Escrita y dirigida por Christopher Zalla, producida por Benjamin Odell y Per Melita. Protagonizada por Jesús Ochoa, Armando Hernández, Jorge Adrián Espindola, Eugenio Derbez y Paola Mendoza. Productores ejecutivos, James McNamara, Daniel Carey, James Schifren y Gloria Reuben. Director de fotografía, Igor Martinovic. Diseñador de producción, Tommaso Ortino. Montador, Aaron Yanes. Diseñadora de vestuario, Taphat Tawil. Música, Brian Cullman y Glenn Patscha. Casting, María E. Nelson y Ellyn Long Marshall, en Nueva York, y Manuel Teil, en México.
Padre nuestro se estrenó en el Festival de Sundance 2007, donde ganó el Premio del Jurado. También estuvo en la Sección Oficial Nuevos Directores/Nuevas Películas del Museo de Arte Moderno de Nueva York.
El realizador Christopher Zalla empezó a redactar el guión de Padre nuestro una semana después del 11-S porque sintió la necesidad de hacer una película acerca de su ciudad. Como muchos otros, Zalla se precipitó al World Trade Center para ayudar en las tareas de rescate. "Me pasé todo el día cavando en busca de supervivientes, pero no había nada", recuerda. "Fueron momentos muy duros debido a la enorme devastación, a la tragedia, pero también fueron los momentos más humanos y más bellos que nunca he vivido. Los comparo a una radiografía instantánea. Durante un corto periodo de tiempo se pudo ver lo que unía a las personas. Intelectualmente, siempre había entendido que Nueva York era una ciudad internacional, pero no llegué a comprenderlo emocionalmente hasta aquel día. De pronto, sentí lo fundamental que era nuestro deseo de tener una comunidad. Hemos levantado barreras, fronteras entre nosotros, sin embargo es irónico pensar que todos buscamos conexiones, lazos familiares. Padre nuestro, en su nivel más profundo, trata de eso, de la búsqueda de la familia".
Para Christopher Zalla, cruzar fronteras y derribar barreras no solo es el tema de la película, también es una profunda experiencia personal. "Viví en muchos países durante mi infancia. Nací en Kenia porque mis padres se habían mudado a África Oriental para estudiar el naciente movimiento socialista en la zona. Cuando se divorciaron, y hasta que cumplí 18 años, viví en los diversos países donde se establecían temporalmente. He vivido en África, Europa y América del Sur, donde me quedé varios años con unos parientes en Bolivia. Al cumplir 18 años, hablaba tres idiomas (he olvidado uno), había estado en 13 colegios, había vivido en 21 casas. Cada vez que me mudaba, era más consciente de la existencia de fronteras, fueran espaciales, culturales o personales. Siempre fui un extranjero en suelo extranjero. Entonces llegué a Nueva York, donde casi todo el mundo es un extranjero en cierto modo. Es mi primer hogar verdadero".
Nueva York es la ciudad ideal para rodar una película acerca de las fronteras: hay fronteras visibles e invisibles. Las separaciones claras entre los barrios ricos y los pobres; entre los otros cuatro distritos y Manhattan; entre los que comen en restaurantes de lujo y los inmigrantes ilegales que sudan en la cocina a unos cuantos metros. Pero basta con subir al metro para que las barreras desaparezcan. El realizador ha intentado capturar esa dualidad en Padre nuestro.
Según Christopher Zalla, el mayor logro de Padre nuestro es que no acepta la caracterización típica del héroe y del malo, y que convence al público de que simpatice y se identifique con personajes cuya construcción moral es más compleja. "Los personajes principales no se comportan de la forma que pueda esperarse de ellos en principio. Siempre cabe la posibilidad de que cualquier personaje demuestre ser bondadoso o que deje patente el egoísmo más brutal, dando pie a situaciones y personajes sorprendentes, tan sorprendentes como la realidad".
