Presentación del director
La venjança del proscrit debe entenderse como una divertida reacción vengativa contra la avalancha de documentales minimalistas que nos invaden, al tiempo que una práctica ilimitada de evocación y acción de gracias al origen de éste personal viaje compuesto por muchos viajes al corazón de la memoria, cinematográfica o no; desde la Irlanda del Capitán Lightfoot o la Bodega Bay de los pájaros hitchcocksianos hasta el legendario Monument Valley, pasando por los pantanos semínolas o el vertiginoso itinerario de la embaucadora Madeleine, entre otros lugares que la obra artística ha convertido en míticos.
Este es un divertimento fílmico-doméstico, íntimo pero amplio, un ensayo cinematográfico para todos mis compañeros de infancia, de barrio, ampliable a todos los aficionados al cine que descubrieron la potencia de la emoción de la imagen a través de los cines de sesión continua con programas doble, o triple en ocasiones, cuando estos eran la bandera del entusiasmo colectivo.
A aquellos cinéfilos que hayan descubierto la imagen antes de lo debido, sin buscarla, porque ya nacieron con el aparato electrodoméstico en casa, quizá les pueda parecer un pastiche audiovisual, no tanto porque también lo pueda ser sino porque la expresión audiovisual les domina desde el principio y les ciega la vista. Porque, precisamente, este es un ejercicio sobre la diferencia entre cine y audiovisual, y el propio film es victima y verdugo de esta condición.
Aquellos cineastas que planifican sus escenas tras estudiar es decir, copiar- escenas ajenas echando mano del dvd una y otra vez, también se sentirán alejados de esta película y alguno incluso la despreciará. En cambio, es muy posible que disfruten de ella los cineastas que siempre han copiado y seguirán haciéndolo- de los maestros a través de la memoria, aquellos que tratan de emular las escenas que marcaron su formación, pero a través de la imagen agigantada del recuerdo.
Las instituciones que basan su política anti-cinematográfica en el infame dominio de la fatídica nomenclatura audiovisual, espero que también se sientan lejos de esta película. Y me gustaría que la repudiaran como proscrita que es
o bien sirviera para hacerles ver lo equivocado de sus actuales planteamientos de gobierno, que tanto daña al cine en nombre del audiovisual. Resumiendo, se trata de una película modesta y sencilla de poco más de setenta minutos de duración cuyas virtudes primarias espero que sean compartidas por hasta setenta veces siete de los espectadores que se animen a verla.
Es un brindis por aquellos tiempos seguramente peores pero sin duda mejores para aquello que nos une: el cine.
Tiempos más apasionantes e inquietos, menos fáciles y cómodos. Y, en fin, para todos aquellos que recuerden al gran Ramallets.