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  El juez  (L'Hermine)
  Dirigida por Christian Vincent
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Divertida, profunda y, sencillamente arrebatadora. LUIS MARTINEZ. EL MUNDO
Una película de gran delicadeza. CINEUROPA
Una historia sentimental, delicada y vibrante. OUEST FRANCE
A mitad de camino entre comedia romántica y película de juicios, “El Juez” sorprende por su finura y toca de lleno al corazón. A-VOIR.A-LIRE.COM
Una verdadera joya llevado por un Luchini brillante. STUDIO CINE LIVE
Todos los diálogos, escritos con una mano firme, sientan a las mil maravillas a la erudita interpretación de sus protagonistas. METRO
La belleza luminosa de Sidse Babett Knudsen destaca con brillantez. SUD OUEST.


Entrevista con Christian Vincent

P: ¿Cómo nació el proyecto de El juez?

R: De mi deseo, compartido con mi productor, Matthieu Tarot, de recuperar a Fabrice Luchini veinticinco años después de LA DISCRÈTE. Faltaba encontrar un personaje y una historia. Hablando con Matthieu (apasionado del mundo judicial), imaginamos a Fabrice como presidente de un tribunal de lo penal. Me pareció que le sentaría muy bien la toga roja y el cuello de armiño. Como yo no sabía nada sobre el mundo de la justicia, empecé por asistir a un juicio. Allí descubrí que una sala de un tribunal es como un teatro, con su público, sus actores, su dramaturgia y sus bambalinas. Es un orden regulado que solo necesita ser desbaratado. Pero principalmente es un lugar de palabra, fundada esencialmente en la oralidad de los debates. Un lugar donde algunos dominan el lenguaje, donde otros, en ocasiones, ni siquiera comprenden las preguntas que se les plantean. Hay de todo en un juicio. Hay angustia humana, arrebatos apasionados, momentos de aburrimiento, intrusiones en la intimidad, bandos que se enfrentan, personas que mienten, verdades que se oponen y muchas preguntas que quedan sin respuesta. Al final de la audiencia, a veces triunfa la verdad. Pero no siempre. La mayoría de las veces, no se sabe.


P: ¿Desde qué perspectiva abordó la realización del guión?

R: Empecé por presentarme en el tribunal de Bobigny. Cuatro jóvenes estaban acusados de violación colectiva en un cuarto de basuras. A pesar de que era un juicio a puerta cerrada, con el consentimiento de las partes pude asistir del lado del tribunal, como cualquier otro magistrado. En todas las suspensiones de sesión, acompañaba al presidente, Olivier Leurent, sus dos jueces asesores, su secretaria judicial y los nueve miembros del jurado, a lo que podrían llamarse «bambalinas».

Vi a los jurados hacer preguntas a los magistrados, presentarse, hablar entre ellos sobre lo que habían escuchado. Vi a los magistrados atentos a sus solicitudes, respondiendo a cada una de sus preguntas; todo ello durante cinco días… E inmediatamente reviví la experiencia, esta vez en el Tribunal de primera instancia de París. Un joven estaba acusado de haber degollado a su amante. Ya podía comenzar a escribir. Contaba con todos los elementos que me permitían hacerlo. Para que la película fuera justa, era necesario que la parte documental lo fuera.


P: Quedaba la historia…

R: La historia procedió simple y naturalmente de la personalidad del magistrado. Yo me imaginaba a un presidente de tribunal cerca de la jubilación. Un hombre respetado y temido en el Palacio de Justicia, pero menospreciado e ignorado en su hogar. En casa, todos, salvo su perro, le muestran poco afecto, mientras que en el tribunal se le da el trato de “señor presidente”. Por lo tanto, me imaginaba un hombre amargo, poco propenso al disfrute. Un hombre que, solo una vez en la vida, se había enamorado de una mujer. Esto ocurrió cinco o seis años atrás. Un accidente le había sumido en un coma. Al despertarse, el rostro de una mujer se encontraba inclinado sobre él. Había sido una iluminación. Sin embargo, esa mujer reaparece en su vida. Forma parte del jurado en un juicio que él va a dirigir. Va a tener que vivir junto a ella durante varios días… Había encontrado la historia.


