Pablo Trapero (director)
Pablo Trapero comenzó su carrera internacional en 1999 cuando estrenó su primer largometraje, Mundo grúa. Fue un momento rompedor en el cine argentino y animó a docenas de directores jóvenes en sus primeros largometrajes. Mundo grúa fue estrenada en Venecia, cosechando premios y aclamada por la crítica en festivales cinematográficos alrededor del mundo.
En 2002, su segundo largometraje, El bonaerense, fue premiado asimismo en UNA CIERTA MIRADA en Cannes, con excelente crítica y audiencia. Aquel mismo año abrió su propia productora en Buenos Aires, Matanza Cine, con la cual ha producido más tarde no solo sus propios largometrajes, sino los de otros directores argentinos y latinoamericanos.
Como productor ha estado detrás de largometrajes y documentales como Ciudad de María, de Enrique Bellande; La mecha, de Raúl Perrone; Géminis y La rabia, de Albertina Carri; Mi mejor enemigo, de Alex Bowen; Di buen día a papá, de Fernando Vargas; y Mbya, tierra en rojo, de Philip Cox y Valeria Mapelman.
Como director, además de cortos y TV-movies, también ha dirigido Familia rodante, Nacido y criado e Intersecciones, un documental de ficción (2007).
Leonera, su quinto largometraje, es nominada a la Palma de Oro en Cannes 2008, y además elegida como la representante por Argentina a los Oscar® como Mejor Película en Lengua No Inglesa. Pero es con Carancho, su sexto largometraje, con el que Trapero se consagra como uno de los directores latinoamericanos de mayor proyección internacional: la película ha sido candidata por Argentina a Mejor Película en Lengua No Inglesa en los Oscar®, además de arrasar en los Premios Cóndor y numerosos festivales internacionales.
Entrevista Pablo Trapero
Pregunta: ¿Cuál es el engarce de la película con la actualidad?
Respuesta: Elefante blanco es una película que conecta con distintas épocas relacionadas entre sí por el trabajo que hacen los curas en las villas y se podría pensar que más o menos, sobre todo en Ciudad Oculta, que es donde está ubicado el Elefante blanco, se trabaja desde fines de los años sesenta hasta la actualidad. Pasaron muchos años, muchas cosas y muchas historias muy difíciles, no solo en el barrio, sino en el país, desde esa época hasta hoy. Y lo que unifica después de todos estos años es la gente que durante generaciones estuvo viviendo en una villa que en principio era más pequeña y después se hizo más grande y ahora es prácticamente una ciudad. Un poco lo que se puede ver en la película no es solo la situación actual que se vive en el barrio, sino las generaciones que fueron creciendo, muchas de esas sin la posibilidad de haber salido de ese lugar, y siempre acompañados en las distintas épocas por estos curas que hacen distintos trabajos junto a los vecinos.
P.: ¿Qué podemos aprender en 2012 del discurso que deja traslucir Elefante blanco?
R.: A través de las distintas formas de exclusión social y en general, es donde se puede ver claramente por qué existe una sociedad prácticamente paralela que alberga a las personas, que de alguna manera, intentan entrar en un sistema.
Se ve más claramente en las villas que albergan a gente que viene del interior del país tratando de entrar en la capital, pero por las diferencias económicas o sociales que hay, solo puede llegar hasta la villa y ese es el mejor lugar al que pueden acceder. También pasa lo mismo en relación con otros países. Hay gente que vive en villas de la ciudad de Buenos Aires que vienen de muchas comunidades de países latinoamericanos buscando el progreso. Eso genera una contradicción y una tensión muy fuerte entre lo que para unos es el progreso y para otros es la exclusión. Para mucha gente que viene de condiciones de extrema pobreza, la villa es realmente un paso para estar más cerca de recursos e incluso de infraestructura. Y para la gente que está en la ciudad, muchas veces es el lugar al que termina llegando por haberse caído de la estructura social.
P.: ¿Qué considera que aporta una película sobre curas comprometidos en 2012?
R.: Una película que habla sobre curas comprometidos en realidad habla sobre personas comprometidas. Elefante blanco deja ver mucha gente que silenciosamente está comprometida con el trabajo cotidiano que significa intentar cambiar algo, por lo menos en estos barrios. La película no muestra solo lo que hacen Nicolás y Julián, que son los dos curas, sino también Luciana y el grupo de trabajo que los acompaña se ve un montón de gente que anónimamente trabaja a diario, por lo menos para enfrentarse a los problemas cotidianos.
