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  Lo que el día debe a la noche  (Ce que le jour doit à la nuit)
  Dirigida por Alexandre Arcady
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Alexandre Arcady - Yasmina Khadra (Entrevista conjunta)

P: Alexandre Arcady, ¿cómo descubrió el libro de Yasmina Khadra y qué hizo surgir en usted el deseo de adaptarlo?

Alexandre Arcady – Estaba de vacaciones en el extranjero, hace ya tres años, cuando conocí la novela de Yasmina Khadra Lo que el día debe a la noche leyendo una crítica en un periódico. Había leído ya varios de sus libros y me gustaba este autor por su estilo y por su manera de abordar los temas más candentes de nuestra sociedad con fuerza, autenticidad y talento. El tema de esta nueva novela no podía ser más sugerente para mí. Trataba sobre Argelia y sobre el increíble destino de un muchacho llamado Younes, convertido en «Jonas» en la Argelia francesa del período comprendido entre 1940 y 1962. La historia de una vida y de un amor imposible. Esa reseña me sedujo de inmediato. En ese libro había una película… Pero estábamos en pleno mes de agosto. ¿Cómo conseguir la novela? Todo estaba cerrado: mi oficina de París, el editor… Mi hijo [el director Alexandre Aja] regresaba a los Estados Unidos e iba a reunirse conmigo: «Al cambiar de aeropuerto, mira si por casualidad encuentras este libro en alguna librería». Y se dio esa casualidad... y algo más, ¡yo creo en las señales! Justo cuando Alexandre preguntaba si tenían la novela, un empleado de la librería estaba abriendo un nuevo paquete, ¡y era el de Lo que el día debe a la noche! Alexandre me trajo la novela como si de un tesoro se tratase, y la devoré en tres días. Estaba totalmente transportado. Me sentía tan en ósmosis con esa historia que tuve la impresión —y se lo he dicho a menudo a Yasmina después— de que el libro me llegó como predestinado, y de que si me dedicaba al cine había sido para llevar un tema de estas características a la gran pantalla. Me parecía que todo mi aprendizaje, que toda mi experiencia de cineasta, estaban a la espera inconsciente de una novela como aquella.


P: ¿Por qué?

A. A. – Simplemente porque un escritor argelino, prescindiendo de todo prejuicio, nos habla sobre Argelia, mi tierra natal, desde el sosiego, desde la fraternidad. Y porque esta historia de amor increíble nos proyecta hacia imágenes imbuidas de simbolismo. Es como si Emilie, la hermosa muchacha, representara a Francia y Younes, el apuesto árabe, a Argelia. Entre ambos países ha habido siempre un amor loco y apasionado. Me sentí atrapado, abducido, subyugado, turbado (¡podría añadir muchísimos adjetivos más!), estaba en un estado de excitación que no había experimentado nunca. No deseaba más que una cosa: regresar pronto a París para obtener los derechos. Tan pronto como llegué a París, quise conocer a Yasmina Khadra para contarle lo mucho que deseaba adaptar su novela y hasta qué punto sentía que era yo, y no otro, quien debía hacer esta película. No fue fácil. Me puse en contacto con su editora, que finalmente me aconsejó escribir una carta al autor.


P: Yasmina Khadra, ¿cuál fue su reacción al recibir la carta de Alexandre Arcady?

Yasmina Khadra – ¡Bueno, no fue el primero! [Risas]. Cuatro productores y tres directores se habían presentado antes que él. Mi suerte —¡y mi problema!— era que no conocía a nadie de cerca en el mundo del cine. Además, no tenía ideas preconcebidas ni referencias fiables. Desde luego, me había decepcionado la adaptación de Morituri. Y, por su parte, los estadounidenses me habían aterrorizado con diversos guiones desafortunados para la adaptación de El atentado, motivo por el cual luché por recuperar los derechos cinematográficos de mi novela. Si añadimos a esto las tribulaciones por las que ha pasado la adaptación de Las golondrinas de Kabul durante cinco años, podrá usted hacerse una idea de mis recelos. Con Lo que el día debe a la noche, quise tomarme mi tiempo antes de decidirme. Me dije: «Dejemos que las cosas ocurran por sí solas…». Y entonces llegó la carta de Alexandre. Y me convenció.


P: ¿Qué es lo que le conmovió de aquella carta?

Y. K. – Su sinceridad. Fue el único que intentó ponerse en contacto conmigo directamente. Esto ya indicaba algo. Y, además, muchas cosas que decía en la carta coincidían con lo que yo escribía. Era una carta hermosa, entusiasta, ferviente, incluso. Me dije: «No tienes derecho a frustrar el anhelo de este hombre». Con Alexandre, no quería parecerme a los que me habían cerrado las puertas. Le comprendía. Había conocido por mí mismo los vetos, los sueños frustrados, las oraciones no atendidas. No quería impedir a Alexandre seguir adelante. No me habría sentido orgulloso. Durante años, se me negaron muchas oportunidades. Me decían que haría mejor en concentrarme en mi carrera militar. Me sentía muy desdichado. Desde entonces, me prohibí a mí mismo frustrar los sueños de los demás. Conocía el trabajo de Alexandre —Le Grand Pardon, Unidos por las armas y también Là-bas... mon pays, sobre Argelia—, pero no lo conocía personalmente. En suma, accedí a conocerle.

