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  Perdiendo el norte  Dirigida por Nacho García Velilla
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La película está protagonizada por un reparto muy coral, encabezado por Blanca Suárez, Julián López, Yon González, José Sacristán, Miki Esparbé, Úrsula Corberó, Malena Alterio y cuenta también con Javier Cámara y Carmen Machi.

Perdiendo el norte, es una comedia romántica sobre la generación perdida. Velilla narra en clave de humor las desventuras de una pareja de jóvenes con una gran preparación que se ve obligada a emigrar a Alemania, ante la falta de trabajo en España. Al ver por televisión un programa tipo "Españoles por el mundo", creen que en Alemania está la solución a todos sus problemas y la tierra prometida, pero pronto se dan cuenta de que la realidad es bastante más dura…

Firman el guión Antonio Sánchez, David S. Olivas, Oriol Capel y Nacho G. Velilla, equipo que cuenta con una amplia experiencia en televisión como guionistas y productores ejecutivos de series como "7 vidas", "Aida", "Fenómenos" o "Los Quién"; y que son también los autores de los guiones de sus anteriores películas.

El film está producido por Producciones Aparte, Atresmedia Cine y Telefónica Studios.


Personajes

Hugo Cifuentes ("Los nuevos ricos también lloran")
27 años. Niño bien/Despreocupado/Talentoso

Hugo es un niño mimado, altivo y grosero en ocasiones, cuya máxima responsabilidad en la vida ha sido elegir el color de su Audi TT. Hijo de un empresario convertido en nuevo rico, Hugo no ha tenido que esforzarse mucho en la vida para conseguir las cosas. Lo único que se espera de él es que siga los pasos de su padre, y eso lo hace con maestría. Se ha licenciado en empresariales, ha completado su formación con varios másters y tiene una novia guapa, rubia y superficial con la que forma la pareja más ideal desde que Barbie encontró a Ken.

Pero en la vida de la gente siempre hay un punto de inflexión: un viaje, un matrimonio, un hijo… En el caso de Hugo ese punto de inflexión se llama concurso de acreedores en la empresa de papá. De la noche a la mañana pasó de tenerlo todo a no tener nada, y el fin de sus privilegios hará que se enfrente a su padre, al que le guarda rencor por haber dilapidado su futuro y sus expectativas. Pero su padre, lejos de amilanarse lo que hace es poner a Hugo frente al espejo de sus miserias, para que vea en lo que se ha convertido. Y lo que ese espejo refleja es a un chaval que nunca ha hecho nada de provecho, que no sabe lo que es el esfuerzo y que no valora lo que tiene, porque no sabe lo que cuesta ganarlo. Por eso a Hugo no le queda otra que buscarse la vida e intentar valerse por sí mismo tratando de encontrar un trabajo acorde con su talento, aunque para ello, y como ya hicieran muchos compatriotas en los sesenta, tenga que buscarlo a casi dos mil kilómetros de distancia.

Pero cuando llega a Alemania se da cuenta de que ni los colegios caros, ni sus títulos, ni su habilidad para pulirse su paga semanal de doscientos euros la noche del viernes le sirven de nada frente al único reto que tiene ahora ante sí: sobrevivir. Si nunca ha tenido que hacer nada por sí mismo, ni sacrificarse en nada, ni siquiera le han exigido que pida las cosas por favor, ¿cómo afronta el reto alguien tan acomodado y despreocupado como él? Pues igual que afrontaría Julio José Iglesias el tener que limpiar cristales por el salario mínimo, tener que hacer la compra de la semana con sólo seis euros en el bolsillo o tener que implorar en un alemán macarrónico que le perdonen el euro que le falta para comprarse un perrito caliente. Si Hugo había vivido hasta ahora ajeno a la dura realidad, ahora la dura realidad le llegaba hasta las cejas.

Pero como ya dijo San Mateo en la Biblia: Todo el que busca, encuentra. Pero, ¿qué puede encontrar alguien que lo ha tenido todo? Pues cosas que ni siquiera sabía que le faltaban. Con Andrés, el vecino que se exilió a Alemania en los sesenta, tendrá más conversaciones en una semana que con su padre en toda su vida. En Rafa, su compañero de piso, encontrará un amigo de los de verdad, un amigo de los que se parte la cara por ti si es necesario. Claro que también te la puede partir a ti, si se entera de que andas detrás de su hermana, Carla.