Después hay problemas estructurales, políticos, sociales, económicos que no puede resolver un asistente social, ni un cura, ni una persona que desinteresadamente se acerca a la villa para intentar trabajar con la gente del barrio. Pero lo que se ve en la película es que hay mucha más gente de la que imaginamos y conocemos que está comprometida de manera cotidiana con un trabajo que, a largo plazo, puede traer un poco de alivio para los problemas cotidianos de los vecinos de estos barrios.
P.: En su labor como director, ¿qué notas ha querido imprimir al tratamiento de los personajes?
R.: En la película hay, por supuesto, tres personajes principales, que son los que identificamos con más claridad. Julián, el personaje de Ricardo Darín, que narra un poco la generación que continuó el trabajo de los curas tercermundistas, que es la generación inmediata, posterior, y cómo se considera desde hoy día ese movimiento y ese compromiso. Julián es un personaje que viene de una familia de clase media o acomodada, que ha tenido estos votos de compromiso social, y que se ha alejado de la tradición de su familia para dedicarse a los pobres.
Por otro lado, está Nicolás, que es la generación que sigue, la que aprende de la generación de Julián. Nicolás es el personaje de Jérémie Renier, el cura extranjero al que en la película llaman el cura gringo, que viene de viajar por distintas partes del mundo, siguiendo misiones humanitarias, no solo en Latinoamérica, sino también en otros lugares del planeta; y cuando empieza la película entendemos que este vínculo que han desarrollado Julián y Nicolás ni siquiera empezó en la Argentina, sino en los viajes que Julián hacía llevando esta tradición de la palabra de los curas del tercer mundo por distintos países.
Nicolás tiene una mirada más cotidiana y está más preocupado por la relación con los vecinos que por la religión, y eso se ve en un primer momento. Su manera de trabajar, que es lo que lo enfrenta a Julián, deja la religión de lado para establecer vínculos más directos y personales, y eso también genera fricción en este vínculo.
Esta relación entre Nicolás y Julián, que representa el trabajo desde el lado de la religión, se complementa con la mirada de Luciana, que es una asistente social que trabaja desde hace muchos años con Julián ayudando a los vecinos del barrio en las distintas tareas cotidianas, como el comedor, los talleres de rehabilitación por problemas de drogadicción, apoyo escolar, talleres de costura, etcétera. Son distintas actividades para acercarse a los vecinos, y para que los vecinos también encuentren una manera de trabajo, muchas veces fuera de la estructura religiosa y política, que es también otra de las maneras en que se hacen esos trabajos sociales.
Y después se ven muchísimos personajes que representan las distintas voces del barrio, los inmigrantes, los chicos que luchan a diario por salir de los problemas que el barrio a veces representa. Después se ve también en otros vecinos que se convierten en personajes, la gente que efectivamente encuentra en la villa un lugar de pertenencia porque hace generaciones que están ahí, porque es su barrio, es su lugar, más allá de lo que desde afuera se puede ver, que es un lugar de tránsito, de paso, de emergencia. También se ve en otros personajes, como la villa es un lugar de refugio y una fortaleza, sobre todo para el narcotráfico y para otras actividades delictivas. Se ven por momentos partes del negocio del juego ilegal y de otras formas de vida que se sienten protegidas dentro de la villa.
Entrevista Ricardo Darín
"Elefante blanco me ha enseñado a dudar de mi falta de fe"
Pregunta: ¿Cómo ha sido la experiencia de trabajar con Martina Gusman y Jérémie Renier?
Respuesta: Todo encuentro entre actores en un elenco siempre es como un salto al vacío porque uno no está muy a cargo o muy enterado de con quién se va a encontrar, y esa es la parte más vertiginosa y la más rica, más jugosa si se quiere, es lo que hace que conozcamos nuevas personas y que se amplíe nuestro horizonte. Martina Gusman es ya una colega, compañera de ruta y en Elefante blanco hacemos de dos personas que se conocen de hace mucho tiempo y que han recorrido cierto camino juntos, así que no nos costó mucho hacer eso porque en nuestra vida real prácticamente es un poco eso lo que hemos hecho. Así que en el caso de Martina lo que hicimos fue, creo yo, meter mano a una mochila compartida que hemos construido juntos en el pasado cuando hicimos Carancho. En esta oportunidad pudimos tener la suerte de entendernos con una mirada, de escuchar bien nuestros silencios. Eso es algo que nos lo ganamos por derecho, por haber construido bien nuestra vinculación en épocas anteriores.