A. A. – Fue en París, junto al Centro Cultural de Argelia, que dirige Yasmina. Comimos juntos. Le conté por qué nadie más podía hacer esa película y que si él había escrito el libro era para que un director pied noir de Argelia la dirigiera. ¡La nuestra es una unión sagrada!


P: Yasmina Khadra, ¿se preguntó usted antes de tomar la decisión si Alexandre Arcady era el mejor para adaptar el libro, teniendo en cuenta que es un pied noir y que podría, por lo tanto, tomar partido?

Y. K. – Alexandre me convenció. Todo en él pedía mi consentimiento. Su mirada hablaba con más elocuencia que sus labios. Su nerviosismo delataba su apego a la obra. Estaba emocionado, y emocionaba; tenía un interés profundo por el proyecto. Mi historia le iba como anillo al dedo. Era también su historia. Para él era importante compartirla con los demás a través de su trabajo como cineasta. Me resultó natural decirle sí. Y enseguida las cosas empezaron a ponerse en marcha. Evidentemente, hubo reacciones epidérmicas, detractores que pusieron el grito en el cielo por esta unión contra natura. Los viejos demonios blandieron sus tridentes, exigiendo la ruptura. De repente, Alexandre se convirtió en la bestia inmunda y yo en el traidor. Fue entonces cuando decidí que sería Alexandre y nadie más. Mi experiencia me ha enseñado esto: no hay que dar nunca la razón al odio. Además, siempre he sacado fuerzas de la energía de las hostilidades y las exclusiones, de las que todavía hoy soy objeto. En Argelia, fueron sobre todo las autoridades políticas las que intentaron que me deshiciera de Alexandre. Todos los días me enviaban emisarios para notificarme que el presidente de la República se oponía a mi elección, que la película no se rodaría en Argelia si Alexandre estaba tras la cámara. Solicité una audiencia al presidente y no obtuve respuesta a mi carta. Entonces me dije: «Peor para ellos». Soy un beduino. Y cuando un beduino da su palabra, no hay huracán que pueda romperla o desvirtuarla.


P: ¿Vio usted en el deseo de Alexandre de hacer esta película una especie de prolongación de su novela, que, en cierto modo, es una historia de reconciliación?

Y. K. – Ambos estamos unidos por este libro. Ya de entrada, está Jonas/Younes, un personaje que personifica una dualidad terrible pero serena. La suya es una dualidad que jamás ha tratado de cambiar el destino. Un poco como en el poema de Omar Jayam: «Si quieres encaminarte hacia la paz definitiva, sonríe a los golpes del destino y no golpees a nadie...».

A. A. – Al final de nuestra comida juntos, me dijiste —no sé si te acuerdas— una frase que resonó en mi cabeza durante toda la escritura del guión: «¡Tú eres Younes y tú vas a hacer la película!». Al decirme esto, me transportaste años atrás. Comprendí que me pasabas el relevo. Como si me dijeras: No sólo el Younes que yo imaginé podría parecerse físicamente a ti cuando tenías su edad, sino que hay en ti esa dualidad, ese desgarramiento, esa fuerza, ese frenesí…

Y. K. – … ese destino…

A. A. – ¡… ese destino que hace que vayas a dirigir esta película!. Yasmina me envió luego un texto que he conservado: «Querido hermano, qué hermoso encuentro de dos hijos de Argelia para una hermosa reconquista de sueños frustrados. Insha Allah.»


P: Yasmina, ¿recuerda qué fue lo que le impulsó a escribir Lo que el día debe a la noche?

Y. K. – El punto de partida fue una historia de amor que mi padre vivió y que me contó. De joven era muy apuesto y le encantaba ir a alegrarse la vista por el barrio europeo. Vivía en Kenadsa, cerca de Colomb Béchar, a las puertas del desierto. Teníamos como vecino a Robert Lamoureux. Mi padre frecuentaba a los franceses. Quería aprenderlo todo de ellos, llegar a ser enfermero. Fue así como le echó el ojo a la hermosa Denise. Fue un amor a primera vista. Pero mi abuelo, un orgulloso jeque depuesto, se negó a que su hijo se casara con una rumí. En redondo. Mi padre tuvo que obedecer, pero nunca se recuperó de ese amor roto que irremediablemente destruyó algo en él. Ya no volvió a ser el mismo. Se casaría con varias mujeres después, empezando por mi madre, sin realmente superar el fracaso con Denise... El punto de partida inicial fue pues la historia de amor entre mi padre y Denise. Cuando empecé a escribir el libro, Emilie se llamaba Denise. Luego me dije a mí mismo que era mejor, por respeto a mi padre, despegarme de la realidad. El segundo punto de partida fue mi descubrimiento, en 1982, de Río Salado [actualmente El Malah], un pueblo colonial que se ha conservado intacto, con las mismas calles, las mismas villas, las mismas casas solariegas del período colonial. Río Salado es como una imagen en pausa. El tiempo parece haberse detenido allí. Durante mi primera estancia en ese pueblo, me pareció oír a los fantasmas decirme: «¿A qué estás esperando? Cuéntanos…». Comprendí que Río Salado sería el receptáculo de una de mis novelas más hermosas.