Y es que lo último que esperaba encontrar Hugo en Alemania era a una mujer como Carla. Bueno, no esperaba encontrarla ni en Alemania ni en ningún otro sitio, porque es totalmente diferente a las chicas que ha conocido, y sobre todo, es totalmente diferente a él. Si él es un niño de papá, ella es de barrio, si él es despreocupado, ella es responsable, si él es la viva imagen de la cultura del pelotazo, ella es la viva imagen del esfuerzo, si él es del Madrid, ella es del Barça… Bueno, a ella no le gusta nada el fútbol, sólo lo dice por hacerle rabiar y llevarle la contraria. Pero como dice la copla, y ellos terminaran comprobando: "No tiene nada que ver, el color y la estatura con las cosas del querer". Y es que, tras un visceral rechazo inicial, Hugo y Carla se darán cuenta de que se necesitan el uno al otro más de lo que creen: Hugo a Carla para aprender a sobrevivir en su nueva vida, y Carla a Hugo para aprender a disfrutar un poco de la suya.

Todos ellos forman un grupo de personas que, a priori, no tienen nada en común, pero que, a posteriori, acabarán aprendiendo los unos de los otros. Y es que, paradójicamente, cuando Hugo piensa que nada puede ir a peor y que su vida ha tocado fondo, es cuando encontrará algo que ni siquiera había ido a buscar: la felicidad, entendiendo así el sentido de la famosa frase: "No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita". Pero cuando parece que tiene al alcance todo lo que necesita para ser feliz en su nueva vida, la antigua vendrá a hacerle una visita. Y se verá obligado a elegir entre Nadia, la chica que cualquiera querría tener, o Carla la chica que querría tener ahora.

Braulio Palomino ("Mil carreras y ningún oficio")
27 años. Inteligente/Inocente/Asocial

Braulio es un niño grande, con un cociente intelectual de 135, que se ha pasado sus casi treinta años acumulando títulos, másters y postgrados como quien colecciona sellos, cosa que, por cierto, también hace. Tanta teoría le ha dejado poco tiempo para la práctica, no en el laboratorio (en el que ha instalado un plegatín para pasar las noches), sino en la vida. Unos dicen que es introvertido, otros que tiene un problema de sociabilidad, pero la opinión más extendida sobre su personalidad en su entorno, es que es un friki.

Hijo único de una viuda sobreprotectora que no le dejaba salir a jugar con otros niños por si le pegaban alguna enfermedad, Braulio ha vivido en una burbuja, de espaldas a un mundo real que le golpeaba con toda su crudeza cada vez que pisaba el colegio. Con sus meriendas equilibradas, su inteligencia superior, que bajaba la media del resto de la clase y con su ropa de saldo, se convirtió en el chico más popular del recreo: todos querían pegarle. Hugo, su compañero de pupitre, tenía dos opciones, o alejarse de él como de un niño con piojos o sumarse a la mayoría y darle un par de sopapos. Evidentemente, Hugo, uno de los chicos más populares del colegio, eligió la segunda opción. Pero como el roce hace el cariño, o en su caso, las collejas, al final Hugo y Braulio se convirtieron en "la extraña pareja" de los Salesianos. Con la protección de Hugo, Braulio pudo, por fin, comerse un bocadillo en el recreo y, lo más importante, se ganó al único amigo que le soporta.

Si Hugo cambió su vida en lo personal, un juego infantil le cambió en lo profesional. Braulio descubrió con el Quimicefa su verdadera vocación, quería investigar. A los dos días de tenerlo provocó una explosión en la cocina al conseguir crear nitroglicerina. Ni los propios responsables de Cefa, la empresa creadora del juego podían explicarse cómo lo consiguió. Y es que Braulio demostró ser un genio desde muy pequeño. Terminó la carrera de química con matrícula, cuando los chicos de su generación apenas acaban de aprobar la selectividad. Y nada más matricularse entró con una beca en el CAI, el centro de ayuda a la investigación de la Universidad Complutense. Pero siguió completando su formación con un par de másters, que se costeaba echando una mano en el supermercado de sus tíos realizando funciones de reponedor, de chico de los recados o incluso de mascota promocional cuando la marca comercial de turno lo exigía. Ese dinerillo y el que obtiene como donante de semen constituyen su principal vía de financiación para seguir completando su currículum académico. Además, lo de la donación de semen se ha convertido en su actividad más excitante dentro de su mediocre vida sexual. Y es que Braulio le da tan poca importancia a ese aspecto, que nadie podría afirmar con rotundidad si es homo o hetero, ni siquiera él mismo. Lo que todo el mundo, viendo su cara de panoli, sí que puede afirmar sin miedo a equivocarse, es que es virgen.

