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  Las sillas musicales  (Les chaises musicales)
  Dirigida por Marie Belhomme
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Ópera prima de la cineasta francesa Marie Belhomme, protagonizada por Isabelle Carré (La Historia de Marie Heurtin, 2014; Mi Refugio, 2009; Asuntos Privados en Lugares Públicos, 2006), Carmen Maura (Las Chicas de la Sexta Planta, 2010; Volver. 2006) y Philippe Rebbot (Unos Días para Recordar, 2014; Hipócrates, 2014). Escrita por Marie Belhomme junto a Michel Leclerc, guionista y director de la también comedia Los Nombres del Amor.


Entrevista con Marie Belhomme

P: ¿Cómo nace la idea de la película?

R: Más que una historia o una situación, mi punto de partida es el personaje de Perrine. Al principio, quería rodar la crónica de una joven un poco loca, un poco torpe, huyendo continuamente. De hecho, corre mucho durante toda la película… Como si, en el juego de las sillas musicales, no hubiera encontrado todavía la suya. Ya sabes como se juega: los participantes bailan alrededor de las sillas y cuando para la música, tienen que coger una y sentarse… A Perrine, al final, no le queda otra que sentarse en la silla de otro: el hombre que está en coma por su culpa y del que va a ir, poco a poco, apropiándose de su vida. Me gustaba la idea de ese accidente, que sirve de motor de arranque para la dramaturgia de la película: Perrine, que se pasa la vida pidiendo perdón, por todo, pero sobre todo por nada, termina siendo responsable de algo realmente grave...


P: Por lo tanto, todo parte de Perrine y, en realidad, es ella la que lleva el peso de la película. Háblenos de ella

R: Perrine es una “casi”. "Casi" música, como se autodefine: casi adulta. Aún muy niña en ciertos aspectos. Trabaja de animadora en las meriendas de cumpleaños, se disfraza, salta en los charcos… Al mismo tiempo, tiene un lado serio. Si se pasa el día “sintiéndolo mucho” es porque realmente “siente” estar ahí. Si corre, también es porque huye de sus responsabilidades. Ésa es realmente la razón de que se enamore de un hombre en coma: al menos no tiene riesgo alguno. Puede decir lo que quiera e imaginarse lo que quiera. En este caso, no tiene la sensación de molestar, mientras que con todos los demás padece el síndrome del impostor. La gente la quiere pero le cuesta mucho darse cuenta: no entiende bien qué pinta ahí. La frase de Groucho Marx le va como anillo al dedo: "nunca aceptaría pertenecer a un club que me aceptara como socio". Yo tengo debilidad por las personas un poco torpes, que no saben dónde meterse, como los personajes de Tati, siempre un poco demasiado grandes.


P: ¿Hay algo de Perrine en usted?

R: ¡Ah! El síndrome del impostor, sí, yo también lo he vivido. Durante mucho tiempo, como Perrine, me he movido entre el reírme de mí misma y el autodenigrarme. Y además, siempre he visto la vida a través de un prisma un poco desfasado o desenfocado. Como a ella, me parece que la vida va demasiado deprisa. Aspiro a una especie de serenidad, una relación sencilla con las cosas y con los seres… Nos obligan a ser siempre super eficaces: ¡todo el tiempo, tenemos que demostrar que somos el auténtico winner! Y a mí eso me cuesta mucho… Aunque yo, de vez en cuando, caigo en la trampa y les sigo el juego. Perrine, sin embargo, pasa olímpicamente de la mirada de los demás: goza de una auténtica libertad. Por eso sí, el personaje parte de mí pero, al mismo tiempo, no tiene nada que ver conmigo. Ante todo, como autora, lo que buscaba realmente era una ficción: he tenido el mismo coche que Perrine, por ejemplo, pero yo, si hubiera atropellado a alguien y le hubiera arrojado a un volquete, no me hubiera dado a la fuga. Por otro lado, me sentía casi obligada a situar la película en Bretaña, porque he vivido mucho tiempo allí y conozco lo suficientemente bien la zona como para dar verosimilitud a la historia. Era necesario. Estaba buscando una ficción, pero lo que más me importaba es que fuera creíble. Al fin y al cabo, Perrine es sobre todo un personaje poético, un personaje fuera del tiempo que vive en su burbuja, en algún lugar entre la infancia y el mundo de los adultos.