A. A. – Hay que contar un poco acerca de Río Salado, era un pueblo rodeado de viñedos…

Y. K. – ¡... había más de 100 bodegas en aquella época...!

A. A. – … era una pequeña localidad muy cosmopolita, donde cohabitaban todas las comunidades: árabes, judíos, franceses, españoles... Era, además, una ciudad muy festiva. ¡Todas las grandes estrellas del momento pasaban por Río Salado, más que por Orán! Era una ciudad célebre en aquella época como ciudad de fiestas…

Y. K. – Y el único lugar donde los provincianos podían mirar por encima del hombro a los habitantes de las ciudades sin cubrirse de ridículo. Eran riquísimos, y se permitían todos los lujos y todas las fiestas…

A. A. – Sólo una anécdota para subrayar cómo el cine, la ficción y la realidad se entrelazan de una forma increíble. Yo estaba realizando un casting infantil en París y había un niño que me gustaba mucho, pero que tenía el pelo muy largo. Le pregunté si aceptaría cortarse el pelo. «Sí», me dijo, «por mi abuela». Sorprendido, le dije: «¿Por qué por tu abuela?». «Porque nació en Río Salado y quiere que yo salga en esta película sea como sea.» Su abuela vino a verle actuar. Al llegar a la plaza de Río Salado, el escenario principal de la película, ¡la mujer se puso a llorar de la emoción!

Y. K. – ¡Hay que decir que la tuya fue una gran reconstrucción de la época!


P: ¿Cuál fue la reacción en Argelia ante la publicación de Lo que el día debe a la noche? Una historia de reconciliación de este tipo no es muy habitual en la literatura argelina…

Y. K. – La novela se agotó enseguida y recibió críticas excelentes. No sé si busqué la reconciliación. Quise simplemente hablar de una época tal como fue, con sus vicisitudes, con sus alegrías y sus penas. Escribí un libro para los argelinos de ayer y de hoy, argelinos a los que amo a pesar de sus defectos. Para mí, ser escritor es ser útil para algo. Y no se puede ser más útil que tratando de cauterizar las heridas que quedaron abiertas un poco impunemente. Quise regalar a los argelinos un libro capaz de reunirlos, de ayudarlos a superar los traumas de la historia. Este libro está hecho a mi imagen (soy un ser de amor; jamás he perjudicado a nadie). Toda mi vida he buscado amar, incluso allí donde la aversión impera sin vergüenza. Así estoy hecho. Por nada del mundo cambiaría. Creo que mi amor ha triunfado en esta novela. La prueba es que ha conmovido a distintas comunidades. Es mi mayor éxito en Japón, en Canadá, en Bélgica, en España, es decir, allí donde no se nota el peso histórico… Antes de escribir Lo que el día debe a la noche, cuando hablaba del tema a la gente de mi entorno, todo el mundo trataba de disuadirme, diciéndome que ya había muchos libros sobre la Argelia de aquella época. Yo estaba convencido de que mi novela iba a llegar a un gran público, en particular en Francia y en Argelia, donde aún hoy se agotan las existencias. Los pieds-noirs me confesaron: «¡Nunca nadie ha querido abrir esta caja de Pandora, nunca! Cuando partimos, cada maleta era la tumba de nuestros recuerdos. Partimos para siempre, para no volver a mirar atrás jamás, y este libro nos ha despertado, nos ha abierto los ojos a lo que teníamos de hermoso, a lo que teníamos de bueno, a lo que teníamos de humano». Lo que el día debe a la noche es además mi segundo gran éxito en Francia después de El atentado. En Argelia, es el título más solicitado tanto por la vieja generación como por sus nietos.

A. A. – Sí, tuve la impresión de que en Argelia este libro, en cierto modo, ha abierto el camino a las palabras. Incluso oí por primera vez a ciertos argelinos decirme: «Cuando los franceses de Argelia subisteis a los barcos llorasteis porque partíais, pero ¿sabíais que nosotros, desde el otro lado de la valla del puerto, también lloramos porque perdíamos a nuestros amigos, a nuestros vecinos, a nuestros compañeros de trabajo?». Tengo la impresión de que este libro ha abierto una brecha, ha mostrado un aspecto distinto del que solemos ver.

