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  Guardián y verdugo  (Shepherds and butchers)
  Dirigida por Oliver Schmitz
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"Un gobierno debe tener guardianes y verdugos" - Voltaire


Guardián y verdugo está basada en la galardonada novela homónima sudafricana escrita por Chris Marnewick, un antiguo abogado de Durban que ha llenado las páginas de su libro con información real y contrastada acumulada a lo largo de sus años como abogado defensor de condenados a muerte.

El elogiado por la crítica y multipremiado director Oliver Schmitz (Life, Above All) firma la adaptación a la gran pantalla de la historia escrita por el guionista y productor Brian Cox.

El actor británico nominado al Oscar Steve Coogan (Philomena) encabeza el reparto en el papel del abogado defensor John Weber, quien debe enfrentarse a la fiscal del Estado Kathleen Marais, interpretada por la también británica Andrea Riseborough (Birdman), en una intensa batalla judicial por salvar a un reo de 19 años que aguarda en el corredor de la muerte (el actor emergente sudafricano Garion Dowds) de una ejecución segura por haber matado a siete hombres negros. Otros de los intérpretes sudafricanos son: Eduan van Jaarsveld, Marcel van Heerden, Deon Lotz, Robert Hobbs y Sylvia Mdunyelwa.

La cinta, rodada en Ciudad El Cabo, está producida por Anant Singh (Mandela. Del mito al hombre) y Brian Cox (Kite), con los productores ejecutivos Robert Naidoo, Sanjeev Singh y Sudhir Pragjee de la productora sudafricana Videovision Entertainment. Está coproducida por los alemanes Barbara Buhl, Andreas Schreitmueller y Jan Krüger de WDR, ARTE y Port au Prince, respectivamente.

El equipo creativo de producción incluye al director de fotografía Leah Striker (Wolfskinder) al diseñador de producción Mike Berg (Distrito 9), al compositor Paul Hepker (Eye in the Sky, Expediente Anwar), la diseñadora de vestuario Diana Cilliers (Mandela. Del mito al hombre) y la montadora Megan Gill (Tsotsi, Kite, X-Men Orígenes).

Guardián y verdugo retrata la ejecución legal con un nivel de detalle desgarrador y sin precedentes, revelando el devastador impacto que ejerce en todos los que están implicados –los condenados que ven la muerte inminente cara a cara, los trabajadores del corredor de la muerte y del sistema judicial, y las familias y seres queridos tanto de los presidiarios como de sus víctimas. Presentando ampliamente ambos lados de la disputa a favor y en contra de la pena de muerte, el filme obliga inexorablemente al espectador a enfrentarse al acto de quitar la vida a alguien por orden del Estado.


Notas del director
"Es una película sobre un joven engullido por la sociedad, instruido para matar y luego abandonado a su libre albedrío", explica Oliver Schmitz, "también trata mucho sobre el Apartheid, pero igualmente podría tratarse de cualquier parte del mundo, donde a un chico en situación de guerra se le da una pistola, se le dice que mate a alguien y luego se le dice que vuelva a casa como si nada. Pues no funciona".

"Lo que encuentro más fascinante de esta historia es que muestra lo que le sucedió a una generación de sudafricanos blancos. Sí, tanto ellos como nosotros somos cómplices de alguna manera en esta sociedad, y tenemos que hacérnosla nuestra. Sin embargo, estos chicos recibían órdenes del gobierno y se les mandaba a la guerra de Angola, o a las townships (las ciudades de negros) con pistolas, o a cárceles como estas y se les enseñaba a matar a otras personas. Aquellos trabajos, les gustaran o les traumatizaran, detenían sus vidas normales y les hacían enfrentarse a sus familias. No se les permitía hablar de lo que hacían en sus empleos y se les obligaba a cortar de raíz y reprimir sus emociones, y a menudo se volvían agresivos. A estos asesinos 'oficiales' se les dejaba tirados con sus inevitables efectos psicológicos, no se les permitía buscar terapia y algunos llegaban a suicidarse".

"En esta historia ficticia, uno de los vigilantes, Leon Labuschagne, se ve inmerso en una incidencia de tráfico y mata a siete personas porque es la cantidad de condenados que se ejecutaban cada vez –o sea que hay un motivo. Realmente se trata de lo que les pasó a ellos, pero con un interrogante planeando alrededor –es una parte muy importante de la historia de Sudáfrica. En aquel tiempo, la generación más joven que trabajaba en puestos gubernamentales no tenía opción alguna: la generación mayor les instruía sobre lo que tenían que hacer para reforzar aún más la sociedad del Apartheid".

"Nada más terminar sus estudios, Leon no quiso ir a Angola a luchar en el frente, de modo que acabó trabajando en el corredor de la muerte, así que irónicamente no se libró de participar en la muerte de otras personas. En la historia había espacio suficiente para plantear la duda sobre hasta qué punto aquel proceso le gustaba o le creaba adicción. Hablando actualmente de antiguos vigilantes está claro que aquello les enganchaba".

