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  Una chica cortada en dos  (La Fille coupée en deux)
  Dirigida por Claude Chabrol
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Entrevista con Claude Chabrol

P: El punto de partida es un célebre crimen pasional: el asesinato del arquitecto del Madison Square Garden...

R: Sí, se trataba de Stanford White, un arquitecto de Manhattan muy conocido a finales del siglo XIX, pero también un auténtico mujeriego. Fue asesinado en plena gloria, en 1906, por el marido de su amante de ese momento, Evelyn Nesbitt, una actriz segundona de variedades.


P: ¿Ha habido alguna adaptación literaria o cinematográfica antes de LA CHICA CORTADA EN DOS?

R: En su novela Ragtime, E.L. Doctorow hace alusión a ello, al igual que Milos Forman en la película que rodó basada en la novela. Luego está sobre todo LA CHICA DEL TRAPECIO ROJO, de Richard Fleischer en 1955, que recoge fielmente este suceso.


P: Es la primera vez que colabora con Cécile Maistre, su fiel primera ayudante, en un guión.

R: En seguida pensé que sería perfecta para encargarse de esta historia. ¡Redactó un guión fantásticamente construido que yo apenas tuve que modificar! Es muy poco habitual que ocurra algo así con un coguionista.


P: ¿Qué es lo que les interesaba a Cécile Maistre y a usted de este caso?

R: ¡Deseábamos ceñirnos únicamente a la realidad del suceso para subrayar, un poco a la manera de un entomólogo, lo mucho que dice este caso acerca de la naturaleza humana! Por ello nos pareció fundamental trasladarlo totalmente, sin preocuparnos en absoluto por el lugar, la época o la psicología de los personajes reales. De hecho, yo diría incluso que el suceso resulta más fácilmente imaginable –y, por tanto, trasladable– hoy en día que en la época en la que se produjo.


P: La película empieza con una música de Turandot y unos títulos de crédito envueltos en una luz de color rojo sangre...

R: Quería despistar al espectador: de entrada nos sumergimos en el universo romántico de Puccini para abandonarlo de repente cuando se corta la música en la radio del coche. Visualmente esto se traduce en el cambio brusco del viraje rojo sangre a la realidad –una realidad desprovista de cualquier romanticismo.


P: Nos sumergimos de inmediato en un universo acomodado, hecho de falsas apariencias.

R: De repente pasamos de la exacerbación de los sentimientos evocada por la ópera al universo de oropel de la lujosa casa de Saint-Denis (François Berléand). Es un mundo de apariencia engañosa donde la atmósfera sexual que en él reina proporciona al espectador una clave sobre los acontecimientos que se van a producir...


P: Ese mundo de apariencia engañosa nos lleva de forma natural a la televisión.

R: ¡Naturalmente! He mostrado los secretos de la televisión tal como son, con el fondo verde del plató sobre el que se superponen las imágenes y el presentador haciendo gestos en el vacío. Lo que me interesaba es que se trata de un universo de trucajes que remite directamente al mundo de las falsas apariencias en el que evolucionan los personajes.


P: Cada uno de los personajes es percibido por los demás a través de un prisma deformador...

R: Exacto. Además, ellos mismos se ven con un prisma deformador, pues la mayor parte del tiempo son enormemente indulgentes con su propia persona. Este es el caso especialmente del personaje de Benoît Magimel, que está más loco que los demás: es un auténtico esquizofrénico, dividido entre inocencia y culpabilidad. ¿Mató a su hermano en la bañera cuando era pequeño? Nunca lo sabremos...


P: Encontramos uno de sus temas preferidos: la violencia de las relaciones de clases.

R: Aquí se trata de dos clases sociales que mantienen un enfrentamiento silencioso: la de los antiguos propietarios, representados por los personajes de Caroline Silhol y Benoît Magimel, y la de los falsos poderosos, la gente de la televisión y la edición, que únicamente controlan el poder temporal.


P: ¿Dónde se sitúa Gabrielle Deneige, interpretada por Ludivine Sagnier?

