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  Pequeñas mentiras sin importancia  (Les petits mouchoirs)
  Dirigida por Guillaume Canet
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Guillaume Canet (Director)

Una emoción especial
Es muy raro, porque no había sentido nada así antes como director. He dirigido dos cortos y tres largometrajes —entre ellos Pequeñas mentiras sin importancia—, y eso es «poco» y a la vez suficiente para poder decir que lo que he vivido con esta película desde el principio ha sido muy especial para mí.

Digamos que he atravesado un periodo crucial, eso es evidente. Después de Ne le Dis à Personne, he superado varios obstáculos, como consecuencia del paso de los años. A los 35 no te planteas las mismas preguntas que a los 20, te has llevado ya algunos palos... Decidí hacer un trabajo de análisis. Un trabajo bastante importante; mucho más interesante de lo que había imaginado, ya que me llevó a escribir este guión en menos de cinco meses. Por eso esta película es tan especial para mí. No habría podido hacer una película más personal que Pequeñas mentiras sin importancia.

La gestación del proyecto
La génesis se produjo al terminar Ne le Dis à Personne. Tuve un problema de salud: había acumulado tanto cansancio durante el rodaje, el montaje, etc., que pillé el primer virus que pasó por delante. Tuve una septicemia que me tuvo encamado un mes en el hospital.

Cuando salí, tuve una depresión de caballo. Me di cuenta de que mi existencia no podía limitarse a mi trabajo, y de que tenía derecho a tomarme el tiempo de apreciar la vida. Eso me hizo darme cuenta de hasta qué punto me había estado mintiendo a mí mismo durante años acerca de mis verdaderos deseos; de cuánto me había refugiado en el trabajo para no reflexionar.

De la introspección a la escritura
No puedo reconocer haber hecho una película tan personal sin reconocer públicamente haber pasado por eso. Gracias a ese trabajo de introspección, comprendí muchas cosas que me han permitido volver a centrarme en lo que verdaderamente quería; y descubrí quiénes son los amigos a los que amo de verdad. Empecé a poner orden en mi vida y Pequeñas mentiras sin importancia empezó a tomar forma.

Durante el verano de 2008, empecé a escribir mientras trabajaba en otro guión que no guardaba relación alguna con la agitación interior que estaba viviendo. Mientras compartía una casa durante unos días con una amiga, empecé a contarle muchas cosas que se me habían ocurrido, deslavazadas; sobre todo las ganas que tenía desde hacía tiempo de hacer una «película de amigos». A medida que se lo contaba, me di cuenta de que, de hecho, la película estaba a punto de nacer. Y, durante los cinco días que siguieron, le pedí en cierto modo que fuera algo así como mi obstetra. Ella me escuchaba, me hacía preguntas, me daba su opinión, y yo tomaba notas. Le debo mucho, porque gracias a eso enseguida tuve la estructura de la película. Escribí muchas escenas durante el rodaje de L’Affaire Farewell, en mi caravana, muy rápido, siempre que tenía un rato entre dos escenas. Nunca antes me había resultado tan fácil escribir.

Personajes autobiográficos
Sí, hay un poco de mí en cada personaje. Muchas de las cosas que se dicen en la película forman parte de mi vida. Aunque, evidentemente, todo eso se ha reformulado: se ha dramatizado, integrado dentro de un trabajo clásico de ficción. Aun así, escribir Pequeñas mentiras sin importancia ha sido doloroso, debido precisamente a ese lado personal del que hablaba y a los sentimientos que me ha llevado a revivir.

Mi objetivo era hacer una película transgeneracional. Incluso los personajes de los niños los he escrito apoyándome en mis sentimientos, de cuando tenía entre cinco y diez años y vivía rodeado de personas mayores. Hay mucho de mí en los personajes. Los he escrito con una gran honestidad y una gran sinceridad. Creo que por eso es fácil identificarse con ellos. Siempre hay que poner algo de uno mismo en una historia. Lo que es verdadero y emotivo para uno, puede serlo para otros... En cualquier caso será verdadero, porque es personal.

