Hugo y Braulio, dos jóvenes con formación universitaria, hartos de una España incapaz de darles trabajo y un futuro, deciden emigrar a Alemania siguiendo los cantos de sirena de un programa de televisión tipo "Españoles por el mundo". Pero pronto descubrirán que sobrar en un sitio no significa ser necesario en otro y que perseguir el sueño alemán puede tener mucho de pesadilla.
Sinopsis larga
Hugo tiene veintisiete años, un título de empresariales por una universidad privada, un máster en Business Administration y el puesto de gerente asegurado en la inmobiliaria familiar. Tiene todo el futuro por delante. O lo tenía, porque, a pesar de que en España llevamos sufriendo cinco años de la peor crisis económica de nuestra historia reciente, él se acaba de enterar. Con su máster recién enmarcado y dispuesto a tomar las riendas del holding de empresas familiar, se desayuna con la noticia de que la empresa de su padre ha entrado en concurso de acreedores.
Hundido, desorientado, con su proyecto vital desmoronado en cuestión de minutos y sin saber qué hacer con su futuro, Hugo recibió una reveladora llamada, la de su amigo Braulio. Braulio, un científico que, después de los últimos recortes en investigación ha visto truncado su futuro y sus avances en materia de genética. Si San Pablo tuvo que caerse del caballo camino de Damasco para ver la luz, Braulio sólo tuvo que encender la tele. Allí vio a un grupo de españoles retando a la crisis, españoles que habían escapado de la mediocridad, "Españoles por el mundo". La excitación casi le impide marcar en el móvil el teléfono de su amigo Hugo, al que consiguió hacer sentir la misma epifanía que su amigo de fatigas. Entre gritos y frases entrecortadas por el entusiasmo llegan a la misma conclusión: el futuro está llamando a su puerta y lo está haciendo en alemán. En lo que se tarda en decir "Auf Wiedersehen" ya están montados en un avión, con la maleta cargada de ilusiones y un buen surtido de embutidos ibéricos.
Así es cómo aterrizan en Alemania Hugo y Braulio. Un niño de papá que ha crecido pensando que la Visa Oro es uno de los derechos fundamentales de la Constitución, y un científico en paro que nunca se había alejado más de diez kilómetros de la biblioteca de su facultad. Convertidos en una especie de versión moderna de Don Quijote y Sancho Panza, les basta una sola tarde perdidos sin rumbo por Berlín, para que los gigantes que perseguían se conviertan en molinos. La tierra prometida es una inhóspita ciudad en la que no conocen a nadie, en la que no entienden a nadie y en la que, encima, hace mucho frío.
Pero cuando se cierra una puerta, se abre una ventana. Y por ella aparece Rafa, un chaval español de su edad y pinta de macarra que, hospitalario y buen compatriota, se ofrece a echarles una mano. Pero donde primero echa su mano es a sus carteras. Y ahí, sin dinero, sin documentación y sin tarjetas de crédito, se dan cuenta de que los "Españoles por el mundo" pueden ser tan hijos de puta como los españoles en España. Afortunadamente para ellos, Rafa tiene una hermana pequeña, Carla, de unos veinticinco años que, en el reparto familiar, se quedó con el sentido de la responsabilidad, y que lleva de la oreja a su hermano para que les devuelva todo lo que les ha robado. Carla no se ha sacrificado alejando a Rafa de sus malos hábitos y sus malas compañías en España, para que siga comportándose como "El Vaquilla". Pero Carla sabe lo que es pasar una primera noche en Berlín, y el recuerdo de esa experiencia es lo que la empuja a echarles una mano y llevárselos a casa, como a dos perrillos abandonados.
Compartiendo piso con Rafa, un macarra buscavidas, y Carla, que trabaja de ayudante en un estudio de arquitectura y que manda todo el dinero que puede a sus padres en España, parados de larga duración, es donde empieza la aventura de Hugo y Braulio. Pero no es fácil que alguien como Hugo, que nunca ha tenido que esforzarse, se lleve bien con alguien como Carla, que lo único que ha hecho en la vida es esforzarse. Aún así, cuando estás alejado de tu país, luchando por abrirte camino y empezando de cero, el roce no sólo hace el cariño, puede hacer mucho más
Ahora que ya tienen un techo, Hugo y Braulio sólo necesitan un trabajo, y encuentran uno acorde con su condición de inmigrantes: fregando platos en un restaurante de kebaps propiedad de Hakan, un turco casado con una española, y que sueña con ser más alemán que el rubio de Modern Talking. Y aunque sea haciendo el trabajo que los alemanes no quieren, Hugo y Braulio encuentran lo que andan buscando: una nueva vida. Como en su día la encontró Andrés, su vecino en el edificio, un viejo español que emigró en los sesenta y que asiste perplejo a cómo, después de cincuenta años, la historia se repite y por mucho que haya avanzado España, sigue en la cola de Europa, aunque ahora ganemos mundiales de fútbol. Así es cómo esta peculiar y ecléctica pandilla, que en ninguna otra circunstancia hubieran convivido, tiene que hacer piña ante una circunstancia común: todos salieron de su país para buscar una vida mejor, y han terminado viviendo las mismas penurias que sufre un mejicano en Los Ángeles, un pakistaní en Abu Dabi o un ecuatoriano en Madrid.
Pero una cosa es llevar una vida de inmigrante, y otra, que tu familia lo sepa. Al igual que los emigrantes españoles de los sesenta alquilaban un Mercedes para poder volver a su pueblo como triunfadores, Hugo se verá obligado a transformar su trabajo de friegaplatos, en un puesto de ejecutivo en una gran multinacional; su desvencijado piso compartido, en un chalet con jardín; y una multicultural panda de perdedores, en lo más florido de la alta sociedad alemana. Y todo por no reconocer, ante sus padres y su novia, su mayúsculo fracaso. Pero las mentiras tienen las patas muy cortas, las aerolíneas muchas ofertas de viajes, y Hugo una familia que desea ver, con sus propios ojos, cómo en su hijo se ha obrado "El milagro alemán". Ante esta inesperada visita, Hugo sólo tiene dos opciones: o desvelar sus mentiras
O poner en pie una gran pantomima para convertirlas en realidad.