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  El último concierto  (A late quartet)
  Dirigida por Yaron Zilberman
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Notas del director (Yaron Zilberman)
Se me ocurrió la idea de El último concierto cuando estaba promocionando Watermarks, la película que acababa de terminar. Quería que mi siguiente película fuese un drama sobre relaciones que explorase los complejos lazos icónicos que se crean entre padres e hijos, entre hermanos y entre las parejas que llevan casadas mucho tiempo. Como gran entusiasta de la música de cámara que soy, pensé que la estrecha dinámica que se establece entre los miembros de cuarteto de cuerda podía ser el escenario ideal para tal viaje. Convertirse en un cuarteto de cuerda estable implica años de actuaciones y ensayos íntimos e intensos, salpimentados con discusiones frecuentes sobre cada nota y cada opinión. Cada individuo puede ocupar el papel estelar de solista, pero su éxito depende de la habilidad que tengan para pasar por encima de sus egos y complementarse a pesar de las diferencias individuales.

Arnold Steinhardt, el primer violín del legendario cuarteto de cuerda Guarneri, describe un cuarteto de cuerda como “cuatro personas que dejan brillar su personalidad individual a la vez que encuentran una voz unificada... interminables cavilaciones, discusiones, críticas que... terminan en una interpretación”. En El último concierto quería explorar el delicado equilibrio necesario para conseguir una dinámica de relaciones gratificante, una que libere al individuo para que ascienda a su más alto potencial a la vez que contribuye de forma significativa al equipo, salvando la tensión entre el individuo y el grupo, entre el “yo” y el “nosotros”.

Para anclar la película musicalmente elegí como plato fuerte la pieza innovadora de Beethoven, una de las más conocidas, el Opus 131 en Do sostenido menor. Un elemento sorprendente de la composición es que Beethoven indicó que debía interpretarse attacca, sin pausa entre los siete movimientos. Cuando se toca una pieza de casi 40 minutos sin interrupciones los instrumentos terminan desafinándose, cada uno de una forma totalmente distinta. ¿Qué deberían hacer los músicos? ¿Pararse a la mitad y afinar o esforzarse por adaptar su tono, individualmente y como grupo, hasta el final? Creo que es una metáfora perfecta de las relaciones estables, que inevitablemente tienen dificultades y exigen un ajuste constante y una afinación muy cuidadosa debido a las mil formas en que las personas cambian y evolucionan a lo largo de su vida.

Desde el punto de vista musical, el Opus 131 nos lleva en una montaña rusa de emociones que van de las más hondas profundidades de la contemplación interior a alturas catárticas de energía explosiva. Para fundamentar todavía más el guión en el mundo de los cuartetos musicales, gravé durante varios meses al cuarteto de cuerda Attacca, de Juilliard School mientras aprendían el Opus 131. Los instruían algunos de los músicos de cámara más famosos del mundo. Para profundizar en la investigación, filmé al cuarteto de cuerda Brentano, uno de los cuartetos de cuerda líderes que hay actualmente en activo (y que luego grabaron la música para la banda sonora) tocando el Opus 131 delante de cuatro cámaras. Fue una experiencia valiosísima que contribuyó a definir el estilo cinematográfico de la película y preparar a los actores para su papel como músicos.


Entrevista con el director (Yaron Zilberman)

P: ¿Qué le inspiró EL ÚLTIMO CONCIERTO? ¿Qué le empujó a escribirla?

Yaron Zilberman: Me gusta mucho la música de los cuartetos de cuerda, porque llevo escuchándola desde la adolescencia. Una vez un amigo me regaló una cinta de jazz. Al terminar la primera cara, cambió automáticamente a una cara con tríos de piano y me dejó totalmente alucinado. Me enamoré de la música de cámara al instante y pronto me di cuenta de que el cuarteto de cuerda es para mí la forma más potente, especialmente los de Beethoven. Eran explosivos intelectual y emocionalmente hablando. Llevo escuchándolos desde entonces, hará ya treinta años, y cada vez que los escucho es una nueva experiencia. Con El último concierto quería contar la historia de una familia... de los lazos únicos y fuertes que se forman en una familia, el amor y la dedicación siempre acompañados por emociones reprimidas, resentimientos, celos y competitividad. Pensé que un cuarteto de cuerda sería el escenario perfecto dado el tiempo que pasan juntos y su codependencia. Tocan juntos diez años antes de desarrollar un sonido único, viajan juntos siete meses al año... las relaciones son intensas. Me pareció una forma nueva y fresca de contar la historia de una familia, en la que el éxito artístico y familiar deben funcionar con harmonía.


