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  Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?  (Qu'est-ce qu'on a fait au Bon Dieu?)
  Dirigida por Philippe de Chauveron
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DIOS MÍO, ¿PERO QUÉ TE HEMOS HECHO? está dirigida por Philippe de Chauveron y cuenta con un reparto coral encabezado por el actor francés Christian Clavier, protagonista de cintas tan populares como "Los Visitantes" y "Astérix y Obélix contra César".


Entrevista con Philippe de Chauveron

P: ¿Cómo nació la originalísima idea de la película?

R: El día en que me di cuenta, estadísticas en mano, de que los franceses son los campeones del mundo de las bodas mixtas. Diferentes estudios afirman que aproximadamente el 20% de las uniones que se celebran en nuestro país se hacen entre personas de orígenes y confesiones distintas. En el caso de nuestros vecinos europeos, la cifra ronda el 3%.


P: Pero eso de las parejas mixtas ¿es algo que usted haya conocido, de cerca o de lejos?

R: Yo pertenezco a una familia católica y burguesa, así que sí, he visto qué clase de problemas puede provocar una pareja mixta en un ambiente como el mío, ¡y eso que éramos más modernos que los Verneuil! Mi hermano estuvo casado con una mujer de origen magrebí y yo viví con una mujer africana. Y, por deformación de mi alma de guionista, empecé a imaginar cómo viviría algo así una familia que se viera obligada a aceptar ¡cuatro bodas mixtas seguidas!


P: Pero su visión no es maniquea.

R: Sí, porque en la película todos los personajes tienen sus defectos, sus debilidades... Y queríamos poder reírnos de ello, sin segundas intenciones. La primera versión del guión se la di a leer a amigos de distintas comunidades.


P: ¿Y el resultado fue...?

R: Que enseguida vi que les divertía y que la cosa funcionaba. Y sobre todo que estábamos en lo cierto. Y más aún después de las pequeñas contribuciones que todos hicieron, que me permitieron enriquecer el tema y hacerlo más auténtico.


P: Desde Las locas aventuras de Rabbi Jacob, muchas de las comedias que exploran las diferencias de raza o religión han dado lugar a buenas comedias.

R: Me halaga que la compare con esa gran película de Gérard Oury... A título personal, creo que la presencia en Francia de tantas comunidades diversas supone una riqueza tremenda, aunque no nos beneficiemos de ello necesariamente.


P: Chantal Lauby interpreta a una mujer muy tradicional, y también muy creyente. ¿Le recuerda a alguien?

R: A mi madre, aunque ella era menos estricta. Daba clases de catecismo. Yo era más bien refractario al tema, hasta hui de la comunión, pero entonces mi madre, preocupada por este rechazo, ¡me envió al psicólogo!


P: Los cuatro yernos, todos de origen extranjero, tienen un punto en común. ¡Todos se consideran cien por cien franceses!

R: Muchos hijos de inmigrantes me decían que les dolía que la gente no les considerara cien por cien franceses. La escena de "La Marsellesa" me permite ilustrar este aspecto. El padre, el señor Verneuil (Christian Clavier), que anda a la greña con el personaje de Medi Sadoun, pero también con los demás, alucina cuando les oye cantar el himno nacional. De repente les mira con otros ojos y les dice: "Me habéis emocionado".


P: Otra escena de culto, la de la cogorza entre los dos padres. Han desaparecido, todos se temen lo peor, pero no...

R: La escena de la cogorza es patrimonial en cierto modo. El cine francés está jalonado de escenas de borrachera clásicas, desde Un mono en invierno a Gangsters a la fuerza, pasando por Bienvenidos al Norte. Muchas veces no hay nada mejor para relajar una situación tensa entre dos bandos que todo el mundo daba por irreconciliables…


P: ¿De qué clase de cine se alimenta usted?

R: Soy fan de las comedias de humor adolescente de los hermanos Farrelly, como Algo pasa con Mary. También soy un gran admirador de la comedia social italiana, sobre todo la de Dino Risi. Y de las películas del grupo Splendid. Les bronzés la vi por primera vez cuando se estrenó, en 1976. Tenía 11 años y Christian Clavier 25. Él aún tiene muchas anécdotas divertidas. Todavía recuerda, con regocijo no disimulado, que en la época [el periódico] "France Soir" dijo: "Después de esta película, no volverán ustedes a oír hablar de estos actores".


