Lázaro está secuestrado en un cuarto de 3x1.50 metros completamente aislado del mundo exterior. Obligado a revelar información íntima acerca de sus familiares, ante el temor de haber traicionado a sus seres queridos, Lázaro cae en un drástico abandono de sí mismo. Al borde de la muerte, siembra un atisbo de esperanza a partir del cual se da cuenta de que su corazón, su voluntad y su mente no están secuestrados y nunca podrán estarlo. Soportando la posibilidad de que nunca lo liberen, una fe elevada, una dignidad incondicional y un profundo deseo de libertad y consciencia le muestran a Lázaro la verdadera naturaleza inquebrantable del espíritu humano.