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  No es mi tipo  (Pas son genre)
  Dirigida por Lucas Belvaux
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Basada en la novela de Philippe Vilain, esta comedia está escrita y dirigida por Lucas Belvaux ("La raison du plus fiable", "38 Témoins", "Después de la vida"). Protagonizada por la cuatro veces nominada a los Premios César, Émilie Dequenne ("Rosetta", "Perder la Razón", "El pacto de los lobos") y por Loïc Corbery, miembro de la prestigiosa Comédie Française.


Han dicho de ella
***** - Ouest France

"Encantadora e inteligente. Una obra maestra agridulce" - Libero

"Viaje sentimental de una precisión hermosa" - Ecran Large

"Maestría narrativa" - Télérama

"Sus actores, deslumbrantes" - Metro

"Uno de las mejores historias de amor de los últimos en años" - Reel Film

"Con Émilie Dequenne, la película va más allá de la adaptación para convertirse en un retrato viviente de una de nuestras más grandes actrices del cine francés contemporáneo" - Positif

"Una película inteligente" - Le Monde

"Hay una humanidad subyacente en esta película que la hace irresistible" - Victoria Times

"Lucas Belvaux orquesta la danza del antagonismo en una narrativa de arquetipos, antes de pagar tributo a sus misteriosos protagonistas en una final conmovedor" - Le Fiches du Cinema


Entrevista a Lucas Belvaux (director y guionista)

P: ¿Qué le inspiró de la novela de Philippe Vilain para decidir llevarla a la pantalla grande?

R: Apenas conocía la obra de Philippe Vilain. Pero cierta mañana, la periodista Clémentine Autain habló tan entusiasmada del libro que inmediatamente sentí el impulso de convertirlo en un film. Lo compré aquel mismo día. La novela no era fácil de adaptar porque la historia se narra en primera persona. Hubiera podido recurrir a la voz en off para ser fiel al estilo, pero usar únicamente el punto de vista del protagonista, y los constantes comentarios que hace sobre su compañera habrían creado desequilibrio en la relación. Aunque en la novela ello funcione con gran fuerza desde la primera página, no creo que hubiera logrado el mismo efecto en el film. Decidí reajustar los puntos de vista con el fin de observar a los dos personajes desde la misma distancia y de tratarlos del mismo modo. A fin de cuentas, pese a sus diferencias, me siento tan próximo a ella como lo estoy a él. Flaubert decía: “¡Yo soy Madame Bovary!” Por lo que a mí atañe, en ocasiones soy Clement y a veces soy Jennifer.


P: Philippe Vilain es un autor muy versado en autoficción, que siempre escribe en primera persona en un tono frío, distante. En ocasiones, su punto de vista puede parecer brutal.

R: Me gustan mucho sus libros. Y su estilo; pero un estilo no puede adaptarse. Es autoficción, un ejercicio introspectivo cuya reflexión sobre el amor sigue de un libro al siguiente. Esa vertiente autoficcional de la historia se ha perdido en mi película. Dicho esto... inevitablemente, una parte de uno mismo acaba por meterse en el film o en el guión. Consciente o no. Oculto, más o menos, en uno u otro personaje. A veces, en varios.


P: ¿Es ése el motivo por el que el realizador evita emitir juicio?

R: Muy probablemente. Es una regla básica, casi un dogma. Jamás juzgo a un personaje. Me esfuerzo por estar tras la verdad de cada uno, en buena sintonía con la naturaleza de todos, incluso con los que mienten o peor aún. Renoir dice que cada uno tiene sus motivos. Es cierto, con independencia de que sean buenos o malos. Así que juzgas a los personajes, éstos se acaban, devienen entidades puramente ficticias que pueden instrumentalizarse enteramente, y dejan de interesar. Trato de compartir mi punto de vista mediante el modo en que establezco las escenas y su dirección.


P: Para el público, este profesor de filosofía que ha sido transferido a Arrás para empezar tiene una desventaja. Rápidamente tenemos la sensación de que es muy inflexible en su trato con las mujeres, ya desde la escena de la ruptura que inicia la cinta, y en la discusión que tiene con otra de sus examantes.

