Palmeras en la nieve es una película de Fernando Gonzalez Molina, que vuelve a ofrecernos una adaptación de una novela de éxito como Tres metros sobre el cielo y Tengo ganas de ti. Guión a cargo de Sergio G. Sanchez, que ha cosechado éxitos como El orfanato, Fin y Lo imposible, basado en la exitosa novela homónima de Luz Gabás.
Notas de producción
Basada en el best seller homónimo de Luz Gabás, editado por Temas de Hoy, Palmeras en la Nieve nos transporta a la época colonial española en Guinea Ecuatorial.
La novela, publicada en 2012 y que en la actualidad cuenta con más de 500.000 ejemplares vendidos, está inspirada en las experiencias de miles de colonos españoles que llegaron allí atraídos por las perspectivas de un futuro mejor. Es el caso de cientos de jóvenes del valle de Benasque- entre ellos los abuelos y el padre de la autora- que decidieron emigrar a tierras más cálidas, para trabajar en las plantaciones de cacao, dejando atrás la nieve y el frio de sus pueblos montañosos.
Para recrear el exótico mundo de Palmeras en la Nieve, el equipo de la película se ha trasladado a la isla de Gran Canaria, donde se ha recreado la legendaria plantación de cacao de Sampaka para la cual se han construido 9 edificaciones y plantado más de 400 palmeras entre otra vegetación tropical. Además, también se ha construido un poblado africano, entre otros decorados, que nos transportarán a la época colonial española.
El rodaje transcurrirá durante 10 semanas en Gran Canaria, 2 semanas en Colombia y 3 días en Huesca, empleando más de 70 actores, más de 200 técnicos y más de 2.000 extras, cifras que convierten a Palmeras en la Nieve en la producción de habla castellana más grande de los últimos tiempos.
Notas del director
Cuando terminé de leer la novela Palmeras en la Nieve, de Luz Gabás, tuve la sensación de hacer un viaje increíble en el tiempo y el espacio. Un viaje a través de la vida de varias generaciones de una familia, el viaje de descubrimiento de un continente mágico, África, y también un viaje emocional y catártico, el de Clarence, que a través de los secretos del pasado de su padre y de tu tío, aprenderá a comprender mejor su propia historia. Esa sensación de transportarme a otro lugar, muy lejos de donde estaba en ese momento, es lo que me enamoró, y me hizo desear con fuerza contar esta historia a través de una película. Porque era esa magia la que conectaba Palmeras con algunas de las historias que me han enamorado desde siempre en una sala oscura de cine. Desde El imperio del Sol, al Paciente Inglés, pasando por Master and Commander, o Expiación. Historias más grandes que la vida, que te sumergen en el relato hasta el punto de olvidarte de ti mismo. Te hacen viajar a otro mundo, a otra época y en dos horas tienes la sensación de haber vivido durante años junto a esos personajes. Palmeras en la nieve es la historia de una familia, pero no solo eso. Es la historia del viaje de dos hermanos a Guinea para descubrir un mundo ajeno a su pequeño pueblo del Pirineo, pero también es una historia de secretos que marcan para siempre, y una película colonial, sobre el impacto emocional que produce transitar los paisajes africanos. Es también el relato de una serie de personajes que tuvieron que vivir durante décadas alejados de sus familias, de su país, y que crearon entre ellos vínculos que se mantuvieron después durante décadas. Pero también una película sobre el final de una era, y probablemente una de las historias de amor más bellas que he leído desde hace mucho. En los tiempos que corren, historias como las de Kilian, Jacobo, Julia, etc... son necesarias. Porque son historias que nos recuerdan que nada es imposible, que hay que luchar por lo que uno cree, por lo que uno quiere, por muy difícil que sea. Porque si te empeñas, con la fuerza con la que los personajes de Kilian y Bisila se aferran a su historia de amor imposible, puedes hacer que crezcan, aunque sea durante un tiempo más o menos breve, Palmeras en la nieve.