"Aquí se presenta un dilema moral –no es solo aquello del 'no matarás'; sería más bien 'no te enseñarán a matar'. Así pues, ¿cómo cuentas una historia sobre alguien que, a la vez que mata gente, es también una víctima en sí?".

"Aparte de trabajar con un material y con unas imágenes brutales, con la inhumanidad y con la horca, los retos han surgido también en hacer que la historia sea tangible, en como hacer que el juzgado y el corredor de la muerte trabajen juntos, y en como encontrar el dilema moral en los personajes principales. Tuvimos que buscar la manera de juntar todos esos elementos".

"Será una película tan compleja como esperaba que fuera. De todos mis filmes, este ha sido el mayor desafío de todos, pero también la experiencia más intensa".


Desarrollo
El proyecto se concibió en 2012 cuando el productor Anant Singh le envió a su viejo colaborador, el guionista y productor Brian Cox, una copia de la premiada novela de Chris Marnewick para preguntarle si estaría interesado en escribir el guión. Cox respondió rápidamente que sí y se apresuró a escribir la adaptación inicial.

Fue el elogiado largometraje de Oliver Schmitz Life, Above All lo que convenció a los dos productores de que Schmitz era el cineasta ideal para llevar a la gran pantalla la excelente y verídica narración de Marnewick sobre el proceso legal de la pena de muerte y el trato infrahumano que recibían los condenados del corredor de la muerte en la Sudáfrica del Apartheid.

El proyecto cobró al instante una nueva forma con Schmitz, quien no solo posee un nutrido acerbo en dirección de películas antiapartheid, sino que además estuvo implicado en el activismo político en la Sudáfrica de los 80.

Schmitz explica: "Me asombró el material con que contábamos y, además, me atrajo un interés personal sobre el tema porque a finales de los 80 quise realizar una película sobre el corredor de la muerte –aunque aquella era una historia muy distinta– y durante la fase de documentación llegué a pasar mucho tiempo con uno de los presos de allí. Al final, aquel filme me resultó demasiado complejo y difícil de llevar adelante. Sin embargo, su esencia se quedó conmigo, y cuando leí el guión de Brian pensé: 'Debe de ser el destino, porque se me presenta una nueva oportunidad, y esta historia es todavía más compleja, interesante y cautivadora'. Así que dije que sí de inmediato".


Contar la historia
A pesar del reto que supuso adaptar las 400 detalladas páginas del libro de Chris Marnewick a un guión de tan solo 100, el guionista Brian Cox reconoce que al momento supo que quería trabajar ese material. "Chris Marnewick era un abogado defensor que representó a numerosos criminales en casos que implicaban pena de muerte. Y no solamente conocía el tema de primera mano sino que incluyó en la novela una gran cantidad de detalles realistas. Así que, aunque seas consciente de que estás leyendo una historia ficticia, la veracidad de la narración de Chris, con todo ese trasfondo totalmente real, te arrastra a pensar que estás en un mundo que no es de ficción. Y encuentro que eso, como lector, es una experiencia única".

Tal como explica Chris Marnewick: "La novela trata de un vigilante de prisiones al que obligan a participar en la ejecución de reos. El mundo carcelario –así como los tribunales que les condenan– se presenta tal y como era. Sin embargo, la parte ficticia de la novela pone al vigilante en un juicio por su vida, donde no se descarta que pueda acabar en el mismo patíbulo donde él trabajaba".

Cox añade que "los registros históricos, la cantidad de hombres ejecutados, la forma en como procesaban a los condenados… todo esto es real. El eje de la ficción en la historia es Leon Labuschagne, un personaje extraído de las propias experiencias del autor en el corredor de la muerte. Es un hombre que ha asesinado a siete inocentes en un incidente tan traumático para él que ni siquiera logra recordarlo. De este modo, igual que el libro, nuestra película es un relato ficticio incrustado en un escenario totalmente real".

"De todos modos, al adaptar el libro de Chris al celuloide, no había suficiente metraje para tratar todos y cada uno de los aspectos del caso que Chris desarrolla con tanta precisión –como el día a día de la administración de la cárcel, un elemento que él narra con fascinante detalle. Por tanto, tuvimos que adaptar el hilo argumental y nos centramos en el conflicto central o dilema moral: se juzga a Leon por un crimen que sabemos que ha cometido, pero hay que revelar y descubrir las razones que le han llevado a hacer lo que hizo. Y son precisamente esas razones las que propulsan la historia".

"Encuentro el elemento de conflicto de la historia, ese espacio de duda para Leon, extremadamente interesante, porque no queda nada claro cual debería ser tu sentimiento hacia él. Desde fuera, lo único que se ve es que es un asesino. Sin embargo, independientemente de lo que hizo, poco a poco vas entendiendo lo que le causó el colapso, lo que provocó sus acciones –de ahí que nuestra narrativa se centra en esa zona sombría de moral y te obliga a posicionarte sobre su culpabilidad".