El caso de Jérémie es absolutamente distinto porque nos conocimos cuando ya estábamos a cargo de la responsabilidad de tener que construir los personajes. Pero a través del tiempo nos dimos cuenta de que tenemos muchas cosas en común, en muchos aspectos. Somos dos tipos muy parecidos de dos generaciones distintas y nos hemos hecho muy amigos por el contacto cotidiano y la responsabilidad del trabajo compartido con el agravante de tener complicaciones, amables complicaciones por el tema del idioma.
Construimos un lenguaje particular que se compone de algunas partes de inglés, otras de español y otras de castellano más muchas otras partes de miradas, sonrisas, sonidos, chistes y ruidos que solamente él y yo comprendemos. Eso nos hermanó, nos generó una sensación de fraternidad muy propia para encarar a los dos personajes porque, dicho sea de paso, son dos muy muy amigos en la historia. Es como si el destino nos hubiese puesto este desafío para ponernos a prueba. Será cuestión de preguntarle al destino cómo nos fue, pero creo que le jugamos una mala pasada porque nos hemos divertido mucho aun teniendo que atravesar situaciones muy duras. Ahí es donde uno nota la complicidad, cuando sabe que puede contar con el otro. Yo sentí eso y sé que él sintió eso por mi parte.
P.: Elefante blanco retrata un contraste entre diferentes estamentos de la Iglesia católica. Sin embargo, parece que los protagonistas de la historia nunca acaban de cumplir las expectativas de su entorno, como si su sacrificio no pudiera nunca rendir el fruto deseado. ¿Dónde sitúa usted el origen de esa frustración?
R.: No soy el más indicado para hacer un análisis sobre la estructura eclesiástica ni de su funcionamiento. De todos modos creo mucho en el trabajo que se hace persona a persona en contacto directo de uno con otro. Creo que el trabajo pastoral, por lo que he tenido oportunidad de ver, se centra especialmente en este aspecto, en aquellas cosas que se pueden cambiar, que se pueden mejorar. Existe, no me cabe duda, una cierta resignación frente a aquellas cosas que no se resuelven pero de todos modos el esfuerzo es válido. Si hay algo que aprendí mientras trabajaba en este rodaje es precisamente eso: el extraordinario valor que tiene una persona en una comunidad afrontando los conflictos personalmente, poniendo el cuerpo en ello y no solo tratando de dar lo mejor de sí, sino tratando en muchos casos tratando de ser nexo de soluciones. Creo que esa es la única salida que nos queda a los seres humanos frente a la falta institucional. Pero esto va más allá de una crítica a la Iglesia en sí: me refiero especialmente a las personas que están dentro de esos sacerdotes, dentro de esos curas, que hacen su trabajo sin medir ni horarios, ni días, sin tener descansos, sin tomar vacaciones. Solamente por vocación, por convicción y por fe.
P.: Si en Carancho había una química tortuosa entre su personaje y el interpretado por Martina Gusman, en Elefante blanco esa química se ha desplazado a otro dúo de personajes Nicolás y Luciana, mientras que a su personaje, el sacerdote Julián, se le asigna un papel de contrapeso o de moderador de las acciones y pensamientos de otros. ¿Cómo ve ese matiz del personaje?
R.: Yo fui moderador toda mi vida, toda mi vida estuve entre conflictos y toda mi vida intermedié para pretender, sin conseguirlo siempre, que las cosas no pasaran a mayores. Soy un convencido de que la discusión, la conversación, la confrontación, son herramientas enriquecedoras y que en muchos casos ayudan a solucionar conflictos; no me asusta la discusión porque establezco perfectamente cuál es la diferencia entre discusión y pelea. Me parece que la batalla se debe dar en ese terreno, en ese escenario y no en otros y no habría que tenerle miedo a la discusión, la confrontación de ideas. En muchos casos es lo que ha servido para que la civilización siguiera adelante a pesar de aquellos que hacen de todo para que retroceda.
P.: ¿Cómo valora la manera del director Pablo Trapero de encauzar a los personajes?
