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  Tiburón, en las garras del hombre  (Sharkwater)
  Dirigida por Rob Stewart
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Presentada en el Festival de Toronto 2006

Intérpretes: Rob Stewart, Patrick Moore, Erich Ritter, Paul Watson


Declaraciones del director (Rob Stewart)
Cuando decidí rodar Sharkwater quería que la gente viera lo que yo vi, un mundo submarino increíble que no tiene nada que ver con el resto del planeta. No tenía ni idea de que acabaría convirtiéndose en un drama humano que duraría cuatro años, abarcaría 15 países y estaría a punto de costarme la vida.

Decidí hacer la película porque desde niño me fascinan los tiburones y me daba cuenta de que la imagen que se tiene de los tiburones no se correspondía con mis experiencias con ellos.

Quería hacer una película que mostrase a los tiburones tal y como son, criaturas hermosas e impresionantes que no quieren hacer daño a los humanos, y mostrar cómo nuestros miedos han hecho que pasemos por alto que en los últimos 50 años su población se ha visto reducida en un 90%.

Lo cierto es que los tiburones no se comen a la gente. Cada año muere más gente por culpa de las maquinas expendedoras que por ataques de tiburones. La realidad es que nos tienen miedo y resultan muy difíciles de filmar.

Los pocos ataques que se registran se deben a un error del tiburón. Los medios de comunicación los exaltan y aumentan el miedo hacia los tiburones, haciendo que la gente se aleje de la realidad.

Enfrentarse a ese miedo hace que veamos a los tiburones con una nueva luz y nos preocupemos por su supervivencia.

Mientras rodaba esta película me topé con todos los obstáculos inimaginables, incluyendo una industria de pesca de tiburones que mueve miles de millones de dólares y que no quiere que esta película vea la luz. Esta película es tan reveladora que destapar esta industria y seguir vivo se convirtió en toda una misión.

Podemos aprender mucho de los tiburones. Son un hermoso ejemplo de cómo una criatura ha conseguido sobrevivir en equilibrio con el planeta. Creo que necesitamos establecer una nueva relación con la naturaleza. Si queremos sobrevivir en la Tierra más allá de unos cuantos cientos de años, es indispensable que empecemos a cuidar el medioambiente.


Notas de producción
Desde siempre, los tiburones han despertado hostilidad y nerviosismo en los humanos. Innumerables libros, películas y titulares sensacionalistas han hecho que la palabra "tiburón" sea sinónimo de feroces ataques perpetrados por máquinas de matar. "Lo cierto es que los tiburones nos tienen mucho más miedo que nosotros a ellos", dice el director Rob Stewart, que se ha pasado años filmando cientos de horas de película para demostrárselo a un público escéptico.

Stewart, nacido en Toronto, es un experto submarinista y fotógrafo submarino que se embarcó en una expedición de cuatro meses con miembros de la Sea Shepherd Conservation Society, a bordo del Ocean Warrior, para luchar contra la pesca ilegal de tiburones en Costa Rica y Ecuador; la oportunidad perfecta para empezar a filmar su documental sobre la relación entre el hombre y los tiburones. Una serie de situaciones a vida o muerte que incluían embestidas de barcos pirata, acusaciones de intento de asesinato, espionaje, corrupción y una estancia en el hospital era lo último que se esperaba del viaje que se ha convertido en una hermosa y reveladora película, Sharkwater.

Stewart ha estado desde siempre fascinado por los tiburones. A los ocho años, mientras buceaba en las Islas Caimán, su sueño se hizo realidad cuando vio por primera vez de cerca a un tiburón en un arrecife. "Me quedé impresionado por ver algo tan grande, tan poderoso y tan perfecto", dice. Tras una ardua investigación, supo que los tiburones han condicionado la evolución de las especies marinas, determinando el comportamiento gregario, el camuflaje, la velocidad, el tamaño y la forma de comunicarse. Lejos de la idea que la opinión pública tiene de ellos, depredadores indiscriminados cuyo único fin es atacar, lo cierto es que han sido una parte integral de la vida en los océanos durante 400 millones de años. A pesar de haber sobrevivido más tiempo que cualquier otro animal, su población está siendo exterminada. "Nadie quiere salvar a los tiburones. Quieren salvar a los pandas y a los elefantes y tienen miedo de los tiburones". La idea original de Stewart de hacer una película submarina sobre los tiburones pronto se convirtió en un drama humano.

Frustrado por las falsas creencias y decidido a cambiarlas, Stewart se embarcó en un viaje que resultó ser emocionante, estimulante, satisfactorio y peligroso a la vez. "Yo trabajaba como fotógrafo de animales salvajes y, después de descubrir la pesca ilegal de tiburones en las Galápagos, había publicado artículos sobre lo que estaba ocurriendo con los tiburones de todo el mundo. Creamos un fondo para que la gente que leyese los artículos pudiese hacer donaciones para que hubiera una lancha patrullera en las Islas Galápagos. No recibimos prácticamente dinero y me di cuenta de que tenía que haber una manera de llegar mejor a la gente. Estaba claro que los artículos no eran el medio más idóneo, así que decidí hacer una película".

En abril de 2002, Stewart se unió al reconocido conservacionista Paul Watson, de la Sea Shepherd Conservation Society, en un viaje a bordo de su barco, el Ocean Warrior. Invitados por el gobierno de Costa Rica para patrullar las aguas próximas a la Isla de Cocos, Stewart esperaba filmar a los tiburones bajo el agua, sin saber que acabaría en una situación en la que todo lo que podía salir mal, salió mal.