Cuando la crisis golpea la economía española, una de las primeras perjudicadas es la partida del I+D+i. Pero el mayor recorte se lo lleva la paciencia de Braulio, que a un año de entrar en la plantilla del laboratorio se queda sin su beca, con una probeta delante y otra detrás. Es entonces cuando toma una decisión radical, el mayor cerebro del país se va a dar a la fuga.

Buen estudiante, cerebrito, con una incontrolada tendencia a corregir a quien tiene al lado y sin don de gentes, Braulio se siente un marginado, aunque está convencido de que en Alemania, donde se apreciará su talento en lo que vale, todo eso cambiará. Pero como reza el dicho, aunque el friki se vista de seda, friki se queda. Y es que lo que Braulio necesita es dejar de ver la realidad a través de los libros que estudia, cerrarlos por un momento, y enterarse de una vez de que la vida le está pasando por delante sin que él ni siquiera se dé cuenta.

Por eso, su viaje a Alemania no sólo va a cambiar su vida laboral, cambiará su vida entera. Será un viaje iniciático junto a amigos que, en su solitario laboratorio, nunca hubiera imaginado tener: un macarra empeñado en que deje de ser virgen, una chica que le quiere hacer ver que las mujeres son algo más que la madre que te prepara la merienda y te plancha la ropa, un turco empeñado en sacarle ventaja comercial a su cerebro privilegiado lleno de fórmulas inútiles… En definitiva, Braulio vivirá, en sólo seis meses, una peripecia vital más intensa que la que "Forrest Gump" vivió en toda la película.

Carla Herrera ("La chica sensata")
26 años. Sensata / Controladora / Irónica

Carla es una de las jóvenes que, harta de no encontrar trabajo en España para ganarse las lentejas, se ha ido a Alemania a intentar ganarse el chucrut. Desde muy pequeña, desarrolló una gran personalidad y siempre se mostró como una niña responsable, sensata e independiente. Sus padres creen que habría sido capaz de nacer sola, cortarse el cordón umbilical y hasta de prepararse su primer biberón. Y es que Carla es de esa clase de personas a la que la vida hace madurar antes de tiempo. Con unos padres en paro desde hace años, y un hermano que prefiere buscarse problemas antes que buscarse un trabajo, a Carla no le ha quedado otra que tirar del carro, convertirse en hermana mayor de su hermano mayor, y ejercer de padre y madre cuando a duras penas era una hija.

Como toda la generación Disney, Carla soñaba con llevar una vida de fantasía, sin preocupaciones, con un príncipe azul a su lado y un ático en el centro haciendo las veces de castillo. Pero cuando naces en un barrio periférico y en el seno de una familia de clase baja, lo más probable es que tu vida se parezca más a un cuento de Dickens que a uno de Disney. Sus padres desde hace tiempo se levantan cada mañana con una única preocupación: a quién le pueden pedir hoy veinte euros para pasar el día. Derrumbados, deprimidos y al borde del desahucio, han puesto todas sus esperanzas en Carla y en el dinero que ella pueda conseguir para pagar sus innumerables facturas. Le pusieron de nombre Carla, pero tendrían que haberla llamado Remedios, porque es la que pone las tiCarlas en las heridas de la maltrecha economía de los Herrera. Muy pronto compaginó el hincar los codos estudiando arquitectura, su gran sueño, con arrimar el hombro, dando el paso de niña a mujer, sin pasar por la adolescencia, en menos tiempo de lo que dura el estribillo de la canción de Julio Iglesias. Por si no tuviera suficiente con todo esto, tiene que cargar con su hermano Rafa, un "viva la Virgen" sólo preocupado por su bienestar. Carla intenta poner algo de cabeza donde su hermano sólo pone cabezazos, deshaciendo los enredos en los que se mete, intentando llevarle por el buen camino, y que no acabe con sus huesos en la cárcel o con sus huesos rotos por un ajuste de cuentas.