R.: Pablo empieza a encauzar a los personajes ya desde la escritura misma del guión con sus coescritores. El perfil del personaje se empieza a dar desde su propia gestación. Después, entre director y actor hay un proceso de acercamiento, de investigación y de afinación para tratar de llegar a lo que creemos es territorio más cercano a la zona donde se mueve el personaje. Después, lo que queda es un trabajo de campo en el rodaje mismo, afinando y ajustando. Pablo confía muchísimo en lo que ocurre en el campo de trabajo. Muchas veces la modificación que sufre un personaje, en el traslado del papel de la letra escrita a estar de pie quieto en una escena, es sustanciosa porque el contexto y el entorno obligan a que uno reacomode las piezas.
P.: ¿Cuál es su opinión sobre el compromiso político y social de los curas obreros? ¿Cómo valora el legado de Carlos Mugica?
R.: El compromiso social de la gente que trabaja por el bien de los demás sean curas obreros, sean curas villeros, sean sacerdotes de a pie o como queramos llamarlos, me produce una gran admiración y un cimbronazo de amor. El hecho de que haya personas que están permanentemente preocupadas por los demás, por atender a los demás, por servir a los demás, por dedicar su vida a los demás, es algo que para muchos de nosotros es inabarcable como concepto, porque vivimos en comunidades y civilizaciones que dan preferencia al individualismo, al sálvese quien pueda. Ese contraste es lo que precisamente hace que me produzcan tanta admiración las personas que no miden consecuencias y que dedican su vida a los demás. ¿Cúal es mi opinión sobre el legado del Padre Mugica? Bueno, es casi una falta de respeto que yo pueda opinar sobre el legado del Padre Mugica, a quien no solo la gente sino la Iglesia debería rendirle un homenaje todos los días. Es uno de esos eslabones extraordinariamente valiosos que aparecen una vez cada tanto en las comunidades y que hacen que dos polos aparentemente irreconciliables entren en contacto y caminen, aunque sea un tramo, de la mano. El padre Mugica y la gente como él, los sacerdotes que han heredado ese legado, son personas que más allá de cuál sea su condición original, hayan nacido donde hayan nacido, demuestran que todavía hay cosas valiosas en la especie humana.
P.: Su personaje dice en un momento de la película: "Si queremos que pase algo, tenemos que movernos". ¿Cómo relaciona esa afirmación con la actualidad del siglo XXI?
R.: Bueno, la realidad del siglo XXI es difícil de analizar sobre todo porque lo estamos atravesando y no tenemos distancia. Es difícil ser objetivo. Están pasando cosas todos los días que van a producir cambios y modificaciones sustanciales. La idea, el espíritu y alma de esa frase apunta especialmente a no quedarnos recluidos solo, pura y exclusivamente en aquella cosa que creemos que debemos hacer. Siempre hay que hacer algo más; hay que esforzarse y hay que comprometerse a fondo con las cosas en las que uno cree. Tratándose de sacerdotes, lo que está haciendo mi personaje en ese momento es esgrimir una amable provocación frente al obispo. En una estructura como la eclesiástica, salvo honrosas excepciones, normalmente la tendencia es a que nada se modifique demasiado, hay un matiz conservador sobre las estructuras. Así que creo que a eso apunta la frase, a provocar algo en el espíritu joven o rebelde que alguna vez anidó dentro del obispo, en su juventud o apelando a su sentimiento más abierto, más sensible.
P.: De su experiencia en el rodaje en Argentina y Perú, ¿tiene algún recuerdo que le haya hecho reflexionar particularmente?