P: ¿Se basó en algún cuarteto de cuerda en particular para la película?

Yaron Zilberman: Me basé en varios de cuartetos de cuerda. El primero fue el Guarneri, uno de los más prominentes y que llevan 40 años tocando juntos. El violoncelista, David Soyer, era el mayor del grupo y quería jubilarse, y dudaban sobre si disolverse o seguir juntos. Decidieron seguir solamente si el pupilo de David, Peter Wiley, el chelista del trío de piano Beaux Art, se unía a ellos, y lo hizo. Siguieron varios años, pero al final se desmembraron. El segundo cuarteto fue el Italian, que contaba con tres hombres y una mujer. Se rumoreaba que tenía una relación amorosa con cada uno de ellos. Eran únicos tocando repertorio de memoria, sin partituras. Les daba a sus interpretaciones una tensión musical que, para mi gusto, no tenía parangón. El tercero fue el Emerson, localizado en Nueva York, cuyos dos violinistas alternan posiciones, no tienen un primer y un segundo violín fijos. Son los tres cuartetos principales cuyas historias y temas son importantes en la película.


P: ¿Cuál era la idea general de El último concierto, y como metáfora de lo que sucede en la historia?

Yaron Zilberman: La pieza principal de la película es el Opus 131 en Do sostenido menor de Beethoven, que escribió un año y medio antes de morir. Esta pieza tiene varios aspectos revolucionarios. Se escribió en siete movimientos cuando lo habitual eran cuatro, cada movimiento en una forma, una longitud y un tempo distintos, e intenté seguir ese patrón en el guion y en la película. Beethoven también decidió escribir la pieza sin ninguna pausa (attacca), lo que significa que los músicos no pueden afinar los instrumentos entre movimientos. Se desafinan durante la pieza y cada uno a su manera. Es una gran metáfora de la vida y las relaciones que, tarde o temprano, se desafinan, especialmente las largas. ¿Cómo conseguimos volver a una relación que funciona?


P: ¿Qué temas concretos tenía en mente cuando escribía el guión?

Yaron Zilberman: Estaba muy centrado en hablar de la familia; el matrimonio, las relaciones entre hermanos, la figura paterna de una familia, lo que sucede cuando se le saca de esa estructura. Las relaciones a largo plazo en general son las más difíciles, aunque pueden ser las más satisfactorias; la importancia del arte en la vida, como forma de superar dificultades y dudas; la belleza, la cultura, cómo trascienden los problemas del día a día a los que nos enfrentamos, y cómo se pueden usar como fuente espiritual para elevar el ser emocional que tenemos.


P: Ha hecho un gran salto de su aclamado documental, Watermarks, hasta llegar a El último concierto. ¿Puede hablarnos del proceso?

Yaron Zilberman: En algunos aspectos supuso un gran salto crear un mundo de cero, pero hay muchas similitudes, como la idea de contar una historia. En ambos casos hay que contar una historia que sea interesante desde el principio hasta el final mediante los personajes. La diferencia era trabajar con actores para representar a los personajes, en vez de documentar a gente que era ella misma. Un aspecto interesante de un cuarteto de cuerda es que tocan sin director, así que sentí que debía minimizar mi intervención, no forzar la situación sino dejar que su química fluyera delante de la cámara, darles a los actores el mayor espacio posible para convertirse en un conjunto unido, con las mismas dificultades que tendría un cuarteto de cuerda. Una consecuencia positiva fue que cada actor le dió su propia vida y su propia realidad a la película, un realismo personal tras cada actuación. Luego están las conexiones más literales. Por ejemplo, presentamos en la película a pacientes de Parkinson de verdad para entender mejor la enfermedad y cómo cambia la psicología y la movilidad de la persona, o en una parte documental recontextualizamos fotos verdaderas de la juventud de los actores para representar a los personajes cuando eran más jóvenes, para conseguir una conexión emocional más fuerte.