R: La novela hace ello inmediatamente obvio: este hombre resulta emocionalmente disfuncional. Es alguien que no puede amar, ni comprometerse, pues en su mente eso significaría no poder estar abierto a lo que la vida acaso ofrezca. Cree que amar a una sola mujer significa tener que renunciar a amar a millones de otras mujeres. Le es imposible prescindir de la posibilidad de disponer de toneladas de nuevos romances por un único amor. Es sincero en el presente, pero se niega a hacer promesas para el futuro. Cuando empieza la relación con Jennifer, sabe que a final de año se irá de Arrás, y le resulta imposible imaginar llevársela consigo a París. En cuanto a vivir con un crío, eso sería sencillamente imposible para él.


P: ¿Le hace eso un cínico?

R: ¡Jamás! De hecho, sufre con cada ruptura y sabe que hace sufrir a la mujer que abandona, pero emocionalmente ¡sólo vive el presente! Intelectualmente, tiene los pensamientos y el destino bajo control, pero cuando se trata de amar, de comprometerse, ello deviene un auténtico problema para él.


P: De ahí su rechazo a tener descendencia y sus estrategias para evitar conocer al hijo de Jennifer.

R: Por supuesto, porque sería un paso hacia el compromiso. Sabe que si un día quiere dejar a Jennifer, deberá cortar lazos con el hijo: doble ruptura, lo que herirá a dos personas. Sin embargo, Jennifer hace cuanto puede para que conozca al hijo, pues sabe que es un modo de fijar la relación. Está divorciada, y antes de conocer a Clement, ella y su hijo hacían una pareja. Él es todo cuanto tiene, su atención entera está en el profesor, en ese momento es el hombre de su vida.


P: Es un poco como Lola, de Jacques Demy. Pensamos en él cuando usted muestra el fuerte lazo entre esta madre y su hijo: se bañan en una radiante, casi vigorizante felicidad.

R: Todo el cine de Demy resulta ligero. Incluso cuando algo grave emerge, la ligereza lo soluciona. Cierto que la película alude a la comedia musical en el modo en que ella se precipita hacia él y en su gusto por el karaoke. La dignidad y la elegancia de Jennifer están en su ligereza. Cualesquiera que sean sus dificultades, hace cuanto puede por ser feliz, pues, pese a todo, es alguien que ha de hacerse su propia felicidad; es algo por lo que no puede esperar. Su personaje siempre tiene los pies en el suelo, siempre.


P: Es una mujer que no se compromete apresuradamente. No confía en los hombres, y no es fácil besarla.

R: Es generosa y todo eso. Cuando ama, ama de verdad. Para ella, no hay otro hombre. Ha conocido a varios en su vida: idilios sin futuro, sin compromiso. No le importa hablar de ello. Tiene experiencia. Pero es consciente de que una peluquera de Arrás de 35 años no juega la misma liga que un intelectual parisino de 38. Él todavía asciende, intelectual y socialmente, mientras que ella vive como si ya estuviera en declive. Ya no le interesan los flirteos; ya no quiere ser un fugaz objeto del deseo. Lo que quiere es estar con alguien con quien construir algo en la vida. Mantiene una buena imagen, se asegura de estar siempre guapa, y se desenvuelve bien. Es su manera de ser, sus buenos modales.

Pero él se verá puesto a prueba, evaluado. ¿La ama o no? Ésa es la cuestión en todo el metraje. Acaso ella sea más filosófica que él, ¡en la vida diaria!


P: El deseo de mostrarse a sí misma digna de él al intentar entender a Kant resulta conmovedor.

R: Entiende que al haber rechazado la educación, ha perdido un posible futuro con él. Sabe, o comprende, que si pierde ese hombre será por la imposibilidad de estar a su nivel intelectual. Hace examen de su vida. Si Clement acaba por abandonarla, no será porque el sea un idiota o un ligón. Ni se trata de una cuestión de inteligencia, dado que ella es inteligente. Se trata de haber adquirido conocimientos, de vacío cultural. Pero si se exceptúa esa brecha cultural, nada les impide amarse. Ambos son libres, emocional y financieramente. Todo es posible, pero las cosas no van a ir por ahí. Se aman, pero no son capaces de hacerlo al mismo tiempo, con la misma intensidad y, sobre todo, no hay nada que puedan construir juntos.


