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  Una cita para el verano  (Jack goes boating)
  Dirigida por Philip Seymour Hoffman
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Película dirigida por Philip Seymour Hoffman; adaptación de la obra de Broadway de Bob Glaudini.


Carta de intención (de Phillip Seymour Hoffman)
La decisión de dirigir UNA CITA PARA EL VERANO me vino de una manera muy natural. Surgió a raíz de una reunión con John Ortiz, con quien iba a compartir el cartel, y Bob Glaudini, el guionista. Nos habíamos reunido para hablar de la película y, al hilo de la conversación, John sugirió que me encargara de la dirección. En un principio, la idea de esta doble responsabilidad me intimidó un poco. Sin embargo, finalmente, esta opción me pareció que estaba más que justificada por mi extensa experiencia artística con John y Bob en la compañía de teatro LAByrinth, donde yo me encargaba de la dirección desde hacía diez años. Fue así como la aprehensión inicial se transformó rápidamente en un apetito entusiasta.

Varios aspectos de esta historia predominaban en el enfoque que yo quería proponer para la película. Sentía un deseo muy fuerte de dirigir mi mirada hacia un medio poco descrito, el de los trabajadores comunes de Nueva York. Vivo en esta ciudad desde mis tiempos de estudiante. Para mí, codearme cada día con personas que proceden de entornos muy distintos, con ocupaciones muy diversas, es una fuente inagotable de inspiración y creación artística. Para la película, tuve el privilegio de estar rodeado de un equipo excepcional formado por mi director de fotografía, Mott Hupfel; mi diseñadora de producción, Teresa DePrez, y mi diseñadora de vestuario, Mimi O’Donnell. Todos ellos se implicaron personalmente en esta búsqueda de la representación perfecta de la belleza visual y la atmósfera característica de la ciudad de Nueva York, tanto en sus barrios modernos como en las zonas más antiguas.

Asimismo, quería preservar el misterio que esconde el argumento, la auténtica naturaleza de lo que viven los personajes. Mantener tal misterio solo era posible conteniendo algo. Era importante no mostrar demasiado. Cuando Clyde ve a Cannoli en el restaurante, solo hay que sugerir la pena en su rostro, para no desvelar lo que la película revelará más adelante. Es este cúmulo de detalles lo que llega a los espectadores por oleadas sucesivas y lo que carga al film del impacto emocional que se vive, espero, en el desenlace. Resumiendo, se podría decir que Una cita para el verano es una película sobre las relaciones humanas, las esperanzas y los miedos que nos invaden a la hora de abrirnos a otra persona, de regalarle nuestra confianza, así como de todas las barreras que a veces construimos para evitar comprometernos con el otro. Y digo “construimos” porque estoy seguro de que los espectadores no se sienten lejos de los personajes, de que no sienten la tentación de juzgarlos ni enmarcarlos en un tipo determinado de persona con un tipo determinado de comportamiento. Por el contrario, he tratado de mantener un vínculo estrecho entre todos los personajes y nosotros, los que los observamos. He querido que lo vivido por cada uno de ellos se perciba como una experiencia íntima, verdadera, familiar para cualquiera que, al menos una vez en la vida, haya sentido la turbación vertiginosa, la compleja belleza y la felicidad inesperada del enamoramiento.