P: ¿Cómo construyó el personaje de Ditte?

R: En contraposición al personaje de Racine. Racine es la noche, el lado oscuro de cada uno de nosotros, mientras que Ditte es la luz. Racine castiga cuando Ditte devuelve la vida. Al crear este personaje, tenía en mente al personaje cinematográfico de Christine (interpretado por Nora Gregor) en LAS REGLAS DEL JUEGO, de Jean Renoir. Un aviador se enamora perdidamente de ella simplemente porque ha sido amable con él. «Entonces, en Francia, ¿no existe el derecho a ser amable con un hombre?» le pregunta ella a Octave, interpretado por Jean Renoir. «No, no existe el derecho», responde él. «Entonces estoy equivocada.», concluye ella.


P: ¿Por qué elegir a Sidse Babett Knudsen para interpretar el papel de Ditte?

R: Mientras escribía el guión, no tenía ni idea de la actriz a la que podría confiar el papel. Varios nombres rondaban mi cabeza, pero ninguna me convencía. ¿De quién podría haberse enamorado Michel Racine (Fabrice Luchini) unos años antes? Estaba bloqueado. No veía a nadie. En aquel momento, Arte emitía la tercera temporada de BORGEN y yo no me perdía ningún episodio. Me encantaba la actriz. Me parecía sexy y viril a la vez. Me recordaba a las heroínas de las películas de John Ford. Y de pronto, un día de ocio, escribo su nombre en Google. Un enlace me lleva a una entrevista que concede a Arte. Entonces descubro que habla francés con fluidez. En ese mismo instante, llamo a mi productor para decirle que la he encontrado.


P: Veinticinco años después de LA DISCRÈTE, ¿cómo fue el reencuentro con Fabrice Luchini?

R: Fabrice sabía que yo escribía pensando en él. Una vez que Matthieu Tarot y yo consideramos que podíamos hacer que leyera algo, me cité con él. Me presenté en su apartamento del distrito XVIII de París. Conocí a Shiba, su perrita de 2 años. Tomamos un café en su cocina. Recuerdo que la conversación giró en torno al mercado inmobiliario, los tipos de crédito vigentes y el barrio en el que vive y del que nunca ha salido. Antes de marcharme, le entregué el guion de LŽHERMINE. Al día siguiente, me llamó diciendo que hacía la película.


P: Fabrice encarna el rol de magistrado con sobriedad. ¿Le dirigió usted en ese sentido?

R: No fue necesario. Fabrice está muy alejado del método «actor’s studio» y de todas las técnicas que predican la introspección, la búsqueda psicológica o la identificación. Sin embargo, antes de empezar a rodar, quiso conocer al presidente del tribunal que me había recibido en dos ocasiones. Un día, vino al Palacio de Justicia de París para asistir a medio día de juicio. Vio la sobriedad con la que el presidente dirigía el juicio. Ni una palabra más alta que otra. Transcurrida una hora, ya había comprendido.


P: ¿Cómo transcurrió el rodaje entre Fabrice y Sidse?

R: De una manera espantosamente normal, es decir, terriblemente profesional. Los dos venían de mundos completamente diferentes, y eso ayudó a su entendimiento, su complicidad. Sidse nunca había rodado en Francia. Ella observaba nuestra manera de trabajar con asombro, nuestro ritmo de trabajo, nuestras pausas para almorzar, nuestra distensión, nuestra aparente improvisación… Todo ello le desconcertaba y divertía al mismo tiempo.


P: ¿Qué espera usted de sus actores?

R: Soy como todo el mundo. Espero que lleguen a su hora y conozcan su texto (risas). Siempre escribo mis diálogos con muchos puntos suspensivos… a veces, incluso dejo frases sin terminar. En realidad, espero que me sorprendan y trato de reunir en torno a ellos las condiciones de esta expectativa. Dirigir al actor consiste en una sutil mezcla de dos sentimientos contradictorios. Es necesario tranquilizar y desestabilizar a la vez.


P: En torno a ellos encontramos roles secundarios con una interpretación muy realista. ¿Cómo los eligió?