R.: Particularmente, reflexiono cada vez que puedo, y no precisamente por un trabajo o mi compromiso dentro de un rodaje. Soy de naturaleza reflexiva, permanentemente someto a revisión incluso algunos principios que pretendo defender porque el mundo está siempre en movimiento y vamos cambiando y aferrarnos a algunos conceptos alejados en el tiempo puede significar, en algunos casos, un error muy grande. De hecho, la Iglesia comete errores muy grandes, aferrándose a viejos conceptos por no querer entender los males, a los que se ve sometida la población muchas veces, sobre todo las mujeres, y por no querer entender que hay ciertos aspectos que han cambiado mucho. En Perú tuvimos la posibilidad de contrastar lo que es la miseria urbana con la miseria en estado natural. Tuvimos oportunidad de ver poblaciones sumergidas en situaciones de indigencia pero en un contexto totalmente distinto, rodeados de la selva amazónica y por sus calles en vez de pasar tierra o piedras o polvo pasa agua porque hay ciudades montadas sobre agua, porque el ser humano busca
su primer impulso es tratar de proteger a su prole, para eso necesita un techo, una cueva, un cobijo. Y sea cual sea el lugar donde se desarrolla esa necesidad siempre recurre a lo que se tiene más al alcance. En Iquitos, en el norte de Perú, tuvimos oportunidad de conocer una ciudad prácticamente construida sobre el agua. Y lo loco, lo mágico de la vida, es que a pesar de todo lo que a nosotros nos puede impactar, ya sea en la villa Ciudad Oculta, en la villa 31, en la Rodrigo Bueno, en la 1-11-14 o en todas las villas de la Argentina, en todas las favelas de Brasil, en todas las villas de emergencia que hay desparramadas por toda Latinoamérica o en una ciudad emplazada sobre el agua, es que ahí hay felicidad, hay amor, crecen y nacen niños todos los días, hay gente que se enamora, que confía en el futuro, que trabaja. Hay gente decente, gente honorable, gente muy educada, muy instruida. Hay gente que mira para adelante y trata de que en esa mirada se pueda reflejar lo que espera para sus hijos el día de mañana, así que mi respeto para todos ellos.
Entrevista a Martina Gusman
Pregunta: En Elefante blanco, usted vuelve a trabajar con su marido, el realizador y productor Pablo Trapero, interpretando en esta ocasión a una mujer situada entre dos frentes (los políticos y los trabajadores). ¿Cómo ve usted la postura que toma Luciana en la película?
Respuesta: Luciana es una asistente social, muy comprometida con su trabajo. Cuando arranca la película ella hace ya cinco años que está trabajando en la misma villa en Ciudad Oculta, un barrio de emergencia. Por lo tanto su postura es siempre del lado de los vecinos, de los trabajadores. Eso es un poco lo que plantea la película, es un personaje muy idealista, un personaje que en un momento de la película se replantea su fe o su creencias en su trabajo, que es un poco lo que le pasa a los distintos personajes en diferentes momentos de la película. Pero claramente su postura siempre está del lado de los trabajadores y de los vecinos e intentar aportar desde su lugar un cambio en el trabajo del día a día y de concienciar de la necesidad de una vida mejor.
P.: Si tuviera que explicarle a su hijo en el futuro la historia que cuenta esta película, ¿cómo la describiría?
R.: Bueno, Elefante blanco es la historia de Julián y de Nicolás, dos sacerdotes tercermundistas que trabajan en un barrio de chabolas, en una villa, Ciudad Oculta, con Luciana, que es una asistente social, y los tres tienen un compromiso muy fuerte en el trabajo del día a día en la villa, en el trabajo cotidiano. Es una reflexión también sobre el mundo de la fe, sobre el mundo de la política y sobre el mundo de la fe en un plano mucho más general. Nos muestra la fe religiosa pero también la fe del compromiso en el trabajo del día a día y del compromiso con la política. Al mismo tiempo, es una historia de amor: de amor de cada uno de estos personajes en su trabajo en el día a día, de amor hacia el prójimo, de amor hacia los vecinos, de amor entre ellos. Es una historia que, de alguna forma, también es una reflexión sobre el amor.
P.: Elefante blanco tiene varias lecturas. Una de ellas es la capacidad del ser humano de elegir entre ser consecuente con sus ideas o dejarse llevar por los intereses más o menos legítimos. ¿De dónde saca fuerzas el personaje de Luciana, y de qué manera relacionaría esa lucha con su experiencia personal?
R.: Creo que el personaje de Luciana es absolutamente consecuente con su ideología, con sus ideales, con su trabajo y con su compromiso en la villa. Me parece que la película muestra los diferentes tipos de pensamientos al respecto, dudas sobre qué es lo correcto y lo incorrecto y qué lugares tomar; pero en el caso de mi personaje es superconsecuente con su ideología. Cree en el trabajo del día a día, en el trabajo de concentración y en el trabajo de la unión de los vecinos y de intentar modificar la realidad desde ese trabajo de hormiguita. Si bien la película muestra las diferentes visiones de los personajes, en el caso particular de Luciana ella es muy coherente, todo el tiempo con su pensamiento incluso hasta en el momento que no puede más. De alguna forma, mi experiencia personal de acercamiento hacia el personaje fue desde un lugar de militancia, desde mi experiencia personal en la adolescencia, cuando hice trabajos comunitarios en una villa. Desde ese lugar sí hubo bastantes pensamientos o experiencias personales que puse al servicio de la construcción del personaje de Luciana.