P: La cuestión de la estratificación social resulta recurrente en sus películas.

R: Sí, pero aquí se trata más de una división cultural que social. Siempre es una serie de cosas la que te lleva a querer hacer una película. Particularmente, una atracción por los actores. Ambos me atraían. Cuando leí el libro, quería verlos, hacer que se hablaran, que se amaran, enfrentarlos.


P: La primera vez que hacen el amor viene precedida por una bella escena en la que no existe sincronía entre imagen y sonido.

R: En mi mente, la escena de amor empieza ahí. La transición que va desde el primer beso a la primera vez que sus pieles contactan. Durante el día en que finalmente ella decide abrirse a él, escuchamos una conversación telefónica en la que Jennifer dice va a reunirse con él. Quería que esa extensión de tiempo fuera parte del encuentro amoroso. Y quería especialmente que la primera noche de amor fuera el resultado de una decisión de ella: no es un momento de distracción. Ella le está ofreciendo un regalo, algo que ha reflexionado. Era importante mostrar esa decisión, esa elección bien planeada, y el peso que le significa. Mientras Clement está indeciso cual adolescente, Jennifer va a ofrecerse a él. Ese darse en cuerpo no es algo insignificante, pues se da “con toda el alma”, porque para ella, lo uno no va sin lo otro.


P: ¿Cómo abordó las escenas amorosas? La primera se centra en el aliento, la respiración, los rostros.

R: Rodar una mano sobre un cuerpo no dice mucho para la historia. Y no me interesaba mostrar pechos, o cuerpos de los personajes. Lo importante es lo que se expresa en sus rostros. En ese tipo de escenas, como en las escenas violentas, debes estar muy atento a lo que quieres decir, a qué mensaje quieres dar. Hay que evitar hacer un espectáculo de ello. No quiero que el espectador obtenga cualquier tipo de satisfacción de una escena violenta, ni tampoco debería sentirse como un voyeur en una escena de amor. La escena a la que se refiere es la primera en que sus cuerpos se tocan; es un momento extraño. Me interesaba el aspecto emocional de la primera vez. De ahí que la escena resulte tan larga, los rostros, la duración. Quería recrear la impresión de intimidad y un momento de gracia en el que hay abandono total.


P: Es el único momento en que Clement está a punto de decirle que la ama... y ella le detiene.

R: Las palabras son muy importantes para ella, no deben mancillarse. Y no es el momento oportuno. Quizá antes, en la calle, o luego. Pero en ese momento, justo después, no es posible. Quiere estar segura de la sinceridad de él. Es un modo de protegerse.


P: Y luego está la escena de amor en el hotel, en la que ella quiere que él le mire mientras hacen el amor.

R: Pero él mantiene los ojos cerrados, atento a su propio placer. En ese momento, ella ya ha decidido irse. Sabe que es la “última vez”, igual que si fuera una “primera vez”. Y aún intenta compartir algo memorable con él. Es una escena de amor que la hace sufrir. De hecho, ¡ya no es una escena de amor! Trata de que él comprenda que la trata como una prostituta. Así es como está filmado. Así lo ha establecido ella.


P: ¿Tiene referencias específicas en mente cuando rueda una película?

R: Nunca. Luego, quizá pueda decirse que había algo de Truffaut en Pour rire! sólo por la presencia de Jean-Pierre Léaud, lo que le da un aire post Antoine Doinel. Escapando puede evocar la influencia de Jean-Pierre Melville. Ahora, no sé a quién se evoca. Es una película con dos protagonistas que hablan que necesitaba abordarse con calma. Había que creer en los personajes, los diálogos y la situación. En ciertos momentos, en las escenas de karaoke o en el carnaval, podía dejarme ir. Aunque por otro lado el plano-contraplano no podía ser una amenaza. Quería estar cerca de ellos, moverme con ellos, estar en su intimidad. Quería darles espacio, dejarles actuar. El plano-contraplano lo permite; rodábamos escenas largas en una sola toma, y las montábamos luego, pero el actor podía afrontar tres o cuatro minutos sin interrupción. En esos minutos, el tiempo era del actor. Y también el espacio, el espacio dentro del encuadre. Aunque también me permití planos secuencia... traté de ser tan libre como pude.