R: Ella aún es íntegra, pero tiene la tentación de dividirse. Por eso encarna plenamente a la “chica cortada en dos” del título. Gabrielle es una joven inocente dentro de su propia credulidad. Me encanta la escena en la que se presenta con una pluma en el culo en la oficina de Saint-Denis: ¡él le pregunta si no se siente humillada y ella contesta que ni siquiera se siente ridícula! Es una magnífica prueba de entrega y eso es precisamente lo que su entorno no soporta.


P: ¿Podríamos decir que el personaje de Berléand es un oportunista del placer?

R: Él disfruta del placer allí donde lo encuentra, pero no se trata de un personaje verdaderamente antipático. Yo creo que tiene toda la razón al plantearse la cuestión de si nuestra sociedad se dirige hacia el puritanismo o hacia la decadencia.


P: Usted multiplica los lugares “secretos”, como la vivienda de paso de Saint-Denis o el club privado donde el escritor lleva a Gabrielle.

R: Esos lugares responden a mi intención de explorar el tema de la perversión sin mostrarla nunca. Es una película de una total castidad, cuando en realidad a los personajes les rondan las ideas más perversas. Me ayudó mucho el personaje de Mathilda May, que desprende una extraña sensualidad: al verla, uno en seguida se pregunta en qué universo se ha adentrado.


P: Una vez más, Eduardo Serra es el responsable de la fotografía.

R: Hemos desarrollado una auténtica complicidad con los años y él sabe de entrada lo que a mí me gusta y lo que no. Tiene tal dominio que el sentido oculto de los elementos del decorado se pone de manifiesto sin que sea necesario subrayarlo.


P: El ritmo es muy particular. ¿Cómo trabajó el montaje?

R: Como la película se llama LA CHICA CORTADA EN DOS, quería que la noción de ruptura apareciese sin cesar. Muy a menudo, las secuencias se interrumpen antes de su conclusión natural o, por el contrario, se prolongan más allá de lo que cabría esperar. Sin embargo, no hay ningún deseo de despertar la imaginación.


P: ¿Y los encuadres?

R: Cuando los personajes están huyendo de sí mismos, los filmo de perfil, como para subrayar que sólo están mostrando una pequeña faceta de la verdad. ¡Porque hay algunas réplicas que los actores no podían decir de ningún modo de frente a la cámara!


P: ¿Cómo fue la selección de los actores?

R: Con François Berléand había surgido una complicidad desde BORRACHERA DE PODER. Es un hombre al que me encanta tener en un plató. Como sé que es un gran seductor en su vida real, me apetecía mostrar esta faceta de su personaje.
Hacía varios años que tenía ganas de trabajar con Ludivine Sagnier, pero realmente decidí otorgarle el papel de Gabrielle cuando la vi interpretar al hada Campanilla en PETER PAN.
A Benoît Magimel ya lo había dirigido en LA FLOR DEL MAL y LA DAMA DE HONOR, donde encarnaba a personajes muy distintos. Para LA CHICA CORTADA EN DOS asumió un gran riesgo yendo muy lejos en la esquizofrenia. Además, lo fantástico de él es que es capaz de interpretar a todas las clases sociales.


P: ¿Cuáles eran las limitaciones musicales que se impusieron a Matthieu Chabrol para la banda sonora de la película?

R: Yo sobre todo no quería arranques líricos ni románticos durante la película, todo lo contrario que la música de ópera del inicio. Así, él trabajó a partir de sus ritmos seriales y átonos, que crean una atmósfera bastante seca. De hecho, yo deseaba apelar ante todo al cerebro del espectador, más que a sus emociones. Es, por tanto, una música que impide dejarse llevar y que juega con cierta brusquedad. Estoy especialmente contento con los cuatro golpes definitivos del final que parecen terminar, pero que luego continúan, etc.


P: Sin desvelar nada del desenlace, se puede decir que la magia interviene en la película de manera muy inesperada...

R: La idea es que la magia es un trucaje que se suma a los de la televisión o el mundo de la edición... La salvación en un universo trucado sólo puede venir de un trucaje adicional. El título, que remite también a la magia, podría ser alegórico, cuando en realidad no lo es...