De la risa al llanto
La frontera entre ambos suele ser sutil. Todos hemos vivido momentos trágicos en los que de pronto estalla la risa. Eso es lo que yo quería recrear. Una situación en la que los personajes se reencuentran y que les obliga a experimentar toda clase de emociones y sentimientos... Quería mostrar cómo muchas veces las vacaciones son una válvula de escape que nos hace relajarnos... y eso produce toda una serie de reacciones, ya sean cómicas o trágicas. Me di cuenta de que funcionaba cuando François Cluzet, tras leer el guión por primera vez y bastante emocionado, me dijo: «hay escenas con las que uno no sabe si reírse o llorar».

La mentira
La película trata de las mentiras que nos contamos a nosotros mismos y, de rebote, a los demás, de todo eso que no queremos ver de nosotros, que disimulamos con «pequeñas mentiras sin importancia». Al principio, los personajes pasan parte de su tiempo eludiendo las preguntas importantes, como hemos hecho todos en algún momento de nuestra vida: «¿Estoy trabajando en lo que verdaderamente soñaba?» «¿Vivo con la mujer a la que verdaderamente amo?» «¿Vivo mi sexualidad como verdaderamente me gustaría?» Y aquí no estoy utilizando la palabra «verdaderamente» por casualidad... El significado está en esa palabra... Y estas preguntas pueden aplicarse a cualquier generación.

Una película de amigos
También es una película sobre la amistad. Me he inspirado abiertamente en películas de grupos de amigos, en hermosas historias como Reencuentro [The Big Chill, 1984], que es sin duda mi mayor referencia. También puedo citar Mes meilleurs copains, de Jean-Marie Poiré [1988], Un elefante se equivoca enormemente [Un éléphant ça trompe énormément, de Yves Robert, 1976], o Husbands, de John Cassavetes... y muchas películas de Claude Sautet. También ha simplificado las cosas hacer esta película con personas que son mis amigos, como Gilles [Lellouche], Marion [Cotillard] y el equipo técnico, que ha trabajado conmigo desde mis cortometrajes; hace mucho que nos conocemos. También están François [Cluzet], Benoît [Magimel]... Hasta Jean Dujardin: ¡he descubierto que fui con él al parvulario y al colegio! En aquel entonces, nuestros padres vivían en Yvelines. Pero yo me había olvidado completamente. Fue él quien me lo recordó el día del preestreno de Mon idole [2002]: «¿Te acuerdas de la señora Pichon? ¿Y de la señora Copeck?». ¡Y vaya si me acordaba! ¡Estaba alucinando!

Obsesivo
El rodaje fue un momento intenso, pero también complicado, porque yo quería que los actores sintieran las cosas igual que yo las había sentido al escribirlas. Me volví muy obsesivo, les pedía que siguieran a pie juntillas lo que yo había escrito, lo que había imaginado. Nunca había puesto tanta pasión en una película. Aunque Ne le Dis a Personne es una película que adoro, creo que Pequeñas mentiras sin importancia es una película más personal y más lograda, que me produce un orgullo particular, pero sin ninguna pretensión. Esa pasión me la provocan sobre todo sus personajes, que me conmueven.

Realismo
Cuando propuse los papeles a los actores, les puse dos condiciones: para poder rodar en agosto, les pedí que estuvieran disponibles cinco días en mayo, para hacer un trabajo de inmersión en el cabo Ferret. Así pude llevar a todo el mundo a la casa en la que íbamos a rodar. Quería que la viviesen, que abrieran los armarios, que supieran dónde estaba el café, los cubiertos... Que se la conocieran de memoria. Que las salidas al mar parecieran naturales, que el restaurante de la playa les resultara familiar. Y, en agosto, cuando volvimos al cabo Ferret, tenían la sensación de haber estado allí de vacaciones.