P: ¿Puede considerarse una sátira del ámbito intelectual?

R: No. Un personaje sólo es reflejo de sí mismo, no tiene por qué representar todo un entorno. Dicho esto, no creo que la cultura salve o proteja a la gente. Nos conducen nuestro inconsciente, nuestros impulsos; no hay cultura ni inteligencia que nos salven de ciertas conductas. La fuerza y belleza de un humano va más allá de esas “cualidades”. Es cuestión de generosidad, consideración, mente abierta y capacidad para dar y recibir.


P: Jennifer se equivoca cuando argumenta que el interés del libro de Emile Zola que lee recae en la historia que narra. A lo que Clement replica que lo interesante de “El paraíso de las damas” no es la historia que Zola narra, sino lo que la historia dice de la sociedad. ¿Aplicaría la misma tesis a su película?

R: Es mi teoría. Es una respuesta a la famosa afirmación de Hitchcock según la cual se necesitan tres ingredientes para hacer una buena película: primero, una buena historia; segundo, una buena historia; y tercero, una buena historia. Obviamente, ¡no es cierto! Sencillamente, ¡no funciona así! Se necesita una buena historia porque es la manera de hacer manifestaciones de un modo grato, sencillo de asimilar. Pero lo interesante es lo que esa historia dice del mundo, de la era, de nosotros y de los otros.


P: Jennifer ¡se proyecta en esta historia!

R: Naturalmente. Es más, el pasaje que Clement lee, un retrato de la heroína de Zola, Denise, de hecho ¡es un retrato de Jennifer!


P: La historia acontece en Arrás. ¡Ése es su mundo!

R: No tuve que hacer trampa, ¡está en el libro! Las dos principales plazas de la ciudad se me antojan platós, como escenarios pintados. De hecho, casi que son escenarios pues todas las fachadas de las casas fueron enteramente reconstruidas tras la Primera Guerra Mundial. Siendo belga, me siento como en casa allí. Los carnavales, las bandas de instrumentos de viento, la cerveza, las patatas fritas, la cordialidad, todo eso son códigos culturales muy familiares. Clement no proviene de esa área. Cree que vivir allí es un castigo, lejos del mundo, su mundo, aunque tan sólo esté a hora y media de París. Así que se muestra indiferente ante todo ese folklore evocador, del disfraz. Es un lugar donde puedes hacer lo que quieras, donde puedes dejarte ir, beber y comer, hablar en voz alta, reír de manera estentórea, bailar y cantar en la calle. Y él está allí ante todo eso cual espectador foráneo.


P: ¿Cómo eligió a los actores?

R: No fue fácil hallar a Clement. Tenía que dar con un actor de buen aspecto que pudiera ser creíble como profesor de filosofía y seductor veloz. Me llevó mucho tiempo aunque estoy muy contento con Loïc Corbery, que es miembro de la Comédie Française. No le conocía. El director de reparto nos presentó. La prueba definitiva fue el comentario sobre Emmanuel Kant.

A medida que pasaban los días, percibí lo maravilloso actor que era. Es muy serio, muy consciente de lo que se hace y comprometido con ello, pero siempre de un modo ligero y alegre. Fascinaba observar la relación entre Loïc y Emilie. Creo que ambos estaban felices de trabajar juntos. Se mostraban muy generosos mutuamente y también había mucha confianza.

He disfrutado mucho trabajando con ambos. Para el papel de Jennifer, estuve dudando mucho antes de ver a Emilie. Es una actriz fabulosa, nunca desafina; su mayor cualidad es ser como el ave fénix: deviene una actriz distinta con cada nuevo papel.

Se reinventa con cada personaje que encarna. Cuando está metida en un rol, no podemos imaginarla de otro modo.