P: ¿Christian Clavier y Chantal Lauby fueron su primera opción para los papeles de los padres?

R: Sí, completamente. A Chantal la sigo desde hace veinte años. Con [el grupo] Les Nuls dinamitó la idea que teníamos del humor televisivo, con esa forma tan seria que tenía de decir cosas horrendas. Hay que recordar que antes de ellos, el colmo de la transgresión en ese terreno era Stéphane Collaro. De Christian me gusta su forma de interpretar personajes odiosos. El guión le entusiasmó desde el primer momento. Es un actor muy preciso, muy hábil. Se conformó con añadir algún toque personal aquí y allá.


P: ¿Hubo algo especial que le sorprendiera de Clavier?

R: Varias cosas. Pero sobre todo el hecho de que se sabía los diálogos de memoria. Los de todos. Estuvo al lado de todo el mundo, dando la réplica en los contraplanos, siempre disponible para todos. Les ayudó muchísimo, dando consejitos sobre las cosas más nimias y manteniendo el buen humor.

Él dice que ya no se divierte "tanto como antes", pero a mí me parece que es todo lo contrario. Aún se divierte. Lo veo en su manera de practicar la provocación en todo momento. Sigue siendo bastante gamberro. Sobre todo, su forma de bromear sin alterar el gesto es única. La gente que le rodea no sabe nunca cómo interpretar lo que dice. Aún le veo cruzando el plató el primer día, un poco seco, suspirando y mascullando: "Pff, qué flojo parece este equipo".


P: Háblenos de los yernos, empezando por Medi Sadoun.

R: Cuando le vi en Les Kaïra, me dije: "Quiero atraparlo ahora mismo". Necesitaba gente que inspirara simpatía. Le hice el casting con la escena de "La Marsellesa" y se incorporó enseguida.


P: Ary Abittan: ¿ya le había visto en el teatro?

R: ¡Sí, y aporta esa mezcla única de George Clooney y Francis Blanche! Es seductor y muy divertido. Para el papel del yerno judío tunecino, parecía evidente que tenía que ser él.


P: ¿Fred Chau?

R: Le había visto en el "Jamel Comedy Club". Tiene una energía comunicativa y un humor muy suyos.


P: ¿Noom Diawara?

R: Me gustó mucho en "Amour sur place, ou à emporter", una obra de teatro que escribió él mismo y en la que ya salía una pareja mixta.


P: Los cuatro tienen encanto por arrobas.

R: Eso quería yo que irradiaran. En cierto modo, para mí encarnan cuatro caras del yerno ideal, aunque los Verneuil tardan un poco en darse cuenta.


P: Hablemos de las chicas: Frédérique Bel interpreta a la mayor de las hermanas Verneuil.

R: Frédérique me ha hecho reír desde "La minute blonde". Es atolondrada, divertida y sexy. Interpreta a la pareja de Medi Sadoun.


P: Julia Piaton empieza a hacerse un nombre, siguiendo los pasos de Charlotte de Turckheim, su madre.

R: En Mince alors, en la que era una chica de extracción modesta, estaba maravillosa. Aquí yo la quería muy burguesa, ¡y lo hizo muy bien!


P: A Emilie Caen la conocemos menos.

R: La había visto en La clinique de l’amour!, donde está especialmente divertida. Me apetecía promocionar nuevos talentos, caras nuevas.


P: Como también es el caso de Elodie Fontan.

R: Elodie había hecho un pequeño papel en la serie de TF1 "CLEM", en la que era la mejor amiga de la heroína. Realmente es la nuera perfecta.


P: ¿Cuál es el principal problema cuando se tienen tantos personajes?

R: Que todos existan, que todos tengan su momento, su "solo". Espero haber conseguido que así sea.


P: A Salimata Kamate (la madre africana de la película) ya la conocíamos. En Intocable, donde es la madre de Omar Sy, está magnífica. En cambio, a Pascal Nzonzi, el marido de ésta, le conocíamos menos. Su duelo verbal con Christian Clavier es una de las cumbres de la película. ¿Quién es Pascal Nzonzi?

R: Pascal es un gran actor de origen congoleño. Le había visto hacer el papel de Omar Bongo en un telefilme de Lucas Belvaux. Cuando empezó, hace tres décadas, se lamentaba de que no hubiera más papeles para actores negros. Ahora está encantado de que la cosa esté cambiando.