Pero esto implica ciertas cuestiones morales. Alguien a quien amamos hace algo terrible; la persona que peor nos cae nos conquista, o emergen transgresiones del pasado, complicando aún más la opinión que tenemos de otra persona. Según Christopher Zalla se trata de "conseguir que el público deje de lado el paradigma bueno/malo, que suele aplicarse a las películas, para aceptar a los personajes tal como son, como seres humanos. Creo que este nuevo mundo global en que vivimos pide un nuevo tipo de conversación. Si reconocemos la ambigüedad moral, empezaremos a ver que todos somos iguales, no que somos diferentes".
Los duros comienzos de Padre nuestro
Debido a que cursaba estudios de posgrado en la Escuela de Cine de la Universidad de Columbia, Christopher Zalla no pudo terminar el guión hasta finales de 2003. "El guión era el medio para llegar a un fin. Cuando empecé, decidí hacer una película que pudiera dirigir y producir yo mismo. Escogí decorados que conocía. Estaba convencido de que podría conseguir financiación y que la rodaría en vídeo digital".
Pero cuando se puso en contacto con diversas productoras, todo empezó a cambiar. "Antes de que me diera cuenta, tenía un equipo de representantes y mandaron el guión a Hollywood. A todos les encantaba, todo el mundo quería participar, pero creo que sacar una película así adelante asustaba a la mayoría. Como sabía que iba a romper muchas reglas, no tardé en comprender que era mejor hacer la película fuera del sistema hollywoodiense, por eso me puse en contacto con Ben Odell".
Benjamin Odell, un compañero de la Escuela de Cine, había sido guionista y productor en Colombia durante varios años. "Ben sabe de todo. Se le puede hablar del guión, de la financiación, de lo que sea. Además, tiene una cualidad muy especial. Escucha y es capaz de cambiar de opinión si lo que oye le convence. Es un auténtico colaborador. Cuando entró en el proyecto, empezamos a obtener financiación. Y antes de darme cuenta, mi pequeña película en vídeo digital se había transformado en un rodaje de más de 30 días en super-35".
Para completar el equipo de productores, Per Melita se unió al proyecto. "No podríamos haber sacado la película adelante sin Per", dice Christopher Zalla. "Es una de esas personas que duerme con los ojos abiertos. Tiene mucha experiencia en las trincheras neoyorquinas, conoce a todo el mundo y lo sabe todo de la producción en esta ciudad. Es un típico neoyorquino. Creo que tiene tres nacionalidades y habla seis idiomas. Eso nos ayudó mucho con el equipo técnico".
"El rodaje se parecía a la ONU", añade el director. "Teníamos a personas de más de 20 países diferentes, pero todos estaban entregados al proyecto. No comprendí hasta después que su entrega se debía probablemente a que la película les recordaba sus experiencias en la ciudad. El equipo se convirtió en una metáfora de la ciudad y de la película. Éramos un montón de extraños juntos, pero conseguimos crear una familia".
El rodaje y los decorados
Cualquier película rodada en Nueva York tiene a la ciudad como personaje principal. Los decorados descritos por Christopher Zalla en el guión son ambientes llenos de basura y suciedad. Edificios ruinosos, puentes oxidados y estacas de muelle medio podridas son pruebas de que algo ha cambiado en Brooklyn. Sin embargo, a pesar de todo, la vida sigue. La hierba crece entre las grietas, los árboles se apoderan de edificios abandonados y las palomas buscan comida. Y lo más importante, barrios en decadencia recobran nueva energía con los inmigrantes.
El director también quería dejar patente, mediante el estilo y el tono de Padre nuestro, el peso de la ciudad: "Quería que el espectador sintiera que todo se le viene encima, que el ambiente fuera opresivo, claustrofóbico, apabullante", dice. "Quería que la eterna prisa de este mundo se tradujera mediante imágenes y sonidos sobre todo cuando los personajes están en la calle o trabajando. Por otra parte, la realización también debía dejar lugar a oscuros momentos poéticos, líricos, para demostrar que, a pesar la severidad de ese mundo, la belleza, incluso el amor, persisten. Para esos momentos, la cámara debía ser menos dura y saber capturarlos con ternura. En una película que habla de fronteras, me parece que cada momento puede tener una esencia propia".
