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  Vacaciones en el infierno  (Get the Gringo)
  Dirigida por Adrian Grunberg
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Vacaciones en el infierno, una producción de Icon protagonizada por Mel Gibson, es una explosiva película de acción con toques de comedia oscura dirigida por Adrian Grünberg y producida por Mel Gibson, Bruce Davey y Stacy Perskie.

Driver ha tenido un mal día y la cosa no mejora. Se ha hecho con un botín de millones de dólares que le habría proporcionado unas vacaciones de verano memorables. Pero esta idea se vino literalmente abajo. Hacia el sur.

Durante una persecución automovilística a toda velocidad con la policía de la frontera y un cuerpo sangrando en el asiento trasero, Driver vuelca el coche y lo estampa contra el muro fronterizo para terminar cabeza abajo… en México. Capturado por las autoridades mexicanas, le envían a una cárcel de mala muerte, donde se adentrará en el peligroso mundo de "El Pueblito". No lo tendrá fácil para sobrevivir un forastero como Driver, a menos que sea con la ayuda de alguien que sepa de qué cabo tirar en cada momento: un niño de 10 años.

Rodada en México, la cinta multilingüe está protagonizada por Mel Gibson, Daniel Giménez Cacho, Jesús Ochoa, Roberto Sosa, Dolores Heredia, Kevin Hernández, Fernando Becerril, Maya Serbullo, Mario Zaragoza, Gerardo Taracena, Tenoch Huerta y Peter Gerety.

La conocían como la peor prisión de todo México: "La universidad del crimen". Una pesadilla que representaba la violencia, la corrupción y la masificación que plagaba la mayoría de cárceles mexicanas. Era "El Pueblito", una sociedad entre rejas donde los internos estaban controlados, las drogas circulaban abiertamente y cualquiera podía acceder a ellas en cualquier momento, siempre que sobornara debidamente a los guardias.

Oficialmente llamado Centro de Readaptación Social de la Mesa, El Pueblito fue construido en 1956 en Tijuana, para alojar a 2000 presos, a modo de experimento en el ámbito de las correcciones –un experimento que salió del revés. Permitir a las familias de los presos reunirse permanecer cerca de ellos dentro de la prisión facilitaría a los internos la reinserción en el mundo exterior… o al menos eso creían. Esposas, hijos, novias… familias al completo vivían en el interior de los muros de la cárcel. Algunos de ellos se quedaban todo el tiempo mientras que otros acudían esporádicamente. Los niños salían cada mañana para ir a la escuela y regresaban al Pueblito por la tarde. Allí dentro se casaron parejas, nacieron niños y murieron ancianos.

Antes de comenzar las principales tareas de fotografía, los productores contrataron a Alejandra Cuervo, una miembro del equipo de producción, para que realizara una investigación exhaustiva sobre El Pueblito, una labor que también incluía hablar con una extensa lista de antiguos presos para obtener las experiencias de primera mano.

El Pueblito era justo lo que define su nombre, una concurrida ciudadela de 700 casas destartaladas y tiendas edificadas por todo el patio principal de la penitenciaría. Las tiendas vendían casi todo lo necesario, y se podía comprar cualquier cosa y a cualquier persona a cambio del precio adecuado.

Allí había restaurantes y puestos de comida que vendían tacos, pizza, hamburguesas, zumos y mucho más; tiendas que alquilaban vídeos y tenían cabina telefónica; un barbero y una peluquería; abogados y médicos en el interior de las instalaciones que estaban encarcelados por crímenes que habían cometidos; una casa de cambio con unas tasas de intercambio de las mejores de Tijuana; y un kiosco que vendía objetos robados –de hecho, era tan popular que atraía a una marea de gente que buscaba chollos. Equipos deportivos de fuera del Pueblito entraban en él para competir con los equipos de internos de fútbol, baloncesto y voleibol.