Cuando la crisis golpea con más fuerza, sólo te queda el consuelo de decir que la esperanza es lo último que se pierde. Por eso Carla se fue a buscarla a Alemania, llevándose a su hermano de la oreja y con la maleta llena de problemas, pero con muy pocas soluciones. Pero partir de cero para alguien acostumbrado a partir de saldo negativo, es todo un avance. Carla se va encontrando cada vez más a gusto en un país que le está dando unas oportunidades que el suyo nunca le dio. Colabora como ayudante en un estudio de arquitectura y sueña con que pronto la incluyan en plantilla, y así poder tener un salario que le permita quedarse algo de dinero antes de que los de Western Union la nombren clienta del año. Una persona tan responsable, tan cabal, tan sensata, en definitiva, tan germánica, ¿cómo no iba a encajar bien en la sociedad alemana?

Una vez allí encuentra una ciudad que le gusta, un trabajo con el que se siente realizada y hasta su hermano parece que ya no pierde tanto la cabeza, limitándose sólo a perder sus pantalones en su trabajo de stripper. En el momento en el que cree que más controlada tiene su vida, irrumpe en ella Hugo, poniendo patas arriba toda su escala de valores. Porque Hugo es un irresponsable, un insensato y no hace las cosas bien ni aunque tenga ganas, pero al menos sabe divertirse. Y aunque Hugo y Carla no se aguanten, vengan de mundos opuestos, y siempre salten chispas entre ellos, Carla no deja de ser una chica de veintiseis años que, con tanta responsabilidad y sensatez, ha olvidado cómo disfrutar de la vida. Y sobre eso, Hugo tiene mucho que enseñarle. Porque Hugo puede convertirse, o en el gran amor de su vida, o en el primer chico que le rompa el corazón.

Rafael Herrera "Rafa" ("Torero de medianoche")
26 años. Macarra/ Buscavidas/ Egoísta

Si Rafa hubiera nacido en el siglo de Oro, sería un pícaro, pero en el siglo XXI es directamente un macarra. Es el mismo perro con distinto collar, porque de haber nacido hace quinientos años, el inventor de la picaresca española hubiera sido él. Encantador, chulesco y con una sonrisa embaucadora, sólo hay algo que le guste más que engañar a la gente: que encima no se enteren. Por eso se le iluminaron los ojos cuando llegó a Alemania y vio lo fácil que resultaba colarse en el metro.

Porque Rafa es un superviviente nato que ha encontrado en la cuadriculada (y algo naíf) sociedad alemana mil grietas por las que colarse y sacarle partido. ¿Que necesita arreglar unos papeles? Se hace el estudiante despistado que chapurrea alemán y le solucionan el problema con una sonrisa. ¿Que quiere cobrar el paro? Seduce a una chica para que le haga de traductora y termina cobrando todo tipos de ayudas y subsidios. Y así es cómo lleva casi tres años en Alemania, trapicheando, estafando y sobreviviendo. Vive con su hermana Carla en un desvencijado piso que comparte con otros inmigrantes y, aunque él es un actor nato que va de flor en flor, se porta con su hermana como lo haría cualquier siciliano: reaccionando de manera celosa y violenta ante cualquier hombre que se le acerque, sea un camarero, un guardia de tráfico o el médico que le hace una revisión. Porque no hay nada más sagrado para Rafa que su abuela, su madre y su hermana. Y como su abuela está muerta y su madre a cinco mil kilómetros, todo su amor protector se vuelca en su hermana, a la que adora y a la que considera aún, pese a sus veintitantos años, una niñita desvalida, inocente y virginal a la que hay que proteger. Por eso, no sospecha ni por asomo que Hugo, que se ha convertido en su mejor amigo, flirtea con su hermana. Tal vez sea porque Hugo hace todo lo posible para que no se entere, ya que sabe que el día que lo haga, podrá ganarse la vida imitando a los Bee Gees con voz de falsete, porque Rafa le cortará los huevos.

Rafa le debe mucho a su hermana, sin ella no estaría en Alemania y no hubiera tenido la oportunidad de empezar una nueva vida. Es una forma de verlo, pero la verdad es que Carla, harta de que a su hermano le vieran más en el juzgado de menores que en su propia casa, y ante las muchas posibilidades de que en España terminara en la cárcel o apareciera muerto en una cuneta, prefirió llevárselo con ella. Sus padres ya tienen bastante con ser parados de larga duración, como para encima gastar el subsidio y el dinero que les manda Carla en fianzas.