P.: En la trama se produce una simbiosis ideológica, a pesar de la diferencia de planteamientos religiosos y vitales, entre su personaje y el del sacerdote Nicolás. ¿Qué aporta esa complicidad a la narración?
R.: Hay una clara complicidad entre Nicolás y Luciana, entre su ideología y sus pensamientos en el sentido de esa utopía de cambio, esa juventud aguerrida y algo heroica que no piensa en consecuencias posteriores. La diferencia es que los dos llegan al mismo punto de reflexión desde lugares muy diferentes: uno llega desde una fe religiosa y el otro desde una fe más espiritual, desde el plano de la militancia. Pero de alguna forma los dos tienen los mismos cuestionamientos, la misma lucha o el mismo compromiso con el proyecto. Y ahí creo que se genera una complicidad y una admiración mutua.
P.: Su personaje dice, medio en broma, que los sacerdotes Nicolás y Julián "se dieron el lujo de ser pobres". ¿Cómo interpreta esa afirmación?
R.: Creo que es una forma de Luciana, por un lado, de aflojar la situación con Nicolás y al mismo tiempo de medirlo, de entender. Claramente, Luciana no es una chica rica sino que es una trabajadora que fue luchando y consiguiendo las cosas de una forma mucho más individual. Ella necesita entender si Nicolás es un chico rico que está jugando a ayudar a los pobres y se lo dice más desde el plano del humor, midiéndolo.
P.: La película contrapone las distintas motivaciones que llevan a los personajes hacia la heroicidad, el compromiso o simplemente a llevar una vida determinada. ¿Cuál es el común denominador de esas personas?
R.: Si hay algo que une a los diferentes personajes tiene que ver con este compromiso con la tarea, con el proyecto. Creo que Julián lo nombra en diferentes momentos de la película: cada uno tiene su acercamiento, su forma particular de acercarse, pero cada personaje está reflexionando sobre en qué creer y en qué no creer. Cada uno pasa un momento de crisis, de cambio, de búsqueda y, al mismo tiempo, de replantearse cuánto vale su trabajo, qué pueden modificar de la realidad en la que viven y qué no, qué pueden aportar y qué no. A todos los une el amor por esa posibilidad de cambio y su compromiso por el proyecto.
P.: Usted es, además de actriz, la esposa del realizador, con el que ya trabajó en Carancho. ¿Cómo lleva su marido la dirección de actores? ¿Le resulta más fácil trabajar con él? ¿Cómo se traslada esa conversación profesional al ámbito privado durante el rodaje?
R.: Creo que Pablo, como director y realizador, es supertalentoso. Para mí, trabajar con él es realmente un placer. Es muy creativo, aporta muchísimo y, al mismo tiempo, te da mucho espacio para poder construir los personajes. Obviamente, no es fácil mezclar la pareja con el trabajo, pero nos conocimos así, en otro rol productora y director que es distinto de actriz y director. Pero en el proceso creativo, cuando tienes mucha confianza con alguien, es muy lindo porque puedes explorar o sacar un montón de cosas. Y Pablo, en cuanto a la dirección de actores, tiene muy claro lo que quiere y te da un espacio bastante grande. Entonces, si te sientes seguro con lo que quieres armar, te da el espacio para que lo puedas construir. Por lo tanto, es un placer trabajar con él, es algo muy muy lindo.
P.: En algún momento de la planificación de la película hizo sugerencias al director sobre el guión?
R.: Bueno, Pablo y yo siempre trabajamos bastante juntos. El período en que él escribe el guión generalmente coincide con el periodo en el que yo empiezo a construir un personaje o a investigar. Yo siempre trato de darle toda la información que yo recabo y él me va mostrando versiones del guión, como también versiones de los cortes cuando van sucediendo. A los dos nos importa la opinión del otro. Creo que a cualquier persona le interesa la opinión de alguien a quien uno quiere o respeta. Le pido sus comentarios cuando me sale un proyecto y él también me va contando un poco cuáles son las ideas; vamos conversando y le voy dando mis opiniones.