Los laboratorios de la prisión elaboraban sus propios cristales de droga y la vendían en el interior y en el exterior del centro. Allí se vendía abiertamente cualquier tipo de droga, incluyendo la heroína, la cocaína y la marihuana. Todos operaban por El Pueblito estructurados en minicárteles, cuyos líderes vivían una vida relativamente lujosa dentro de los muros de la cárcel, pues tenían vía libre para regir sus lucrativos negocios. Era un mundo donde solo los presos con dinero y contactos podían vivir una vida más privilegiada, mientras que el resto de internos vivían con miedo, dormían en áreas masificadas y a la intemperie, y sufrían hambre y otras depravaciones.

Dinero equivalía a poder. Lo compraba todo y a cualquiera, especialmente la protección de aquel violento mundo interior –y también de las autoridades del centro. Ser criminal de

profesión adoptó un nuevo significado con los internos profesionales cometiendo crímenes dentro y fuera de la cárcel, y volvían a refugiarse en su mundo protegido de El Pueblito.

La rica y poderosa élite criminal de El Pueblito recibía el nombre de Los Maizerones, que significa "cerdos que comen maíz" (una descripción muy adecuada). Y tenían su propia brigada de seguridad: efectivos armados hasta los dientes con todo tipo de armas, desde 38’s hasta subfusiles Uzi. Los Maizerones y sus hombres dominaban y controlaban la prisión, incluyendo a los cerca de 400 guardias que aceptaron sobornos. Todos tenían que sobornar a los guardias para hacer que las cosas pasaran o no pasaran en El Pueblito, para que piraran a otro lado ante el tráfico de armas y drogas, o para entrar en el centro una nevera nueva o un jacuzzi para los dúplex en los que vivían los Maizerones.

El 20 de agosto de 2002, por la mañana, más de 2.000 unidades del ejército mexicano sitiaron El Pueblito, sacando a los prisioneros y reubicándolos en las nuevas instalaciones de El Hongo. En unas horas tumultuosas, El Pueblito dejó de existir. En el momento de la redada, había unos 80 ciudadanos estadounidenses internos, así como 600 mujeres, niños y otros familiares que vivían entre los casi 6.000 presos, muchos de ellos líderes de bandas de crimen organizado y algunos de los criminales más peligrosos del sistema penitenciario mexicano.

Vacaciones en el infierno se rodó en dos meses en la ciudad de Veracruz, principalmente en la desmantelada cárcel Ignacio Allende, que sirvió de escenario de El Pueblito. Esta era la segunda vez que Mel Gibson y su productora Icon Productions rodaban en localizaciones de Veracruz. La primera fue en 2006, cuando Gibson filmó Apocalypto.

La penitenciaría Ignacio Allende se construyó hace más de 105 años para reemplazar a la antigua cárcel que había en el subsuelo del Palacio Municipal de la Ciudad Portuaria, y el centro se convirtió en un modelo para otros edificios penales de este tipo en México. En enero de 2010, los 300 presos que quedaban fueron desalojados del edificio para llevarlos a unas instalaciones más modernas.

Se contó con la experiencia del diseñador de producción Bernardo Trujillo para diseñar y crear decorados realistas: el mundo de El Pueblito dentro de la penitenciaría Ignacio Allende. Y con su visión creativa y el trabajo inagotable del director artístico Jay Aroesty, así como de la decoradora Julieta Álvarez, lograron recrear el mundo asombrosamente real de El Pueblito.

"La cárcel de Tijuana, El Pueblito, era un lugar de lo más caótico construido a partir de la inspiración y el dinero de los propios presos sin regulación alguna que impusiera la administración interna del centro", explica el diseñador de producción Bernardo Trujillo. "Allí había una gran corrupción, y también mucha espontaneidad".

El principal reto del Departamento Artístico fue crear diseño de producción para la película que viniera de aquel tipo de mezcla caótica de materiales, arquitectura, estructuras y casas que los mismos internos construyeron de sus propias ideas y de sus propias manos en el verdadero Pueblito.

"Aquello creó una estética muy específica de desorganización absoluta –y comenzamos con un lienzo del todo organizado aquí, en la prisión Allende", prosigue Trujillo.

"Afortunadamente tuvimos la libertad de derribar muros, apoderarnos de espacios vacíos y vaciar otros que necesitábamos despejar. La ciudad de chabolas que se ve en nuestra película, El Pueblito, comenzó con cuatro paredes vacías y lo comenzamos todo desde cero".