Carla está empeñada en que su hermano deje de meterse en líos y madure de una vez, y está convencida de que la rectitud y disciplina alemana le pueden venir muy bien para darle un giro a su vida. Lo que no sabe es si Rafa le puede venir muy bien a Alemania, un país que, por si no había sufrido lo bastante con dos guerras mundiales, ahora encima tendrá que aguantarle a él.

Andrés Martínez ("El inmigrante de vuelta (de todo)")
76 años. Gruñón /Melancólico / Roza la senilidad

Andrés tiene el aspecto del típico abuelo, bonachón y afable. Pero sólo es el aspecto, ya que tras él se esconde un anciano de carácter algo agrio, enfadado con el mundo y de vuelta de todo. Porque con su bagaje cultural, su inteligencia, su ironía y la mala leche propia del que tiene problemas de próstata, proyecta una imagen distante y dura que se derrumba en cuanto tiene uno de sus frecuentes vacíos de memoria. Es entonces cuando esa fachada se viene abajo y sale a flote lo que, por mucho que oculte, no puede evitar ser: una enternecedora mezcla entre Pepe Isbert y el maestro Yoda.

Llegó a Alemania por primera vez en 1964 desde un pequeño pueblo de la España profunda, empujado como tantos de sus paisanos por el hambre y la miseria de la época. Buscaba un sitio donde poder prosperar y sacar su familia adelante, y lo encontró, pero a costa de trabajar como un animal de carga. Hacinado en los barracones para trabajadores de una fábrica de electrodomésticos, se encargó, como todos los emigrantes de todos los tiempos, de los trabajos que los locales no querían hacer, siempre con el objetivo de poder enviar cuanto más dinero mejor y que a su familia de cinco hermanos no le faltara de nada. Privacidades, humillaciones, choque cultural, inadaptación… Andrés tuvo que pasar por todo ello, sólo compartiéndolo con sus compañeros de emigración, esperando que llegaran las vacaciones para poder alquilar un Mercedes y aparecer en su pueblo, deslumbrando a sus paisanos y mintiendo a su madre sobre lo bien que le iban las cosas. ¿Para qué iba a contarles la verdad? Con uno que sufriera en la familia ya había bastante.

Pasaron los años, se casó con una chica de su pueblo, se la llevó a Alemania, tuvo hijos y prosperó. Su hija, Juana, con doble nacionalidad, decidió volver a España, y Andrés, al enviudar y jubilarse, decidió que quería pasar sus últimos años de vida en su país, junto a su familia. Pero al regresar descubrió que los emigrantes ya no eran los que, como él, habían ido a Centroeuropa, sino los que llegaban desde Ecuador, Rumanía o Marruecos. España había prosperado tanto que le había dado la vuelta a la tortilla, y ahora eran sus paisanos los que le miraban a él por encima del hombro, como siempre habían hecho los alemanes con él. Se dio cuenta de que se había convertido en un apátrida, un hombre desarraigado que en Alemania siempre será un Gastarbeiter (trabajador invitado) español, pero que en que su país era un español de una España que ya no existía. Su yerno era un fontanero que iba al trabajo en un Mercedes y su hija estaba endeudada hasta las cejas. Como el resto del país, su familia no sólo vivía por encima de sus posibilidades, sino que le parecía lo más normal del mundo hacerlo. Pero eso para alguien como Andrés, que había pasado muchos años andando cinco kilómetros hasta la fábrica en la que trabajaba para ahorrarse el dinero del autobús, era un cambio demasiado brutal como para no echárselo en cara. Hasta que Juana, harta de las discusiones y reproches de su padre, decidió hacer lo que hace todo el mundo cuando un viejo le da demasiada guerra: meterle en una residencia. Allí Andrés, como algo ya recurrente en su larga vida, volvería a sentirse más desarraigado y fuera de lugar que nunca. Por lo que decide volver a Alemania, y una vez más, solo.

Andrés llega a Alemania por segunda vez en 2005, viendo cómo en su antiguo barrio los inmigrantes de primera generación como él van siendo sustituidos por los de nuevo cuño: turcos, pakistaníes, chinos… Y desde que empezó la crisis en España, españoles. Perplejo, Andrés ve cómo los hijos de la gente que hace cinco años en su pueblo le miraba por encima del hombro, emprendían el mismo viaje que él hizo cincuenta años atrás.