Y. K. – En el fondo, la gente no tiene miedo de la verdad. A veces es despreciativa, a veces tal vez un poco chapada a la antigua. Es difícil negociar con los hechos consumados. Y luego, un día, uno se da cuenta de que la verdad es como un ser humano. Cuando vemos su verdadero rostro, podemos familiarizarnos con ella. En cambio, cuando se convierte en un tabú, el hecho de relegarla a la oscuridad la convierte en un monstruo. Luego llega la luz y todos nos damos cuenta de que aquel monstruo al que tanto temíamos somos nosotros mismos. Reconocer esto es ya el principio de la redención. Me han llegado reacciones sorprendentes de una orilla y otra del Mediterráneo. Para empezar, Lakhdar Hamina, nuestro ganador de la Palma de Oro en Cannes, que me juró al otro lado del teléfono que la historia de Jonas/Younes es su historia. Y también, entre otros, un capitán del ejército francés de 97 años, antiguo oficial en Beni Saf [al norte de Argelia] y ahora residente en Ajaccio [Córcega]. Me envió una carta extraordinaria pidiéndome hablar conmigo. Cuando le llamé tuvimos una hermosa conversación. Para mí fue mágico. Una sensación de haber hecho algo útil, de haber mitigado un poco la infelicidad de las personas, de haberlas reconciliado con algo fundamental, esencial. A fuerza de intentar negar nuestras verdades, de divorciarnos de nuestro pasado, terminamos por mutilarnos. Mi novela es un poco como el ensalmador que compone las fracturas…


P: En el libro y, por lo tanto, también en la película, lo que resulta impactante —y bastante raro con relación a la guerra de Argelia— es que la historia literaria supera la Historia, así de simple…

Y. K. – ¡Es la historia en minúscula la que tiene razón y no la Historia en mayúscula! En la historia en minúscula, todos somos héroes, héroes de nuestras proezas y de nuestras desilusiones. En la Historia en mayúscula, no somos sino figurantes, rehenes, víctimas, somos anónimos.


P: Alexandre Arcady, si no se supiera que se trata de la adaptación de una novela de Yasmina Khadra, se podría pensar que esta película le pertenece completamente…

A. A. – Es justo lo que decía la principio de la entrevista: si me he dedicado al cine hasta ahora, ha sido a la espera de un tal paso de testigo. Y no es un formulismo, es realmente lo que sentí. La novela me dio además otra cosa, de la que no era consciente al comienzo, sino que me di cuenta de su importancia a medida que avanzamos en el rodaje: la posibilidad de hacer una película sobre la juventud. Lo que el día debe a la noche es una novela que habla de la juventud, una novela sobre muchachos y muchachas que están en la linde de su vida, para los que todo es posible y a los que todo les va a llegar: el amor, la pasión, la muerte, la tristeza, la tragedia... Hasta ahora, la gente había narrado —yo incluido— la generación de los padres, no la de los jóvenes que tenían 20 años en la década de 1950 y que vivían en otra región de Francia, como se vivía entonces en Córcega, en Bretaña, en Provenza… Con sus códigos, su forma de ser y un cierto abandono. La palabra abandono ha sido importante en la historia de Argelia. ¿Es el país el que lo quería? ¿Es la historia de este país? ¿Es la época?

Y. K. – El abandono y también el honor. Este libro no es sólo una novela de amor, es una novela sobre el honor. El honor del padre; el honor del tío; el honor de Younes, que mantiene su palabra a costa de su felicidad; el honor de Emilie, que no comprende por qué es objeto de tal rechazo; el honor de Jean-Christophe, que se compromete porque fue traicionado; el honor de Djelloul, que lucha por la dignidad de su pueblo… Ésta era la Argelia de la época… Quise reunirme con estas personas, vivir con ellas, sin exclusión alguna, de lo contrario habría sido una negación de mí mismo. Y no se puede construir nada con cenizas… Espero que la película contribuya a sanear las mentalidades. Todos los pueblos del mundo aspiran a una sola cosa: a vivir en paz y a no tener que enviar nunca más a sus hijos a la guerra.

A. A. – Mi hijo (él una vez más), que tiene la edad de estos personajes, me comentó después de haber visto la película: «Sabía muchas cosas de Argelia, por la abuela, por ti, por tus películas, pero ahora lo he comprendido. He comprendido este vínculo, he comprendido lo que fue aquella ruptura, el desgarro, la revolución y la guerra. Lo he comprendido porque me he identificado con estos personajes». Éste es el motivo por el que la película puede llegar a la juventud de hoy, todavía dividida, incluso desgarrada, por esta doble cultura y que experimenta a menudo un desarraigo. La película puede revelar el pasado, la inconsciencia, a través de esta historia épica y sensual contada por Yasmina.

Y. K. – Tal vez sea ésta la ocasión de hacer despertar a los franceses de hoy ante la posibilidad de vivir juntos. No es preciso que el error de Argelia se repita. Debemos enriquecernos los unos de los otros. No hay madurez en la división.


P: En la escena final hay cierta nostalgia…

A. A. – Siempre hay cierta nostalgia al evocar la juventud. Salvo que en este caso, a excepción del epílogo, se cuenta la historia en presente. Ésta es una película que se sumerge en el movimiento, en la pulsión, en la vida, en la verdad, en la emoción y en el amor. Vemos en ella a personas que se aman, que se enfrentan, que sueñan; en una palabra, que viven...