Una gran parte del trabajo del director artístico Jay Aroesty fue la construcción de los decorados coordinando carpinteros y pintores, y trabajando estrechamente con la ambientadora de decorados Julieta Álvarez.

"Básicamente, nuestro diseño de producción era poco ortodoxo", añade Aroesty. "Construimos una maqueta de cartón de El Pueblito y de la cárcel y a partir de ahí comenzamos a edificar –con madera, ladrillos… con todo tipo de materiales reales y objetos que no suelen usarse en las películas".

Cuando cerraron el penal Allende, las autoridades, creyendo que hacían un favor a la producción, dejaron todas las paredes recién pintadas. De modo que tuvimos que recuperar las viejas texturas y dejar las paredes tal como estaban antes de que las encalaran", recuerda Aroesty. "Además, tuvimos que derribar muchas pares porque los espacios eran demasiado estrechos. Tampoco teníamos una calle principal de verdad, así que tuvimos que abrir un gran muro que uniera los dos patios y derruir un par de edificios".

Cuando llegamos allí, los dos primeros días después de que dejaran el recinto vacío de lo que había en su interior, aquello no era un buen sitio para estar. "Es una mejora, quizá no visualmente, porque probablemente se ve más deteriorado que como nos lo encontramos. Pero los interiores eran de lo más intensos, definitivamente. El verdadero esfuerzo titánico fue en la decoración".

Jay explica que los derribos de la prisión comenzaron el 22 de enero, alrededor de una semana después de vaciarse el recinto. El departamento artístico trabajó cinco semanas en la deconstrucción y en la construcción, y Ambientación, tres semanas más. Y los resultados son asombrosos, considerando todo el trabajo y los detalles de recreación de El Pueblito, con un realismo que cualquiera juraría que allí había vivido gente, que habían paseado por los patios y comido en los puestos ambulantes justo unos instantes previos a que el director gritara ¡Acción!

Julieta Álvarez recuerda el primer día que entró en la cárcel. "De hecho, teníamos que poner de todo. Tuvimos que vaciar todos los espacios porque absolutamente todo lo que allí había apestaba y estaba en un estado deplorable; lo tiramos todo", comenta. "Cuando mi equipo llegó ya faltaban la mitad de las cosas, como televisores y objetos de este tipo. Y la otra mitad eran objetos que se caían a pedazos y que no íbamos a utilizar para la película".

"Los departamentos de Construcción, de Arte y de Ambientación crearon todos y cada uno de los detalles que se ven en la película", añade Trujillo. "Entras en cada celda y ves cosas que tienen aspecto y olor auténtico porque tuvieron el privilegio de entrar en la prisión justo cuando la acababan de vaciar, de modo que aún se detectaban trazas de la vida real del centro, de los internos que por allí habían pasado. Asó que pudieron ver cosas asombrosas y apreciar cómo la gente podía hacer un verdadero hogar de un espacio de 1,2 por 0,5 metros. Todo el amor que pueda caber en un pequeño camastro para crear el universo que representa tu pequeño espacio".

Tuvimos una gran inspiración, eso es indudable, pero lo que se ve es un gran trabajo de un gran grupo de personas. La espontaneidad de la gente es asombrosa incluso en las peores condiciones. Hacerse una casa a partir del espacio más deprimente que se pueda imaginar es para mí algo bello, incluso en el lugar más triste del mundo, que creo que es la cárcel", concluye.

"Todas las pintadas de la pared también son nuestras. Se tienen que hacer nuevas y luego darles el aspecto envejecido, decrépito", explica Álvarez.

"Había unos cuantos graffiti en las paredes, pero no representan ni el 5% de los que al final salen en el filme", aclara Álvarez. La producción contrató a artistas murales y de graffiti para crear el arte que se ve en la prisión durante la película. "Todo fue de nueva creación. Es difícil encontrar los originales. Ha sido un trabajo impresionante de muchísima gente", concluye.