También quería que se conocieran, que las parejas comenzaran a formarse y que conocieran a los actores que iban a hacer de sus hijos. La segunda condición, durante todo el rodaje, fue la presencia permanente de todos y cada uno de los actores. Quería que se quedaran allí, que se involucraran en la vida del grupo las veinticuatro horas del día. Que estuvieran disponibles para rodar nuevos planos si surgía la necesidad. No quería que la historia fuera interpretada, sino más bien vivida.

Rodé con dos cámaras simultáneamente, para que los actores tuvieran libertad absoluta al interpretar. Para que en las escenas de grupo pudieran levantarse de la mesa para ir a la cocina a por un vaso si les apetecía, sin preocuparse por entrar o salir del plano. Después, durante el montaje, fue cuando creé la película, con un material infinito. Y gracias a eso, en cierto modo, he conseguido una película viva en la que prevalece el ritmo. ¡Todos han interpretado su papel a la perfección! Por eso la película me emociona cada vez que la veo. Porque encuentro en ella las emociones que sentí al escribir el guión.

Las ocasiones perdidas
Todos pasamos por ciertas situaciones por las mismas razones: porque nos dejamos absorber por el trabajo, nos dejamos engullir por determinado ritmo de vida. Y descuidamos a nuestra familia, nuestros amigos, nuestra pareja, a pesar de que les damos la impresión de estar ahí. Sabemos que tendríamos que detenernos para tomarnos el tiempo necesario de reflexionar. Definir nuestras prioridades. Decir lo que verdaderamente queremos. Pero no siempre nos tomamos ese tiempo, y, cuando queremos hacerlo, a veces ya es demasiado tarde. En un grupo, siempre existe ese miedo de crear malestar si abordamos ciertos temas que consideramos delicados. Y no decimos nada... ¡Pero eso también crea malestar! Y aun así los dejamos pasar, suponiendo que las cosas acabarán arreglándose solas. Pequeñas mentiras sin importancia es la alfombra bajo la cual escondemos la mierda... ¡hasta que se acaba viendo! Y esa visión puede ser terrible; así sucede, en parte, en la película, cuando cada uno se encuentra frente a su verdad.

La revelación
El personaje del ostricultor desempeña un papel crucial. Jean-Louis es como la conciencia del grupo, el que no tiene miedo de decir la verdad. Es un hombre recto, y lleva una vida modesta. Él lleva mucho tiempo observando a los demás. Los ama, porque tiene un corazón enorme, pero no les deja pasar ni una. Él los enfrenta a sus contradicciones, a sus pequeñas cobardías. El papel de Jean-Louis lo interpreta Joël Dupuch, que en la vida real es un ostricultor de Cabo Ferret. Es un amigo. Está fantástico en el papel, lo borda. ¡Ha sido la revelación de la película!

Madurez
En cuanto a la puesta en escena y a la dirección de actores, ésta es mi película más lograda. Y a lo largo de ella, me he dado cuenta de hasta qué punto me quedaban cosas por aprender.


Alain Attal (Productor)
Cada nueva película con Guillaume es un placer. Es un hombre fiel, que necesita más que otros trabajar en confianza. Pequeñas mentiras sin importancia es su visión de su generación, más aún, de la sociedad actual. Es una película sobre los daños que infligimos (o sufrimos) a veces en la vida, por culpa de dejar para mañana las cosas verdaderamente importantes.

El éxito (artístico y comercial) de Ne le Dis à Personne ha permitido a Guillaume tomarse el tiempo necesario para escribir el guión de sus sueños. Por mi parte, lo que he hecho ha sido ofrecerle también el tiempo que considerara necesario para el rodaje, y luego el montaje. La primera versión duraba... ¡cuatro horas! Quería que todo lo que él había rodado estuviera en la película. Pero no nos dejó visionarla, sino que prefirió reducirla primero a un formato «un poco más corto» [risas] antes de enseñárnosla.

Es la primera vez desde que trabajamos juntos que Guillaume ha logrado ese nivel de autoridad, de experiencia. Él era el único patrón a bordo, movido por una extraordinaria energía. Durante el rodaje, noté esa inusitada determinación. Guillaume no había controlado ninguna de sus películas anteriores hasta ese punto. Y en todos los registros: desde el guión (el primero que ha escrito solo, sin Philippe Lefebvre) hasta las piezas musicales, que él ya tenía en mente desde la escritura del guión y que hemos luchado mucho por conseguir.