P: Es una comedia romántica y, al mismo tiempo, se divierte jugando con los códigos del género…

R: De hecho, creo que es una “no” comedia romántica: es verdad que hay una historia de amor, pero la protagonista se enamora de un tipo que no la ve. En cuanto a él, se ve embarcado en esta historia sin poder participar en ella porque está en coma. Y además, me gustaba la idea de introducir esa ambigüedad: ella quiere que se despierte y, al mismo tiempo, es lo último que querría. Ella es entrañable, uno quiere quererla y, al mismo tiempo, está robándole la vida a una persona que está en el hospital por su culpa… Todo eso es el resultado del cruce de varios deseos. Al principio, quería que pudiéramos tomarnos el tiempo necesario para dejarnos cautivar por el personaje. Paralelamente, tenía en mente las comedias americanas de los años cincuenta, historias caprichosas, a veces, en las que se mete el espectador porque el ritmo está muy bien trabajado y la narración muy bien dramatizada. De ahí esta dramaturgia, con forma de bola de nieve. En cuanto al tono, me gustaban tanto las comedias puras como los universos un poco "al filo del género". La primera versión del guión era más claramente cómica pero quería que la sinceridad fuera el elemento preponderante. Que la diversión y la risa no nos hiciera perder de vista la emoción. Junto con Michel Leclerc escribí varias versiones del guión, para llegar a esta mezcla de escenas chispeantes y otras más melancólicas. En el fondo, durante la escritura me fui acercando un poco a mí misma. Fui ajustando los límites para ir a lo esencial, asumir al personaje y sus emociones. Por este motivo necesitaba a alguien como Isabel Carré para encarnar al personaje.


¿Fue su primera opción?

R: Sí, quería hacer una película humana, llena de emoción. Dejando a un lado el hecho de que es una de nuestras mejores actrices, tiene esa sencillez, y esa sinceridad que te enternece... Y, al mismo tiempo, es muy divertida. Cuando nos conocimos, yo estaba como petrificada. Pero ella era tal y como me la esperaba: muy buena persona, adorable. ¡No hay que olvidar que decidió confiar en alguien casi sin experiencia! Y se lo agradezco muchísimo. La conexión fue bastante sencilla entre nosotras: nos parecemos, en muchas cosas. Ambas podemos ser un poco lunáticas, un poco alocadas y, al mismo tiempo, tener algo de muy concreto, una especie de determinación. Como Perrine, a la que también se parece. Era una intuición. Me cuesta mucho imaginarme a actores que no se parezcan en nada al personaje, y mi intuición se confirmó durante el rodaje. EEn un plató, Isabelle es impresionante, tiene antenas por todas partes, lo oye todo, lo capta todo, y además, puede interpretar cualquier cosa, sin que parezca difícil. Siempre va directa al grano, a lo esencial. La sencillez es un verdadero talento.


P: También ha cuidado mucho la elección de los actores que la rodean…

R: Fue Agnès Vallée, mi productora, la que me habló de Philippe Rebbot, para hacer de Fabrice. Me convenció desde el primer momento. Le había visto, entre otras pelis, en Boda en Mendoza. Él también es un tipo enternecedor, tiene un encanto increíble, relieve, profundidad, Y a veces tiene un no sé qué de "pero, qué estoy haciendo aquí". En cuanto a Carmen Maura, me la sugirió la directora de casting. Al principio, puede parecer un poco exótico, incluso fuera de lugar, una española en la campiña bretona... Salvo que con ella, ganamos sobre todo en cuanto a frescura y nos proporciona una buena dosis de elementos inesperados. Ella es exactamente lo que yo quería para este equipo de actores: humana y sencilla. ¡Y no podéis imaginar lo que sientes cuando una actriz de su calibre, una chica Almodóvar, te dice que sí a tu primera película!


P: Efectivamente, es su primera película, ¿eso la asustaba?

