María Teresa es preceptora en un colegio, o sea, una inocente maestra de ceremonias. Y cuando María Teresa, persiguiendo un vago, quiza inexistente olor a tabaco, comienza a esconderse en los baños de los chicos para sorprender a los que fuman y llevarlos ante la autoridad, y poco a poco hace de ello un hábito oscuramente excitante, no es de la violación de las reglas sino de su aplicación a ultranza de donde surgirán la torsión y el desvío, de la rigurosa vigilancia de una completa rectitud, de la custodia inflexible de una normalidad total y atroz.