La aparición en su vida de Hugo, Braulio y el conocer mejor a Rafa y Carla, supondrá para él un punto de inflexión. Verá en ese grupo el reflejo de lo que vivió hace tantos años, lo que le hará replantearse qué es lo que quiere hacer con lo que le queda de vida: si seguir viviendo en el desarraigo o darle una segunda oportunidad a su familia. Andrés tendrá que elegir y tomar una decisión. Y una vez lo haga, acordarse de cuál era.


Nota del director Nacho García Velilla
Karl Marx decía que la historia se repite, primero como tragedia y luego como farsa. En los años sesenta, una generación de españoles hambrientos emigró al norte de Europa dejando atrás una España gris y atrasada. Ésa fue la tragedia. En 2012 dos jóvenes van a seguir el camino que sus compatriotas emprendieron hace cincuenta años. Hugo y Braulio, hartos de ser los últimos de la fila en una cola de casi seis millones de parados, deciden emigrar a Alemania y escapar de una España que se derrumba, antes de que los escombros les caigan encima. Pero Dios situó el paraíso en el Edén, no en Centroeuropa. Su ilusión por realizar el sueño alemán pronto se convierte en una pesadilla: hacinados en un piso viejo que comparten con otros inmigrantes, trabajando doce horas donde ningún alemán lo haría y dándose de bruces con una cruel realidad: que han pasado de vivir por encima de sus posibilidades a vivir por debajo de ellas en lo que dura un vuelo Madrid-Berlín. Pero la vida del inmigrante es tan difícil que, a veces, cuesta asumirla. ¿Y qué pasa si unos padres llenos de orgullo deciden visitar a ese hijo que ha triunfado en el extranjero y del que tanto presumen ante los vecinos? Pues que, o decides confesar la verdad, o te ves obligado a recrear esa vida ficticia con una casa de suplemento dominical, un trabajo de alto directivo y un círculo social exquisito del que has alardeado cada vez que hablas con ellos. Y aquí es donde empieza la farsa.


Tono
En los años sesenta del siglo pasado, miles de españoles emigraron a Alemania con la esperanza de encontrar un futuro mejor atraídos por la necesidad de mano de obra de lo que los economistas llamaron: "El milagro Alemán". Desde hace cuatro años, el derrumbe de lo que los economistas llamaron "El milagro español" ha obligado a miles de españoles, a emigrar a Alemania en busca, otra vez, de un futuro mejor. De las muchas conclusiones que se podrían extraer, quedémonos con una: a los alemanes se les dan bastante mejor los milagros económicos que a nosotros.

Porque no deja de ser una broma de la Historia que la que se supone que es la generación de españoles mejor formada de todos los tiempos, Hugocada en democracia, con acceso a la información, a la tecnología y a las redes sociales, se vea obligada a salir a buscarse la vida en Europa como hicieron sus abuelos, que apenas sabían leer y escribir, cincuenta años atrás. Nadie creyó nunca que en España, que no hace ni cinco años aspiraba a estar en el G-8, la historia se iba a repetir de esta manera, aunque los tiempos hayan cambiado y en lugar de maletas de cartón los emigrantes lleven Ipads. Pero la situación laboral en España es tan asfixiante (el paro juvenil entre los menores de 25 años es del 52%), que el centro de Europa vuelve a aparecer como El Dorado para muchísima gente que no ve ningún futuro en nuestro país.

El ministerio de Empleo calcula que entre 2011 y 2020 emigrarán de España un millón de personas, y eso son un millón de historias esperando a ser contadas. De esa necesidad de contar una realidad social surge este proyecto y, con él, la intención de retratar una época y una generación: la de los jóvenes que, por primera vez en muchas décadas, van a vivir peor que sus padres. Los conflictos, los personajes y las historias que se cruzan en este contexto son tan excepcionales que, tratados a través del filtro del humor, nos van a proporcionar los mejores elementos de la comedia de enredo, de la comedia romántica y de la comedia social.