"En parte, escribí un libro para exponer lo que pasó de verdad en la Cárcel de Máxima Seguridad, donde las ejecuciones se llevaban a cabo en secreto", concluye Marnewick. "Aunque los elementos descritos en el libro tuvieron lugar durante la época del Apartheid, la novela no tenía la intención de ser una historia de Apartheid. La idea era crear una obra sobre el hecho de matar y sobre lo que pasa con aquel que mata con la venia de la ley. Y también acerca de la sociedad que permite que se mate a alguien en su nombre".


EL casting
El reparto reunió a un variado grupo de actores sudafricanos de talento local e internacional, tanto en papeles protagonistas como secundarios.

La elección de Steve Coogan para el papel del abogado John Weber engrandece su reputación como el formidable actor dramático que es –aunque su gran experiencia en comedia también ayudó mucho en la producción. "Consideré que era una gran idea, porque Steve Coogan tiene una calidez, un humor y una versatilidad que se demuestra en películas como Philomena", comenta el productor Anant Singh. "Y Steve estuvo increíble al dar a su personaje un centro muy humano, a la vez que se implicaba en la lucha moral más superhumana que se pueda imaginar".

Enriqueciendo el reparto internacional, e interpretando a la oponente del defensor Coogan, Andrea Riseborough se encarga del papel de la fiscal Kathleen Marais. Schmitz se deshacía en elogios hacia ella durante el proceso de preparación: "Es increíblemente difícil para cualquiera que no viva en Sudáfrica imaginarse el contexto histórico de este relato y cogerle el punto al dialecto afrikaans de una fiscal pretoriana, así que estoy asombrado con lo que logró Andrea. No intentó hacerlo imitando las técnicas de cómo poner la boca o de cómo hacer sonidos guturales; en lugar de eso, se dedicó a escuchar y observar a mucha gente hablando, hasta el punto que ya no tuvo que pensar más acerca de ello, simplemente lo hacía".

Con solo 19 años de edad, el actor sudafricano Garion Dowds recibió el complejo papel de Leon Labuschagne, un joven vigilante de prisiones, asesino y defensor, que tiene la misma edad que el joven y emergente actor. "Garion ha sido un impresionante valor para la producción", exclama Singh, "en el proceso de casting, elegir al joven Leon no fue tarea fácil. Siempre creímos importante que el personaje lo interpretara un actor muy joven, porque necesitábamos a alguien que tuviera la inocencia pero que a la vez diera una cierta sensación de astucia". Schmitz añade: "Garion es un joven actor de increíble talento y tiene la capacidad de demostrar un amplio espectro de trabajos interiores y de confusión con su expresión facial. No todos los actores pueden conseguir eso, y Garion ha sido ciertamente un gran valor añadido en esta película".


Diseño de producción
Los años de experiencia vital de Marnewick en la práctica de la abogacía se hacen patentes en la rigurosa atención al detalle que aplica en su libro. En consecuencia, el equipo de producción se enfrentó al reto de casar su experiencia personal con las realidades de su ciudad.

El diseñador de producción Mike Berg afirma que la novela era una increíble fuente de material en términos de su visión personal, del detalle y de la investigación que atesoraba, aunque no por eso Schmitz dejó de poner su grano de arena en forma de imagen personal y sentimiento por el entorno en el que tuvieron lugar aquellos brutales hechos. "Después de pasar todo aquel tiempo en la Cárcel de Máxima Seguridad de Pretoria", explica Schmitz acerca de su anterior proyecto que no llegó a materializarse, "y de la intensa interacción con los presos y sus historias, nunca podré olvidar aquellas imágenes. Creo que capté la idea de lo que era en realidad aquél lugar".

"Pero la extensa y precisa investigación de Marnewick se mantuvo como la referencia constante en todo el proceso de diseño", añade Berg, "nos servía de guía indispensable para crear los sets –hasta el más mínimo detalle, porque por pequeño que fuera, era relevante. Además, Chris había acumulado numerosas fotografías, así como planos que él había dibujado de la prisión".

Como suplemento para su tarea de documentación, Berg tuvo la oportunidad de realizar consultas a un antiguo vigilante de la cárcel de Pretoria. "Aquel hombre tenía una increíble percepción de lo que regía la conducta de personas como él mismo durante esa etapa, a la vez que proporcionó información relevante como el tamaño de las celdas, la iluminación de los pasillos y una descripción detallada de pequeñas cosas como las 'tarjetas de visita' –las fichas indexadas que contenían las informaciones personales de cada preso, colocadas bien visibles en la puerta de cada uno. También estaba muy familiarizado con la forma en que se ahorcaba a los reos, y con las ocasiones en que tenían que repetir la ejecución porque la primera vez había fallado".