Una sutil mezcla de géneros
Como productor ejecutivo, decidí confiar en Hugo [Sélignac] que, tras años de aprendizaje a mi lado, ha recibido el reconocimiento que se merecía. Lo conocí como estudiante en prácticas en Selon Charlie, de Nicole García. Ha recorrido un largo camino, ha aprendido mucho. La gestión de gastos estratégicos, por ejemplo, no tiene misterios para él. Gracias a él, mi presencia al lado de Guillaume, como pasó en Mon Idole y en Ne le Dis à Personne, fue haciéndose cada vez menos necesaria conforme transcurrían las semanas de rodaje. El visionado de los copiones me confirmaba a diario que Hugo tenía una gracia y una visión increíbles, que sabía perfectamente a dónde se dirigía.

Creo que todo lo que Guillaume aprendió con Ne le Dis à Personne le ha permitido atreverse una vez más con una sutil mezcla de géneros. Tanto con el thriller como ahora con la comedia, nunca se corta de incluir las emociones en la historia. Tiene una especie de intuición única, un sexto sentido para detectar lo que dará resultado. Y si para eso hay que pasar directamente de una escena desternillante, con el personaje de Cluzet actuando de manera nerviosa y obsesiva, a una escena en la que Marion nos conmueve, no hay ningún problema. Pequeñas mentiras sin importancia es un buen ejemplo de esta mezcla de géneros, de la libertad de contar como es de verdad la vida: muchas veces nos reímos, pero, desgraciadamente, también lloramos a menudo.


Hugo Selignac (Productor ejecutivo)
Guillaume tenía una visión tan clara de lo que quería, que el primer contacto con el guión exigió a los actores un trabajo sin duda poco habitual para la mayoría de ellos, a pesar de ser talentos consagrados. Al principio, podía dar la impresión de que él quería dirigirlos casi como si fueran principiantes. Quería a toda costa que el tono fuera exactamente el que él indicaba, porque si no el significado de las palabras difería. Puede que también, cuando algunas veces Guillaume les pedía que apareciesen de fondo en algunos planos, al principio ellos tuvieran la impresión de estar haciendo de figurantes. Pero está claro que no era el caso. El resultado en la pantalla habla por sí solo. La emoción que destila la película está también presente en las escenas en las que la convivencia en grupo se expresa en varios planos, por ejemplo a través de esas miradas que Guillaume ha sabido captar magníficamente, y no sólo de los diálogos. Al final, todo el mundo estaba de acuerdo en que no habíamos hecho una película, sino «la película». Cuando está rodando, Guillaume transciende a las personas. Ahora entiendo por qué me dedico a esto: para trabajar con artistas como él. Sabe transmitir mejor que muchos otros directores la idea de que todo el mundo es importante en un rodaje. Desde el alumno en prácticas a François Cluzet, para él todas las personas que trabajan a su lado tienen una función muy concreta que desempeñar.

Lo que más destacaría de Pequeñas mentiras sin importancia es el carácter universal de las preguntas que se plantean los personajes. Creo que son válidas a los 15, a los 35 y a los 65 años, sin distinción de la clase social. Ejemplos de ellos son la frustración sexual del personaje de Pascale Arbillot, o la revelación que tiene el personaje de Benoît Magimel sobre su naturaleza más profunda, o el miedo crónico del personaje de Gilles Lellouche a comprometerse, el saber si la persona a la que amamos es la adecuada, si estamos haciendo el trabajo que nos gusta, si podemos confiar de verdad en nuestros amigos, etcétera.

Para definir Pequeñas mentiras sin importancia, la gente suele hablarme de «película coral», pero yo prefiero decir que es una historia de ocho amigos en la que cada uno es el protagonista de su propia historia.