"Adrian dijo que sencillamente lo hiciéramos real y eso fue lo que buscamos, visionando distintos videos de varias cárceles parecidas, hablando con gente que estuvo allí. No estoy seguro de lo que la cámara puede ver, así quiero cubrir todo lo que pueda. Todo es un decorado. Y por eso es un enorme reto, porque es inmenso y tiene muchísimos detalles".

"Mucho de lo que hacemos es para poner en ambiente al equipo y para que los extras se sientan como si realmente estuvieran presos, y que se olviden de los decorados", dice Aroety. "Mucha de la decoración de lo que hacemos es para el equipo, para que Adrian se sienta en un lugar de verdad, para que los extras no se sientan extras, sino verdaderos reclusos".

"Básicamente, la estética era de nivel suficiente como para lograr la autenticidad en la película y que la gente pudiera de hecho atestiguar lo que pasó en aquella cárcel, pero también la enriquecía de tal modo que el público pueda ver el caos de colores, el caos de texturas, el caos de todo –y en la película, este factor distrae mucho", confiesa Trujillo. "Tienes que centrarte en una paleta de colores más reducida y tomar este tipo de decisiones, pero con la condición de que todo esté basado en algún tipo de realidad. Es como una realidad enriquecida desde la perspectiva cinematográfica, pero basada en la realidad al fin y al cabo".

"La cuestión era cómo se iban a fusionar de forma creíble la gente y el diseño de producción sin crear un caos que distrajera al público", prosiguió. "Existe una línea muy delgada entre pasarse de estilo y resultar demasiado realista. Tienes que encontrar la medida justa. Al final salió un espacio sudoroso y decolorado a pesar de que había una gran cantidad de color –hay colores por todas partes pero tienen un toque apagado. En algunos casos se permitieron los tonos vivos, pero no en el aspecto general de los muros ni en el vestuario. Incluso nos apartamos un poco de la realidad, porque en aquella época podías encontrarte algún recluso con una camiseta de color fluorescente, pero decidimos evitarlo; creo que distrae demasiado al espectador. Nos restringimos a una paleta más limitada y empezamos a trabajar con esa gama más estrecha intentando sacar el caos de ahí. Creo que así es más interesante".

"También había humor por todas partes, en la prisión", refleja Trujillo. "En toda la investigación que hemos hecho –desde cárceles mexicanas hasta otros centros de países latinoamericanos, pasando por penitenciarías africanas–, uno de los elementos que más se repetía, una y otra vez, fue exactamente eso: cómo la gente encuentra el humor en cualquier situación y cómo la gente encuentra la belleza en las situaciones más duras imaginables. Y en cierto modo, el tercer mundo es muy parecido independientemente de si estamos en África, en Indonesia, en Centroamérica o en México. Existen muchas semejanzas, especialmente en la cárcel, en la vida carcelaria, en lo que la gente acaba haciendo para tratar de llevar una vida normal. Y eso está dotado de una gran belleza. Encuentran la forma de hacer su monótona vida menos rutinaria para hacerla bella y colorida".

Después de rodar en Veracruz, el equipo de producción se trasladó a la ciudad de Perote, a unos 90 minutos de Puebla y a medio camino de Ciudad de México. Salado, un lago seco del municipio de Tepeyechualco justo en el límite territorial colindante con Perote, fue la localización aislada y estéril donde se rodó la persecución de coches y el escalofriante choque con el muro fronterizo entre México y EEUU. Salado se rodea de montañas y está situado a una altitud de 2.400 metros sobre el nivel del mar. Cerca de Perote se encuentra el volcán Cofre de Perote o Mauhcampaepetl (en azteca), que se eleva a 4.282 metros. La autopista californiana se rodó cerca de puebla, a menos de una hora de Ciudad de México, con los legendarios y majestuosos volcanes Popocatepetl (5.426 metros) y Iztaccihuatl (5.286 metros).

A continuación, el reparto y el equipo técnico viajaron a Ciudad de México para filmar en localizaciones de toda la ciudad y realizar el trabajo de plató en los estudios Churabusco. La última de las localizaciones de la producción fue Brownsville, Texas, en el área fronteriza que va de San Diego a Tijuana, en Baja California.