"Afortunadamente, tuvimos la oportunidad de hablar con aquel vigilante, quien nos ayudó a llenar algunos huecos de información", recuerda Schmitz, añadiendo que le habría gustado ver la cárcel original, donde el equipo técnico no tuvo acceso. "Pero no importa, porque nosotros ya habíamos construido nuestro propio mundo emocional en un set 3D, así que ya estuvo bien separarnos de la realidad en determinado aspecto".

Schmitz prosigue: "Sin embargo, aquella veracidad del entorno fue importante para llevar a los protagonistas, a los actores, hacia un contexto que aportara la máxima información para sus interpretaciones, porque muchos de los actores eran extremadamente jóvenes, o ni siquiera habían nacido, en aquel periodo".

"De todos modos, la autenticidad solo ayuda hasta cierto punto, a partir del cual tú mismo te tienes que formar un mundo que capture los sentimientos interiores y el trauma. Así pues, se construyó el set para capturar aquel mundo claustrofóbico y establecer que el mundo exterior ha dejado de existir. El único lugar donde hay luz directa de la cárcel es la sala de ejecuciones, donde los presos son ejecutados a primera hora de la mañana".

"Al diseñar el área de ejecuciones seguimos la lógica de la institución real", comenta Schmitz. "Es una fábrica de muerte, un proceso de matar gente de forma eficiente y deshacerse de los cadáveres lo más rápidamente posible. Se les acompaña hasta allí como si hicieran un desfile, se les cuelga, se les desnuda, se les descuelga y se les manda al cementerio en ataúdes estándar, donde se les enterrará sin que las familias hayan podido verle".

El libro de Marnewick detalla cada minucioso aspecto de cómo los verdugos rodeaban el cuello del reo con la soga y de cómo se ajustaba el nudo. Berg explica que "cada preso se situaba a unos 15 centímetros del cogote del que tenía delante. Es espeluznante imaginarse el aliento del otro preso aterrorizado sobre tu cuello. En menos de 18 segundos desde que les colocan las capuchas, los ejecutados han desaparecido por la trampilla abierta. Y aún peor, cada vez que un guardián enterraba a alguno se llevaba una anilla del ataúd y se la ponía en una especie de collar. He llegado a ver un collar con 260 anillas".

Berg añade, "Oliver y yo discutíamos los estilos monocromáticos, y la arquitectura sudafricana entre los años 60 y 80 era muy gubernamental, de aspecto casi fascista".

La paleta de colores de la película se diseñó para hacer coincidir los lugares reales de la narración con el desgarrador tema del crimen y el castigo. "Tomamos como referencia las pinturas de Goya, quien vivió en una época de increíble brutalidad, inquisición y guerra civil, y que convirtió los fantasmas de su memoria y los monstruos internos en obras de arte. Nuestro espectro cromático estuvo influenciado por sus retratos de situaciones apocalípticas, cadáveres y matanza".

El director de fotografía Leah Striker añade: "existen dos hilos argumentales principales que requieren paletas muy distintas. Para la cárcel, quisimos sentir los años oscuros de Goya, y redujimos los colores a verdes y grises, resaltando detalles rojos. También tiene mucho que ver con la frialdad de la luz, que aparece desde puntos que no esperas".

Striker revela que Schmitz tuvo una idea específica para el lenguaje visual del filme: "No era tanto qué aspecto visual tenía que tener la película, sino con qué elementos teníamos que jugar. Su idea era manipular la profundidad de campo –poniendo parte de una escena dentro o fuera de foco".

La narración empieza en un entorno estable y formal, de modo que aquí las imágenes están muy estructuradas y ordenadas. Una vez la historia avanza y se sitúa en medio del juzgado la cámara empieza a moverse más. Schmitz aclara que "para subrayar esta intranquilidad de la cámara y la subjetividad de los personajes, utilizamos unas técnicas especiales de enfoque para cambiar la profundidad de foco dentro de una misma toma, algo que nunca había visto. Para captar el conflicto interno del joven protagonista, utilizamos una especie efecto de enfoque, desenfoque y vértigo que se fusiona con la cárcel cuando la cámara está inquiete y se mueve acorde con el traslado de los presos por los pasillos y escaleras hacia su muerte".

Para complementar las escenas de la cárcel, las del juicio y otras recibieron un tratamiento muy distinto, tal como detalla Striker: "Y entonces tenemos el otro mundo, fuera de prisión, que recibe directamente la luz del sol, siente el cielo abierto a pesar de estar en el juzgado. Quisimos dar esa sensación de que la luz del sol tocaba a la gente 'de fuera', pero que nunca llegaba a la zona oscura, donde se ubicaban los presos y sus vigilantes".