P: Según parece, tiene usted material para hacer el making-of más largo de la historia del cine francés. ¿Cómo es eso?

R: El ambiente entre ellos era tal que a veces rebasaban los límites del texto. Tenemos toneladas de tomas alternativas en las que queda patente la imaginación de cada uno. Me reí mucho, pero sin alterar el plan de trabajo. Pero es verdad que a veces el buen ambiente se nos fue un poco de las manos: tuvimos quejas de los vecinos…


P: ¿El público necesita comedias más que nunca?

R: La comedia es un vector magnífico para hablar de las cosas más graves de la forma más ligera. Pero de ninguna manera quería hacer una "película con mensaje". La gente no necesita que pensemos por ella. Creo que sobre todo necesitan distraerse. Vivimos en un país magnífico que ya ha superado muchas crisis.


P: Entonces, ¿es optimista?

R: Bastante, sí. Yo crecí en medio de una crisis. En el autobús en el que iba al internado, a finales de los años setenta, principios de los ochenta, recuerdo que pasaba por delante de un anuncio alarmante que decía: "3 millones de parados, 3 millones de inmigrantes". Ahora, por suerte, sabemos que podemos vivir todos juntos, la gente lo hace a diario. ¡Francia es un país magnífico, muy rico y muy bonito!


Entrevista Christian Clavier

P: ¿Cuál fue su primera reacción cuando leyó el guión?

R: Para empezar, pensé que Philippe de Chauveron era un gran dialoguista. Me pareció que las situaciones serían sencillas y muy divertido interpretarlas, así que, por supuesto, acepté el proyecto.


P: Descríbanos a su personaje.

R: En primer lugar es un hombre de mi edad, con las certezas de un hombre de mi edad. Un personaje con defectos, conservador, pero salvado por una ironía mordaz. Me gustan sus debilidades. Si hubiera sentido el más mínimo desprecio por él, no lo habría sabido interpretar. De hecho, lo que de inmediato se me vino a la cabeza fue el personaje de Robert De Niro en Los padres de ella; aunque su forma de ser me recuerda al Louis de Funès de Rabbi Jacob. El que se cae de las nubes cuando descubre: "Salomon, ¿es usted judío?".
Claude Verneuil vive una problemática real de padre, pero todo está tratado con humor, a la manera de Philippe de Chauveron, cuya escritura rebosa empatía por sus personajes en general y por el mío en particular. Como actor está la posibilidad de divertirse, de desahogarse, de explotar incluso en algunas escenas, sin caer en la caricatura.


P: ¿Sus padres eran tan estrictos?

R: Yo, como toda la generación del 68, crecí con muchas ansias de libertad, en una Francia próspera y timorata, que era precisamente la de mis padres. Gente normal, pero con prejuicios. En mi casa, el choque generacional se produjo a nivel cultural: no escuchábamos la misma música, eso desde luego.


P: Usted es muy popular entre los treintañeros que le rodean. Aunque les impresione…

R: Al principio es verdad que estaban un poco asustados, ¡pero eso también ayudó a conseguir lo que buscábamos! Verme convertido en "relevo" entre generaciones, después de haber sido el jovencito que intentaba hacerse un hueco entre gente como Jean Rochefort, Philippe Noiret, Lino Ventura, Michel Serrault, Jean Poiret, Pierre Mondy… La primera vez que trabajé con Mondy ya no era tan joven, pero a su lado era un niño. Con ellos aprendí muchísimo, sobre interpretación, sobre dirección. Puede que sea el mejor recuerdo de mi carrera.


P: Philippe de Chauveron nos ha descubierto la parte invisible de improvisación que hay en el trabajo que hace usted en la película. Cuéntenos.

R: Me gusta improvisar dentro de la situación, cuando el contexto es el adecuado. Es algo constante. Pero no siempre funciona. Da resultado cuando el contexto se presta a ello, porque si no, la improvisación resulta impostada.


P: ¿Quiere decir que una situación no se puede salvar sólo con el talento de un improvisador?

R: No, no se puede. Y no sólo eso: se pierde el gusto de hacerlo, porque ya ni tú mismo eres capaz de hacer reír. El actor que trabaja al servicio de una comedia (sobre todo, de una tan bien urdida como ésta) no está ahí para hacer el ganso, sino para desentrañar las intenciones del autor.


P: Usted tiene fama de ser muy profesional, y de saber muy bien lo que quiere artísticamente.