Y. K.- Y esto es todo un descubrimiento. En la escena final que menciona, los pieds-noirs encontrarán un discurso que no suele escucharse en el cine francés, y aún menos en las obras nacidas en Argelia…

Y. K. – Es lo que decía antes: al relegarla a la oscuridad, la verdad se convierte en un monstruo. Bajo los focos, se descubre que el horror es humanidad.


P: ¿Cómo procedieron para la adaptación? ¿Trabajaron en equipo?

Y. K. – ¡Fue la guerra!

A. A. – No trabajamos en equipo lo mas mínimo y, efectivamente, ¡fue una pequeña «guerra»! Trabajé en la adaptación con Daniel Saint-Hamont. Era el guionista más cercano a lo que yo tenía ganas de hacer. En él estaba Argelia, y también nuestra complicidad de siempre… Pero adaptar 450 páginas de una obra de estas características no es fácil… Si bien mi deseo fue siempre el de respetar completamente las intenciones de Yasmina, debíamos encontrar golpes de efecto cinematográficos y, por lo tanto, sacrificar un cierto número de elementos novelescos del libro. Y cuando Yasmina leyó los primeros borradores que le entregamos, ¡no se puede decir que mostrara una conformidad inmediata! Comprendo lo doloroso que puede ser para un autor ver su obra modificada. Es una etapa difícil para un escritor. Pero no se puede contar todo en un guión. Una película es otro viaje, otro universo, otra manera de dirigir el relato, otro lenguaje, otra energía…

Y. K. – No veía cómo ibas a resolver ciertas exclusiones, cómo ibas a eliminar a ciertos personajes, por quién los ibas a sustituir…

A. A. – Hay que decir que tus reacciones nos preocuparon. Por momentos nos dijimos: «¿Y si tuviera razón?». De repente, nos hicimos todavía más preguntas. Nos decíamos: «En el ámbito cinematográfico, nos va bien que el personaje haga esto, pero ¿no va en contra de lo que está escrito?». Este pequeño momento de incomprensión agudizó nuestra cautela. Me tuvo siempre en vilo. Además, la novela no me ha abandonado en todo el rodaje…

Y. K. – A partir de ese momento, dejé de inmiscuirme. Pensé que mis malas experiencias con el cine se volvían a repetir y no quería infligirme sufrimientos extras. «Después de todo, será la película de Alexandre», pensaba. «Yo tengo mi novela. Juzgarán la película. Dirán que Alexandre ha estado genial o bien que ha sido torpe». Al mismo tiempo, era mi novela la que estaba adaptando. Fue un momento turbador. Para ahorrarme experiencias inútiles, decidí no ocuparme más de la película. No quise asistir al rodaje, ni saber cómo estaba yendo… Y cuando Alexandre me invitó a una proyección privada (con la película todavía sobre la mesa de montaje), confieso que no me esperaba ni mucho menos tal resultado. Al final, rompí a llorar. Completamente cautivado.


P: ¿Por qué?

Y. K. – No me esperaba tal proeza. Alexandre ha estado genial, sorprendente. No apostaba mucho por él. Fue como encontrarse delante de un futbolista que hace un tiro libre decisivo. Está bajo presión, casi en los últimos segundos del partido. Todo el mundo cree que va a enviar el balón a las graderías o contra el poste, pero lo lanza al fondo de la portería. ¡Alexandre ha marcado un gol antológico!


P: ¿Qué le conmovió más de la película?

Y. K. – En primer lugar, ¡su sinceridad! A continuación, su generosidad. Me sorprendió su generosidad, su enfoque cauteloso, sus elecciones juiciosas, muy inteligentes, ¡además de su milimetrada dirección de actores!


P: Alexandre, ¿cómo estaba anímicamente cuando mostró la película a Yasmina Khadra?

A. A. – Estaba nervioso, pero a la vez deseaba mostrarle nuestro trabajo, deseaba decirle: «No te equivocaste». Quería ser digno de la confianza que había depositado en mí. Durante la proyección, él estaba detrás de mí con su esposa y su editora, y cuando las luces se encendieron, vi que estaba llorando. Me conmovió muchísimo su reacción. Fue la más hermosa recompensa. Fui obstinado, luché, no fue fácil, pero sólo había tenido en mente una cosa: no traicionar su confianza, no traicionar su libro. Por este motivo su reacción fue tan importante. La dificultad de adaptar una novela tan prestigiosa como ésta es conservar lo esencial encontrando los golpes de efecto que mencionaba antes. Y es esto lo que resultaba difícil de explicar durante nuestras primeras conversaciones. El guión de una película no es sino un largo recorrido hacia un punto culminante. Una vez se ha arrancado, es preciso que avance, que avance… Y luego están las cosas que uno acepta en una novela pero no en el cine.