El horror de la horca
El galardonado artista protésico Clinton-Aiden Smith y su equipo del taller de prótesis Comesis aplicaron su experiencia y su arte en las realistas réplicas de los cuerpos humanos que se utilizaron en muchas de las escenas de la horca. "Nos documentamos con un patólogo para saber cuál es el trauma que sufre un cuerpo cuando es ahorcado y tratamos de replicarlo de la forma lo más precisa posible", apunta Smith.

A fin de representar esas escenas con la solemne reverencia que merecen, Clinton y Cosmesis trabajaron para conseguir la precisión más realista posible, con expresa atención a los detalles. "Durante un ahorcamiento, el cuello de la víctima se somete a un ataque muy agresivo, así que creamos unos muñecos que sustituyeran a los actores. Están fabricados de una manera que tengan un movimiento de lo más realista, como un cuerpo humano con plena articulación de las extremidades".

Aiden-Smith comenta que el proceso de diseño y fabricación comienza con la toma de moldes de los actores reales, que deberán acabarse puliendo detalles y pintando cada una de las imperfecciones. Dentro del muñeco se aloja un completo artilugio que controla tres cámaras de aire, fluidos y materia fecal, que se liberan cuando el cuerpo cae en la horca. El cuerpo humano tiene un diseño asombroso y es un proceso intrincado y extremadamente difícil de replicar. La creación combina ciencia, matemáticas e ingeniería. Cada vez que creas algo, es totalmente diferente a cualquier cosa que hubieras diseñado antes. Cada tarea tiene un nuevo conjunto de retos, como en el caso de los ejecutados, que a cada uno le pasa una cosa distinta cuando le cuelgan, así que se requiere mucha I+D para alcanzar la perfección".

Cuando acaba el trabajo protésico de Smith entra en juego Anton Moon, el coordinador de especialistas. La acción de la película incluye viscerales flashbacks de la vida de Leon Labuschagne como vigilante de prisiones, donde ocurrían inimaginables e inhumanos sucesos. "Cuando entran las escenas de la cárcel es una locura… los vigilantes hacían lo que les daba la gana a los presos", recuerda Moon.

"El concepto para los especialistas, tal como aparecía en el guión, era que nunca debían apartar la vista del terror", añade Moon. "Queríamos capturar todo lo que pasaba en la cárcel, incluyendo los ahorcamientos". A fin de tratar las ejecuciones con especial respeto, Moon se entretuvo a investigar cómo fueron en realidad los sucesos del corredor de la muerte a finales de los 80. "La documentación fue de lo más desagradable. Tuve que ver ejecuciones reales".

Para crear una acción que fuera real pero segura a la vez para los especialistas, el equipo de Moon diseñaron una soga especial que incluye una goma que ralentiza la el golpe final de la caída cuando falta medio metro. "Los especialistas no sufrían ningún daño porque llevaban un arnés especial. No obstante, el choque psicológico sí lo sufrían. Te encuentras sobre una trampilla que sabes que se va a abrir, con un agujero de 4 metros por debajo, y sabes que cuando se abre caes a gran velocidad. En las escenas que se rodaban, los especialistas llevaban la capucha negra y las manos esposadas atrás. Esa desesperanza es lo que más les afectaba psicológicamente durante el proceso".

"A mí ya me afectó con solo verlos", añade Cox, el guionista y productor.


Retratos
Uno de los papeles más difíciles de la película recayó sobre el joven actor sudafricano Garion Dowds, quien interpreta a Leon Labuschagne. Lo que hace Leon sirve de catalizador de la historia y provoca la investigación de John Weber acerca del oscuro mundo del sistema de prisiones en la Sudáfrica de los 80.

El papel de Dowds puede convertirse perfectamente en un elemento polarizador de los espectadores, cuando se pregunten acerca de lo que el joven vigilante cometió. Dowds comparte sus primeras reflexiones acerca del personaje: "Cuando leí el guión de Brian me encontré a Labuschagne como un ser humano completamente roto, y es únicamente más adelante cuando descubres más sobre él, cuando empiezas a descubrir una pequeña luz esclarecedora. Creo que son estas capas que descubres, una a una, las que lo hacen tan interesante".

Labuschagne se encuentra a merced del tribunal y debe encararse especialmente a la confrontación sacada a relucir por el personaje de Andrea Riseborough, la fiscal Kathleen Marais. Riseborough detalla la compleja relación entre ambos personajes: "Ella [Marais] tiene la capacidad de empatizar profundamente con Leon Labuschagne, así que para ella es muy duro condenar a ese chiquillo. El personaje de Garion realiza una interpretación tan verdadera y natural que hubo un momento en que le miraba y pensé, 'esto es mágico, soy una privilegiada'".