R: Soy una persona que duda siempre de todo pero, al mismo tiempo, cuando te has pasado tanto tiempo desarrollando un guión y encuentras financiación para la película, se convierte en algo factible, piensas sobre todo que tienes una suerte increíble. En la actualidad, corren tiempos duros para el cine y poco a poco, al ir conociendo a todos los que iban a formar parte del equipo, las dudas se iban disipando. Me sentía muy respaldada, muy bien rodeada. En realidad, no estás sola en absoluto. Una película es una aventura colectiva y humana, sobre todo. Y resulta que lo humano no me asusta. Evidentemente, la víspera del primer día de rodaje, vuelves a tener un nudo en el estómago... ¡Pero cuando trabajas con un equipo de buena gente y profesional todo puede terminar siendo hasta muy agradable!


P: Precisamente, ¿cómo fue el rodaje?

R: Sencillamente, encontré mi lugar: me sentía bien. Todo el mundo estaba en la misma longitud de onda. Afortunadamente, porque el tiempo de rodaje era bastante corto, lo que te obliga, de golpe, a ser eficaz. En ese momento, el guión tiene que medirse con el mundo real y hay que adaptarse. Me gusta eso, tomarme las cosas como vienen y ver qué puedo sacar de positivo. En el montaje, es más de lo mismo. Ves lo que funciona bien, lo que funciona peor… En cierto modo, vuelves a escribir la película. Puede ser agotador, pero también muy estimulante.


P: Y, al final, ¿su película se parece a lo que se había imaginado?

R: Puede parecer paradójico, pero está al mismo tiempo muy lejos y es exactamente lo imaginado. Isabelle ha llevado su personaje a tal grado de sinceridad que he tenido que borrar mucho de ese tono burlesco que había escrito. La sinceridad de su interpretación implicaba una continuidad emocional. Es más empatía hacia el personaje, es más sonrisa que carcajada. En realidad, Isabelle ha sabido buscar la poesía de Perrine, la tenía en un rincón de mi cabeza pero creo que, durante la escritura del guión, la había ido enterrando, sin duda por timidez, o por pudor, e Isabelle se atrevió a indagar en ese terreno. Dio ese paso por mí. Hizo surgir algo que ya estaba dentro de mí.


Entrevista con Isabelle Carré

P: Su personaje, Perrine, tiene 39 años, pero no tiene un trabajo serio, y mucho menos hijos o un novio. ¿Cómo la definiría: lunática, marginal o perdida?

R: En primer lugar, duda. Y tengo una debilidad especial por las personas con poca seguridad y confianza en sí mismas, las que muestran una reserva un poco enfermiza, las que no están convencidas de estar en posesión de la verdad. Y al contrario, me suelo encontrar incómoda frente a aquellos que saben perfectamente quiénes son, monolíticos, y que lo afirman alto y claro. Perrine siempre duda antes de pronunciarse... aún a riesgo de no decir nada, o de meter la pata. Tiene esa discreción, y a menudo una torpeza que podría causar risa, pero que me enternece profundamente. Me recuerda a los personajes de Woody Allen – aunque sufra su vida más que intelectualizarla… Es un ser solitario, sin tener demasiada idea de lo que está buscando, por cierto. Está como “al margen” de la vida, en un desfase constante, casi fuera de lugar, a veces. Pero también puede ser muy divertida.


P: Usted lleva el peso de la película: Perrine está delante de la cámara casi desde la primera hasta la última imagen. ¿Qué es lo que puede hacer de esta antiheroína una heroína?

R: En primer lugar, tiene una energía contagiosa. Siempre está encantada y dispuesta a todo. No tiene mucho dinero, ni un trabajo fijo… Para otros, sería una situación más que complicada, para ella no. Tiene un don para rectificar en el aire, para tomarse las cosas como vienen, para disfrutar y para compartir su disfrute, y esto es contagioso. Que tiene que disfrazarse de plátano para tocar el violín en una asociación de la tercera edad… pues encantada y al toro. Me recuerda a ese cantante de verbenas interpretado por Gérard Depardieu en la película de Xavier Giannoli, "Chanson d’amour": esos artistas tienen la humildad suficiente para ser felices allá donde van, aunque para otros la cosa no tuviera demasiado glamour... En una época en la que todo el mundo está preocupado por la eficacia, ellos sólo quieren sentirse útiles, proporcionando un momento de felicidad a los demás. ¡Es de una generosidad increíble! Es todo menos una renuncia, una falta de ganas, una debilidad... Perrine no está ni desmotivada, ni deprimida, todo lo contrario. Ha sabido conservar algo de la infancia, un entusiasmo, una fantasía que hace que con ella la vida sea increíblemente lúdica. Y esto es una cualidad increíble.


