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  El postre de la alegría  (Paulette)
  Dirigida por Jerôme Enrico
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P: ¿Cómo surgió El postre de la alegría?

R: La historia ¡se parece a un cuento de hadas! Imparto clases de guión en una escuela de cine, la ESEC, donde he organizado talleres de escritura; EL POSTRE DE LA ALEGRIA surgió en uno de ellos. Bianca Olsen, una de mis estudiantes, reparó en un suceso que nos impactó: la historia de una dama anciana que vivía en un barrio pobre del extrarradio que se lanzó al tráfico de cannabis para poder llegar a fin de mes… El arranque de la historia me pareció a un tiempo muy fuerte y divertido. A lo largo de casi un año, Bianca, Laurie, Cyril y yo mismo desarrollamos juntos la historia y la secuenciamos. Tras ello, en dos meses escribí los diálogos, y a principios de 2011 me vi con el guión de EL POSTRE DE LA ALEGRIA en las manos. Todo el mundo creía en el proyecto, comenzando por mi agente, quien se tiró de cabeza a la caza y captura de Légende Production. Prácticamente era la primera producción que logramos se leyera. Algunas semanas más tarde, un domingo por la mañana, Ilan Goldman me telefoneó para decirme que le parecía formidable. Me dijo: «Si quiere, le produzco la película y la hacemos ¡en lo que queda de año!» ¡Y eso fue lo que pasó, ni más ni menos! Ilan aprobó el paquete financiero y me proporcionó los medios para hacer una audición extremadamente exhaustiva: creo que entrevisté prácticamente ¡la totalidad de actrices entre 60 y 80 años de París! Y seis meses más tarde, rodábamos.


P: Bernadette Lafont dice que el film le recuerda las comedias italianas de los años 50, otros espectadores ven evocado el universo de Ken Loach. ¿Cómo definiría usted EL POSTRE DE LA ALEGRIA?

R: Primero de todo, eso me emociona y me satisface extremadamente porque esa comedia social italiana de la posguerra, de la que Ken Loach en cierto modo es el heredero británico, era mi modelo. EL POSTRE DE LA ALEGRIA es una comedia social acerca de la delincuencia en la tercera edad, acerca de una sociedad que muy a menudo no propone a sus ancianos otra salida que hurgar en los cubos de la basura. Paulette es odiosa, Paulette es racista, pero ¿por qué ha acabado siendo así? ¿Se puede escapar de la precariedad y la soledad cuando ya no se trabaja? ¿En qué mundo vivimos que le importa un comino sus raíces? Es un tema que no se ha tratado mucho en cine. «Paulette» no es una película sobre el cannabis, es un film sobre la precariedad y la soledad en la tercera edad… y además, sobre todo ¡es una comedia!


P: Su largometraje previo, L’ORIGINE DU MONDE (2001), con Roschdy Zem, Ángela Molina y Alain Bashung era «una tragedia antigua rodada con cámaras de plástico», para citarle… ¿Qué le ha hecho pasarse directamente a una comedia rodada con cámaras… ¡de verdad!?

R: Primero, le responderé que las grandes tragedias hacen las mejores comedias, lo que por otro lado es muy cierto en el caso de EL POSTRE DE LA ALEGRIA, pero yo no he saltado directamente de una a otra… Mi segundo largo era una comedia desfasada basada en un libro de Arto Paasilina, con Jean-Pierre Marielle y Jacques Villeret. Lamentablemente, Jacques murió pocos días antes de comenzar la preparación, y el proyecto se fue al agua. Dejé pasar tiempo antes de volver; durante algunos años me dediqué exclusivamente a la enseñanza y a la escritura y realización para la televisión. Por ese motivo, la confianza de Ilan Goldman y de Légende en EL POSTRE DE LA ALEGRIA y en mí ha sido un regalo extraordinario.


P: ¿Por qué eligió a Bernadette Lafont?