Dowds no tiene dudas sobre el significado de la historia de Labuschagne. Y como sudafricano "nacido libre" (nacido después de llegar la democracia) tiene un aprecio especial por el material. "Creo que es muy importante contar esta historia, porque incluso los que la apreciamos no tenemos ni idea de la realidad que se daba en aquellas prisiones. Era todo muy secreto; a los vigilantes no se les permitía decir nada. Realmente hace abrir los ojos tanto a los sudafricanos que lo vivieron como a las nuevas generaciones. Y también es significativo para los espectadores de todo el mundo ver hasta qué punto se llegó en ese aspecto de la historia política de Sudáfrica".

Muy cerca del personaje de Dowds se encuentra el Suboficial interpretado por el actor sudafricano Deon Lotz. Como vigilante de la Cárcel de Máxima Seguridad durante los 80, el Suboficial es el superior de Labuschagne. Ambos personajes tienen una relación muy compleja. Una parte teme lo que el Suboficial le pueda inculcar, mientras que la otra parte siente una relación más paternalista", explica Lotz.

La preparación del personaje de Lotz implicó comunicarse con antiguos vigilantes de la cárcel que tuvieron experiencias similares a las que vive el Suboficial de Lotz. Así se pudo hacer unas primeras impresiones del personaje y entendió el funcionamiento interno: "Lo que más me impactó fue lo dura que era aquella realidad. ¿Qué tipo de persona fría e insensible tenías que ser para sobrellevar esa cotidianidad sin sentimientos hasta que se te agarrotaba el alma? Cuando hablé con una persona que había estado allí, parecía que todo se basaba en el simple hecho de que allí no hay sentimientos que valgan, es un trabajo más. Tienes que convertirlo en un trabajo cualquiera para sobrevivir, porque tienes una hipoteca que pagar y una familia que alimentar. Simplemente era tu día a día, y ahorcar gente se convirtió rápidamente en una tarea fácil".

El Suboficial es la personificación del sistema al que Labuschane trata infructuosamente de adaptarse. Lotz coincide en que el Suboficial es brutal, "aunque esté delante de un oficial o un capitán, sigue siendo el que ejecuta físicamente la operación, el que se asegura de que el Sistema opere con eficacia, y espera que sus subordinados trabajen con igual precisión y con la misma profesionalidad abnegada… si es que puede llamarse así".

Lotz cree que la película es profundamente relevante para la sociedad actual. "Hoy en día todos gritan '¡que vuelva la pena de muerte!' Pero ¿es eso lo correcto? Esa es la gran pregunta, y creo que es muy importante que se cuente esta historia, para enfatizar que: 'nunca puedes estar seguro de algo'".

El personaje de Steeve Coogan, el abogado defensor John Weber, es el protagonista desde cuya perspectiva se cuenta la historia. Para preparar su papel como letrado sudafricano, Coogan se sumergió no solo en la cultura sudafricana, sino también en la historia más sombría del país. "Recopilé una gran cantidad de documentación escabrosa sobre ese periodo de la historia sudafricana para informarme sobre el entorno en que vivía Weber. Entré más cómodamente en el papel después de sumergirme en la Sudáfrica moderna y democrática.

"Lo que separa a esta película de otros dramas judiciales, y la hace más difícil para el espectador, es que Weber no intenta defender a un héroe; en su lugar, intenta defender a un individuo perjudicado que ha cometido un crimen atroz. Intenta salvar una vida. Y dado que la persona a la que está defendiendo es un hombre blanco que ha matado a siete negros, no es precisamente una causa que le apetezca asumir. En definitiva, es un proceso muy desagradecido, ya que aunque salga victorioso nadie le llamará héroe. Esta es la vertiente punzante de toda la película: él actúa en pro de la humanidad aunque esto no le hará ganar ningún amigo por haberlo hecho".

En el extremo opuesto de la batalla legal se encuentra la fiscal interpretada por Andrea Riseborough, cuyo cometido será presentar el caso contra Labuschagne con el fin de que le caiga al acusado todo el peso de la ley, en este caso la pena de muerte. No obstante, no se trata de una causa innoble. "Una parte de la lucha de Kathleen posee una gran integridad, en tanto que representa a las familias de siete familias inocentes", reflexiona Riseborough.

Riseborough, quien ya está familiarizada con los papeles dramáticos, confiesa que el peso de un material tan contundente fue considerable. "Realmente era maravilloso tener todos esos sentimientos, pero al mismo tiempo implicaba una enorme dificultad". Las escenas del juicio eran intensas y necesitábamos salir a tomar el aire muchas veces, todos sin excepción. Había mucha parte con diálogos crudos. Eran duros incluso cuando preparábamos las escenas en solitario, la noche antes de rodarlas"
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La actriz añade que la dura naturaleza del material original le pasa factura al actor que debe revivir unos acontecimientos tan terroríficos. "A pesar de que a veces cuesta soportarlo, la parte positiva es que estás sacando a la luz una historia que la gente no tiene presente, gente que está en distintas partes del mundo. Estamos presentando algo de una forma imparcial, una historia con una perspectiva importante: '¿qué tipo de rehabilitación es esta, llevarse a convictos en grupo como si fueran reses que van al matadero?' No estoy segura de que poner a alguien en una jaula sea la respuesta en ningún caso".