Mi trabajo durante el rodaje ha consistido principalmente en aligerar el trabajo de Guillaume, en animarle a delegar para que pudiera dedicarse a lo esencial, en asumir la responsabilidad de los problemas técnicos y de gestión más importantes, y también decisiones menores que podían llevarle por ejemplo media hora, como elegir un buen queso para el almuerzo en el comedor; porque él vela, y eso es cierto, por el bienestar de todo su equipo [risas].

Además, al negarse a interpretar un papel en la película, Guillaume ha hecho gala de una infinita sabiduría. Habría sido una situación insoportable para él, y cabe pensar que no habría podido ser tan preciso como director con el resto de actores.

Para mí ha sido una suerte trabajar en Pequeñas mentiras sin importancia. Es una película generosa, de la que sales con ganas de decir a la gente que la quieres.


François Cluzet (Actor)
Creo que Guillaume Canet ha escrito la película de una generación, incluso de una época. Es una película que habla de nosotros, de vosotros. Es un espejo, como las obras de los grandes artistas.

Yo interpreto al mayor del grupo. Es un tipo que, por su situación social, puede permitirse pagarles las vacaciones a los demás. El sabe que se aprovechan un poco de él, pero no le importa, porque se siente útil.

Estoy especialmente orgulloso de haber participado en la primera película que Guillaume ha escrito solo. Ne le dis à personne era la adaptación de una novela policíaca. Él habría podido limitarse a hacer una película de entretenimiento. Pero, al final, era más que eso. Era casi una película de autor. Con Pequeñas mentiras sin importancia, podemos hablar de obra maestra. Y cuando además admiras y aprecias, por no decir amas, a la persona (y al autor) sólo quieres una cosa: dar lo mejor. Guillaume ha escrito un guión de una riqueza infinita. En el fondo, todos los papeles son protagonistas. Durante el montaje, ¡había material suficiente como para hacer una película entera sobre cada uno de los personajes!

El hermano mayor intolerante
Yo soy quince años mayor que los demás, ¡que parecen unos inmaduros! Y no soy yo quien lo dice, sino que es mi personaje [Max] quien lo piensa. Yo interpreto al «hermano mayor», pero también en lo malo, sobre todo por mi intolerancia. Max es un tío que puede llegar a ser insoportable. Pero es digno de la ternura de Guillaume, de su benevolencia... Él no le juzga.

No hay cinismo alguno en la visión de Guillaume Canet sobre sus semejantes. Creo que es su gran seña de identidad, en un mundo en el que la burla y la mofa se han convertido en un rasgo propio de mucha gente, y no sólo de los humoristas.


Marion Cotillard (Actriz)

Encuentro con Marion Cotillard
Guillaume siempre tiene muchas ideas, muchas historias que le gustaría llevar a la pantalla. Siempre había hablado de hacer una película sobre un grupo de amigos, y sobre nuestra generación. Hace tres años que ese deseo se materializó, cuando empezó a escribir el guión de Pequeñas mentiras sin importancia.

Yo asistí a ese proceso de escritura de un modo más o menos cercano, según el periodo, porque enseguida me comentó que tenía ganas de que trabajáramos juntos. Cuando leí la primera versión, me sentí conmovida por su manera de profundizar en la descripción de las relaciones, y por la gran sutileza y sinceridad de su discurso. Guillaume es una persona muy observadora y con un sentido artístico muy agudo. Ha creado una galería de personajes muy auténticos y cercanos.

El trabajo
El periodo de preparación fue muy completo. Guillaume es una persona que trabaja mucho. Ha creado una estructura que domina a la perfección, hasta el menor detalle, y eso nos da a los actores una base muy sólida. Él nos abre la puerta de su universo y nos da la libertad de crear, de añadir trocitos de nosotros mismos.

Todos los actores hemos compartido con él un momento en el que nos ha explicado su visión de nuestro personaje. Luego nos reunió para una sesión de lectura de los diálogos en París, que permitió hacer algunos ajustes para crear un equilibrio entre los personajes.

