Urbanización Los Pájaros.
Un entorno idílico para familias privilegiadas. Naturaleza, armonía y bienestar económico y social. Niños y adultos a salvo del mundo, apartados del exterior y permanentemente protegidos, nada debían temer a no ser que... tuviesen que temerse a si mismos.
Los acontecimientos que ocurrieron en la urbanización Los Pájaros comenzaron como una mera anécdota: un insignificante gorrión apareció muerto en la calle del Mirlo. A éste le siguieron otras aves, de diferentes plumajes, colores y tamaños.
Y según aumentaba el bochorno y se difundían los rumores, el nerviosismo, el miedo y la histeria fueron liberando el auténtico yo de cada habitante. Ese yo latente en lo más profundo de nuestro ser y que, en ocasiones como la que nos ocupa, mejor hubiera sido dejarlo allí, durmiendo, encerrado o, mejor aún, muerto.
Lo más fácil hubiera sido culpar a la naturaleza, a la Biblia o a fenómenos paranormales de semejante catástrofe. Lo más difícil fue conseguir a un equipo de profesionales que se trasladara hasta el lugar de los hechos para investigar, narrar y dar fe de todo cuánto allí ocurrió.
Un equipo humano irrepetible. Dos generaciones de la misma familia. Dos directores noveles. Dos guionistas noveles. Dos familias a filmar. Dos directores de producción. Un equipo artístico dos veces bueno. Una cámara y ni un solo figurante.