El director también dio mucha importancia a la verosimilitud. "Desde un principio, pensé en una película de suspense", dice Christopher Zalla. "Me pareció que la mejor manera de meter al espectador en la historia era creando un gran realismo. El público tiende a alejarse y a dejar de participar cuando siente que la película va a caer en un tipo de convencionalismo lleno de artificios. El guión tiene giros inesperados y quería que el público sintiera que la historia podía ir en cualquier dirección".
Parte de esta responsabilidad recayó en el director de fotografía Igor Martinovic. El realizador le escogió, entre otras cosas, por su gran experiencia con documentales. "No entrevisté a ningún otro director de fotografía. Nada más conocernos, supe que iba a ocuparse de la película. Ha rodado documentales de guerra en Croacia. Buscaba a alguien atrevido, que no tuviera miedo. Hablamos el mismo idioma. Me mostró una serie de fotos que comunicaban la energía y la complejidad moral del guión. Vio el lado humano de cada personaje".
Los cineastas estaban de acuerdo en enfocar la película como si fuera un documental. Rodar cámara en mano le confirió un estilo libre de sentimentalismos, sin prejuicios y con cierto tono mirón. "Tradujimos el concepto de límite en imágenes. Si uno se fija, ve que siempre hay objetos interrumpiendo la visión del espectador. Además de permitir un encuadre más dinámico, comunica al espectador una sensación de obstáculo, le hace consciente de la distancia que le separa de los personajes. Quiero que veamos las paredes que los personajes han levantado a su alrededor, que veamos su lado humano, sus almas, el amor que llevan dentro a pesar suyo".
"Otra cosa que me gusta de Igor es que no le asusta la oscuridad, y lo digo literalmente", dice el realizador. Gran parte de la película transcurre de noche o en ambientes muy oscuros, lo que era un reto desde el punto de vista de la producción, pero también era una oportunidad visual. "No me gusta nada el aspecto de las escenas nocturnas en el cine, siempre parecen iluminadas artificialmente. Quería ir más allá de los límites, aunque significara no ver siempre claramente el rostro del personaje. La oscuridad se convierte en otro obstáculo entre el espectador y el sujeto, otra ocasión en la que los límites se difuminan. Además, no nos podíamos permitir el lujo de iluminar varias manzanas noche tras noche como hacen las superproducciones de Hollywood, así que no nos quedó más remedio que buscar otro enfoque".
"En esta película inventamos un nuevo término cinematográfico", dice el productor Benjamin Odell, "se llama iluminación callejera". Durante varios meses y varias noches a la semana, el director de fotografía y el realizador recorrieron los cinco distritos en busca de calles suficientemente iluminadas para poder rodar. "Una de las ventajas de la zona industrial de Brooklyn es que son edificios bajos flanqueados por lámparas de seguridad de vapor de mercurio muy potentes", dice Christopher Zalla. "Fuimos al almacén de la municipalidad y compramos esas lámparas para poder aumentar la potencia en algunos casos. Puede que no sea muy ortodoxo, pero crea un aspecto original, descarnado y lleno de suspense".
Otro de los elementos básicos para crear el realismo y el ambiente deseados por el director eran los decorados. "Ya que se trata de una película sobre Nueva York y los neoyorquinos, teníamos la oportunidad de dar un lugar específico a la ciudad. La atmósfera lo es todo en una película como Padre nuestro. Algunos casi me trataron de loco cuando vieron los decorados que escogía: espacios debajo de edificios viejos, almacenes abandonados. Pero me parecían decorados cruciales porque comunicaban su realismo a los actores y al equipo. Es más, a veces me inspiraban ideas nuevas".
