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  Valeria descalza  Dirigida por Ernesto del Río
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Notas del director
VALERIA DESCALZA es una película en la que sus personajes principales se interrogan a sí mismos – casi siempre sin palabras – sobre lo que son y sobre lo que de verdad les gustaría ser, en el fondo conscientes de que sus deseos y la realidad son cada vez más irreconciliables y de que sus preguntas no resultan nada fáciles de responder. Las acciones que emprenden aparecen movidas por un tejido sutil de causas profundas, efectos inexorables, hechos azarosos y coincidencias decisivas. Estas acciones, y la manera que cada uno de ellos tiene de llevarlas a cabo, les someten a una diversidad de estados de ánimo que va de la desesperanza a una exaltación siempre fugaz. Por otro lado, el indicado tratamiento argumental pretende poner de manifiesto la diferente visión de la vida y sus realidades (inmediatas y no tan inmediatas) que tienen cuatro personajes a los que se puede adscribir a tres generaciones distintas, un juego que permite contemplar, mediante una puesta en escena que potencia las posibilidades metafóricas de la historia que se cuenta, a dos hombres (Salvador / Raúl) y a dos mujeres (Leonor / Valeria) como el mismo hombre y la misma mujer en dos tiempos distintos, lo que nos inclina a considerar VALERIA DESCALZA como una fábula acerca del sentido del amor y del goce en relación con el tiempo que nos pasa a cada uno de nosotros.

Por su parte, las relaciones que estos personajes anudan entre sí sirven para poner en evidencia ante el espectador, de una forma a la vez pasional y desdramatizada, la ilusión de los sentimientos, su fragilidad, su aspereza y la profunda inadecuación, en los diferentes estados de conciencia de cada uno de ellos, entre la manera que tienen de vivirlos y las circunstancias en las que están obligados a salir adelante, una construcción ficcional basada en la exteriorización de las relaciones personales y la interiorización de los espacios y los lugares. Además, como sucede también en la vida misma, la historia que se cuenta en VALERIA DESCALZA no excluye, sino todo lo contrario, ciertas situaciones de humor que contribuyen a su modo a poner en pie un relato cinematográfico un poco más allá de las tradicionales convenciones de género, una peripecia dramática en la que los espacios interiores y exteriores, la luz y el color, dejan de ser meros elementos más o menos instrumentales para convertirse en protagonistas genuinos que ayudan a comprender el desarrollo de la acción y sus recovecos emocionales al tiempo que son capaces de aportarle un sentido que en muchos momentos va a lograr sorprender al espectador.

Junto a la luz y el color hay en VALERIA DESCALZA un tercer elemento que sirve para recrear la trama sentimental de sus protagonistas: la música. Una canción, títulada Descalza, se convierte en un claro leit-motiv argumental.

La letra es obra de uno de los personajes, una mujer entrada en los cuarenta cuya afición favorita es escribir canciones de amor. Las letras de estas canciones sirven para construir en la ficción vibrantes metáforas acerca de las exaltadas y tormentosas relaciones que tienen lugar entre los hombres y las mujeres de cualquier edad, condición y lugar, unos y otros testigos perplejos (a pesar de sí mismos) de nuestra contemporaneidad.

Esos hombres y mujeres sienten a veces, como cualquiera de nosotros, la imperiosa necesidad de explicarse el presente desvelando previamente las zonas oscuras y las incongruencias del pasado. Valeria y Raúl, dos de los personajes principales, van a experimentar con toda crudeza esa necesidad y acabarán por darse cuenta, sin posible vuelta atrás, de los peligros que encierran el amor y sus caprichosas apariencias.