Del teatro a la pantalla
En un principio, UNA CITA PARA EL VERANO se creó como obra teatral, impulsada por la compañía LAByrinth. Philip Seymour Hoffman y John Ortiz eran los directores artísticos de esta gran familia que cuenta entre sus miembros con los nombres más importantes del teatro neoyorkino. La obra fue escrita por uno de ellos, Bob Glaudini, y dirigida por Peter Dubois, actual director artístico de la compañía Huntington. Fue interpretada por Philip Seymour Hoffman, John Ortiz, Daphne Rubin-Vega y Beth Cole, y conoció uno de los éxitos comerciales y críticos más importantes de los espectáculos de Off-Broadway. Bob Glaudini sacó la idea de la obra de un acontecimiento que él califica de “catástrofe personal”. Glaudini revela que, al principio, él concebía la relación entre dos de los personajes como algo totalmente abyecto e insostenible, pero que, afortunadamente, en el transcurso de la escritura, los propios personajes se rebelaron contra esta visión. Sin embargo, lo que queda es la idea de que una traición, aunque perdonada, no es necesariamente superable. Una vez escrita esta primera versión, el autor la expone a sus compañeros de LAByrinth. A John Ortiz le gusta recordar que todos trabajaron juntos durante su tradicional retiro estival y que, desde el principio, estuvieron de acuerdo en montar esta obra teatral que se presentaba con excelentes auspicios. Beth O’Neil, una de las productoras, descubre el potencial cinematográfico de la obra antes incluso de haberla visto en escena. La considera una comedia romántica atípica sobre los trabajadores que uno se cruza todos los días en las calles de Nueva York, que no se suelen ver en el cine o el teatro. No tardó en coger cariño a estos personajes tan reales.

Para Marc Turtletaub, otro de los productores, se trata de una película de amor que cuenta la historia de tres parejas: una primera que se viene abajo, una segunda que está a punto de alzar el vuelo y una tercera creada por la amistad entre estos dos mismos hombres y el sentido que tiene para ellos. Bob Glaudini estuvo encantado de ponerse manos a la obra para adaptarla a la pantalla. La experiencia teatral le había aportado una gran felicidad, pero esta remodelación del texto le permitió afinar su diálogo y hacerlo más denso. Emprendió esta tarea con la ayuda de las notas que los productores le habían proporcionado y, de este modo, dio vida a su primer guion de largometraje, en estrecha colaboración con Philip Seymour Hoffman, que ya le infundía su visión de cineasta. Poder modelar el guion desde la fase de redacción según las percepciones y exigencias del director es una situación que Glaudini considera privilegiada.

Una cita para el verano es el primer trabajo de Philip Seymour Hoffman como director, pero ha sabido sacar partido de su amplia experiencia como director de escena. El productor Peter Saraf confiesa que, en un primer momento, quedó sorprendido por su método de trabajo: interminables repeticiones que reunían a actores, director de fotografía, guionista y ayudante de dirección, en las que todo se ponía a punto, desde la interpretación de los actores, su texto y su colocación hasta el lugar de la cámara. Por consiguiente, el equipo llegó a plató perfectamente preparado y habiendo determinado con antelación las tareas de cada uno. Pasar a la dirección era un sueño que Philip Seymour Hoffman abrigaba desde hacía tiempo, pero asumir la doble función actor-director no le resultó tan fácil. De hecho, como director, debía estar disponible para todos, mientras que, a su vez, la película se basaba en gran parte en su interpretación, puesto que encarna a uno de los cuatro pilares del film, presente en múltiples escenas de dos. Esta situación acabó siendo preocupante, incluso peligrosa para él debido a la toma de conciencia personal que requería de forma permanente.

Philip Seymour Hoffman representa a Jack, un solitario conductor de limusina que busca su alma gemela. Él describe a su personaje como un buen hombre que, aunque haya tenido que vivir varias aventuras efímeras, siempre se ha dejado guiar por el miedo. Puede parecer timorato, pero aún no ha dicho la última palabra. Este personaje, como los demás, evolucionó al pasar del teatro a la pantalla. No obstante, Philip Seymour Hoffman agradece enormemente haberlo representado en teatro para poder meterse mejor en la piel de este personaje, tan diferente a él, y hacerlo real y creíble. Desde su perspectiva, en el teatro, la interpretación está condicionada por las inevitables elipsis y alusiones que hay que subsanar para comprender el personaje. Por el contrario, el cine permite explorar abiertamente estos lugares, situaciones e intercambios, y revelarlos a los espectadores. La actuación que han debido plantear en la película le parece más sutil y matizada, enriquecida por estos hallazgos. Él considera que esta transformación le permitió acceder a una aprehensión más fina y justa del papel. En calidad de actor, se siente responsable del personaje que encarna. Sin catalogarlo ni juzgarlo, pretende infundir en él suficiente verdad y sinceridad como para que los espectadores que esperaban desanimarse se sorprendan replanteándose sus ideas.

