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  El dios de madera  Dirigida por Vicente Molina Foix
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Con dirección y guión de Vicente Molina Foix, y protagonizada por Marisa Paredes, Nao Albert, Mamady Diocou y Soufiane Ouaarab.


Notas del director

Sobre la película
La acción dramática de El dios de madera está centrada en cuatro personajes y tres espacios centrales. El primero y principal de los espacios es la casa donde vive la protagonista María Luisa, comunicada a través de una escalera de caracol con el ático abuhardillado del protagonista masculino, su hijo Róber, siendo el segundo y el tercero lugares 'profesionales' (la peluquería de Rachid, la boutique 'Mavi', propiedad de María Luisa) en los que se mezclan las dos parejas centrales y los demás personajes menores que pululan a su alrededor. En contrapunto a esta concentración en espacios cerrados y abigarrados por la presencia de objetos, muebles, ropas e imágenes, la película introduce diversas secuencias que airean el ámbito de los interiores: el arranque de los dos inmigrantes ilegales sorprendidos en los bajos del camión, la breve persecución del coche del jefe de la mafia de 'topmantas', la visita remarcadamente 'turística' de Rachid y Yao a la Ciudad de las Ciencias y las Artes, el día de playa de María Luisa y Yao. El final de la película, Yao corriendo de nuevo sin dirección precisa, en busca de su destino, plantea un cierre abierto y un recordatorio casi simétrico del inicio.

La película cuenta por lo demás con dos factores visuales que marcan su desarrollo fílmico y su peripecia dramática. Por un lado, la pantalla del ordenador de Róber, un 'friki' informático colgado de la Red tanto en sentido literal (su trabajo es el de diseñador web 'freelance') como figurado: allí guarda imágenes del pasado de su madre, de su propia infancia piadosa y de Rachid, su amor imposible. En paralelo a ese foco, el ático de Róber tiene una habitación cerrada siempre, y cuya revelación incide en la trama; allí están almacenados los carteles, fotos y fragmentos de obras teatrales en las que intervino una joven María Luisa, actriz que dejó a la fuerza su carrera al casarse con el padre (ya muerto) de Róber. El descubrimiento casual que Yao hace de esas imágenes de la juventud de María Luisa refuerza considerablemente la fascinación que esta mujer ahora al borde de la vejez despierta en el muchacho africano. Historia de pantallas, miradas y trayectorias cruzadas, El dios de madera busca en los actores los fuertes contrastes necesarios: una interpretación intensa y –digamos- romántica, que no excluye en momentos muy significativos el humor, por parte de Marisa Paredes (María Luisa); una poderosa presencia física que también sabe ser juguetona o tierna en el debutante Madi Diocou (Yao), la intensa naturalidad y la alegría expansiva de Soufiane Ouaarab (Rachid), y el concentrado 'voyeurismo' del Róber de Nao Albet, en el que se mezclan la pasión filial por la madre, los celos al verla enamorada de un muchacho casi de su edad, una venganza infantil de la que enseguida se arrepiente, y en todo momento la ansiedad y el dolor por su difícil relación íntima con Rachid.

Sobre la dirección
Yo decidí probar en la dirección de cine por los actores, por elegirlos (o ser elegido por ellos), por verles delante de la cámara, por oírles y escucharles, aprendiendo a menudo de ellos. Ese proceso, el menos literario que pueda existir, se ha vuelto a producir en 'El dios de madera', en este caso añadiendo el excitante factor X de haber encontrado para papeles protagonistas a un absoluto debutante, el senegalés Madi Diocou, y a un actor apenas visto antes en la pantalla, el marroquí Soufiane Ouaarab, a los que pronostico un gran futuro. El largo proceso de 'casting' que me llevó a ellos fue duro, pero al final tan placentero y fructífero como verles actuar al lado de actrices de la talla de Marisa Paredes o Sonia Almarcha y del jovencísimo Nao Albet, una revelación que para el público catalán (de TV3 y de teatro) no dejará de ser una confirmación.

Sobre el rodaje
Los accidentes forman parte del cine, y en el rodaje de 'El dios de madera' no faltaron, aun siendo, por fortuna, de poca gravedad. El más persistente y peligroso fue el Agua de Valencia, que en este caso nos llegó no en forma de delicioso combinado alcohólico sino de lluvias torrenciales a lo largo de casi la mitad del rodaje. Pero alguna fuerza superior a la climatología (tal vez el propio 'dios de madera') nos protegió milagrosamente, haciendo que el diluvio cayera cuando estábamos en interiores, y que el sol brillara cuando lo necesitábamos en exteriores.