P: Háblenos de los actores y de sus personajes.

Yaron Zilberman: Christoper Walken es un actor excepcional: carismático, fuerte e icónico. Peter Mitchell es muy amable, tierno, culto, suave al hablar, le gusta animar. Christopher normalmente no interpreta personajes así, estamos acostumbrados a verle en papeles más duros y directos. Aquí es un personaje que es la figura paterna para sus compañeros músicos y tiene que afrontar una enfermedad. Creo que cuando a un actor se le presenta un reto y hace algo que se sale de su tipo normalmente pasa algo mágico. El amigo de la infancia de Christopher era violonchelista. Creció en una zona de Nueva York donde viven muchos músicos clásicos y recordaba ver a esos músicos y hablar de música de una forma muy concreta. Chris tenía la sensación de que conocía su ambiente.

Philip Seymour Hoffman es uno de los grandes actores de nuestra era. Interpreta a Robert, que básicamente está luchando por su puesto en el cuarteto y por su matrimonio. Fui a un concierto del cuarteto de cuerda Takacs en el Carnegie Hall en el que Phil leyó fragmentos de Elegía, de Philip Roth. La música del cuarteto combinada con las lecturas de Phil emocionó a todos los presentes. Me di cuenta de que amaba este tipo de música. Phil también es un director y un actor teatral prolífico, así que la interacción intensa en directo dentro de un cuarteto tiene aspectos que le son naturales.

Catherine Keener es una actriz fascinante por la forma en la que está presente emocionalmente. Es tan pura cuando está en el plató y en la pantalla. Interpreta a Juliette, que se enfrenta a la desintegración de aspectos de su vida: la enfermedad de la figura paterna, la infidelidad y una hija que se rebela. Es la actriz perfecta para tal reto. Catherine utiliza la magia como inspiración a un nivel profundo, lo que fue útil al interpretar el papel de una violista.

Mark Ivanir interpreta a Daniel Lerner, un tipo solitario y perfeccionista que dedica su vida al violín y paga el precio de estar solo en el mundo. Mark se tomó el papel muy en serio, dada la magnitud de los que le acompañaban. Se lanzó inmediatamente a aprender a tocar el violín, tiene esa faceta intrépida y atrevida como actor. Creció en una familia culta de escritores en un barrio duro y contribuyó con esa experiencia al papel y al cuarteto. Se nota que lucha por su puesto, por su liderazgo y por la perfección artística.

Imogen Poots interpreta a Alexandra Gelbart. La recomendó la directora de casting, Cassandra Kulukundis, cuando estaba rodando una película para DreamWorks. Me cautivó su prueba y cómo interpretaba al personaje. También sabía tocar el violonchelo de cuando era pequeña y para ella fue fácil conectar con otro instrumento de cuerda. Se sentía identificada con el guion y comprendía la historia familiar dramática de su personaje y su madre. Catherine e Imogen quedaban muy bien ante la cámara.


P: Háblenos de la música y de cómo ensayaban los actores, etc.

Yaron Zilberman: Para hacer posible la interpretación, tenían que aprender frases musicales cortas en vez de la pieza entera. Se le asignaron a cada actor por lo menos dos docentes para que siempre hubiera alguien disponible en cualquier momento para darles una clase. Creamos unos vídeos con los que aprendieron unas treinta frases cada uno, que practicaron y practicaron... Su dedicación fue excepcional y al final se veía su progreso en cómo tocaban los instrumentos: el movimiento del arco, la digitación en las cuerdas, el lenguaje corporal con los instrumentos... es todo muy real.


P: ¿Y los instrumentos? ¿Cómo decidió hacer la película y cómo sabía cuál era la mejor forma de reflejar la música clásica?

Yaron Zilberman: Los instrumentos que tocan son de verdad. Teníamos un vendedor de violines raros en Nueva York que colaboró con nosotros y nos ofreció instrumentos de gran calidad para el cuarteto. Se seleccionaron para cada actor, en función de la personalidad del papel en cada instrumento concreto y teniendo en cuenta el sonido del cuarteto en conjunto. También seleccionamos instrumentos que dieran bien a cámara, con el color y el dibujo de la madera perfectos. De algún modo el color de los instrumentos inspiró una gama más general para la película, de tonos tierra, marrones ricos, de las tonalidades de la madera.... El apoyo del mundo de la música clásica, de los lutieres que hacían los violines y los arcos a los profesores profesionales, no tenía precio; todo el mundo se unió y contribuyó a darle al proyecto una sensación lo más real posible.