Uno de los momentos más inspiradores de esta fase de preparación fueron los días que pasamos en la casa del cabo Ferret. Fue una ocasión para compartir el trabajo y conocernos mejor. Era importante crear una dinámica de grupo, de amistad.

Todos los actores nos habíamos imaginado la vida de nuestros personajes, qué les movía, las relaciones entre ellos, cómo se habían conocido, su pasado individual y su pasado de grupo. Eso es algo que no se ve en la pantalla, pero que aporta cada uno, es la energía subyacente. Cada uno contó su historia, y fue un momento muy emotivo, teníamos la sensación de estar asistiendo al nacimiento de los personajes y de sus vínculos.

Durante el rodaje, Guillaume creó un espacio en el que todo estaba pensado para que los actores nos sintiéramos lo más cómodos posible. Un director que tenga esta sabiduría y esta capacidad de comprender a los actores no sólo hace que el trabajo sea más fácil, sino a veces incluso extático. Había momentos en los que no teníamos la sensación de estar interpretando.

El personaje
Marie es etnóloga. Estudia a personas que están a miles de kilómetros de distancia y sin embargo es incapaz de hacer frente a su desastre interior. Marie tiene miedo. Y huye.

Pero, alrededor de la treintena, se llega a un estado en el que, después de haber dejado que la vida pase por ti, aparecen nuevas prioridades. Surge la necesidad de hacer balance y el miedo a hacerlo. Sea como fuere, se trata de un punto de inflexión que conduce a la introspección.


Laurent Lafitte (Actor)

Encuentro con Laurent Lafitte
A pesar de no ser amigo íntimo de Guillaume, no nos hemos perdido de vista desde el curso de arte dramático Florent. En Mon Idole y en Ne le Dis à Personne, yo hacía un pequeño papel, nada espectacular, pero ésa fue su manera de hacerme participar en sus aventuras como joven director, cosa que siempre me ha conmovido. En un principio, mi papel en Pequeñas mentiras sin importancia lo había escrito para él. Pero luego pensó que ya tenía bastante trabajo sólo con la dirección. Un día vino a verme a mi espectáculo, y a la salida me propuso interpretar a Antoine, un eterno adolescente de escasa formación al que acaba de dejar su novia. No tiene trabajo, y no consigue quitarse a su ex de la cabeza. Se pasa el tiempo dando la brasa a los demás y pidiéndoles consejos que luego no sigue. Sólo le interesan sus problemas. Los de los demás ni siquiera llegan a entrar en su cerebro. No ve nada, y no entiende nada. Igual que él sufre las cosas, se las hace sufrir a los demás, y no encuentra ninguna solución.

Hasta que decide hacer frente a su situación y se revela, por amor, más maduro de lo que parecía.

Eufórico
En el fondo, es un papel cómico. Pero Guillaume me ha pedido que lo interpretara tal cual, sin intentar necesariamente hacer reír. Al ser cómico, Guillaume sabe qué palabras usar para devolverte a lo importante, para centrarte.

¿Que si me imponía trabajar con semejante elenco de actores? No, pero sí que me entusiasmaba. Estaba ansioso por empezar. En los ensayos estaba eufórico. Durante el rodaje, nos alojábamos en casas vecinas. Era inquietante dar vida a una pandilla de amigos y al mismo tiempo vivir otra aventura de grupo, casi igual de intensa, durante el rodaje.

Una película diferente
¡Menudo director! Guillaume se implicaba tanto que nos atraía a su órbita. Hacía gala de una energía de cohesión impresionante. La relación de confianza que establece con los actores es total. No puedes evitar seguirle.


Valerie Bonneton (Actriz)
Véronique es una chica que se contentaría con placeres sencillos. Pero con el marido que tiene, eso no es fácil, porque él parece no tener nunca suficiente. Ella le ama mucho, pero sus caprichos, sus obsesiones, le exasperan. No le pasa ni una. Él siempre se enorgullece de su éxito material, mientras que ella se conformaría con la mitad de la mitad.

