"Desapareced, espíritus", dice Anna mientras abre las puertas al reververante mar Egeo. Sin embargo, los fantasmas no se dejan ahuyentar facilmente. Su marido Max, a quien ha perdido recientemente, está junto a ella tanto como León, su difunto padre, que sigue metiéndose en su vida cotidiana y continúa dándole buenos consejos. Mientras Anna reflexiona sobre la decisión de si debe vender o no la casona familiar, emerge el pasado casa vez con más intensidad. Así, se entera de los pormenores de la deportación de su abuela Anna, empieza a comprender la compleja relación de sus padres, que se conocieron en el exilio en Londres y descubre la apasionada relación de su padre con una mujer llamada Anna.