El caserío, unidad rural vasca, atesora entre sus paredes una sabiduría ligada a la tierra y a los misterios atávicos de la naturaleza. Pero la vida allí también resulta dura, y sus moradores se ven a menudo atrapados, marcados por un destino que les ha sido designado desde la cuna. Los tres hijos de Tomás e Isabel conocen bien esa sensación, y lo afrontan cada uno a su manera, ya sea escudándose en el humor, poniendo tierra de por medio, o exorcizando los problemas a través del arte, como es el caso de Amaia. Ella no desea que su trabajo en la ciudad la aleje por completo de sus vínculos ancestrales. Pero este anhelo no impide que surjan tensiones entre Amaia y su padre, quien fue educado en recios valores tradicionales y se niega a aceptar el posible abandono del caserío que ha albergado al núcleo familiar durante generaciones. Aunque el conflicto entre el férreo orden tradicional del padre y la vida moderna de sus descendientes parece lejos de estar resuelto, Amaia hará todo lo posible por conciliar la actividad creativa con el legado de sus antepasados, mientras desafía la intransigencia de su progenitor. Y, entre tanto, la abuela observa silenciosamente el destino de la familia y del mundo que parece desvanecerse ante sus ojos.