P: ¿Esta “chica rara” está muy lejos de usted como persona?

R: ¡No, qué va, en absoluto! Yo soy como ella, solitaria, soñadora, siempre un poco en mi burbuja, fuera del tiempo. ¡Yo también me paso el día metiendo la pata! Con un equipo de rodaje o rodeada de mis amigos y familiares, pase… Pero si estoy en una cena, una velada, con gente a la que no conozco, me vuelvo un poco torpe. ¡De hecho, la mayor parte de las veces, declino la invitación en el último minuto! Y siempre he sido incapaz de comprender cuándo un hombre estaba ligando conmigo, igual que Perrine. De hecho, hay un paralelismo entre Perrine y Angélique, mi personaje en Tímidos anónimos. Si estas historias me han llegado al corazón es porque no me sentía totalmente alejada de ambas mujeres.


P: Más allá del personaje de Perrine propiamente dicho, ¿qué le sedujo del proyecto?

R: Tuve una especie de intuición instantánea en cuanto leí el guión. El título “Las sillas musicales” lo dice todo: es una película sobre la dificultad de encontrar tu sitio, de asumirlo, de sentirte legitimado, en un mundo en el que hay que hacerlo todo bien, en el que hay que encontrar la palabra precisa en el momento preciso, hacer lo que hay que hacer cuando toca. En una de las primeras escenas, Perrine está pegando un anuncio a una farola, en donde se define como “casi” música. Me encanta la honestidad de ese “casi”, que explica que busca mucho antes de encontrarse.

Pero cuidado, no es sólo una película dulce y amarga sobre una persona solitaria con dificultades para integrarse en la sociedad… Se respiraba una sensación de locura, palpable desde la lectura del guión: la protagonista envía a un hombre al hospital, tirándolo a un volquete; se enamora de él aunque esté en coma; le roba su vida, su cepillo de dientes, su perro... De hecho, podría ser bastante flipante, ¿no? Un historia de locos, en cierto sentido, y en ningún caso maniquea. Y además, la película es profundamente humana. Estamos en un universo tipo Capra, con esa mirada tan benévola posada sobre los personajes: son solitarios, son frágiles, pero tan humanos que despiertan inmediatamente la simpatía del espectador. En realidad, la película es una comedia romántica sentimental, en una versión más alocada o desfasada. Con una singularidad, una originalidad, en la escritura que me cautivaron de inmediato.


P: A pesar de la calidad del guión, algunos podían haber dudado: es una opera prima y, por ende, un riesgo... Usted ha participado en un montón de primeras películas, ¿por qué?

R: Porque lo peor es pensar: “la película está realmente bien, pero ya la he visto setenta veces”. Es un mal que aqueja a menudo no sólo al cine, sino a la literatura o a la música: una cierta falta de osadía. Prefiero que el resultado final sea, quizá, un poco más flojo en algunos momentos, por falta de experiencia, pero que haya habido al menos un intento de contar una historia de una manera distinta. Por este motivo, cuando elijo un papel, trato de ir hacia cosas que todavía no haya hecho, aunque pueda equivocarme. Además, ahora las películas tardan mucho más en poderse poner en marcha. Una opera prima suele tener un presupuesto más pequeño y un equipo también más pequeño, por lo que todo va más rápido. Y cuando se rueda, te encuentras con gente entusiasta, incluso apasionada, y generalmente más humilde que en las grandes producciones, movida por un deseo de hacer bien las cosas.... O sencillamente, de "hacer": no están en el proyecto ni por dinero, ni por su carrera, o por cualquier otra cosa, sino porque aman su oficio. Eso es lo que ocurre realmente con Marie Belhomme, la realizadora.