Me impresionó mucho su último papel en Perder la razón, de Joachin Lafosse, donde estaba tremenda, pero en absoluto en sintonía con lo que quería para esta película. Se imponía con tal fuerza que me era difícil imaginarla en otro papel. Pero me dije que sería una lástima no intentarlo, tenía que conocerla, y entonces, en cuanto nos vimos, se me hizo obvio que sólo ella podía ser Jennifer. Indiscutiblemente es una gran actriz, que mezcla talento, una técnica depurada y generosidad. Da todo cuanto tiene, se ofrece por completo aunque con absoluto control de la escena, es increíble. Trabajó duro para cantar, tiene la capacidad de trabajar incansablemente. Es una actriz singular. No se reprime ante nada. Va a por ello, con plena sinceridad y confianza.


P: ¿Por qué tiñó de rubio su cabello?

R: Vi una foto de ella así en Internet, creo que del Festival de Cannes. Y era el personaje: la rubia platino. Una imagen inventada para satisfacer los deseos de otros, o cuando menos tal como se los imagina ella. Según Jennifer “los caballeros las prefieren rubias”, naturalmente. Y también ilumina su rostro. Es parte de su voluntad estar siempre lista, decidida a no dejarlo jamás, a no abandonar nada, o a sí misma.


Entrevista a Émilie Dequenne (Jennifer)

P: ¿Cómo describiría a Jennifer?

R: Leí el guión de Lucas Belvaux cuando se estrenaba en los cines Perder la razón, de Joachim Lafosse. Acababa de encarnar el papel de Muriel, un personaje muy interesante, y esperaba dar rápidamente con otro rol de la misma intensidad. Se cumplió mi deseo. Aunque Jennifer era lo opuesto a Muriel. Mientras que ésta es sombría y está perdida en la oscuridad, Jennifer es la encarnación de la luz. Ha sido la primera vez que se me ofrecía un papel como éste, un papel de ensueño: el de una chica cuya personalidad sólo muestra áreas brillantes, radiantes, en lugar de zonas grises, como la mayoría de la gente; está instalada por completo en la joie de vivre. Es optimista, siempre avanza, moderna e independiente. En suma: ¡está viva! ¡Una chica sin problemas! Nunca me he sentido tan próxima a un personaje. Es positiva, adora a su hijo, sus amigas, su trabajo, cantar, bailar, y cuidarse. Por supuesto que ha sentido decepciones en la vida y el amor. Así que con este romance avanza con cautela, asegura sus condiciones pero, pese a todo, le embarga una ingenuidad más bien desconcertante. No teme intentarlo de nuevo con el amor, pues todavía cree en él, aunque camina con pies de plomo, con una idea muy precisa de lo que quiere, y particularmente de lo que ya no querrá jamás. Pero todavía mira al frente, ¡todavía cree!


P: ¿Fue un papel difícil de encarnar?

R: Entendí al personaje tan sano que lo quería fresco como una rosa todo el tiempo. Antes y durante el rodaje, me sometí a una rutina diaria estricta. Me mantuve disciplinada y seguí una dieta estricta: comida sencilla, sólo agua y té verde, ir a la cama pronto, asegurarse de estar llena de energía. Mucho más que en cualquiera de las otras películas en que he trabajado, tenía que dormir largas noches para no despertar por las mañanas con los ojos hinchados. Me mostraba responsable. Seguía el ejemplo de mi marido, ¡muy partidario del té, el polen, y la miel! Todo en este papel aparece liviano, así que me esforcé en ser ligera todo el tiempo. Para mí, ligereza era el eslogan.


P: Usted habla de su mentalidad, de su modo de ser. ¿Qué hay de su cantar, de su cabello...?

R: En lo que atañe a cantar, creí que tendría que tomar clases, pero Lucas se mantenía muy relajado acerca de ello: “No eres cantante, ¡estás practicando karaoke con tus amigas! Sería mejor que afinaras, pero no te preocupes”. Así que trabajé por mi cuenta. Descargué clases de voz, aprendí a calentar la voz. Siempre me ha gustado el karaoke, por lo que estaba excitada. Antes de rodar, registramos todo: llevaba auriculares, ¡era un pequeño sueño de chica! En cuanto a lo de ser peluquera, una amiga me enseñó cómo sostener las tijeras, pero no tenía que aprender la técnica. Siempre descubrimos cómo fingir las cosas en cine. Lucas trabajaba con lo que yo sabía hacer. La parte más difícil fue el diálogo. Jennifer habla de un modo que no tiene nada que ver con el mío, resulta muy particular. Trabajé esto de un modo muy erudito, porque aunque hay películas en las que puedes apropiarte del texto, y ofrecer tu propia interpretación, éste no era uno de esos. Ella tiene su propio vocabulario, su propio campo semántico.