El piso de Magda, por ejemplo, había sido habitado por okupas antes del rodaje. El tejado tenía goteras y los chicos habían inventado un sistema con plásticos para guiar el agua a unos cubos. Cuando Christopher Zalla y el diseñador de producción Tommaso Ortino lo vieron, supieron que habían encontrado algo especial. "Queríamos que la diferencia entre los pisos de Diego y de Magda fuera palpable", dice el realizador. "Tommaso y yo imaginábamos el piso de Diego frío y seco, y el de Madga, cálido y húmedo. Ambos personajes se autocastigan, pero cada uno lo hace a su manera, uno mediante la abnegación, otro mediante la autocomplacencia. Encontramos un decorado para Magda que goteaba por todas partes; la oportunidad visual era tremenda". Tommaso Ortino, al que el director describe como "una estrella de rock del contenedor de escombros", aumentó la sensación llenando el espacio con objetos encontrados en la calle y pintando las paredes con tonos oxidados y mohosos.
Pero los decorados ofrecían mucho más. En algunos casos, incluso proporcionaron actores. El realizador, que considera a los actores como "el aspecto más vital de toda la producción", quería un reparto muy auténtico y, para eso, pobló las cocinas de los restaurantes, los locales, los salones de baile con gente que trabajaba allí habitualmente. "Mandábamos becarios a las cocinas de restaurantes para que rodaran al personal. Descubrimos auténticos talentos".
Christopher Zalla sabía que eso sería una ayuda para los protagonistas. "Les bastaba entrar para darse cuenta de cómo funciona una cocina, por ejemplo. Pero también hay que verlo desde el otro lado. Imaginen a unos inmigrantes recién llegados a Nueva York trabajando en la cocina de un restaurante y, de pronto, dos estrellas del cine mexicano entran y se ponen a trabajar con ellos. Había mucha energía, se palpaba. Lo pasé muy bien rodando esas escenas".
Al principio, el realizador quería que los papeles principales fueran interpretados por actores desconocidos, pero pronto comprendió que no podían transmitir el dramatismo ni las emociones requeridas por el guión. Siempre quiso que los dos chicos vinieran de México para poder capturar el asombro que cualquier persona siente cuando llega a Nueva York por primera vez. Christopher Zalla y Benjamin Odell se desplazaron a México DF y recurrieron a Manuel Teil, el descubridor de Gael García Bernal y de Diego Luna, y director de casting de películas como Amores perros, Y tu mamá también, 21 gramos y Babel.
"Nunca olvidaré cuando Armando Hernández (Juan) entró en la habitación", dice el realizador. "Tenía mucha energía, mucho carisma. Primero hizo una prueba para el personaje de Pedro, pero era obvio que no le respetaba. Le dije que saliera y volviera a entrar haciendo de Juan. Así lo hizo y me sacó las lágrimas, por una parte porque era muy divertido y, por otra, porque era la primera vez que el guión cobraba vida delante de mí. Algunos, al leer el guión, ven a Juan como el malo de la historia, pero nunca me dio esa impresión. Es un chico encantador y divertido que se lo pasa bien, y que hace lo necesario para sobrevivir. Es el típico pícaro que se aprovecha de todo el mundo, pero al que nadie rechaza porque es irresistible". Otra de las cosas que gustó al director es que Armando Hernández no enjuiciara a su personaje. "Lo único que sabemos de Juan es que su padre le abandonó a los cuatro años después de hundirle una navaja en el pecho. Armando, que ha crecido en la calle, se identificó con el personaje. Había mucha emoción contenida. Durante el rodaje de la discusión entre Juan y Diego, Armando se derrumbó, incapaz de contener sus emociones".