R: Tengo un truco. Yo, que en la vida no soy en absoluto fisionomista (rozo la agnosia), elijo a los actores por su físico. Me refiero a que elijo sistemáticamente actores o actrices que no se parecen. Mi miedo es que se confunda un personaje con otro. Quitando eso, elijo a gente normal, o si lo prefiere, a actores que no hacen de actores. Hasta tal punto que, cuando paseo por la calle, esté preparando o no una película, siempre me cruzo con muchísimas personas que quisiera filmar…


P: ¿Cómo se trabajan las escenas que confrontan a un actor con experiencia y a un aficionado?

R: Yo trabajo con los no profesionales como con los niños. Diez minutos antes de rodar, les doy indicaciones sobre su personaje, el contenido de la escena y lo que deben decir, pero sin proporcionarles un texto que deban aprender. No hay nada peor que la recitación. Algunas veces, la interpretación es torpe, pero por lo general, recompensa.


P: ¿Por qué ha rodado los exteriores en el norte?

R: Es superior a mí. Siempre recurro al norte. Allí me siento bien. No sé por qué exactamente. Por el gusto por una cierta forma de melancolía, tal vez… y al mismo tiempo, en el norte está la auténtica gracia, una auténtica alegría que nada tiene que ver con la espantosa bonhomía de la gente del sur.


P: ¿Qué representa esta película para usted?

R: Hace mucho tiempo, cuando me preguntaban por qué hacía películas, respondía que era la profesión que mejor me permitía aprovechar el tiempo… La alternancia entre los periodos de escritura solitaria, la excitación de los rodajes durante los que hay que tirar de un ejército de colaboradores, el replanteamiento personal del montaje… momentos de duda, momentos de euforia. Hoy en día, cuando me preguntan por qué hago cine, respondo que quiero filmar mi país y la diversidad de sus territorios, lenguas y culturas. Si decidí rodar en un Palacio de Justicia, es por ese motivo. Un juicio es uno de los pocos lugares de la sociedad donde todas las palabras se cruzan, donde todas las culturas cohabitan y donde todas las clases sociales se rozan. Es lo opuesto al ensimismamiento.


Entrevista con Fabrice Luchini

P: ¿Cómo reaccionó al saber que el festival de Venecia le concedía el galardón al mejor actor?

R: No me lo creía. El jurado estaba compuesto por cineastas extraordinarios e internacionales. Valoro el privilegio de haber sido elegido por mis compañeros de profesión. Por otro lado, mi padre era italiano, por lo que este premio tiene un eco especial. Por el contrario, y aunque por supuesto que no escondo mi agrado, para mí la verdadera recompensa reside en que el público vaya a ver mis películas.


P: ¿Qué le gustó de Michel Racine, el personaje que interpreta?

R: ¡Que sea desagradable! Se le conoce como «el magistrado de dos cifras» porque nunca condena a menos de diez años. Me gustan las personas que no suscitan simpatía a priori, que no entran en la simpatía mecánica. Vivimos en una época de simpatía global. Se supone que todo el mundo tiene que ser maravilloso, simpático… Dicho esto, mi personaje es un buen presidente del tribunal de lo penal. Desagradable, pero bueno en su trabajo. Encarna la autoridad, pero nunca intenta influir en el jurado. Y, por otro lado está la historia de amor, ¡una historia atípica! Racine estaba enamorada de una anestesista que encuentra por casualidad en el jurado. Esta mujer va a iluminarlo, a levantarlo.


P: ¿Qué tiene usted en común con este magistrado?

R: Mi personaje es un gran romántico. Yo podría decir lo que él dice. Pero, por lo general, no me reconozco en los personajes que interpreto, aunque incorpore en ellos cosas mías. En realidad, me fío de lo que el director desea, a veces sin comprenderlo todo, y trato de satisfacerlo en la medida de lo posible.


P: ¿Cómo se preparó?

R: No he asistido a muchos juicios, solo fui a ver uno, presidido por Olivier Leurent. Él me dijo: «Nuestro trabajo es escuchar, comprender y resolver». Observando a este gran presidente del tribunal, me di cuenta de que se dirigía al acusado y los testigos con naturalidad, que trataba de favorecer la confidencia, la confianza.