El conocido actor sudafricano Marcel van Heerden interpreta al juez J.P. van Zyl, quien se ocupará de pronunciar el veredicto sobre si se debe acabar con la vida del joven Labuschagne. "Mi desafío como actor es sacar el ser humano que hay en el 'juez ahorcador'. Intento llevar este ser humano a la vida porque creo que todo el mundo tiene sus razones para cometer los actos que cometen, sean buenos o malos. Por supuesto, existe un elemento subjetivo en las decisiones de un juez. No es enteramente objetivo; los jueces llegan con ciertos prejuicios que se filtran a través de determinado ser humano con determinada personalidad. El juez van Zyl presta su servicio al sistema de la forma en que él considera más justa y equitativa".

En el contexto del férreo régimen del Apartheid, las implicaciones políticas del veredicto del caso fueron naturalmente serias, tal como detalla van Heerden: "El caso tiene una gran significancia simbólica en el contexto de aquel periodo. Es una historia sobre una persona atrapada en un sistema que en última instancia se acaba poniendo en tela de juicio. Leon no era más que un chico normal que no quería ir al ejército porque no quería que le mandaran a luchar a la guerra de Angola. Ironías del destino, la prestación sustitutoria que le asignó el gobierno también implicaba matar a personas".

Eduan van Jaarsveld interpreta el papel de Pedrie Wierda, el defensor de oficio que asiste a John Weber en su lucha por salvar a Labuschagne de la pena de muerte. "Wierda no ha tenido mucho éxito hasta el momento en su carrera como abogado, y no entiende que la ley es una zona sombría", explica Jaarsveld, a lo que añade que a pesar de que Wierda está un poco perdido y no se maneja con la soltura que le gustaría, "tiene un gran corazón y realmente cree que puede marcar la diferencia".

Para asegurar todavía más la veracidad del proceso judicial, la producción contó con el asesoramiento del letrado John van der Berg para conocer todavía más la forma en que el sistema legal de los 80 enfocaba el homicidio y el asesinato: "Si te encontraban culpable de asesinato, la pena de muerte era obligatoria. El acusado lo tenia muy peliagudo para justificar que merecía otra pena distinta a la capital. Y en los años 80, a los jóvenes policías sudafricanos se les mandaba a Angola y otros frentes innombrables, y regresaban en bolsas de cadáveres. En esta historia, Leon Labuschagne acabó siendo vigilante por querer evitar que le destinaran al frente de guerra".

Teniendo en cuenta el estrés emocional de todos los implicados en la estructura de la pena de muerte, y muy especialmente los guardianes que se ocupaban de las ejecuciones, van den Berg apunta que "debe de ser increíblemente traumático para cualquiera que tome parte en las ejecuciones, y más aún para un chico de 19 años. Dowd interpreta al vigilante de una forma tan sutil y realista que te habla desde el aspecto más emocional".

Como persona que supo que, antes de que él naciera, en Sudáfrica había pena de muerte, van den Berg cree que la película podría transportar un valioso mensaje a otros países donde la pena de muerte aún está vigente. "Es una historia muy importante que debe ser contada. En aquel periodo, en Sudáfrica, nadie tenía el valor de escribir sobre estos temas, así que publicar ficciones como esta era como pisar hielo quebradizo".

Apoyando al reparto principal se encuentra un grupo de actrices y actores sudafricanos de gran talento y distintos orígenes profesionales.

Inge Beckman da vida a la hermana de John Weber, quien está casada con Pierre, un agente de las Fuerzas Especiales interpretado por Robert Hobbs. Cabeza visible del grupo de música experimental LARK, Beckman se ha ganado una reputación también como formidable actriz, gracias a la serie de ciencia ficción Dominion. "Trabajar en el mundo del espectáculo de ha dado unas herramientas que he podido usar en este filme", dice Beckman. "Mi personaje es básicamente una mujer que está casada con un experto asesino y que está indirectamente traumatizada por el trabajo de su marido. Debido a las circunstancias de aquel periodo, su esposo es un hombre con muchos problemas, y su única vía de escape de todo esto es la bebida".

Schmitz, quien ya había dirigido a Khomotso Manyaka en el personaje principal de su premiada cinta Life Above All, estuvo encantada de encarnar a la protagonista de aquel filme, y ahora también lo está interpretando a una de las espectadoras del juicio. El personaje de Manyaka está directamente relacionado con una de las víctimas del crimen de Labuschagne y personifica las increpaciones de la opinión pública contra él.