Y. K. – Es cierto, la imagen es arbitraria pero impone más realismo.

A. A. – En la evocación de la vida de Younes/Jonas, suprimimos una época. En lugar de cuatro, incluimos sólo tres: los 10 años, los 20 años y los 70 años. Como esto, hay cosas que son necesarias en la creación cinematográfica… Después, hay cuestiones de apreciación, de coherencia, de facilidad de comprensión… Así, unimos en un solo personaje a Emilie y a la niña que Younes había conocido en Orán. Esto justificaba el hecho de que los amigos de Younes no la conociesen, e incrementaba el romanticismo… Además, imaginamos una sola familia de colonos muy ricos porque esto facilitaba la identificación. En cambio, conservamos y dimos mucha importancia a los amigos, y también a Emilie, a Isabel, al tío farmacéutico y a su mujer, que rebautizamos como Madeleine —Germaine nos pareció demasiado anticuado—. Todos estos personajes son el alma de la novela. Para mí, era como disponer de una materia prima de la que podía extraer cosas a voluntad. Pero es cierto que, para el autor, no debe de ser fácil vernos tomarnos todas estas libertades, es normal que se sienta desposeído en un momento dado. Lo importante, una vez más, es que la historia que se relata sea coherente y sea fiel al espíritu de la obra literaria.


P: ¿Qué fue lo más complicado en la adaptación?

A. A. – Hacer creíble al personaje de Younes/Jonas, lograr que el espectador no lo rechazara, que no dijese: «Pero, ¿qué hace? ¡Tiene a la chica más hermosa del mundo entre sus brazos y no quiere hacer nada!», y que, al contrario, le comprenda, sienta empatía con él, con sus desgarros, con su respeto a la palabra dada. Esto fue lo más complicado y lo más delicado. Cómo presentar a este personaje al que todo el mundo ama y que hace creer que no ama a nadie, cuando en realidad ama a todo el mundo y es prisionero de su juramento.

Y. K. – Se trata de una época en que la palabra dada tenía el valor de un juramento. Si uno no mantenía su palabra, perdía el honor y lo perdía todo.

A. A. – Después, al trabajar en la adaptación, presté atención a no caer en el folklore. Otra cosa fundamental era la cohesión de la pandilla, del grupo de amigos con las dos muchachas. Y luego también plasmar en imágenes las visiones tan queridas por la Argelia francesa: la playa, los viñedos, las tierras, pero también el sol, la visión del dolor, de la violencia, sin caer en lo moralizante. Me permití incluir algunas fechas en la película, pero pocas… Ésta es una de las virtudes del cine: cuando vemos a Emilie con un niño de 3 años en sus brazos, no hay necesidad de explicar que ha pasado el tiempo.

Y. K. – En retrospectiva, los atajos que has tomado son hábiles, están bien resueltos. No tengo ningún reproche que hacerte, aunque hayas cambiado personajes y situaciones. Tu habilidad al hacerlo se convierte en autoridad.

A. A. – Al final de la proyección me dijiste: «Habría podido escribir mi novela como tú has hecho tu adaptación». ¡Éste es el cumplido más hermoso que podría haber soñado!

Y. K. – Me has curado mi angustia. ¡Gracias a ti ya no tengo miedo de que se adapten mis novelas!


P: Alexandre Arcady, ¿cómo procedió para el casting?

A. A. – De forma piramidal. Ante todo, era preciso encontrar a alguien que pudiera ser a la vez Younes y Jonas. Y construir el resto del casting a partir de él. Era preciso alguien que pudiera darle suficiente encanto y sinceridad, que tuviera la belleza que alberga el personaje …

Y. K. – … para que el espectador trate de comprenderlo aunque no esté de acuerdo con él. Además, hay circunstancias atenuantes…

A. A. – … para que se comprenda su sufrimiento, su sentido del honor… Ésta fue una de las principales dificultades tanto al escribir el guión como en la interpretación: mantenerse siempre en el filo, sin que el personaje resultara irritante… Y luego, al encontrar a Fu’ad Aït Aattou, me sentí aliviado, ¡pero él no quería hacer más cine! No le interesaba. Tuvimos que convencerlo, con la ayuda de su agente. Me reuní con él, le hice leer el guión. En el fondo, se parece mucho a Younes/Jonas incluso en su indecisión.


P: Yasmina, ¿cuál fue su reacción cuando vio a Fu’ad Aït Aattou encarnar a Younes/Jonas?

Y. K. – Está claro que, cada uno, durante la lectura, se crea su propia imagen del personaje, ¡pero este extraordinario actor las reúne todas! Fu’ad era perfecto. Exactamente el personaje que yo quería… ¿De dónde es originario Fu’ad?