P.: Su trayectoria está ligada, principalmente, a personajes que muestran a mujeres duras, batalladoras e idealistas que luchan contracorriente en situaciones límite (Leonera, Carancho). ¿Qué grado de realismo hay en su interpretación de ese tipo de personajes?
R.: Como actriz me interesa reflexionar sobre la realidad, esa posibilidad que tiene el actor de ser un portavoz laico, de predicar reflexiones o preguntas. Eso no quiere decir que no me gustaría hacer una comedia o simplemente una historia de amor o personajes más livianos. Me gustaría investigar a muchos personajes diferentes. Lo que hace el actor es contar una historia y hacer una reflexión sobre la realidad, una reflexión social. Ese es el granito de arena que a mí me interesa aportar como actriz: una forma de poder reflexionar sobre las diferentes realidades que uno va viviendo.
P.: ¿Cómo ha sido la experiencia de trabajar con Ricardo Darín y Jérémie Renier?
R.: La experiencia de volver a trabajar con Ricardo para mí fue realmente alucinante. Es un actor al que yo admiro muchísimo como persona y como compañero. Aprendo de él en el día a día, en el trabajo de mesa, en el set... Es un actor muy generoso, muy comprometido con su tarea, que te aporta mucho, que te hace crecer, que está todo el tiempo mirándote y aportándote cosas, así que trabajar con él siempre es un placer. Y trabajar con Jérémie la verdad es que también fue increíble. Yo lo admiro muchísimo como actor, amo sus películas y me parece un actor supertalentoso. A pesar de la dificultad del idioma, pudimos hacer una conexión que trascendía, una química de trabajo que creo que se ve en la pantalla y que fue muy linda.
Creo que armamos un equipo superinteresante en una película muy dura, muy difícil, con locaciones muy complicadas. Cuando vas a filmar a la villa y ves la realidad de determinadas personas, ves a los chicos... Por un lado es algo muy duro y muy fuerte, y al mismo tiempo te encuentras con personas increíbles que tienen una necesidad de hacer proyectos y una esperanza en una posibilidad de cambio. Es un aprendizaje, que le hace a uno agradecer día a día la vida que a uno le tocó y la posibilidad de elegir. La verdad es que trabajar con Ricardo, con Jérémie y con Pablo fue una experiencia para mí de muchísimo crecimiento, desde el punto de vista cinematográfico y como aprendizaje personal.
Entrevista a Jérémie Renier
Pregunta: ¿Puede describir su experiencia personal durante el rodaje? ¿Hay algo en particular que le haya impactado?
Respuesta: ¡Fue un poco una locura! Pablo me habló de la película, me transmitió su entusiasmo, y me dijo que tenía que incorporarme muy rápidamente. Yo apenas hablaba español. Me pasó el guión, y al cabo de una semana nos llamamos y decidí ir a Argentina para participar en la película. El ritmo de trabajo fue muy intenso, porque tuve que aprender español a toda prisa. El primer día que llegué a Buenos Aires, le dije a Pablo que quería seguirle durante su visita a los barrios populares. ¡La energía que había allí era increíble! La gente fue muy generosa con nosotros. Estaban muy felices por el hecho de que el equipo de la película se hubiera desplazado hasta allá para filmar. Para ellos suponía una bocanada de aire fresco, y el ambiente era festivo.
Yo me sentí muy emocionado. Me afectó mucho la precariedad, ver a tantos niños en condiciones extremas
fue violento al principio, el hecho de exponerte a esa realidad. Me llegó al corazón. La gente que nos encontramos era mucho más sociable de lo que hubiéramos podido imaginar. En lugar de tener miedo por la seguridad, por la pobreza
nunca hubo ninguna agresión, más bien al contrario. Los habitantes de las villas nos apoyaron en todo momento.
P.: ¿Qué le llamó más la atención de su experiencia con Pablo Trapero como realizador?
R.: Pablo es muy animal en su forma de dirigir. Es increíble, como si estuviera en guerra. Nunca se rinde. Es muy exigente con los actores, con el equipo técnico y artístico y consigo mismo. ¿El resultado? Agotador, pero al mismo tiempo muy enriquecedor. Es, también, muy particular; él te va guiando, como si fuera una brújula o un buscador que te lleva a la información que necesitas. Trabajó muy de cerca con Ricardo, con Martina y conmigo para preparar la interpretación, y en todo momento ponía sobre la mesa esta cuestión: ¿Qué queremos contar con esta historia? Pablo nos resolvió muchos interrogantes.