La música
Parte del universo sonoro de Guardián y verdugo está formado por canciones protesta callejeras de la era, recreadas por Vuyo y Dizu Plaatjes, los asesores musicales del filme. El matrimonio también proporcionó el coaching vocal que necesitaron los intérpretes. "La historia nos pedía que nos remontáramos a los años 80", comenta Dizu; "Afortunadamente, nosotros estuvimos allí y sabíamos exactamente lo que estaba pasando en aquel periodo".

Schmitz solicitó que los asesores musicales también aportaran canciones que fueran relevantes para las escenas. "Aquello fue un importante reto para nosotros, pues en aquel momento no habíamos visto ninguna imagen de la película", recuerda Dizu. "De todos modos, el guión lo dejaba todo más o menos claro y acordamos, junto a Oliver, Brian y Anant una selección de canciones de aquella época que también se adecuaban en la historia. Encontramos temas que tenían emoción y significado a partes iguales para la gente que había sido activista política en aquel entonces".

Para interpretar la música se contrató a docenas de extras. "La mayoría no eran cantantes profesionales, así que tuvimos que enseñarles las canciones. Incluso tuvimos la suerte de que algunos de ellos habían estado involucrados en la lucha política de los 80", apunta Vuyo. "Pero en lo que respecta a los cantantes más jóvenes, al no haber estado ahí, tuvimos que darles a conocer y a entender lo que sucedía en aquella década –de modo que añadimos o adaptamos letras de canciones para ayudarles a sacar el dolor que sufrieron sus padres y sus abuelos".

"Ese no era el caso de Sylvia, claro está", explica Dizu, refiriéndose a la cantante de jazz Sylvia Mdunyelwa, quien canta el himno final en los últimos compases de la película. "Sylvia es una estrella internacional de pleno derecho".

Las canciones de lucha que aparecen en el largometraje harán aflorar recuerdos de tiempos difíciles a algunos espectadores, un efecto que Vuyo Plaatjes considera parte integral del mensaje de la película. "La historia de nuestro país es muy importante, y los jóvenes que serán los políticos del mañana necesitan saber de donde venimos. Es esencial que aprendan que matar a alguien no sirve para nada; en lugar de eso, debemos sentarnos y hablar para conseguir la paz".

El compositor Paul Hepker también experimentó de primera mano las tensiones de aquella época. Le obligaron a realizar dos años de servicio militar en 1988 y 89, y confiesa que vivió en una burbuja de "blancura y código de silencio" parecida a la de Leon. "Creo que cuando te empujan a una situación así un hombre joven oculta su humanidad", señala Hepker, "y se desubican de su yo real durante el periodo que dura su subordinación. Algunos nunca llegan a recuperarlo".

Hepker sacó su propia experiencia como soldado y trompetista al que obligaban a tocar con una banda militar en los funerales a los que acudían hombres negros que habían perdido a sus hijos en las guerras fronterizas de los 80. "La cascada de quintas del tema de Leon, rígida e inflexible, es la que forma la base de la banda sonora de Guardián y verdugo –junto con esa tira interminable de semitonos– se acercan a esa sensación enfermiza que recuerdo de aquel periodo".

Para las escenas de las ejecuciones, trabajó duro para evitar que la banda sonora ensombreciera los sonidos naturales de las sogas y las respiraciones de los reos. "Creo que creamos un fondo sonoro que sirvió para potenciar o magnificar los numerosos sentimientos que sobrevienen al espectador cuando presencia la cruda realidad de la pena capital", afirma Hepker, "y a la vez permitimos que los sonidos reales de la horca, ya de por sí estremecedores, ocuparan su propio espacio".

"Esta banda sonora es a demás una oda al recuerdo, a la memoria fragmentada", prosigue. "Me apegué a propósito a los mismos dos temas, que varios pasajes inconexos van evocando durante toda la obra. De la misma forma que la mente traumatizada se queda fijada o pegada en fragmentos de la memoria –un sonido, un olor, una imagen–, yo me propuse desmantelar cada tema y luego reconstruirlo con cada pieza individual".

"Junto con el grito quejumbroso que acompaña a las canciones protesta que van salpicando toda la película, y con el vertiginoso rock'n'roll que suena en los tugurios a donde los soldados van a olvidar, creo que hemos logrado capturar el sonido de la Sudáfrica de los 80 –conectado y desconectado a la vez".

El cofundador del grupo Bee Gees, Barry Gibb, compuso la canción "Angels" especialmente para el filme. Gibb comenta: "Esa película nos inspiró. Solo el pensamiento de como se tratan entre ellos y de la inhumanidad que todos tendemos a experimentar como cultura nos dio una sacudida en lo más profundo de nuestras almas. Y es que la película es, naturalmente, profunda. Nosotros nos alzamos contra la pena de muerte, y lo hacemos en forma de expresión cultural. ¿Quién es capaz de disfrutar con la idea de matarse el uno al otro?" El cantautor Sudafricano Vusi Mahlasela, conocido como "La Voz de Sudáfrica", interpreta la canción junto a Gibb.