Además de las típicas dificultades a las que se enfrenta cualquier director novel, Stewart soportó situaciones que agotarían hasta al más curtido documentalista. "De camino a las Islas Cocos, interceptamos al Varadero, un barco que pescaba con palangre ilegalmente en aguas guatemaltecas". Este incidente hizo que la película de Stewart tomara una nueva dirección. "El primer mes no pude meterme en el agua, así que veía cómo se truncaban mis sueños de hacer un documental submarino", explica. "Me di cuenta de que esta era una historia fascinante y decidí filmar todo lo que estaba pasando".

El objetivo había cambiado y ahora los riesgos eran considerablemente mayores.

Los tiburones se capturan por sus aletas y a pesar de que algunos países han prohibido el corte de aletas (shark finning), la pesca ilegal aumenta porque resulta muy rentable. Medio kilo de aleta de tiburón desecada puede superar los 300 dólares. Considerada en Asia una exquisitez, la sopa de aleta de tiburón ha generado una industria multimillonaria a nivel mundial que cada año mata a 100 millones de tiburones. El proceso consiste en cortar las aletas del tiburón, tras lo cual el resto del cuerpo se tira por la borda, desaprovechando más del 95% del animal.

"Cuando llegamos a Costa Rica, el Ocean Warrior fue acusado de siete cargos de intento de asesinato por el altercado con el Varadero, a pesar de que habíamos sido invitados por el presidente del país", señala Stewart. "Todos los implicados nos preguntábamos por qué el sistema judicial nos estaba atacando a la vez que ignoraba al pesquero ilegal. Mientras estábamos atracados tuvimos la oportunidad de saber más sobre el corte de aletas".

Stewart tuvo conocimiento de que, aunque el corte de aletas era ilegal en Costa Rica, las aletas procedentes de este país estaban por toda Asia. Una exhaustiva investigación dejó al descubierto una conexión entre la mafia taiwanesa y el suministro de aletas de tiburón. Con la ayuda de un confidente, Stewart se infiltró para investigar la industria de aletas de tiburón en Costa Rica y averiguó que el corte ilegal de aletas proliferaba en las costas costarriqueñas. "El corte ilegal de aletas de tiburón mueve millones de dólares y las autoridades no hacen nada para evitarlo", explica Stewart. "Después de ser perseguidos y amenazados a punta de pistola, nuestro guía reconoció que la ‘mafia de las aletas’ nos seguía la pista y que no sería una buena idea que nos vieran por la ciudad".

Tras pasarse semanas en Costa Rica refutando las acusaciones de intento de asesinato, Stewart y la tripulación del Ocean Warrior salieron huyendo del país para evitar ser arrestados. En una persecución épica, rodearon el barco de alambre de espino para que los guardacostas no pudieran abordarles y huyeron a aguas internacionales. Tras escapar por muy poco, se dirigieron a las Islas Galápagos, adonde fueron invitados por el parque nacional para proteger la reserva marina de la pesca ilegal.

Los traficantes de armas y aletas de tiburón resultaron ser sólo parte de los muchos peligros a los que se enfrentaría Stewart. Aunque no está seguro de cómo contrajo la enfermedad, su sistema linfático sufrió una infección conocida como "enfermedad devoradora de carne" y estuvo a punto de perder la pierna y posiblemente la vida. A estas alturas empezaba a dudar que pudiera terminar la película. "Fue la gota que colmó el vaso. Todo había salido mal. Nos habían echado de prácticamente todos los países a los que habíamos ido. Si volvía a Costa Rica me detendrían y lo peor era que no había filmado nada bajo el agua. Había venido a grabar un documental sobre la vida submarina y en vez de eso rodé todo el drama humano. Y ahora por último estaba a punto de perder la pierna y quizá la vida. La situación era muy mala y no le podía contar a nadie de casa qué estaba pasando exactamente".

Todavía no había hecho la película que quería hacer ni había pasado tiempo bajo el agua con los tiburones. Aún quedaba mucho por hacer y hubiera sido una locura abandonar en ese momento.

"Pasé una semana en el hospital, pero al final la infección remitió y volví a la carga", dice Stewart. "Tuve mucha suerte".

Después de haber llegado tan lejos, no se planteaba abandonar. "Necesitaba volver a Costa Rica y encontrar una manera de detener el corte de aletas". Sabiendo que sería detenido inmediatamente, Stewart tuvo que entrar en el país en autobús. Lo que se encontró fue algo que no se había imaginado: los costarricenses habían empezado a hacer campaña contra la pesca ilegal de tiburones.

Stewart regresó a su casa de Canadá para empezar a editar la película. Pero antes de ponerse a trabajar, tuvo que recuperarse de las muchas enfermedades que había contraído durante el rodaje. Después de que le diagnosticaran la fiebre del dengue, el virus del Nilo Occidental y tuberculosis al mismo tiempo, no tenía muchas energías para centrarse en Sharkwater. "Tardé un año en recuperarme, durante el cual iba haciendo viajes cortos e hibernaba intentando ponerme bien. Este periodo me sirvió para desarrollar los conceptos sobre tiburones y las teorías que conforman el cuerpo de Sharkwater".

Stewart dedicó los siguientes cuatro años a Sharkwater, rodando más de 400 horas de material en 15 países diferentes mientras editaba y daba forma a la historia. "Prácticamente todo lo que necesitaba saber sobre realización lo fui aprendiendo sobre la marcha, así que mi curva de aprendizaje fue increíblemente empinada".

A pesar de las numerosas dificultades, Stewart ha combinado sus extraordinarias imágenes submarinas con una banda sonora original compuesta por Jeff Rona (que incluye música de Moby, Nina Simone, Portishead y Aphex Twin, entre otros) y entrevistas con reconocidos expertos para crear su primera película, Sharkwater.