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  Guardián y verdugo  (Shepherds and butchers)
  Dirigida por Oliver Schmitz
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Sudáfrica, 1987. Cuando Leon (Garion Dowds), un vigilante de prisiones de 19 años comete un inexplicable acto de violencia –matar a siete hombres negros acribillados a bocajarro–, el resultado del juicio y la sentencia del tribunal parecen una conclusión inevitable.

El activista pro derechos humanos John Weber (Steve Coogan) es el único abogado que se alzará en defensa del joven, en lo que parece un caso imposible de ganar, sin esperanza alguna.

Apasionado detractor de la pena de muerte, John descubre que el joven Leon llegó a trabajar en el corredor de la muerte de la cárcel más importante de la nación, donde en un solo año se llevaron a cabo 164 ejecuciones.

Inspirada en hechos reales, el caso proporciona a John la oportunidad de poner en tela de juicio un completo sistema de asesinatos avalados por la ley, así como de exponer las condiciones traumáticas que llevaron al colapso de Leon –su papel dual de amigo y de ejecutor a la vez (guardián y verdugo) de los hombres a los que ayudó a morir.


Sinopsis larga
La subsistencia de Leon Labuschagne depende de la muerte. A la tierna edad de 19 años se convierte en vigilante del corredor de la muerte en la Cárcel de Máxima Seguridad de Pretoria, en Sudáfrica, donde en un año participó en el ahorcamiento de 164 africanos, todos ellos hombres a los que llegó a conocer. Así pues, es un guardián que vela por los condenados pero también es un verdugo que les escolta hacia la horca –una combinación letal que afecta a su joven psique.

En verano de 1987, después de llevar a 21 hombres a la soga en una semana (todos ellos basados en casos reales), Leon pierde el control y en un arrebato de furia ciega e inconsciente, durante una incidencia de tráfico, se le cruzan los cables y dispara a varias personas con su arma reglamentaria. Ahora es él quien se enfrenta a la pena de muerte.

Aquí entra en escena el experto abogado John Weber, un antiguo abogado defensor que perdió a numerosos clientes condenados a muerte por el brutal sistema sudafricano. Ahora en lucha activa contra la pena de muerte, el caso de Leon le llega a las manos y le mueve a entrar de nuevo en el combate. Weber ve a Leon como una sombra de sí mismo, pero también como una forma de mostrarle finalmente al Estado el grave error en el que incurren.

Acogiéndose al argumento de que ha sido el propio Estado el que ha deteriorado psicológicamente a Leon –y por tanto es el Estado el responsable de las muertes que el chico ha causado– John intentará salvarle de la horca. Es una línea de argumento legal arriesgada y precaria. Pero John es terco y está determinado a hacer de esto un juicio contra la propia pena de muerte, no contra Leon. Esto significa, no obstante, que entre Leon y el corredor de la muerte solo se sitúa una delgada y frágil línea de defensa.

Adentrándose en la mente y en las experiencias pasadas de Leon, John lleva a todo el tribunal por el infernal mundo del corredor de la muerte, a fin de ilustrar el traumático efecto que participar en múltiples ejecuciones ha tenido sobre su joven cliente. Las escenas que saca a relucir retratan la ejecución legal con un detalle terrorífico y sin precedentes, revelando el devastador impacto de la pena capital sobre todos los que están implicados.

En un apasionante y tenso encuentro que sitúa a John cara a cara contra un estado incondicionalmente conservador, y también contra su propio y reticente cliente, que ha suprimido de su mente sus experiencias atroces, John se enfrasca en la madre de todas las defensas y consigue librar al chico de la pena de muerte.

El resultado del juicio desata todo tipo de ecos en un país que lentamente emerge de un sistema de injusticia social y judicial, hasta el punto de que, en dos años se proclama la abolición de la pena capital en Sudáfrica.