R: Cuando me encontré con ella por primera vez, en un pequeño café frente a su casa, tras de su amabilidad y cortesía, me dio la impresión de que podía ocultarse cierto sentido de mofa, ese lado huraño, con un carácter agriado y quejica tan propio de Paulette. Es curioso, porque Bernadette me lo reconoció luego, quería dar vida a Paulette a toda costa por las mismas razones: sabía que todo eso ¡estaba en ella! Además, me pareció que tenía también el coraje de Paulette, lo que cuando menos salva al personaje: las dos son luchadores. Y para acabar, Bernadette tenía la edad del personaje, y me di cuenta de que no funcionaba rejuvenecer a Paulette. Era preciso que diera esa impresión de fragilidad para que funcionara el desfase con respecto a ese mundo de traficantes de drogas. Las audiciones evolucionaron de modo peculiar: cuantas más actrices entrevistábamos, ¡más se imponía Bernadette!


P: En el film, los jóvenes resultan igual de importantes ¿no es así?

R: Ciertamente, y le debo a Coralie Amedéo, que se encargó del reparto, haber encontrado la mayor parte de ellos. Al principio, no conocía más que a Aymen Saïdi, a quien había visto en DERNIER ETAGE GAUCHE (2010) y L’ASSAUT (2010), y a Soufiane Guerrab, que había visto intervenir en la serie LES BEAUX MECS (2011).

Por lo que respecta al grupo de camellos, quería a actores que procedieran de esos barrios pobres del extrarradio, ¡y no a actores que interpretaran a ese tipo de ralea! Paco Boublard, que da vida a Vito, se impuso como una evidencia incontestable desde que atravesó la puerta de la oficina. No interpretaba, era… Aunque también Samir Trabelsi, Chemci Lauth, Mamadou Coulibaly, Kamel Laadaili… todos actores profesionales pero que proceden de esos barrios, o que se criaron en las cercanías. Tengo gran recuerdo de una de las primeras escenas que rodamos, aquélla en que Paulette resulta maltratada por los pequeños camellos, quienes le roban los pastelillos. Bernadette, que no se había encontrado jamás con ellos, se me acercó para preguntarme: «¿No me harán daño?», y entonces ¡supe que había ganado!


P: Hablando de otra cosa, la «banda» de Paulette ¡tampoco está mal!

R: Ah, ¡las amigas de Paulette ! ¡Las adoro! Durante los ensayos, Françoise Bertin, a quien conozco, hizo una improvisación formidable de una anciana a la que se le va algo la bola, una improvisación que conquistó a todos. A Carmen Maura le encantaba el guión. Creo que le hubiera gustado encarnar a Paulette, aunque al mismo tiempo era consciente de que Paulette no podía ser una inmigrante sin arriesgarnos a narrar algo del todo distinto. Me hizo muy feliz que aceptara interpretar a María, que en alguna medida resulta la cabecilla del grupo. Así que ha dado vida a la amiga inmigrada de esta Paulette, racista y xenófoba. Dominique Lavanant aceptó interpretar a Lucienne, una vieja solterona inhibida que sin embargo aún le quedan insospechados recursos. Sobre el papel, ambos personajes no tienen más que algunas réplicas, sin embargo, ¡sólo se les ve a ellas! Es un gran honor, una inmensa suerte debería decir, que las dos hayan aceptado trabajar en la película.


P: Una palabra acerca de Walter, el Casanovas de esas damas…

R: Creo que André Penvern tiene ¡una estampa elegante! Walter es un elemento cómico muy importante en la historia, permite narrar la transformación física y moral de Paulette. Cierta clase, cierto encanto del personaje me fue inspirado por mi tío, que se llama… Walter! En el momento de ponerme a escribir, a menudo nombro a mis personajes con los nombres de gente que me es próxima, y sus rasgos participan de parejo parecido. Luego, cambio los nombres. Confío en que el auténtico Walter no tenga inconveniente en que le haya conservado el suyo, así como la auténtica Paulette, pues no conozco ¡más que una!