El choque de culturas que ocasiona la convivencia entre personajes de diferentes procedencias y clases sociales, el vodevil que provoca el inventarte una realidad que sólo existe en tu cabeza y en la de tus cándidos padres, nos aporta la materia prima para desarrollar un tipo de comedia de enredo que ha dado títulos tan divertidos como la reciente "Bienvenidos al Norte", o el clásico "Uno, dos, tres" del genial Billy Wilder. Las historias de amor más recordadas son las que nacen de los personajes con los caracteres más opuestos y los orígenes más diversos. Películas como las exitosas "Pretty Woman" o "Mi gran boda griega", u obras maestras como "Historias de Filadelfia" o "Sucedió una noche", son muestras de esto. Nuestros protagonistas, Hugo y Carla, de clases sociales muy diferentes, con personalidades opuestas y con un inicio de relación nada prometedor, terminarán enamorándose y viviendo una historia de amor que en España hubiera sido imposible, ya que difícilmente hubieran llegado ni siquiera a andar por la misma calle.

La picaresca, el costumbrismo y el retrato de perdedores es la base de la mejor comedia española, como demuestran títulos míticos como "Plácido", "El verdugo" o "El pisito", en los que la actualidad social se contaba desde la crítica, la ironía y la mala leche. Por eso, creemos que un fenómeno tan duro como el de la emigración, con unos protagonistas tan vapuleados por la vida, es mejor contarlo desde el punto de vista de la comedia. Una comedia que no quiere quedarse en el retrato tremendista de una realidad triste y gris. Como ya hicimos en la serie de televisión "Aída", donde la vida de una mujer maltratada, su hermano yonki, su amiga prostituta y su hijo delincuente han dado lugar a situaciones tan grotescas como divertidas, "Perdiendo el norte" quiere contar la mayor crisis económica, social y anímica de la reciente historia de España desde el humor, la ternura y el optimismo.

Nada como la comedia para reflejar, de una manera fehaciente y real, los avatares de esta época que nos ha tocado vivir y para buscar la sonrisa que, en momentos tan críticos como éstos, nos niega la sombría rutina diaria.

En 1970 se estrenaba "Vente a Alemania, Pepe". La película arrancaba con la llegada de un inmigrante español que vuelve desde Alemania a su pueblo de vacaciones en un gran Mercedes. Pepe ve eso y decide emigrar. Nuestra historia arranca con dos amigos viendo "Españoles por el mundo" y, fascinados por el nivel de vida de uno de los españoles que ven en el programa, deciden emigrar. Y es que España puede haber cambiado mucho en cincuenta años, pero los españoles, no tanto.


Filmografía del director
Con una amplia formación académica en el ámbito de la comunicación audiovisual, Nacho G. Velilla finaliza su Licenciatura en Ciencias de la Información en la Universidad del País Vasco, realiza su especialización en la rama de Film & Televisión en la Universidad de Coventry (Inglaterra) y cursa estudios de Doctorado en la Universidad Complutense de Madrid.

Tras trabajar como director y guionista de videos musicales, del documental "Visiones artísticas para el fin del milenio", y como redactor de Antena 3 y en el "Heraldo de Aragón", Velilla hace su inmersión en el mundo de la televisión como guionista y director.

La gran oportunidad para demostrar sus buenas dotes para la comedio vino de la exitosa serie de "Médico de Familia", producida por Globomedia para Telecinco, en la que Velilla era guionista. La productora no dudó en volver a contar con él, esta vez para la dirección, guión y producción ejecutiva de la mítica "7 Vidas", emitida por Tele 5. Tras realizar más de doscientos capítulos, Velilla pone en marcha "Aida" y "Gominolas", donde trabaja como coordinador de guiones, director y productor ejecutivo.

Nacho G. Velilla ha recibido numerosos galardones por su trabajo, entre los que destacan dos premios Ondas, dos premios Protagonistas, cinco premios de la Academia de Televisión, un premio de la Asociación de Guionistas de Cataluña o el premio de la Asociación Internacional de Prensa.

Con "QUE SE MUERAN LOS FEOS", Nacho G. Velilla inicia su segunda aventura cinematográfica como guionista, director y productor tras la exitosa "FUERA DE CARTA".

"FUERA DE CARTA" fue el primer proyecto cinematográfico del equipo formado por Antonio Sánchez, David S. Olivas, Oriol Capel y Nacho G. Velilla, con una amplia experiencia en televisión como guionistas y productores ejecutivos de series como "7 vidas", "Aída" o "Gominolas".

Dicho equipo han sido con Nacho G. Velilla los fundadores de Producciones Aparte, con quienes ha desarrollado las series de ficción para Antena 3, "Los Quién" y "Fenómenos".