P: ¿En qué criterios se basó para aceptar este proyecto?

R: Resulta un poco arrogante decir que uno tiene criterios… En el caso de LŽHERMINE, fue el guión lo que me convenció. Yo soy sensible a la escritura, a la estructura, a las palabras. Estaba muy bien escrito y el enfoque adoptado me pareció interesante. ¡Porque una película sobre un juicio puede llegar a ser un rollo! Sin embargo, Christian Vincent consiguió, en cierto modo, sobreponer lo humano a lo trágico. El film es cómico y apasionado sobre la naturaleza humana. Hay jueces que son la encarnación de la democracia participativa y que podrían ser cualquiera de nosotros. Y también están el o los acusados y lo interesante de estos es que también podemos reconocernos en ellos. Evidentemente, nunca hemos metido a un niño en un armario, pero quizá, un poco desbordados, lo habríamos hecho. No se trata de perdonar o excusar, pero no hay que sentirse tan lejos de los criminales, puesto que esta humanidad capaz de lo peor nos pertenece a todos. Por último, la elección de mi compañera Sidse, extraordinaria en Borgen, influyó en gran medida. Me gusta la idea de rodar con gente de otra cultura.


P: ¿Qué tipo de actriz es Sidse Babett Knudsen?

R: ¡Una actriz fabulosa! Su cultura nórdica es opuesta a la nuestra, la latina; nosotros somos mucho más directos. En la primera lectura, ella se hacía preguntas, buscaba puntos de apoyo, una cierta lógica. Aunque habla increíblemente bien francés, al no ser su lengua natal, de vez en cuando hice de intérprete para transformar sus dudas en palabras porque me gusta ser «el traductor», el «intermediario». Espero haber sido útil.


P: Hacía veinticinco años que no rodaba con Christian Vincent. ¿Cómo fue el rencuentro sobre el escenario?

R: Me encontré con el ambiente de la cafetería del ayuntamiento de LA DISCRÈTE, la manera en que Christian entiende las historias de amor. Tiene un sentido agudo de la erotización de la cita en un café, esa tradición de Marivaux que encontramos también en Rohmer. ¡Y yo estoy en mi salsa! Pero desde LA DISCRÈTE, Christian ha ampliado su espectro. Quiere filmar a sus coetáneos a la manera de un Ken Loach. Y lo logra con creces.


P: Háblenos del rodaje de la primera escena con Sidse…

R: Christian cambió todo un minuto antes de decir «acción». Le parecía que estábamos demasiado cerca del texto. Yo me dije: «Mierda, ¡con lo que me ha costado aprenderlo!». No obstante, la profesión de actor no tiene nada de teórico ni intelectual. Cuando escuchas «acción», hay que actuar. Hay una mujer, un hombre, y hay que interpretar. Eso trasciende al lenguaje, nos comprendemos como animales.


P: La mayoría de los testigos del juicio son actores aficionados. ¿Qué tiene de especial su interpretación?

R: La inocencia. Nosotros, los actores, tratamos de alcanzar conscientemente lo que ellos obtienen sin saberlo. Ser actor es intentar deshacer, borrar, no fabricar. El cine no verifica tu técnica, sino tu alma. Por mucho que se finja, la cámara graba lo que uno es. Como decía Jouvet: «Dime lo que interpretas y te diré quién eres». Puedes ser conmovedor en una película y muy malo en la siguiente porque te han dado el papel equivocado. Porque bien asignado significa bien interpretado. Hay actores que presumen de estar en la composición y otros que se atreven a plantear la cuestión: «¿No interpreto siempre el mismo papel?».


P: ¿En qué categoría de actores se sitúa usted?

R: Yo hago muy pocas cosas, pero estoy contento con mis límites. Lo aprendí de Eric Rohmer. Yo no podría interpretar a un camionero. A un asesino a lo mejor… pero, en cualquier caso, ¡nunca a un tipo guapo que vuelve locas a las mujeres al entrar en una cafetería! Mi postura es simple: no me pidan que componga. Por el contrario, pueden pedirme que me desplace. En teatro, puedo pasar de Molière a Labiche. Si quisiera chulearme y hacer una frase, diría que un actor interpreta siempre la misma película.