A. A. – Nació en Francia y creo que es de origen bereber. Se metió por completo en el papel. Cuando lo aceptó, supe que habíamos recorrido una gran parte del camino. Él era la piedra angular. Sin él, el edificio no se sostendría. A continuación, era preciso elegir a Emilie. Nora Arnezeder se impuso con mucha rapidez. La había visto en París, París de Christophe Barratier. Me había parecido radiante. Me impactaron su belleza, su frescor, su simplicidad luminosa… A continuación, formamos el grupo de amigos. Llegó Matthias van Khache, al que había dirigido en Là-bas... mon pays. Sabía que este joven actor no había encontrado todavía su auténtico «gran papel» y estaba convencido de que este personaje le vendría como anillo al dedo. Pierre-Jacques Benichou, mi director de casting, me presentó a Nicolas Giraud, Olivier Barthélémy, Matthieu Boujenah y Salim Kechiouche. También me reuní con Marine Vacth. Sabía que había actuado en Ma part du gâteau de Cédric Klapich, que aún no había tenido ocasión de ver, y cuando entró en mi oficina quedé conmovido por su dulzura, por su carácter casi introvertido, prácticamente opuesto al de Emilie… Para el personaje del farmacéutico, el tío de Younes, pensamos en [Mohamed] Fellag muy rápidamente, tal vez por el parecido físico que tiene con Ferhat Abbas, doctor en farmacia, militante pionero, autor del «Manifiesto del pueblo argelino», antes incluso del fin de la Segunda Guerra Mundial, y primer presidente de la Asamblea Nacional Constituyente de la Argelia independiente, en quien se inspiró, creo yo, Mohammed [nombre verdadero de Yasmina Khadra] para describir a este hombre amante del diálogo, que, decepcionado por la evolución del conflicto, por la injerencia del poder, por las suspicacias, se va hundiendo poco a poco en la depresión. Para el papel de su mujer, pensamos en Anne Consigny, una actriz formidable, llena de dulzura y benevolencia. Me encanta la imagen que dan en la pantalla de esta pareja «mixta», de estos hermosos personajes inventados por Yasmina. Encarnan el amor sin concesiones, el amor perfecto.

Y. K. – Es raro ver a un musulmán casarse con una cristiana y aceptar que siga siendo cristiana… Pero él piensa que cuando dos seres se aman están más allá de las coacciones y los anatemas. Cuando dos seres se aman, Dios no puede sino asentir…

A. A. – El papel más difícil de asignar fue el de madame Cazenave. No es un papel fácil, es un personaje fuerte e intenso… Anne Parillaud, una mujer muy inteligente, aceptó el papel y se convirtió en madame Cazenave de forma magistral. También se unió al elenco Vincent Pérez, que halló aquí un tipo de personaje que no había interpretado nunca, a un tiempo hidalgo, padre de familia y gran colono humanista.


P: Existe una gran correspondencia entre los paisajes —y su belleza— que describe Yasmina Khadra en su libro y las imágenes de esta película sobre Argelia…

Y. K. – Es cierto. ¡Y, sin embargo, la película se rodó en Túnez! Los dos queríamos que la película se hiciera en Argelia, ¡fue incluso una de mis condiciones iniciales! Pero el destino lo quiso de otro modo. No comprenderé nunca la actitud de las autoridades argelinas. ¿Cómo se puede prohibir que una historia argelina regrese a su tierra natal, que sea contada? ¿Por qué ir a buscar la belleza de Argelia, en otro país? Yo pensaba sinceramente que se iba a tratar a Alexandre con consideración. ¿Acaso no es argelino? Pensé que la gente estaría encantada de acoger el rodaje. Lamentablemente, no fue así.

A. A. – Tuvimos que hacernos a la idea de que no podríamos rodar allí. De forma natural, me dirigí hacia Túnez. Ya había rodado allí mis primeras películas, Le Coup de Sirocco y Todos hacemos la guerra. Además, el norte de Túnez es una prolongación de la costa argelina, los paisajes son muy similares. El invierno pasado estuve pues en Túnez, preparando la película, cuando a finales de diciembre estalló la revolución. ¡De la noche a la mañana, mis «interlocutores» habían desaparecido! Como es natural, cundió el pánico. Me decían que había que pararlo todo. Algunos socios, asustados, nos abandonaron. Por unos instantes pensé en trasladar el rodaje a Marruecos, donde había rodado Là-bas... mon pays, pero ya había hecho todas las localizaciones en Túnez, Bizerta y sus alrededores, ¡y me resultaba muy difícil olvidar todo lo que ya había construido en mi cabeza! Me empeñé en regresar a Túnez, donde, afortunadamente, encontré a personas formidables. Tuve la suerte de conocer a Mehdi Houas, que era entonces ministro de Turismo del gobierno de transición. Fue un encuentro de una franqueza y de una amistad increíbles. Estábamos en su oficina y le dije: «Señor ministro, ¿cree usted que voy a poder rodar?». Él me tranquilizó diciéndome: «No hay ningún problema», ¡mientras abajo, por la ventana, se veían en la calle carros de combate y alambradas! A pesar de todo, me convenció. Decidí asumir el riesgo, invertir el presupuesto de la película, rodar allí. Deseaba oír: «Todo va a ir bien», y acerté, todo salió bien.