P: Una vez más, ¡usted rezuma mucha emoción!

R: Creo que ya que un guionista o director ha creado un personaje y me ha invitado a interpretarlo, sería un crimen no hacer que este personaje existiera, no transformarlo en una persona. Para mí es un asunto de vida o muerte. La consecuencia es que acaba por no haber distancia alguna entre el personaje y yo. No conozco otro modo de estar allí que anulándome a mí misma, desaparecer para sólo ser ese personaje. Y ello es tanto así que cuando la prensa aparece durante el rodaje, me es imposible hablar del papel que estoy encarnando porque estoy más allá de ese punto, me he convertido en ese personaje. Después sí, puedo hablar sobre ella, pero no durante.


P: ¿Cómo fue el rodaje?

R: Loïc Corbery y yo no nos conocíamos en absoluto. Nunca habíamos trabajado juntos y nunca había tenido el placer de verle en escena. ¡Fue un descubrimiento total! No sólo dio vida a Clement tal y como el papel debía interpretarse, sino que por encima de ello es el tipo de actor que me gusta. Es muy generoso, y su rigor y disciplina son admirables. A veces, acababa el día de rodaje en Arrás, y regresaba a París ¡para actuar al anochecer en la Comédie Française! Es más, tiene una personalidad íntegra tanto en el trabajo como en la vida. La relación entre Jennifer y Clement hubiera podido hacer que nos sintiéramos incómodos el uno con el otro, pero nuestra relación fue clara y sencilla. Es una película en la que los dos protagonistas comparten cosas muy privadas. Pero el cine de Lucas Belvaux es muy discreto, com Loïc y yo. Lucas une a gente en torno a él. Todo sucede sin fisuras. ¡Este hombre es una joya! Cuando leo un guión, me pregunto cuántas veces voy a tener que desnudarme. No miento sobre eso: dejo inmediatamente claro que hay cosas que no puedo hacer. No me siento a gusto con las escenas de amor que lo muestran todo, particularmente cuando ni siquiera está justificado. Ya es bastante duro besar a un actor, pero imaginar que va a tocar mi cuerpo... no, ¡por ahí no paso! Nuestra primera escena de amor en la cama estaba muy detallada, centrada en los rostros. Era esencial en esas escenas comunicar la sensación de un lazo físico, pero fingimos. ¡Larga vida al cine!


Entrevista a Loïc Corbery (Clement)

P: ¿Quién es Clement en 'No es mi tipo'?

R: Lucas me presentó a Clement como un joven burgués intelectual, un profesor de filosofía y exitoso escritor a quien le encanta perderse en su trabajo y en el torbellino de la vida social parisina, donde está en su propio elemento. Es un joven brillante que está solo y feliz de ello, que enmascara su incapacidad de amar con sus numerosas conquistas femeninas. Necesita su soledad para vivir, para sentirse libre y conocer a nuevas mujeres, para escribir, para hacer cuanto quiere. En suma, se podría hablar de un joven intransigente cuando se trata de su libertad en todas las acepciones de la palabra. Le domina una voluntad férrea de no verse atrapado, de proceder siempre como le place con su tiempo, sus decisiones y sus sentimientos.


P: ¿Cómo se metió en este personaje?