Yo necesito alternar con el teatro, pero, en el momento que hago cine, me encuentro en la humildad, la ausencia de intervención. Antes tenía ese defecto: Quiero rehacerla. Ahora no. Al principio, una directora escribió en “Cahiers du cinema” que yo producía una narración deficitaria porque tenía demasiada personalidad. Eso podía ser cierto hace treinta años, pero hoy en día no. Yo no improviso, por ejemplo.


P: Por otro lado, en el papel de un presidente de un tribunal de lo penal, cabría esperar…

R: En cierta medida, sí, pero siempre es mejor sugerir que enseñar. Y por otro lado, es como me han dirigido. A veces, soy quisquilloso, mezquino, pero sobre un escenario, hago lo que me dicen. Obedezco. Me da igual estar mal vestido o tener cara de idiota, mientras que en el día a día soy más bien coqueto.


P: ¿Cuáles son sus momentos de placer en un rodaje?

R: Las fases de espera, el hecho de vivir momentos de «desrealidad», como los llama Isabelle Huppert, momentos en que los problemas reales desaparecen. Este rodaje fue la ocasión para descubrir, durante casi dos meses, una ciudad magnífica, un lugar histórico: Saint-Omer y la calidez, no legendaria pero sí real, de la gente del norte.


P: ¿Qué emoción cree que puede suscitar esta película?

R: El público dirá, pero yo percibo cuándo una película engancha y esta no deja indiferente. Porque, en medio de las dificultades, de este oscuro caso de homicidio, de esta pareja separada, en un estado lamentable, hay un encuentro amoroso, un proyecto.


P: En la actualidad, su reencuentro con Christian Vincent ha sido aclamado con dos premios en Venecia (mejor guion y mejor actor). En el pasado, LA DISCRÈTE le concedió su primer premio del público…

R: Christian Vincent y yo vivimos un momento milagroso hace veinticinco años. En el patio del colegio, los adolescentes reproducían los diálogos de la película: ¿Has visto a la chica? Es horrorosa. Rohmer ya me había ayudado. Pero LA DISCRÈTE era como un Rohmer para el gran público. Antes, durante quince años, eso no había funcionado para mí. Yo era grandilocuente para algunos, histérico para otros. Me consideraban demasiado afeminado. Con LA DISCRÈTE, los defectos que se me reprochaban se convirtieron de repente en cualidades. Esa película cambió mi vida.


Entrevista con Sidse Babett Knudsen

P: ¿Quién es Ditte, el personaje que usted interpreta?

R: Una mujer que se siente bien consigo misma. Vive sola con su hija adolescente. Su relación marcha bien, su vida es completa. En un juicio, se encuentra con un antiguo conocido, el presidente del tribunal de lo penal, interpretado por Fabrice Luchini. En torno a él giran los testigos, así como el jurado del que Ditte forma parte. Se trata de una mujer un poco apagada, pero receptiva y curiosa sobre lo que sucede en el tribunal. En medio de esta historia, que podría ser oscura, yo encarno a una especia de sol de carne y hueso.


P: Los espectadores de Arte la conocen gracias a BORGEN, la serie danesa en la que usted interpreta el papel principal. No obstante, es la primera vez que rueda en Francia. ¿Qué le convenció para aceptar el papel?

R: Christian Vincent vino a verme a Copenhague con su productor, Matthieu Tarot, una verdadera “bola” de energía. Yo no había dado mi respuesta aún, pero ellos me dijeron: «Ay, estamos muy contentos de que haya dicho que sí» (risas). Su dinamismo me sedujo. El guion también. La historia sentimental me pareció original. Entre Ditte y el magistrado hay una especie de malentendido. Su primer encuentro fue una historia de amor para él, pero no para ella. Y el papel me gustó. Es positivo. Resulta agradable interpretar un personaje pleno, que no tiene necesidades ni busca nada. Es la primera vez que me proponen un papel así.