P: Paulette también tiene una familia con la que se comporta con una ternura exquisita… (N d. T: comentario irónico que pretende dar a entender lo contrario de lo que se dice)

R: Qué bruja, ¿no es cierto? Pero al mismo tiempo, no engaña jamás, no disimula, y cuando las cosas van a comenzar a ir mejor, eso va a cambiar… Axelle Laffont, que da vida a la hija, sale por lo demás con la cabeza bien alta, pues seguramente le ha tocado el rol más ingrato de la película. Siempre hay obstáculos en su camino y aún así su actitud es recta y conmovedora, sin jamás caer en lo patético.


P: El postre de la alegría no es en absoluto la primera comedia corrosiva acerca de la tercera edad. No ha tenido miedo de quedar en segundo lugar, tras TATIE DANIÈLE (¿QUÉ HACEMOS CON LA ABUELA? 1990) de Étienne Chatiliez?

R: No, porque creo que los dos filmes no tienen de hecho gran cosa en común. Aunque en ambos haya algo de políticamente incorrecto acerca del modo de afrontar la tercera edad, ¿Qué hacemos con la abuela? maravillosamente interpretada por Tsilla Chelton, es una pequeña burguesa de provincias que no evoluciona, no cambia, mientras que Paulette es una desclasada inscrita en un contexto social bien concreto. Y ella cambia, física y moralmente, a medida que reconquista su dignidad. No pretendo dar lección alguna. Mi primer objetivo radica en que la gente que vea este film pase una hora y media relajada y riendo, pero si en esta historia hubiera alguna lección «moral,» ésta estaría en que las cosas van mejor cuando se está menos instalado en la precariedad y el dolor. Devenimos mejores con nuestro prójimo. El racismo, la maldad, el rechazo al otro… aunque el dinero incide en todo esto.


Entrevista a Bernadette Lafont- Paulette

P: ¿Cuál fue su primera reacción tras la lectura del guión de EL POSTRE DE LA ALEGRIA?

R: ¡Brincaba en el sofá! ¡Tuve un deseo inmediato de hacer el film! Me sedujo el lado «comedia a la italiana», ese perfecto equilibrio entre lo humorístico y lo social, y sobre todo, la frescura que se desprendía de la escritura, ese no sé qué nada convencional, nada banal. Más tarde, cuando me enteré de que habían escrito el guión dos jóvenes en el seno de un taller de escritura, no me extrañó lo más mínimo: ¡qué moderno!


P: ¿Estaba decidido desde el principio que usted se quedaba con el papel protagonista?

R: Creo que Jérôme Enrico había pensado en mí, pero hacía falta convencer la producción, pues había otros actores en liza. No conocía en absoluto a Ilan Goldman, pero por primera vez en mi vida, superé mi nerviosismo y cogí el teléfono para hacer saber mi anhelo y entusiasmo. Estuvo encantador pero esperé la respuesta largo tiempo. Un día, tuve una llamada que me instaba a asistir a las oficinas de Légende. Me imaginaba que era para darme un papel, pero ¿se trataba de Paulette o de una de las amigas? Who knows!


P: Sin embargo, al principio de la película, Paulette es racista, cruel, está al borde de la miseria… ¿No ha tenido miedo de dar vida a un personaje tan desagradable?

R: ¡Al contrario! ¡Es el lado felizmente amoral del personaje lo que me ha seducido! Y aunque el film es una fábula, las Paulettes existen en la sociedad actual… En su defensa diré que Paulette es una mujer maltratada por la vida, pero con su fuerza vital intacta. Su combatividad y coraje hacen que merezca que las cosas se le arreglen, ¡aunque todo eso no sea muy legal!


P: ¿Aunque sea odiosa con su familia, infame con sus amigas, grosera con todos cuantos se cruza…?