Irónicamente, ocurrió exactamente lo contrario con Jorge Adrián Espíndola, que en principio iba a hacer el papel de Juan. "Jorge es intenso, apesadumbrado", dice Christopher Zalla. "Parecía tener demonios en el armario, como si escondiera algo oscuro. De la misma manera que Juan no me parecía malo de verdad, tampoco Pedro me parecía tan virtuoso. Siempre he pensado que cuando se despierta y descubre que se lo han robado todo, pierde un poco la cabeza. En el transcurso de la historia, recupera el equilibro y su auténtica personalidad: no se detendrá ante nada para obtener lo que quiere. Como Juan, hace lo necesario para sobrevivir".
Después de encontrar a los actores idóneos para interpretar a los chicos, empezaron a buscar al padre. "Siempre pensé en Jesús Ochoa", dice Christopher Zalla. "La mayoría de la gente en México DF no estaba de acuerdo conmigo porque siempre hace papeles de policía corrupto. Pero Jesús aporta la severidad, la frialdad requerida por el personaje. Diego es un hombre que ya no tiene esperanza, un cabrón tacaño que se ha cerrado al mundo y solo vive para acumular dinero". Lo único que preocupaba al realizador era saber si Jesús Ochoa sería capaz de abrirse y enseñar el lado vulnerable del personaje. Sus temores se volatilizaron nada más conocer al actor. "Me di cuenta enseguida de que su familia era muy importante. Su esposa y su hija siempre le acompañan, no puede vivir sin ellas. Incluso lleva tatuada en el hombro la huella del pie de su hija cuando nació. Basta con una sonrisa de Jesús para que se ilumine una habitación".
Del mismo modo que el director quería que los actores mexicanos vinieran de México, sabía que Magda debía ser neoyorquina. "Magda es la neoyorquina por antonomasia", dice. "El ingenio y la brusquedad inherentes al personaje son típicos de la gente de esta ciudad". Pero no fue fácil encontrar a una actriz de habla hispana que estuviera a la altura. Los cineastas recurrieron a Ellyn Marshall y a Maria Nelson, las descubridoras de Catalina Sandino Moreno (María llena eres de gracia) y Michelle Rodríguez (Girlfight). "Su especialidad son los castings abiertos", dice el director. "Lo anunciaron en las emisoras de radio hispanas, pusieron anuncios en las iglesias, en cualquier parte donde había hispanohablantes. Vimos a varios cientos de chicas. Pero, al final, el papel recayó en una actriz profesional".
Christopher Zalla escogió a Paola Mendoza para hacer el papel de Magda porque, entre otras cosas, su experiencia personal se asemejaba a la del personaje. "Paola tuvo una infancia de locos. Vino de Colombia de muy pequeña con su familia. Su padre los abandonó para irse con una banda. Ha pasado por mucho", dice. "Es una superviviente como Magda. Parece muy dura por fuera, pero no puede esconder la vulnerabilidad que lleva dentro". El director recalca que es una espléndida actriz: "Durante las pruebas, comunicaba una especie de timidez que dejaba entender que había algo más detrás de la fachada. Era ambivalente, imprevisible".
Cuando llegó el momento de ensayar con el guión, Christopher Zalla hizo algo que muy pocos guionistas son capaces de hacer. "Estaba convencido de que la película solo funcionaría si los personajes se hacían con ella. Esta película es tan suya como mía", explica. Decidió que el guión sería un plan, pero no una imposición. "Me senté con cada uno de los actores y les pedí que dijeran los diálogos con su propio vocabulario. Hablo español bastante bien, pero nunca hubiera podido llenar el guión con las expresiones coloquiales que aportaron los actores", dice. Se dio cuenta de que no se había equivocado durante una proyección a la que invitó a una docena de inmigrantes mexicanos ilegales. "Se morían de risa con muchas de las expresiones, sobre todo las de Juan. Les sedujo. No acababan de creerse que hubiéramos podido retratar su mundo con tanta fidelidad. No habría sido posible si los actores no hubieran colaborado en el guión".