Catedrática de Teatro y Artes Cinematográficas
Queen Mary, University of London