John Ortiz y Daphne Rubin-Vega también retomaron los papeles que interpretaban en el teatro, los de Clyde y Lucy, los mejores amigos de Jack. Clyde también es chófer de limusina y, junto a su esposa, Lucy, intentan echar una mano a su amigo con su vida amorosa. John Ortiz ve en Jack a uno de esos lobos solitarios al que todos los amigos desean encontrarle al fin su alma gemela. En cuanto a Clyde, se trata de un personaje en pleno cuestionamiento. Su vida no le llena. A sus cuarenta años, se encuentra en una mala situación económica y ser chófer de limusina no es, en absoluto, la profesión con que había soñado. A lo largo de la película, intenta afrontar la situación de la forma más constructiva posible. Es más, para Ortiz, se trata de una película sobre el paso a la vida adulta de un nuevo género: ¡los protagonistas ya están en la cuarentena! Su colaboración con Hoffman como director no dista mucho de lo que ya sabía de él como actor. Le parece exigente, una exigencia a la altura de su búsqueda de la verdad. Una mente fina, perspicaz y precisa, que no duda en explorar todas las pistas, aunque desconozca a dónde le pueden llevar.

Daphne Rubin-Vega representa el personaje de Lucy, la esposa ambiciosa de Clyde, que la describe como una trabajadora de fiar que siempre consigue lo que quiere. Sin embargo, en este momento vive un periodo de gran frustración. Quizá, a diferencia de otros personajes, tiene una fina intuición en cuanto a los cambios que están a punto de sucederles. Ella y Clyde son los mejores amigos de Jack, su segunda familia. Le organizan una cita con Connie, una compañera de Lucy. La historia de la película gira en torno a estas dos parejas. Según la actriz, la relación incipiente entre Jack y Connie se convierte en una vía de escape para Clyde y Lucy, una manera de refugiarse de la crisis que atraviesa la pareja. Ella también aprovechó la ventaja de haber encarnado a Lucy en teatro antes de interpretarla en el filme. No obstante, admite que el personaje evolucionó en gran medida: su afán de cambio y determinación para actuar son más apremiantes ahora. Estos matices aparecieron mientras trabajaban con la película, en la que Hoffman mostró coherencia entre sus facetas de actor y director según la actriz. Es un hombre que desprende una energía contagiosa y exultante. Es increíblemente claro y preciso a la hora de dirigir a los actores, y no se niega jamás a aplicarse a la tarea si es necesario: resulta muy estimulante para los actores.

Lucy presenta Jack a Connie, una joven soltera que es desde hace poco su compañera en Thomas Mortuary, donde venden seminarios sobre duelo a las empresas de pompas fúnebres en los Estados Unidos. Amy Ryan, la única recién llegada en este cuarteto de actores, interpreta el papel de Connie. Su personaje es, en su opinión, una mujer poco dotada para su trabajo, pero que se defiende gracias a su perseverancia y a la suerte. A pesar de su tendencia a malinterpretar las situaciones, intenta ser positiva y seguir adelante. Amy fue la última en llegar a este grupo de actores, a quienes apenas conocía (salvo a Philip Seymour Hoffman, con quien trabajó en Truman Capote). Al principio, tenía una cierta aprensión a inmiscuirse en un grupo ya unido y, hoy en día, se alegra de no haber sido víctima de ninguna novatada. Las largas repeticiones fueron la oportunidad perfecta para conocer a cada uno de ellos. Esta forma de abordar juntos todos los aspectos de cada escena también permitió que los demás actores redescubrieran su papel. Las modificaciones con respecto a la obra fueron tan numerosas que no fue ella la única que tuvo preguntas sobre su personaje. No escatima en elogios sobre la precisión con la que Hoffman logró llevar a cabo su doble responsabilidad, totalmente implicado en el papel que interpretaba y preocupado a cada instante por el buen funcionamiento de la empresa en general.