Guillaume me había descrito mi personaje como una chica generosa, a la que le gusta tener invitados, pero con unas ideas muy fijas acerca de lo que es bueno para la salud y lo que no lo es.

Es básicamente un papel cómico, que Guillaume buscaba que resultara creíble.

Pequeñas mentiras entre amigos
Guillaume es un director que pone el listón muy alto. Él marca la nota, y estamos todos tan orgullosos de «cantar» para él, que nos esforzamos mucho por darla. Guillaume te empuja, te encauza, te motiva, sin dirigirte necesariamente. No tuvimos que repetir tantas tomas como podría parecer. En la escena de la limpieza, que era bastante complicada, Guillaume estaba siempre alerta, y cuando gritó «¡corten!» yo sentí que habíamos conseguido el grado de intensidad que él buscaba.

Al principio del rodaje yo tenía un poco de miedo, pero luego cada uno encontró su sitio de forma natural. Enseguida me sentí bien en aquella casa de veraneo, que consideraba como la mía. La semana que pasamos todos juntos antes de que empezara el rodaje facilitó mucho el trabajo de familiarización. Ése fue el momento en que empezó a cohesionarse el grupo.

A través de la historia que narra Pequeñas mentiras sin importancia, me he dado cuenta de hasta qué punto la mentira es algo presente en la amistad. De hecho, todos interpretamos papeles en la vida continuamente. A veces mentimos para proteger, pero siempre se acaba descubriendo. Ésa es una de las enseñanzas de la película.


Pascale Arbillot (Actriz)
Yo me llevé una buena sorpresa con esta película. Al principio, lo que vi fue la parte agradable de rodar personajes felices en un ambiente de vacaciones. Pero luego la emoción se desborda y no la has visto venir. Guillaume tiene la inteligencia del corazón. Aunque sólo tiene 38 años, ¡tiene una gran sabiduría y un enorme entusiasmo comunicativo!

Hay una escena en la que estamos haciendo footing por la playa, y de repente yo hago un sprint. Guillaume me dijo: «tienes que entrenar de verdad, porque te pediré que corras muy rápido, sobre la arena...». Resultado: estuve corriendo una hora al día. Yo no había corrido en mi vida, perdí casi 10 kilos, ¡menos mal que pegaba con el personaje!

La pareja que formo con Benoît Magimel es de esas que empiezan desde muy jóvenes. Se quieren como dos hermanos. Pero son dos solitarios. Ella está sexualmente frustrada. «Hace el amor» por Internet. Y luego, cuando está con gente, no para de hablar. Tiene una opinión para todo. Es una sabihonda. En el fondo, está buscando afecto permanentemente.

Una vida de novela
Hace ya algunos años que conocí a Guillaume. Me había propuesto un papelito en una película. Yo acaba de dar a luz, y él me dijo: «¡Sólo tendrás que dar de mamar entre dos tomas!». Yo estaba agotada, y le dije que no. No imaginaba que dos años más tarde volvería a llamarme. Me dejó un mensaje: «Pascale, ¿te gustaría...? Bueno, llámame», y luego me contó el argumento de Pequeñas mentiras sin importancia.

Guardo un recuerdo muy especial del trabajo de lectura que hacíamos en el decorado de la casa. Fueron momentos muy felices en los que cada uno, en voz alta, comenzaba a «ser» su personaje.

Tres meses más tarde, cuando volví a la casa para el rodaje, ya tenía recuerdos en ella. Al igual que en el teatro de Chejov, en Pequeñas mentiras sin importancia se adivina una vida de novela detrás de cada personaje.

Guillaume tiene una gran capacidad para inventar. La escena en la que descubro una conversación entre Marion Cotillard y Benoît Magimel no estaba escrita. A veces nos dábamos cuenta de que nos habían dado las tres de la mañana... Yo me dedico a esta profesión para vivir momentos como ése.

Me quedé pasmada con la visión que tiene Guillaume de los hombres. Saca a la luz su fragilidad, revela sus debilidades sin buscar complacer, aunque con benevolencia.