R: Tuve una buena escuela. Le aseguro que cuando se tiene delante a gente como Noiret o Poiret, y lejos de mí la idea de compararme con ellos, había que llegar "armado", porque no iban a perder el tiempo con alguien que no había hecho su parte del trabajo.


P: ¿Si tuviera que quedarse con una sola idea de esta película?

R: La idea es que mientras hay amor hay esperanza.


Entrevista Chantal Lauby

P: Junto a Christian Clavier, encarnan ustedes a una pareja un poco desbordada por los acontecimientos, los Verneuil, un matrimonio que se ve obligado a ir en contra de sus instintos conservadores en cuestión de usos y costumbres.

R: Ellos llevan toda la vida construyéndose una idea determinada de la familia. En su momento se casaron por la iglesia, como lo habían hecho sus padres antes que ellos. Por eso es natural que ahora sueñen con casar por lo menos una vez a una de sus hijas en la misma capilla. En el fondo, lo que hacen es aferrarse a los valores en los que ellos se educaron.


P: Salvo que al final, cada una de sus cuatro hijas obra de acuerdo con su temperamento y sus inclinaciones, ¿cosa que también es normal, al fin y al cabo?

R: Claro. Pero los padres se sienten culpables, porque tienen la impresión de haber fallado al educarlas. Querían ser "gente normal", es decir, conformes a su mundo burgués de provincias, pero sus hijas les privan de ese placer de otra época.


P: Preséntenos a Marie Verneuil.

R: Es una madre dulce y buena, siempre de acuerdo con todo el mundo, porque le han enseñado a no crear problemas. Siempre es impecablemente educada, pero de repente le pasan cosas que le desagradan y acaba cayendo en una pequeña depresión, que sufre en silencio. Es un clásico. En mi opinión, Philippe de Chauveron cuenta todo esto con tanto humor como delicadeza. Marie Verneuil es un personaje al que se le coge cariño, tanto por sus defectos como por sus virtudes.


P: Esta gente se ataca mucho verbalmente.

R: Continuamente. Y con una mala fe también generalizada. La familia política de Costa de Marfil no tiene nada que envidiar a los Verneuil en este aspecto. Sobre todo el suegro, porque su mujer es como Marie, conciliadora por naturaleza.

Pero todas las peleas acaban bien en la película. Incluso entre los dos padres, que se ven a sí mismos como los que más tienen que perder. Pero en el fondo quieren lo mismo, la felicidad de sus hijos.


P: Marie Verneuil tiene cuatro hijas magníficas.

R: Es verdad, está muy bien tener cuatro hijas tan guapas. Al principio tuvimos que tantear el terreno, yo tanto como ellas, impulsadas sólo por la idea de hacerlo bien, como en un primer día de colegio.

Frédérique Bel me dijo: "Me alegro de que seas mi madre, me he teñido de morena para parecerme a ti". Siento mucha ternura por las cuatro, son magníficas como mujeres y como actrices.


P: ¿En los últimos tiempos es usted la madre perfecta en el cine?

R: Desde luego. Pero siempre con varones: Max Boublil (Prêt à tout), Pio Marmaï, Jeremie Elkaim (Grand départ), Lannick Gautry (La jaula dorada). Con Dios mío, ¿pero qué te hemos hecho?, restablezco la paridad.


P: ¿Cómo transcurrieron las escenas de familia?

R: Cuando estábamos los diez, a veces oía a Philippe de Chauveron que se decía: "Bueno, va a haber que contenerlos". Creo que a veces le poníamos un poco nervioso. Era como dirigir un campamento de verano. Terminar la escena de la misa de Navidad fue épico. Sólo colocarse ya fue una epopeya. ¡Sobre todo para los chicos! Las chicas éramos más obedientes, creo.


P: ¿Y con Christian Clavier, concretamente?

R: Le aprecio mucho. Cuando me propusieron ser su mujer durante una película, en una comedia... dudé, porque aún guardaba un recuerdo...


P: ¿Malo?

R: No, todo lo contrario. Fue en Les Nuls L’émission, le teníamos de invitado y salimos en directo. Recuerdo que al hacer los sketches con él, no parábamos de reírnos, hasta tal punto éramos espectadores de su talento cómico. Me dio miedo hacer lo mismo al empezar el rodaje. Pero cada vez que notábamos que perdíamos el control, respirábamos y nos decíamos: "¡Contención, contención!", y nos conteníamos.