R: Es verdad, pero evoluciona considerablemente a lo largo de la historia, e incluso al comienzo, creo que se percibe en ella una energía y una vitalidad prometedoras, pese a su catastrófica situación financiera… Es la vida, la mala suerte las que la han empujado a encerrarse en el odio al otro, pero desde el principio tiene su dignidad –prefiere los cubos de la basura antes que ir a buscar la sopa popular-, y el amor incondicional que profesa a su difunto marido la hace conmovedora. Me encanta que tenga arrestos para intentar cambiar su destino siendo ya anciana y pobre, y estando sola; estrictamente, no tiene ninguna posibilidad. Cierto, el camino pasa por la delincuencia, pero ¡qué opciones tiene! Tras haber leído el guión, reparé en que EL POSTRE DE LA ALEGRIA remite a dos de los filmes más memorables de mi carrera: las heroínas de LA FIANCEE DU PIRATE (LA NOVIA DEL PIRATA, 1969), de Nelly Kaplan, y de UNE BELLE FILLE COMME MOI (UNA CHICA TAN DECENTE COMO YO, 1972), de François Truffaut. Ambas eran también personajes «marginales», desfasados, transgresores. Si hubieran envejecido, ¡habrían podido convertirse en Paulettes!


P: ¿Fue difícil el rodaje?

R: Si y no. Me ha encantado hacer este film, sin embargo me costó dos meses deshacerme del personaje. Más allá de las escenas de peleas, muy físicas, he tenido que aprender a «soltarlo» todo, tanto en sentido propio como figurado.


P: ¿Qué quiere decir?

R: Lo menos que puede decirse es que físicamente Paulette no está estropeada y, a parte de la peluca, no hemos utilizado ningún truco. He tenido que entrenarme para dejar caer el rostro, en algún sentido, o dejar de intentar estar lo más peripuesta posible, lo que se intenta habitualmente… ¡en todas las edades! Tenía algo de miedo por el resultado, pero la iluminación del director de fotografía, Bruno Privat, me pareció magnífica, hacía que una pudiera olvidarse –un poco—de ¡la «cara» de Paulette! Antes del rodaje, trabajamos mucho con el director, tanto sobre el guión como sobre la apariencia del personaje. Me acuerdo de que la pañoleta sobre el cabello me parecía «too much,» pero Jérôme me aseguraba que muchas mujeres de mi edad, en los barrios pobres periféricos, todavía la llevan. Y al llegar al rodaje, en Bagnolet, constaté que tenía razón: las calles ¡estaban llenas de Paulettes!


P: ¿Qué escenas le gustaron más rodar?

R: Las escenas cómicas me encantaron: aquélla en que Paulette se confiesa a un sacerdote gabonés y le dice que «se merecería ser blanco» me encantó… Las de las partidas de cartas con las amigas me han dado la oportunidad de trabajar con actrices que admiro desde hace mucho: Dominique Lavanant, Carmen Maura y Françoise Bertin son excepcionales en precisión y extravagancia. Pero por encima de todo, me ha encantado rodar con los actores jóvenes: Paco Boublard, que da vida a Vito, el jefe de los camellos, estaba imponente; sus siniestros acólitos se mostraban «más que auténticos y naturales»; aunque una vez que la cámara dejaba de rodar, eran adorables y respetuosos. Y también Axelle Laffont, que encarna a mi hija con profundidad y contención… ¡Dios mío! haría falta citarlos a todos, todo el mundo ha estado ¡tan a la altura del film! Actuar ante actores tan buenos obliga a superarse, en alguna medida se hace contagioso.


P: En el fondo, la película es sombría. ¿También opina usted que la sociedad abandona a las personas ancianas?

R: Evidentemente, no me veo en la misma situación material que Paulette… Pero creo que más allá de los contextos sociales, sí hay una constante cuando se envejece: la sensación de inutilidad y, además, en ocasiones, de abandono. Para una actriz de mi edad, tener el papel protagonista en un film así, ¡es un regalo inesperado! Si EL POSTRE DE LA ALEGRIA alcanza a comunicar el mensaje: «No nos dejemos caer, aún somos útiles,» ¡ya estará bien! (risas).