Y. K. – ¡Es la palabra dada!

A. A. – A partir de mi encuentro con él, todo se desbloqueó. Los distintos ministerios implicados vieron en nuestra decisión de rodar la película en un período de disturbios, difícil, como una prueba de fraternidad y a la vez como un signo de la que la vida continuaba… Así que rodamos durante doce semanas en tierras tunecinas, desde finales de mayo hasta el mes de agosto. A continuación, proseguimos en Marsella y, finalmente, en Argelia, donde por lo menos conseguimos la autorización para filmar en Argel y en Orán.

Y. K. – ¡Sí, pero fue un rodaje rápido!

A. A. – Dos semanas. Sin apoyo, sin nada, con bastantes dificultades, pero gracias a la determinación de nuestro amigo Bachir Deraïs, productor ejecutivo en Argelia, conseguimos imágenes de Argel, de Orán y de Río Salado para dar credibilidad al origen de la película.


P: ¿Cómo se desarrolló el rodaje en Túnez en plena Primavera Árabe?

A. A. – La colaboración de los tunecinos me permitió concentrarme esencialmente en la película… Para mí, era una forma de contribuir a aquella renovación. ¡Habíamos hecho esta película en medio de la incertidumbre, pero la habíamos hecho! Contamos con protección militar permanente y atenta, y, además, las más altas autoridades (el presidente de la República) nos agradecieron que hubiésemos mantenido el rodaje allí.


P: En esta película se ha prestado mucha atención a la luz…

A. A. – En efecto, es una de las cosas que me parecían importantes. Con Gilles Henry, el director de fotografía, quisimos poner de manifiesto el título: el día y la noche. El sol y la sombra. Siempre que situábamos la cámara, buscábamos una zona de sombra y una zona de luz. Insistí en que rodásemos en analógico y no en digital. Deseaba ese grano particular que proporciona el soporte fílmico, sobre todo en altas luces… También prestamos mucha atención a los decorados, a la ambientación histórica. Tony Egry, aparte de ser mi hermano y de haberme acompañado en todas mis películas, conoce bien Argelia e hizo un trabajo excelente. Yo tenía una confianza total en él, sabía que me iba a proporcionar ese sentimiento, ese pequeño extra de alma, que para mí eran indispensables. Como la idea de colocar en las calles del pueblo un colchonero, oficio que yo había olvidado. El decorado no era fácil de realizar: se pasa de 1940 a 1962. Pero, mediante pequeños detalles, él supo acompañar la evolución del pueblo, de sus tiendas, de sus calles, de sus letreros… Puso mucho tacto en esta reconstrucción. Debo también quitarme el sombrero ante el diseñador de vestuario, Eric Perron. ¡Había miles de figurantes (15.000) a los que era preciso transformar todos los días! Bajo la dirección del primer ayudante, Pascal Meynier, todos mostraron la misma voluntad de dar vida a este pueblo en la realidad de una época. Era fundamental para que la película funcionara, para que el espectador se la creyera. ¡Y no menciono los animales! Los caballos, las gallinas, los perros, los gatos, los corderos, las cabras... Había coordinadores de animales en todo momento y también coordinadores de vehículos. Tuvimos que encontrar vehículos de todas las épocas. La gran dificultad fue el autobús de los años cincuenta. ¡Lo hallamos en un museo! Como anécdota, el coche de Dédé tiene una historia. Una bonita historia. Es el Cadillac que Kennedy regaló al presidente [Habib] Bourguiba cuando recorrieron juntos la 5ª avenida durante su primer viaje oficial a los Estados Unidos. Los tunecinos no dudaron en prestárnoslo. ¡Y todo esto en plena revolución!

Y. K. – Esto demuestra la generosidad de los tunecinos, su emancipación y la importancia que conceden a la cultura. Un pueblo para el que el arte no es una prioridad está perdido de antemano.

A. A. – Sí, así es. Y ya que hablamos de mis colaboradores, el colofón de la película, me atrevería a decir, es la música de Armand Amar, un compositor fuera de lo común y con mucho talento. Supo captar la esencia de la película. Pienso que compuso para esta película una de sus partituras más hermosas. Tuvo la idea de usar el fragmento de Liszt que da origen a toda la música de la película. Me pareció que era importante que, cuando Younes se convierte en Jonas, le acompañara la música... Sin olvidar el magnífico trabajo del montador Manuel de Sousa. La primera versión tenía una duración de 4 h 15 min, que se han reducido a 2 h 39 min. Hay más de 3500 planos, y gracias a su talento la película es fluida y eficaz. Una mención también para Catherine Grandjean, que siguió la producción del filme con mucha atención y pasión en un contexto político y económico difícil. Tuve más que nunca la sensación de que todos los colaboradores que me acompañaron estaban impregnados por el tema, transportados por esta gran historia de amor, única e increíble.


P: Si tuviesen que conservar, uno y otro, un solo instante de toda esta aventura, ¿cuál sería?

A. A. – ¡El descubrimiento de la novela!

Y. K. – ¡El descubrimiento de la película!