P: ¿Cómo fue el primer encuentro?

R: Fue un poco loco también. Vino a mi casa, algo que normalmente no se hace en una primera cita... ¡¡¡Pero es que yo estaba embarazadísima!!! Los juguetes de los dos mayores estaban tirados por todas partes, mi salón parecía una guardería… Y, de repente, veo llegar a esta chica, de una timidez enfermiza - ¡¡¡dos tímidas que se ven por primera vez, ya se puede imaginar la escena...!!!! Pues bueno, fue precisamente gracias a eso por lo que conectamos: es como una relación de hermanas, la que tenemos entre las dos. Ambas nos sentimos incómodas en público… Como Perrine, en realidad. “La gente que duda”, esta canción de Anne Sylvestre que se oye en la película, es como un hilo que nos une a las tres: la realizadora, la actriz y la protagonista. La conexión fue evidente.

Cuando nos conocimos, Marie dudada de su legitimidad como directora. En su cabeza, resonaba algo como “discúlpeme, le pido perdón por haber pensado quizá en usted"... Me resultó muy enternecedor. Pensé que se había contado a sí misma en su guión, que había mucho de ella, en el personaje de Perrine y que, por eso, sabría dirigirme muy bien, llevarme hasta ella. Paradójicamente, fueron sus dudas, sus debilidades, las que me dieron una confianza inmediata en ella.


P: ¿Qué recuerdos conserva del rodaje?

R: ¡Un rodaje increíblemente feliz! Conocía a la directora de fotografía, Pénélope Pourriat. Trabaja con mucha suavidad, nunca haciendo valer su posición de fuerza. Como el resto del equipo, por cierto. Tenían una enorme exigencia y, al mismo tiempo, un increíble buen rollo ejercido por todo el mundo. Estábamos todos en una dinámica de intercambio. Y nos reímos un montón. Sin duda porque el personaje de Perrine está tensionado al máximo, como una goma a punto de romperse, tensión nerviosa que también notaba en mí misma… ¡¡¡Resultado: unos ataques de risa increíbles!!! Sobre todo, gracias a mi compañero de reparto, Philippe Rebbot, con el que me ha encantado actuar. Ambos, así como un técnico, éramos los únicos que habíamos nacido en los años 70. Los otros miembros del equipo eran mucho más jóvenes. Lo que ayudaba a crear un ambiente de rodaje lleno de energía, de entusiasmo y de alegría. Y además, yo estaba feliz viendo a Marie ejerciendo de directora…


P: ¿Cómo la dirigió?

R: Era como si fuéramos un espejo. Salvo por el pequeño detalle que, para mí, no era mi primera película. Para ella, sí. En teoría, eso podría haber desequilibrado nuestra relación, pero nada de eso. Porque Marie sabía exactamente lo que quería. A Perrine, la conocía como si la hubiera parido, como si estuviera poseída por ella. Y eso podría haber sido muy cortante para mí. Yo habría podido pensar: “pero en el fondo, ¿por qué no hace de Perrine ella?”. Salvo que con Marie no hay nada de cortante. Es pura bondad… Sabe sacar lo mejor de cada uno de nosotros. De hecho, nos dirigía en una primera toma que podríamos denominar “limpia”, es decir, conforme a sus intenciones. Y luego rodábamos otras, en donde los actores podían proponer cosas… Y así íbamos avanzando, juntos.


P: ¿Cuándo ve la película, cuando recuerda el rodaje, qué le viene a la mente?

R: Que tenemos un director, uno de verdad. Eso nunca puedes saberlo antes de empezar a rodar. Marie tiene una fuerte convicción que la guía. Sabe adonde va, y va. En el rodaje, la he visto ocupar su lugar de cineasta, a medida que avanzaba el proyecto, cada vez más serena, realizada, como si, poco a poco, se sintiera por fin legitimada. Era muy emocionante… Tiene una visión del mundo, un deseo expresado en planos, una mirada cinematográfica. Y supo trasmitírselo al equipo, para que al final, “la” película fuera “su” película.