R: Hubo varios estadios. Primero, Lucas Belvaux me habló del personaje. Luego me dió a leer el guión. Más tarde, leí la novela de Philippe Vilain, y aunque el guión es fiel a la misma, me inspiré en todo lo que Lucas no había incluido en el guión, las digresiones literarias que diseccionaban la introspección de Clement, y que en ocasiones hacían mucha más violentas algunas escenas concretas. Así que, por supuesto, hay un poco de Philippe Vilain en Clement, pero también de Lucas Belvaux, y naturalmente de Loïc Corbery, pues, a fin de cuentas, Lucas proyectó el personaje en lo que yo podía ser, lo que puedo expresar en mi relación con la gente, la literatura, el intelecto y las emociones. Honestamente, el modo de acercarse a la vida de Clement, ¡no me es enteramente ajeno! En el momento en que siente que no casa con alguien, más bien lo detiene todo... Pero no es un cínico, ahí no hay estrategia alguna. No es ni un lobo ni un Don Juan; seducir a alguien no es un objetivo en sí mismo, y herir a alguien todavía menos. Antes de Arrás, ha tenido una sucesión de relaciones, de hecho no podía proceder de otro modo pues se sentía inevitablemente atrapado. Como resultado, ha adoptado este modus operandi.


P: Sin embargo, llega a Arrás con la certeza de que todo, la ciudad y sus encuentros serán tan sólo ¡un interludio en su vida!

R: Llega sintiéndose desengañado del amor. Cuando conoce a Jennifer, se dice cual marinero: “una mujer en cada puerto”. Así que esta mujer de Arrás será la mujer de este puerto. Es un chico que siempre se ha encontrado con las mismas mujeres del mismo entorno social e intelectual. Pero le sorprende el comportamiento exótico y a veces ingenuo de Jennifer, y también por lo que siente en su interior. Queda prendado. A medida que pasan los días, más siente que podría pasar algo, que algo está empezando, y ése es el problema. Se trata de dos mundos que nunca se espera se encuentren, pero algo ocurre... está el vacío cultural, y al mismo tiempo se siente feliz en los brazos de ella, en sus ojos, y poco a poco esa sensación crece. Lo irremediable brota súbitamente en el carnaval, hay ese silencio, como un instintivo y atroz reflejo que inmediatamente lamenta. Podría haberse comportado de otro modo, pero ya se ha asestado el golpe y la cicatriz de Jennifer no sanará. Sin embargo, este hombre y esta mujer habían hecho progresos sorprendentes tanto separadamente como juntos. Lucas Belvaux quería contar la historia a través de los ojos de ambos personajes, y desde esa perspectiva, la película se llena de más amor que en la novela. Como consecuencia, la violencia es mucho más cruel cuando salta en pedazos un amor que a la larga podría haber sido posible.


P: En su interpretación, ¿qué aportó al papel?

R: Creo que he suavizado a Clement; le he hecho más ligero, más inocente, menos cínico. Quizá, más humano. Siempre me ha acompañado el instinto de sugerir que se ve atrapado en su propia trampa antes que querer herir a otros. Y luego hay algo que se me escapa que radica en mi apariencia física: la sonrisa fácil de mi rostro, creo. Sin duda he suavizado algunas cosas.


P: Lucas Belvaux quería a un actor que fuera un profesor de filosofía creíble. ¿Cree que le ayudó haberse acostumbrado a la gran literatura por medio de sus creaciones en la Comédie Française?

R: Creo que mi conexión con esta profesión, a través de las palabras y el lenguaje, ilustra particularmente el encuentro entre los mundos de Clement y Jennifer. Es el encuentro entre un actor de teatro cuya deliberada y despiadada encarnación se ha planeado bien, y una maravillosa actriz cinematográfica que opera por instinto. Y para mí, también ha sido la primera vez que un director de cine ha tenido fe en mí con este tipo de papel. Aunque en el escenario me siento como en casa, trabajar en el cine sigue siendo un misterio para mí. Emilie Dequenne me impresionó, me sentí abrumado por su talento, su humanidad, su simplicidad y, paradójicamente, la nobleza con la que domina su trabajo. Es totalmente consciente de todas las limitaciones de un plató, sean éstas técnicas, humanas o cualquier otra. Sabe quién hace qué, cómo, en qué momento, lo oye todo, lo entiende todo, para así poder abandonarse totalmente cuando es momento de rodar una escena. Admiro eso profundamente. Y por encima de todo, lo ejecuta con gran generosidad, pues acudió a mi rescate en más de una ocasión. Es una maravillosa compañera de armas. Estuvimos pegados, mantuvimos una relación muy discreta fuera de plató. Para interpretar lo que Jennifer y Clement necesitaban decirse, fuimos muy considerados el uno con el otro.