P.: ¿Qué experiencias le ayudaron a configurar el personaje de Nicolás?
R.: Una de las experiencias que me han ayudado a entender esa realidad son las conversaciones que tuve con un amigo que ha trabajado con niños de la calle, y que me sirvieron para preparar el papel que interpreto en Elefante blanco. Hablamos mucho de su experiencia en Bélgica, y de lo que vivió cuando se fue a vivir a Argentina. Asimismo, durante el rodaje conocimos a curas argentinos que trabajan en las barriadas populares. Ricardo y yo, que interpretamos a sendos curas, les hicimos muchas preguntas sobre las cuestiones que aborda el guión. ¡Lo curioso es que ni Pablo, ni Martina, ni Ricardo ni yo somos creyentes! Pero allí nos dimos cuenta de que estábamos hablando de seres humanos, de personas que realizan una labor más allá de la fe, de la religión. Esa gente tiene una gran espiritualidad.
P.: En la película se plantea el contraste entre la fe del personaje que interpreta, Nicolás, y la realidad a la que se enfrenta como persona comprometida y como ser humano con sentimientos
R.: Mi personaje, Nicolás, está atormentado. Es una persona muy comprometida, y no se toma ese compromiso a la ligera. En un momento dado, él ya no sabe por qué debería seguir creyendo en Dios, a la vista de todo lo que pasa en la Tierra, a la vista de la miseria de la gente. Esa crisis de fe puede llegar a ser muy frecuente, y te obliga a hacerte preguntas. Nicolás es alguien que se mueve en el ámbito del trabajo social pero, siendo sacerdote, tiene que aceptar muchas cosas. Y al mismo tiempo asume riesgos, es joven, cuestiona su propia voz y sus deseos
está perdido.
P.: Desde el principio del largometraje, se intuye un vínculo emocional entre Nicolás y Luciana. ¿Cómo ha sido ese duelo interpretativo? ¿Cuál es el simbolismo presente en las diferentes decisiones a las que se enfrenta su personaje?
R.: Nicolás y Luciana son dos personajes que se entregan, a los que les hierve la sangre, que tienen ganas de que la realidad mejore. No se resignan a que las cosas sigan como están. El hecho de que ambos estén inmersos en esa situación tan dura y de que compartan los mismos retos les trastoca. Creo que Nicolás no esperaba tener que enfrentarse a determinadas cuestiones sobre el estado civil de los curas, el hecho de tener pareja o no, el derecho a enamorarse
Son dos personas con diferentes opciones y trayectorias vitales. Hay un momento importante en la película en el que Julián va a buscar a Nicolás, por un motivo preciso, y que guarda relación con el dilema que se le presenta a Nicolás. Él debe jugar con diferentes elementos: su identidad, su vocación
lo tiene complicado.
P.: ¿Alguna vez se ha enfrentado en su vida profesional o privada a decisiones parecidas o de ese calibre?
R.: No, pero sí puedo decir que las situaciones que describe la película han influido en mí como actor y como persona. Me siento muy orgulloso de haber participado en Elefante blanco porque se denuncian cosas importantes, se muestra a personajes ejemplares
Para mis hijos y para mucha gente, es importante descubrir lo que pasa en otros países, poder adquirir conciencia del mundo en el que viven.
P.: En el trasfondo de la trama hay elementos de clara índole política como la corrupción, el clientelismo, las promesas incumplidas, la autogestión, la ocupación de viviendas, etcétera, y otros de tipo emocional, como el sacrificio, la duda, el miedo, el compromiso
De todos esos elementos, ¿cuáles cree que aportan más valor a la narración?
R.: Yo creo que los dos tipos de elementos que cita son necesarios. Es cierto que hay una trama sociopolítica, pero también espiritual. De ahí viene la riqueza del filme: nos muestra al ser humano, lo que transcurre en su interior, sus miedos, sus momentos de duda
y al mismo tiempo la manera en que gestionan la realidad política y social, la relación con la policía, el tráfico de drogas
Creo, en definitiva, que la película habla de muchísimas cosas, y eso es lo que me cautivó del guión.