P: Hábleme del proceso de rodaje.

Yaron Zilberman: El rodaje duró solamente 27 días, así que tuvimos que trabajar muy rápidamente. Por suerte teníamos un gran equipo, experto y entregado. Rodamos en Nueva York durante uno de los inviernos más fríos de las últimas décadas. El frío extremo y la cantidad de nieve, que eran perfectos para rodar, complicaban la producción. Rodamos en el mundillo cultural de Nueva York en lugares como la Colección Frick, el Metropolitan Museum of Art, y Sotheby’s, donde hay que ser de lo más cuidadoso y delicado. Rodar la interpretación de la música también fue un reto, pensar cómo captar las distintas frases desde varios ángulos con varias cámaras rodando a la vez.


P: Háblenos del equipo con el que trabajó.

Yaron Zilberman: El estilo cinematográfico y la sensibilidad de Fred Elmes encajaba a la perfección con una película sobre música clásica en términos de composiciones y estructuras cuidadas. Filmar en Nueva York también requería un director de fotografía que conociera muy bien la ciudad y tuviera una relación de rodaje con ella. Escuchamos el Opus 131 juntos muchas veces tanto en CDs como en conciertos en directo y desarrollamos una forma de grabar la interpretación que encajase con la historia general. También visitamos la Frick varias veces para inspirarnos de las composiciones de los grandes pintores y para informarnos sobre los colores de las galerías y los cuadros de la Frick. Fred tiene una capacidad única de capturar emociones profundas y aun así evitar las trampas del sentimentalismo. Era muy preciso y a nivel estilístico parecía una pieza de Beethoven, en que cada composición se construye meticulosamente pero de forma hermosa y con libertad. Angelo Badalamenti, uno de los grandes compositores cinematográficos, consiguió darle una gran belleza y dolor a la película con la partitura. Es un reto enorme para un compositor crear música original alrededor de Beethoven, pero Angelo estuvo a la altura del reto y lo logró estupendamente. John Kasarda, el director artístico retrató con maestría los interiores que habitaban los músicos. El vestuario, diseñado por Joe Aulisi, es cómodo y elegante y refleja de verdad el estilo de vida de los personajes. Es Nueva York , pero una parte de Nueva York muy distinta a la que solemos ver en la cultura popular. Más Juilliard que la avenida Madison. Es mi segunda experiencia con el montador Yuval Shar. Su sensibilidad al editar y su oído musical excepcional ayudaron enormemente a montar El último concierto. Su atención al detalle también ayudó mucho a describir un mundo que gira entorno a la atención al detalle. El estilo de Yuval es realista, sin artilugios, y una película sobre relaciones precisa ese enfoque.


P: ¿Y la referencia al tiempo al principio con la cita de T. S. Eliot y otras referencias al largo de la película? ¿El tiempo era uno de los temas subyacentes?

Yaron Zilberman: Es claramente uno de los temas subyacentes de la película, pero no quería darle demasiada importancia. La vida está estructurada alrededor del tiempo, la poesía y la música lo reflejan. Algunas de esas ideas se encuentran en la película: vivir el presente, entender cómo nos cambia el tiempo y también que no podemos luchar contra el tiempo, por mucho que lo intentemos.


P: ¿Qué espera que el público obtenga de la película?

Yaron Zilberman: Una reflexión sobre las relaciones y una ventana a la belleza y la intensidad de la música de cuarteto. Este film es un homenaje a los últimos cuartetos de Beethoven. En ellos expresa sus emociones y sus pensamientos de formas dolorosamente complejas, a veces edificantes, a veces desesperadas, siempre vivas. También me gustaría recordar el poder del arte para transformar nuestras dificultades en experiencias vitales elevadas, y tocar la idea de que durante largos periodos de tiempo inevitablemente encontraremos problemas, y que eso es intrínseco a la forma en que funcionamos y en que aprendemos en la vida, y la cuestión es qué hacemos con ello.