P: Cuéntenos su primer encuentro con Fabrice Luchini.

R: Asistí a su espectáculo. La lengua de Céline es complicada para mí. No entendí todo, pero me impresionó la energía de Fabrice. ¡Me dio la impresión de ser un coche que cambia de marcha constantemente! Cuando nos vimos al día siguiente, me recibió diciendo: ¡es usted una estrella increíble! (risas).


P: ¿Cómo se preparó?

R: Vi LAS REGLAS DEL JUEGO, la película de Renoir en la que Christian se inspiró para mi papel. Normalmente trabajo mucho mis personajes. En este caso, me costaba situarlo. Ditte es la proyección del deseo del magistrado. Me daba miedo ser solamente una especie de fantasía. Hablé sobre este tema con Christian, que me garantizó que quería que encarnase a una mujer real.


P: ¿Cómo se desarrolló la colaboración con Fabrice Luchini?

R: Nos entendimos muy bien. Le respeto enormemente. Es un actor que asume sus responsabilidades en relación con el personaje, la historia y el ambiente. En el plató, no puede evitar divertir. Cuando la energía cae, él provoca y despierta al público. Es verdaderamente divertido. Lo que también me resultó agradable es que me sentí comprendida por él. Eso no es fácil, porque yo entiendo bastante bien el francés, pero no siempre me explico bien. Mi vocabulario es pobre, pero Fabrice lo entendió todo, ¡incluso mi sentido del humor!


P: ¿Qué tipo de director es Christian Vincent?

R: No es un obseso del control. Con los actores profesionales, estaba tranquilo y nos dejaba hacer. Pero me impresionó especialmente su trabajo con los actores aficionados. Con su calma, les dio confianza. Consiguió ponerlos en su lugar para que tuviéramos la sensación de que el texto venía de ellos. Entre ellos estaba la mujer que interpretaba el papel de madre adoptiva de uno de los testigos. Fue tan conmovedora que todos la aplaudimos al final de la escena.


P: Usted es danesa. ¿Dónde aprendió a hablar francés?

R: En París. Con 18 años, llegué para trabajar como au pair durante un año. Me quedé cinco años y medio. Por aquel entonces, ya deseaba ser actriz, por lo que me apunté a clases de teatro. Gracias a las clases, aprendí el idioma. Fueron unos años muy instructivos. En Dinamarca, la formación de actores está basada en la psicología. En Francia, es más física y rigurosa. Para una repetición, siempre llego con antelación para calentar el cuerpo y la voz. En Dinamarca, eso no se hace. En Francia, también se nos educa a tomar conciencia del espectador. El espectador paga, por lo que hay que darle algo a cambio. Aquí también aprendí que ser actor no es una profesión, sino un lujo; que hay que tomar la iniciativa y no contentarse con esperar un papel. Cuando regresé a Dinamarca, yo era la extranjera porque tenía un ligero acento francés, además de otra forma de trabajar.


P: ¿Qué tiene de especial un rodaje en Francia?

R: La comida: se come bien y se puede beber un poco de vino. En Dinamarca está prohibido. En Francia, se come sentado. En los Estados Unidos, se hace un flying lunch. Se engulle un sándwich sin sentarse. En cuanto a lo demás, es el mismo trabajo, la misma relación entre los actores y los técnicos. Los directores de fotografía son igual de seductores; los técnicos de sonido son igual de discretos e interesantes.


P: ¿Qué representa esta película para usted?

R: Llevaba mucho tiempo soñando con rodar en Francia. Era la primera vez que volvía después de veinticinco años. Fueron muchas emociones. EL JUEZ me permitió comenzar con un papel que contiene pocos diálogos. Es práctico. Ahora me siento preparada para rodar más películas en Francia.


Festivales y reconocimientos
FESTIVAL DE VENECIA 2015
MEJOR GUIÓN Y COPA VOLPI AL MEJOR ACTOR
NOMINACIONES CESAR 2016
MEJOR ACTOR (FABRICE LUCHINI)
MEJOR ACTRIZ SECUNDARIA (SIDSE BABETT KNUDSEN)